lunes, 27 de agosto de 2012

De charanga y pandereta


La imagen predominante de España podría ser, ¿por qué no?, la de un país pujante y moderno, con la más amplia red ferroviaria de alta velocidad, un porcentaje de autovías mayor que nuestros vecinos y más aeropuertos que ellos por número de viajeros.

También, ¿por qué no?, la de un país con empresas punteras a nivel mundial en obras públicas, telecomunicaciones, hidrocarburos y, aunque parezca mentira, en el vilipendiado sector financiero. ¿Y qué no decir de nuestra medicina, una de las cuatro o cinco mejores del planeta, a la vanguardia, además, en el complejo sector del trasplante de órganos?

En vez de todo eso, las recientes noticias sobre España la convierten, a los ojos del mundo, en una especie de parque temático de todos los excesos: desde las borracheras de turistas en Lloret, hasta los muertos en festejos taurinos; desde las pancartas en la Vuelta Ciclista pidiendo la excarcelación de presos de ETA, hasta los pintorescos saqueos de Sánchez Gordillo; desde las pedorretas de los Gobiernos autonómicos al Estado, hasta la movilización por internet para asaltar el Congreso de los Diputados.

Incluso, como última anécdota, está el pitorreo de los medios de comunicación internacionales sobre la grotesca restauración del Ecce Homo.

Todo esto, qué quieren que les diga, debe encantarles a los turistas extranjeros, que están acudiendo  en mayor número que el año pasado. En cambio no parece que suceda lo mismo con las agencias de rating, el BCE, el FMI, Angela Merkel y todos aquéllos que podrían rescatarnos del abismo al que, indefectiblemente, nos acercamos un poco más cada día que pasa.   

  

viernes, 17 de agosto de 2012

No a Madrid olímpica


Ya verán cómo a Londres no le van a salir las cuentas de sus juegos olímpicos. Si no, al tiempo.

Es que semejante acontecimiento deportivo cuesta un riñón. Así, la ciudad canadiense de Montreal ha estado pagando hasta hace poco las deudas de sus juegos de 1976. Una ruina.

A Pekín, claro, le dio lo mismo endeudarse hasta las cejas hace cuatro años. Es lo que tienen las dictaduras. Además, con una población de 1.300 millones toca a muy poco por habitante. No le ocurrió lo mismo a Seúl, en 1988, o a Sidney, en 2004, que aún siguen haciendo números.

El rendimiento de unos juegos olímpicos radica en el grado de conocimiento y notoriedad que otorgan a una ciudad. Ése fue el gran éxito de Barcelona en 1992. Antes de aquella fecha no la conocía nadie y después de ella recibe turistas a gogó de todo el mundo. Además, gracias a los juegos consiguió una porrada de inversiones que modificaron definitivamente su fisonomía urbana.

Aquélla, también, era una época de vacas gordas, lo que no sucede en el caso actual de Madrid, con inversiones recientes aún por pagar y con un nivel de turismo que no mejorarían unos juegos olímpicos. Es lo que le ha pasado a Londres, donde miles de turistas han dejado de acudir este verano precisamente por el agobio olímpico.

Por eso sería una tragedia económica que se le concediesen los juegos del 2020 a Madrid. Hay ciudades a las que éstos no favorecen, por culpa de su propia inanidad turística, como Atlanta, en 1996, y otras en las que son absolutamente prescindibles, dada su notoriedad previa, como Atenas, en 2000.

Así, pues, seamos sensatos y no metamos la pata con Madrid.  

sábado, 11 de agosto de 2012

Pagar a terroristas


Los piratas de Somalía o las bandas armadas del Sahel deben tener preferencia por el secuestro de ciudadanos españoles. Saber seguro que cobrarán un rescate por ellos y, además, hecho con absoluta discreción es un auténtico chollo.

Ahí radica la madre del cordero en la polémica sobre la repatriación de cooperantes españoles, más allá de la benemérita labor que realizan en países asolados por la miseria.

Y es que el pago a terroristas, amén de constituir en sí mismo un delito, alimenta el apetito económico de los delincuentes y les provee de más armas con las que perpetrar nuevas acciones.

Lo paradójico del rescate de connacionales secuestrados en el exterior es que se hace a cargo de las arcas públicas. Es decir, es el propio Estado el que incurre de hoz y coz en la ilegalidad, colaborando con los terroristas y lo hace, por otra parte, con el dinero de todos los ciudadanos, a quienes nos convierte en cómplices involuntarios de su acción delictiva.

Eso, al margen de su calificación penal, podría entenderse cuando quien paga es un particular, ya sea la familia del secuestrado o la empresa para la que trabaja. En cambio, resulta escasamente edificante cuando lo realiza el Estado, que en todo momento y circunstancia debe ser garante de la más estricta legalidad.

Dicho lo que antecede, moleste a quien moleste, lo más ético en todo este asunto sería que aquellos ciudadanos privados que se expongan a situaciones de riesgo firmen un documento en el que explícitamente se opongan a cualquier pago por su rescate en caso de secuestro.

Así, entre otras cosas, los terroristas se lo pensarían dos veces antes de atentar contra ellos.


domingo, 5 de agosto de 2012

Deportistas de impotación


Desde hace años, todos los jugadores de la selección francesa de baloncesto, salvo el ex valencianista Nando de Colo, son negros. Lo mismo sucede con la británica, comandada por el sudanés Luol Deng.

Éstos son efectos de la nueva Europa multirracial, claro está, aunque sus proporciones étnicas no se corresponden con las existentes en sus países respectivos. 

Por lo mismo, allí donde no existen deportistas de origen foráneo que mejoren el nivel competitivo nacional, se importan. Sucede en el fútbol, en el que en algún campeonato todos los conjuntos, desde Polonia a Turquía, han tenido su jugador brasileño, incluyendo a España, con Marcos Senna.

Eso no es bueno ni malo: simplemente es. Lo mismo que la masiva irrupción de corredores africanos en el atletismo europeo, desde los tiempos de Wilson Kipketer, el mediofondista keniano nacionalizado danés.

En los Juegos Olímpicos que ahora se disputan en Londres, tenemos el caso de España, cuya delegación acoge a 23 deportistas originarios de 13 países distintos, desde Ucrania a Ecuador, pasando por la República del Congo. En algunos deportes, como el tenis de mesa, ha podido verse repetidamente la sorprendente imagen del enfrentamiento de jugadores chinos representando a países diferentes, como nuestros palistas Zhi Wen He y Yanfei Shen.

Lo paradójico del caso es que tanta dispersión geográfica y tanto exotismo no ha menguado un ápice el fervor nacionalista de los seguidores de los equipos respectivos; ni siquiera sabiendo, como se sabe, que los deportistas de importación y los records que ellos aportan se consiguen casi siempre a golpe de talonario.