jueves, 19 de mayo de 2011

Tertulias

Estoy dejando de acudir a bastantes tertulias televisivas porque no me gustan. Para ser más exacto, bastantes tertulias están dejando de llamarme porque tampoco les gusto. Son dos caras de la misma moneda allí donde imperan el sectarismo, la exclusión y el amiguismo político.

Ésa es una de las características de nuestros debates en los medios de comunicación, por mucho que pretendan disfrazarse de objetividad.

Otras de las peculiaridades del panorama mediático actual son el desafuero, el griterío y el insulto como sustitutos del razonamiento y el análisis. El programa La Noria se ha erigido como paradigma y hasta políticos presuntamente sensatos pierden el culo, con perdón, por aparecer en el programa de Jordi González.

Eso no sería malo en sí mismo, claro, porque los personajes públicos tratan de promocionarse allá en donde puedan. Lo peor es que los modelos de conducta que privan en la actualidad son los de Belén Esteban y demás protagonistas arrabaleros de la pequeña pantalla.

Tanto se ha impuesto ese hábito de diálogos a coces, que hasta los dicterios habituales que se propinan los políticos entre sí pierden impacto, ya que se han convertido en un género menor de confrontación dialéctica: cualquier insidia verbal de José Mourinho, pongo por caso, consigue hoy día más repercusión que la mejor de las frases de Mariano Rajoy.

Esa técnica nada sutil de la barahúnda televisiva y radiofónica causa estragos. Lo importante no es que se oigan los argumentos de uno u otro, sino el ruido que producen y el volumen de sus decibelios. Así se superponen las voces de los tertulianos en una confusión que hace las delicias del conductor del programa de turno.

Incluso, hay consignas al respecto en aquellos canales públicos de televisión que son meros instrumentos de propaganda política. Para dar una hipócrita apariencia de objetividad, aunque todos los participantes sean de la misma cuerda, se les pide que se interrumpan, se increpen y se quiten la palabra unos a otros. Como lo importante no son las argumentaciones, sino el ruido que producen, así se consigue simular una inexistente pluralidad ideológica.

Ya ven por qué a uno le fatiga, física e intelectualmente, acudir a la mayoría de las tertulias. Y, como en éstas también se sabe lo que uno opina públicamente sobre ellas, ya son ganas de meter al enemigo dentro de casa, así que prefieren que yo me quede en la mía.

Cada uno, pues, en su casa y, como dice el refrán, Dios en la de todos. Amén.

No hay comentarios:

Publicar un comentario