domingo, 18 de mayo de 2014

Por qué nos decepciona Europa



Jamás Europa ha vivido una época de paz tan prolongada como la actual. Ése fue el objetivo del Tratado de 1957 y ése ha sido el éxito impensable de los precursores de la UE. ¿Por qué, entonces, la creciente desafección de los ciudadanos a la Unión?
Una gran mayoría de los europeos de hoy, claro está, no vivió la tragedia de la última guerra mundial ni las represalias ni éxodos de la posguerra. Por eso no tienen pretéritos horrores que enterrar.
Al revés: beneficiarios que han sido de un sistema de protección social sin igual durante décadas de expansión económica, bastantes de ellos sólo perciben ahora los recortes de la actual crisis económica y añoran un pasado nacional de autarquía, de fuerte identidad nacional y de falso e idealizado bienestar.
También es verdad que los ciudadanos no entendemos muchas de las decisiones de los políticos y los burócratas de Bruselas, es verdad que a veces legislan sobre detalles ínfimos y prescindibles de nuestras vidas y es verdad que la actividad de los eurodiputados se asemeja en ocasiones a unas vacaciones políticas bien remuneradas.
Pero, sobre todo ello, sigue siendo verdad que la paz de que goza Europa es algo envidiable e impagable y que lógicamente atrae a los desheredados de otras partes del mundo.
Aún así, los políticos de la UE, con el ánimo de aparentar que rigen una auténtica potencia política mundial, en vez de administrar un amable acuerdo de convivencia vecinal, se meten en berenjenales para los que no están cualificados. Por ejemplo, toman partido en el conflicto sirio por el bando rebelde que, sin ser mejor que el otro, va a perder la guerra civil, y animan en cambio en Ucrania a los partidarios de ingresar en la UE al precio de provocar la escisión de la parte pro rusa del país.
Son muchas contradicciones que los políticos europeos se muestran incapaces de explicar. En vez de ello, bastaría con que nos transmitiesen cómo podría ser una Europa de vuelta a las fronteras y los enfrentamientos internos que ello podría generar, para vencer de ese modo nuestro euroescepticismo y darnos cuenta de que, con todos sus defectos, la UE es lo menos malo que nos puede suceder.     
               

jueves, 8 de mayo de 2014

Cataluña y Euskadi



El reciente encuentro entre Artur Mas e Íñigo Urkullu ha disparado las especulaciones sobre un imposible frente nacionalista vasco-catalán.
Se trata de una más de las desinformaciones o desconocimientos sobre la realidad territorial de España.
A diferencia de sus homólogos catalanes, al PNV nunca le ha interesado ni convenido la independencia del País Vasco. Entre otras razones, porque éste ya goza de un estatus privilegiado de autonomía con el concierto económico actual, porque nunca sería autosuficiente como Estado soberano y porque sabe que una gran parte de la población se siente comprometida con el futuro colectivo de España.
En estos tres puntos, precisamente, difiere de él radicalmente el nacionalismo catalán —ahora, separatismo, a secas—, al que cualquier oferta de pacto fiscal o de cupo tipo Euskadi le parece hoy día muy por debajo de sus expectativas.
Esa brutal diferencia entre ambos soberanismos ha propiciado la paradoja de que los nacionalistas vascos más extremos hayan practicado la lucha armada para imponer unas tesis ajenas a la mayoría de la población. No en vano las provincias Vascongadas han sido una de las regiones que en la historia más han colaborado a la integración territorial de España, con cantidad de nombres ilustres en la industria, las artes, la milicia y la economía nacional.
En cambio, el retraimiento periférico de Cataluña conllevó su propia paradoja: la de su retraso foral hasta que se abrió al comercio con el resto de la Península tras la victoria de los Borbones en la Guerra de Sucesión, hace trescientos años. Justo, lo contrario de lo que se nos quiere hacer creer.
En cualquier caso, lo importante no es el pasado, sino el futuro. Y la grave irresponsabilidad de todos los políticos españoles es que no nos explican qué podría pasarnos de consumarse la amenaza de la escisión territorial.
Y no vale con argumentar falsamente sobre los males que le podrían sobrevenir a Cataluña, sino al conjunto de España. ¿Sería viable un Estado privado de golpe del 20% de su PIB? ¿Cómo afectaría eso a la cohesión de lo que quedaría del país? ¿Y qué pasaría con las brutales presiones pancatalanistas, ya insinuadas, sobre la Comunidad Valenciana y las islas Baleares?
Éstos son los temas de verdad y todo lo demás, como se dice en catalán, sólo son amables flors i violes para tener entretenido al personal.