domingo, 29 de mayo de 2011

Rajoy y el Pato Donald


Francisco Camps, que ha llevado la Comunidad Valenciana al borde de la quiebra, confía en que la próxima llegada de Mariano Rajoy a La Moncloa solucione sus problemas económicos. Para él, a diferencia de Rodríguez Zapatero, el líder del PP debe ser como el craso Tío Gilito de las historietas infantiles, que textualmente nadaba en oro. Pero ignora que el avaro Tío Gilito jamás le dio un duro al ingenuo y pobretón Pato Donald.



Rajoy, envalentonado por el éxito electoral del pasado domingo, empieza por fin a enseñar la patita de su futuro programa económico: “Sangre, sudor y lágrimas”, como prometió Winston Churchill a los británicos para ganar la guerra. Y a fe que lo consiguió.



Hasta ahora, Rodríguez Zapatero ha ido prometiendo felicidad sin cuento y ha traído, en cambio, un paro desolador, un frustrante desempleo juvenil, recortes salariales a los colectivos más cautivos y desarmados —funcionarios y pensionistas—, desaparición de ayudas sociales, etcétera, etcétera.



El sistema de quitar con una mano lo que daba con otra resulta doblemente perverso, además de la ironía de presumir, como hace el leonés, de “haber presidido el Gobierno con más prestaciones sociales de la historia”. Por supuesto que podría añadir que el suyo también ha sido “el de más recortes sociales de la ídem”.



Pero hablaba de lo perverso del sistema de subvenciones, que propicia la resignación y el conformismo y fomenta el abandono y la molicie frente al esfuerzo y el tesón para mejorar el bienestar personal y colectivo. Eso les sucedía también al Pato Donald y a sus ociosos sobrinitos del cuento, esperanzados siempre en que los dólares del Tío Gilito les sacasen de pobres.



En esta otra historia real de la crisis económica, nadie, salvo nosotros mismos, nos va a sacar las castañas del fuego. Ante la inoperancia del presidente Zapatero, de los derroches económicos de Camps y demás dirigentes autonómicos, del persistente déficit público y de la deuda que no cesa, ya está acechándonos el famoso mercado para pedirnos cuentas.



Y no nos creamos que el tal mercado lo conforman unos siniestros personajes emboscados en Wall Street, sino que lo constituyen millones de pequeños inversores de todo el mundo que buscan la mejor manera de rentabilizar sus modestos ahorros.



Por eso, van dados quienes, como Camps, aún creen que el derroche económico puede seguir. Mariano Rajoy y cualquier persona con sentido común saben que esto se va a acabar porque, si no, a nuestro lado lo de Grecia no será más que una mínima anécdota.

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