sábado, 31 de julio de 2010

Toros y otros animales

Con 17 años asistí a mi primer y único combate de boxeo en silla de ring. Cuando el ex campeón de Europa del peso mosca, Young Martin, recibió el primer guantazo, su cara se dobló y la sangre que salió de su boca a borbotones salpicó a una complacida espectadora, dos filas antes de mí.
Años más tarde, en Haití, vi mi primera y única pelea de gallos. El despojo en que se convirtieron en seguida los contendientes me hizo vomitar.
Comprenderán, entonces, mi escasa afición a la violencia, ya sea entre hombres o animales. Tampoco la lucha entre ambos, aunque tenga la trágica belleza artística de la tauromaquia. Menos aún entiendo la utilización festiva del sufrimiento y muerte, en muchas fiestas populares, de animales inermes: gansos, cabras, pollos, vaquillas,… donde el arte y el riesgo son sustituidos por la brutalidad y la indefensión.
Si me apuran, también me resultan incomprensibles la suelta de bous al carrer, los bous embolats y hasta encierros como el de San Fermín, donde la constante acechanza de la tragedia es lo que magnifica su interés colectivo.

Por todo ello, la prohibición de los toros en Cataluña no tendría mayor trascendencia que otras disposiciones administrativas de igual índole. Pero, ¡ay!, entre unos y otros hemos convertido el suceso en un elemento más de desafección entre esa región —en el concepto geográfico del término, no la fastidiemos— y el resto de España.
Si no reflexionamos unos y otros sobre este delicado asunto y tratamos de minimizar sus consecuencias, demostraremos que los animales somos nosotros y, no más allá de la vuelta de la esquina, todos acabaremos por lamentarlo.

viernes, 30 de julio de 2010

El último, que apague la luz

Cada vez que me llega un nuevo dato sobre el descenso de población en Salamanca o de su mayor envejecimiento, confieso que me deprimo. ¿Qué futuro colectivo nos espera si acabamos convirtiéndonos en un enorme geriátrico con escaso personal joven, además, que pueda atenderlo?

Ya sé, ya, que la gente se desplaza a donde percibe mejores expectativas de vida. Y eso no es, precisamente, lo que observa en Salamanca. Por eso, los inmigrantes se quedan en la costa mediterránea o en Madrid, sin importarles demasiado la crisis o el paro. Por eso, también, nuestros universitarios, cuando logran acabar la carrera, entre botellones, festivales, juergas y demás parafernalia académica, salen huyendo de Salamanca.
Reconocerán ustedes que es una lástima. Una ciudad con tanta historia, tanta cultura, tanto arte y tanta sabiduría por centímetro cuadrado merecería un futuro mejor. Claro que antes que la nuestra también desaparecieron otras sociedades milenarias, desde Tombuctú a Potosí y desde Petra a Saba, dicho sea sin ánimo de comparar.

Y no es que uno tenga nada en contra de los espacios sin habitantes. En un largo recorrido por los desiertos, cañones y cortadas de Arizona, tras muchas millas sin ver un alma me topé con un indio americano. El hombre resultó ser un conversador agradable que dominaba el idioma navajo, el inglés y el español. Al despedirme de él me quedé con la curiosidad de saber con quién diablos practicaría su conversación tras mi marcha.

Pues una soledad parecida podría acabar por producirse en una Salamanca fantasmagórica de aquí a pocos decenios. La situación, salvando el tiempo y la distancia, me recuerda la del Uruguay de los años 70, diezmado por la represión militar, la emigración y el exilio. Entonces, un gracioso dejó escrito en el aeropuerto de Montevideo: “El último, que apague la luz”.

Por fortuna, las cosas dieron la vuelta en el bello país sudamericano, el cual recupera ahora su pasado esplendor. Yo deseo, y espero, que nadie ponga en Matacán un letrero como el de Montevideo porque, antes de que eso llegase a suceder, hallamos sido capaces de evitar el camino hacia la decadencia.

jueves, 29 de julio de 2010

Camps, "candidato perfecto"

Francisco Camps no es el “candidato perfecto” para encabezar la lista del PP en las elecciones autonómicas, a pesar de que lo digan así Esteban González Pons y, con el mismo énfasis pero con menos contundencia, Mariano Rajoy.
Sí que lo era antes de surgir el rocambolesco caso Gürtel y de que se evidenciara la “amistad del alma” del presidente con Álvaro Pérez, El Bigotes, jefe de la trama corrupta en la Comunidad. Desde entonces, y pese a sus indudables méritos políticos, se ha ganado la enemistad de bastantes dirigentes nacionales de su partido, empezando por su secretaria general, María Dolores de Cospedal. Al parecer, ésta jamás le perdonará a Camps el que la toreara la noche en que le exigió y no consiguió la dimisión inmediata de Ricardo Costa, entonces fidelísimo escudero del presidente.
Pero, aunque ya no sea el candidato perfecto, Paco Camps sí que parece en cambio el “candidato inevitable”. Me explicaré.
El presidente de la Generalitat, convencido de su honradez, está empeñado a toda costa en repetir en el cargo, “en culminar el proyecto político”, en palabras de uno de sus colaboradores más próximos, aunque nadie sepa explicar a ciencia cierta en qué consiste ese proyecto. Su decisión está avalada por Rita Barberá, quien se ha dejado hasta las pestañas en Madrid defendiendo al presidente. Las encuestas, además, resultan concluyentes: el PP confirmaría su mayoría absoluta parlamentaria con Camps al frente, merced al descrédito de Rodríguez Zapatero en nuestra comunidad. ¿Para qué abrir, pues, un frente interno de conflicto en el partido si la victoria parece asegurada?
Este argumento ha acallado al creciente grupo opositor a Camps en la calle Génova. Su único temor ahora es que el presidente valenciano tenga que sentarse en el banquillo dentro de año y medio, en vísperas de lanzarse Mariano Rajoy al asalto electoral de La Moncloa. “Si tal cosa llegase a suceder, sus efectos podrían ser demoledores”, dice, casi en un murmullo, uno de los disconformes con Camps.
En cualquier caso, la suerte está echada y casi nadie duda ya que Francisco Camps repetirá como candidato. Para ponerlo de manifiesto, el entorno del presidente ha organizado para pasado mañana un acto de “despedida de curso” que no es otra cosa, en el fondo, que un homenaje público a Camps.
Otro elemento de confianza de los campsistas es el reciente respaldo del socialista José Blanco a la candidatura de Jorge Alarte. “Con él como oponente —me dicen en el entorno inmediato de Camps—, nuestra victoria está más que asegurada. No sólo es un perfecto desconocido, sino que los pocos que lo conocen opinan que su gestión política ha resultado desastrosa”.
Con esa percepción, el optimismo que se respira en el Palau de la Generalitat no es nada ficticio. Además, durante estos años de poder, Camps ha construido un partido a su medida, con personas fieles que le deben su presente político y, lo que es más importante, su futuro. Sólo con la excepción del agraviado alicantinismo de Pitu Ripoll —ahora también tocado en su línea de flotación—, el PPCV marcha como un ejército disciplinado a la voz de mando de su líder.

lunes, 26 de julio de 2010

Motivos para sonreír

Pude ver el jueves a un relajado y distendido Francisco Camps en la inauguración de la exposición Donaciones del IVAM. Increíble el fondo artístico expuesto, que no representa más que la décima parte de todo lo donado por sus autores al museo que dirige Consuelo Ciscar. Fotografiarse con artistas de la talla de Rafael Calduch, Alberto Corazón, Bigas Luna, Miquel Navarro, Cristino de Vera, George Zimbel… está al alcance de muy pocos políticos: de ahí la satisfacción del presidente de la Comunidad.

Pero si el poder gozar de uno de los mejores museos de España aún pareciese poco, allí se hallaban también algunos de los líderes de esa inmigración a la que presta su ayuda el centro que dirige Guillermo Vasteenberghe. Otra causa más de alegría: siendo ésta la Comunidad con mayor porcentaje de inmigrantes es la que sufre menos problemas de asimilación gracias a los planes de la consellería de Rafael Blasco.

O sea, que todo no van a ser penas. Incluso la demora del AVE a Castellón decidida por José Blanco no es tan grave si la comparamos con el recorte de infraestructuras a otras comunidades. Al menos, la línea Valencia-Madrid permitirá potenciar unos intercambios comerciales y turísticos que se vienen manteniendo pese a la crisis económica. La consellera Belén Juste recordaba esta misma semana que la estancia media del turismo en nuestra Comunidad es la más elevada de España.

Ese dato se confirma hasta en Benidorm, población que ha tenido recientemente sus más y sus menos con la administración autonómica: el Tram llega ya desde Alicante hasta la ciudad, asciende el número de pernoctaciones, Terra Mítica cambia su estrategia de la mano de Juan José de Torres y hasta un nuevo festival, el Low Cost, abre Benidorm a las jóvenes generaciones en equitativo complemento al FIB de Benicàssim.

A lo mejor, pensarán ustedes, a uno le ha dado un insensato ataque de optimismo estilo Rodríguez Zapatero. Puede ser: pero es que hasta nuestras dos cajas de ahorros acaban de superar las pruebas de esfuerzo a que han sido sometidas las entidades financieras españolas, a la vez que las exportaciones de la Comunidad aumentan y tiran así de nuestra economía

¿Quieren más razones para la esperanza? Las hay: acabamos de inaugurar el nuevo y grandioso Hospital de la Fe, tenemos uno de los mejores institutos de biomedicina de España, y no digamos nada del IVO, mientras que todo el mundo sabe que el doctor Pedro Cavadas es el número uno en transplantes. Si a eso añadimos, entre otras cosas, el nuevo laboratorio europeo de radiofrecuencia, embrión del próximo I+D aeroespacial, a su lado hasta parecen pecata minuta el increíble programa Terr@sit, del Instituto Cartográfico, o la reanudación de los vuelos directos a Nueva York.

Ya ven que, como decían los versos de Campoamor, “todo es según el color del cristal con que se mira”. Hasta actitudes pioneras de nuestra Comunidad, como el programa Más Vida o el reforzamiento de la autoridad del profesor, que propicia Font de Mora, sirven de modelo a imitar en otros pagos.

Claro que, en el mundo maniqueo en que vivimos, para algunos todos estos hechos desaparecen tras las imputaciones judiciales a los Fabra, Ripoll y compañía. Para otros, en cambio, apoyados en medios de comunicación que muestran un panorama idílico, sólo existe una corrupción aún por demostrar. Lo malo es que los respectivos receptores de la información sólo se enteran de la misa la media. Y nunca mejor dicho.

domingo, 25 de julio de 2010

Los entrenadores españoles

Antes se consideraba que los futbolistas españoles sólo podían poner el patadón, o sea, el músculo, pero que la cabeza, es decir, la dirección técnica, era cosa de extranjeros.
Eso se creía hasta en el Athletic de Bilbao, donde sólo se permite jugar a futbolistas vascos o similares. Pero, en cambio, desde el famoso mister Pentland y su bombín (1920-27) a hoy, por el banquillo de San Mamés han pasado casi tantos técnicos foráneos como españoles.
Tanto caló ese prejuicio sobre la sabiduría futbolística ajena y la ignorancia propia que en la década de los 80 prácticamente todos los equipos tenían entrenadores británicos, argentinos, holandeses... Hoy día sucede justo todo lo contrario e incluso se llega a despedir a personajes ilustres, como Javier Aguirre o Pellegrini.
Los entrenadores españoles son los que cortan, pues, el bacalao y no sólo dirigen ahora a los clubes de nuestra Liga, sino que, con mayor o menor fortuna, hacen incursiones en el fútbol extranjero: Rafa Benítez, Aragonés, Del Bosque, Juande Ramos, Ernesto Valverde, Camacho, Quique Sánchez Flores,…
Es cuestión de éxito, claro, pero también de autoestima. Ahí está, si no, el caso de Xabier Azkargorta, pionero en la salida al exterior en 1993 y que ha entrenado a equipos de tres continentes. El pasado día 13 estuvo una hora con Evo Morales presentando al presidente de Bolivia el plan para una escuela de fútbol que lance ese país al estrellato deportivo.
Ya ven si resultan convincentes los entrenadores españoles. El día en que los presidentes extranjeros hiciesen el mismo caso a nuestros políticos que a nuestros entrenadores otro gallo nos cantaría.

viernes, 23 de julio de 2010

La ventaja de hacerse mayor

Hay un momento en la vida —y no me pregunten cuál, porque lo ignoro— en que uno se atreve a encararse con su cónyuge, a negarse a los caprichos desaforados de sus hijos, a decir a los vecinos lo que piensa y a mandar a freír espárragos a su jefe.
Ese día es que uno se ha hecho mayor.
Porque, ¿qué represalias caben contra alguien que está ya de vuelta de todo y cuyo futuro no depende forzosamente del qué dirán?
Hace poco recibí la llamada atribulada de un amigo que me lloró al teléfono sobre las faenas que le hacían en su empresa y lo difícil que le resultaba aguantarlas. Lo hacía, lógicamente, porque entre otras cosas le aterraba la eventualidad de ir al paro. “¡Ánimo —le dije, para consolarle—, que cada día te falta menos para poder enviarles a hacer gárgaras!” “¿Y cuándo podrá ser eso —me preguntó, compungido—, el día en que me jubile?” “No necesariamente —le respondí—, sino cuando te hayas hecho mayor”.

Y es que el hacerse mayor no tiene fecha fija: depende de cada persona. Más que un cambio biológico que conlleva achaques físicos y demás males, se trata de un cambio psicológico, de actitud, de recuperación de la libertad perdida en esta sociedad de normas, obligaciones e hipocresías varias: la más obvia, la necesidad de tener que hacerle la pelota al que manda. Ahí tenemos, si no, la anécdota de un grupo de ejecutivos que salían de un edificio riéndose del chiste que acababa de contar el jefe, que iba delante. Como uno de ellos, más apartado, no se riese, alguien que se cruzó con el grupo le preguntó: “¿Usted por qué no se ríe, es que no le hace gracia?” “No —contestó el otro—, es que yo no trabajo en esta oficina”.

La otra posibilidad para esa conducta es que el empleado fuese mayor y su jefe simplemente le pareciera un memo.
Eso es lo que me ocurre a mí que, gracias a la sinceridad adquirida con los años, llevo mandados a hacer puñetas a un montón de petulantes. Con esa conducta cada día tengo menos trabajo, claro, pero ¿se imaginan lo a gusto que uno se queda?

lunes, 19 de julio de 2010

Nadie manda aquí

La famosa ley de Murphy dice que “si algo puede salir mal, saldrá mal”. Es lo que ha sucedido con la relación de 226 cargos que pudieron haber contratado con la trama Gürtel, remitida por la abogada de la Generalitat, Isabel Villalonga, al juez Pedreira. La lista fue elaborada por el Consell Consultiu ignorando su presidente, Vicente Garrido, el destino de la misma.

Pues bien: en vez de servir para enmarañar jurídicamente el asunto, como pretendía la defensa de Paco Camps, ha acabado por cabrear a todo el mundo. Al juez, por considerarla una tomadura de pelo; al Consell Consultivo, por sentirse utilizado, y a los citados en la lista porque nadie les ha avisado de que iban a dejarlos al pie de los caballos. “¡Pero si yo entonces no estaba en ese puesto!”, se me indigna un militante pata negra del PP que aparece en el listado.

El autor de la maniobra, el vicepresidente del Consell Vicente Rambla, ni siquiera está en Valencia, para arrostrar el desaguisado, sino que se encabeza una delegación económica en la expo de Shanghai. Más lejos, imposible.

Éste es sólo un ejemplo más de la actual descoordinación del gobierno de la Comunidad. Cuando la sentencia sobre el Estatut de Cataluña, el conseller Serafín Castellano advirtió que pediría en seguida la aplicación de la cláusula Camps, para ser desmentido al día siguiente por la portavoz del Consell, Paula Sánchez de León. Tres cuartos de lo mismo pasó con las contradicciones entre Mario Flores y Alfonso Rus sobre el cementerio nuclear de Zarra, al tiempo que el vicepresidente Cotino planeaba una terrible campaña antiaborto a espaldas del titular de Sanidad, Manuel Cervera.

Pero, ¿quién manda aquí?

“Aquí, las tres o cuatro personas que tienen criterio propio hacen la guerra por su cuenta —me dice un alto cargo del PP—, el resto continúan paralizadas, como en un pasmo”. Otro, también en privado, porque en público nadie suelta prenda, cree que ese vacío de poder —“que no sucedía en la época en que Ana Michavila lo controlaba todo”— lo está aprovechando Juan Cotino para que sus tesis democristianas ganen peso específico en el partido: “Por eso es el mayor defensor de la continuidad de Camps, lo mismo que Rita Barberá, que manda tanto como si fuese presidente de la Generalitat pero sin tener que asumir ese desgaste”.

Semejantes críticas habrían sido impensables hace sólo año y medio. Pero, ¿qué opina Mariano Rajoy de todo esto?

Mariano, o La Esfinge, dado su carácter impenetrable, “nunca ha tenido un plan B, convencido de la inocencia de Camps —me reconoce un miembro de la Ejecutiva nacional del PP—, pero si llegase a necesitarlo, ése lo encabezaría Rita, seguro, quiera ella o no lo quiera”.

Hasta ahora, el buen resultado que las encuestas otorgan al actual presidente de la Generalitat, caso de volverse a presentar, ha acallado al creciente grupo opositor a Camps en la calle Génova. Pero el temor es que el presidente valenciano deba sentarse en el banquillo dentro de año y medio, en vísperas de lanzarse Rajoy al asalto electoral de La Moncloa. “Si tal cosa llegase a suceder, sus efectos podrían resultar demoledores”, me dicen. Y añaden: “Ese temor lo comparte hasta Federico Trillo”, defensor de la estrategia jurídica llevada hasta ahora y eterno optimista sobre este proceso.

Así están las cosas a fecha de hoy, con un Francisco Camps convencido de repetir en el cargo y un PP nacional al que se le agota el plazo para designar sus candidatos.

domingo, 18 de julio de 2010

El enemigo interior

Ninguna de las celebraciones tras la victoria del fútbol español fue perturbada por energúmeno alguno en el ancho mundo. Eso nada más sucedió, aunque episódicamente, en la propia España. No sólo en Euskadi y Cataluña, donde era previsible, sino que incidentes violentos ocurrieron también en Andalucía y otros lugares. Y es que aquí no necesitamos enemigos exteriores, que para eso nos bastamos nosotros mismos.

Hace años, un norteamericano nada ducho en historia, me preguntó si nuestro país estaba muy unido a Francia debido a haber sido aliados ambos países en la Segunda Guerra Mundial. “Se equivoca usted —le contesté—, nosotros no participamos en ésa ni en otras guerras exteriores; a nosotros lo que de verdad nos gusta es matarnos unos a otros”.
Ahí está la historia para corroborar esta truculenta afición. En los últimos 300 años hemos tenido cinco guerras civiles y otras dos que, bien mirado, podrían considerarse como tales.
No quiero decir con esto que nos hallemos ante el embrión de un nuevo conflicto, válgame Dios. Y lo explicito de inmediato porque siempre hay quien pretende sacarle tres pies al gato y nos atribuye a los demás lo que no hemos dicho. Pero sí se practica una política de amedrentar al rival ideológico, que va desde tachar a los futbolistas Puyol y Xavi de botiflers (traidores) en blogs independentistas catalanes hasta rajar a un fulano por vestir la camiseta de la selección.

Se trata de hechos aislados, sí, pero valdría la pena ir aprendiendo a ser separatistas, centralistas o mediopensionistas sin necesidad por ello de romperle la crisma a nuestro vecino.

viernes, 16 de julio de 2010

Vicente del Bosque

No voy a hablar de fútbol. Menos aún de tácticas y estrategias futboleras de las que no entiendo ni papa y que, además, se me dan una higa.

Sí voy a hablar, en cambio, de personas. De una en concreto: de Vicente del Bosque.

Y es que su figura calmosa y modesta, pausada y discreta, contrasta con la estridencia desaforada de nuestros referentes mediáticos, como ahora se dice. En el ancho mundo se llevan hoy día una serie de tipos estrafalarios y frívolos, vocingleros y cursis de los que un buen ejemplo podría ser Paris Hilton. A escala doméstica y más casposa, el paradigma sería Belén Esteban o como se llame esa mujer a la que veo desgañitarse en diferentes platós televisivos sin saber muy bien porqué.

Del Bosque representa justo lo contrario: la moderación y la sensatez, la templaza y el comedimiento. Ésas son virtudes que no las proporciona el cargo de entrenador de fútbol, véase, si no, la antítesis que encarna el nuevo fichaje madridista, José Mourinho. Tampoco son inherentes, precisamente, al honroso cargo de seleccionador del español. Recordemos que antes de Del Bosque ocuparon ese puesto el colérico y xenófobo Luis Aragonés, el sanguíneo y ciclotímico José Antonio Camacho y, sobre todo, el ególatra y narcisista Jabi Clemente.

Frente a tanto ego desatado de sus predecesores, Del Bosque ha dado protagonismo a los verdaderos autores del espectáculo, o sea, a los futbolistas. En él prima lo colectivo sobre lo individual, el trabajo sobre el exhibicionismo, el esfuerzo sobre la palabrería.
No sé si esta actitud significa que los tiempos del deporte y de la vida misma están cambiando, en este caso para mejor. Lo que sí veo es que nuestras autoridades, sin distingos políticos, lo valoran así. Por ello me alegró que Julián Lanzarote y Fernando Pablos encabezasen el nombramiento de Vicente del Bosque como hijo predilecto de Salamanca. Y lo hicieron, además, antes de comenzar el mundial de fútbol. Ésa es la prueba definitiva de que el nombramiento no está ligado a un mero éxito temporal, sino a unas virtudes que van más allá de lo efímero.

miércoles, 14 de julio de 2010

Vigilancia, vigilancia

Un montón de telefilmes norteamericanos tipo Sin rastro, CSI y otros nos muestran cada día cómo se pilla a delincuentes gracias a las videocámaras instaladas en lugares públicos. Sensu contrario, se infiere que antes de esos artilugios los criminales debían pasearse por ahí tan tranquilos. Lo que también es verdad.

Contagiados de ese espíritu preventivo, los salmantinos han multiplicado por cuatro en los últimos catorce meses el número de cámaras de vigilancia pública. Parece una barbaridad y hasta supondría todo un récord si aún no estuviesen un cincuenta por ciento por detrás de la mayoría de las ciudades españolas en porcentaje de aparatos instalados.
Lo bueno del caso es que poco más del 2% de los registros (o licencias) de videocámaras son de titularidad pública. O sea, que no es que exista un Gran Hermano ávido de espiar nuestra intimidad, como en la novela de Orwell, sino que generalmente son las empresas, los parkings y las comunidades de vecinos a quienes preocupa la seguridad de sus locales y de sus usuarios.
Por fortuna, pasó ya la tonta manía de ver en todas estas acciones la mano ominosa del control y de la censura policial y política, al haberse demostrado la eficacia contra el crimen de estos mecanismos y cuando, por otra parte, cualquier criatura puede filmar hoy día a su profesor metiéndose el dedo en la nariz sin que el pobre se dé cuenta.
Además, tenemos unas autoridades tan exquisitamente celosas de la intimidad individual —incluida la de los delincuentes— que la ley reguladora de esta materia obliga a que figure “en lugar suficientemente visible” un distintivo que anuncie la vigilancia electrónica. Es decir, que se lo ponemos tan fácil como en su día las bolas de billar a Fernando VII.
Los ataques a la libertad individual no suele venir, pues, de estas cámaras, sino del uso abusivo y fraudulento de datos personales. Durante demasiados años, grandes empresas de la distribución han confeccionado ficheros de clientes que incluso vendían a terceros. Gracias a Dios, ahora, eso, en vez de un suculento negocio, sí que se considera un delito.

martes, 13 de julio de 2010

La corrupción "tolerable

La mayoría de ciudadanos de todo el mundo cree que la corrupción es consustancial a la actividad política, según revelan las encuestas.

Europa, claro, no es como Bangladesh, Nigeria o Haití, países a la cabeza en sobornos y otros delitos de este tipo. Pero tampoco resulta inmune a ellos. La Italia de Andreotti vivió el clamoroso caso de la logia P-2 y el Banco Ambrosiano. En la Francia de Mitterrand, las trapisondas de su amigo Pierre Bérégovoy le llevaron al suicidio y el mangoneo en la empresa Elf le costó la cárcel al ex ministro de Exteriores Roland Dumas. Más recientemente hemos conocido la venta de títulos de lord durante el mandato británico de Tony Blair y el escándalo de docenas de diputados que decoraban sus adosados a cuenta de las dietas parlamentarias.

En España, tras las falsas facturas de Filesa con las que se financiaba el PSOE en 1989, vinieron las comisiones que cobraba Rosendo Naseiro, tesorero del PP, el desvío de fondos del caso Pallarols por el partido de Durán i Lleida, las concesiones de máquinas tragaperras del PNV, etcétera, etcétera.

Como todos los partidos estaban igual de involucrados y no había instrumentos jurídicos ni medios policiales para arreglar las cosas, la mayoría de ésas y otras historias han quedado en agua de borrajas. Hasta ahora.

Además, todo hay que decirlo, nuestra cultura y nuestros hábitos siempre se han mostrado permisivos con las pequeñas corruptelas. ¿Quién no ha pedido la recomendación para un hijo en un examen? ¿O el enchufe laboral para un cuñado? ¿O recibido interesados obsequios de Navidad?

Pero eso es pecata minuta. En cambio, los pelotazos inmobiliarios de las dos últimas décadas han llevado a algunos bolsillos cientos de millones obtenidos ilegalmente: aquel denominado “3 por ciento” que ya en 1991 ingenuamente quiso erradicar el entonces ministro Josep Borrell, el mismo porcentaje que catorce años después reprochó Pasqual Maragall a Artur Mas que se llevaba su partido y que ahora ha conducido al saqueo sistemático del Palau de la Música por parte de Félix Millet.

Aquellos polvos trajeron estos lodos. Lo que hasta hace poco eran considerados por la opinión pública fraudes “tolerables” han dejado de serlo. ¿Dónde está la raya de lo permisible? ¿Dónde acaba la pillería aceptable y comienza el delito punible?

No se trata de nada objetivo, ya que depende de la ideología, los prejuicios y la percepción de cada persona. Por eso, al margen de lo que decidan en su momento los tribunales, las imputaciones a Fabra, Camps, Ripoll,… para algunos son irrefutables pruebas de su culpabilidad, mientras que para otros resultan turbias maniobras de sus enemigos políticos. Pero, ¿cómo puede ser, se preguntan gentes sensatas de fuera de la Comunidad, que con toda la que está cayendo las encuestan sigan dando al PP la mayoría absoluta electoral?

Pues muy sencillo: por el hartazgo de los valencianos de la que consideran nefasta política de Rodríguez Zapatero respecto a sus intereses. Mientras esa impresión predomine sobre cualquiera otra, ni Jorge Alarte ni quien le sustituyera tiene políticamente nada que hacer. Sólo si se impone la sensación de que la corrupción es real y de que ha traspasado la “línea roja” será posible un cambio político. De lo contrario, todo lo que suceda en este terreno no solamente carecerá de repercusión política negativa sino que puede tener un efecto boomerang de reforzar a sus protagonistas.

sábado, 10 de julio de 2010

El éxito del deporte español

Ya habría querido el general Franco los éxitos deportivos de ahora para anestesiar políticamente con ellos a los súbditos de su dictadura. Pero en sus casi 40 años de régimen de penuria apenas si se dieron las hazañas de Bahamontes, Santana y pocos más.

Sólo el fútbol dispuso de suficiente dinero con el que contratar (y naturalizar) a profesionales foráneos como Di Stéfano o Kubala. Ese dispendio futbolístico continuó en la era democrática atrayendo jugadores de todas partes que han hecho de la española la mejor (y la más cara) Liga del mundo.

Hubo que esperar a 1986, cuando Samaranch otorgó los Juegos Olímpicos a Barcelona, para que cambiasen las cosas. Se inventaron entonces las becas ADO, las empresas incluyeron el deporte en su política de marketing y el Estado gastó dinero a espuertas para así conseguir medallas.

Con esa generosa política económica hemos llegado a ser una potencia mundial en fútbol y en baloncesto, en tenis y en ciclismo, y hasta en deportes de motor. Todo el mundo conoce ahora los nombres de Torres y Gasol, Nadal y Contador, Sete Gibernau y Fernando Alonso. Menos gente, en cambio, sabe que nuestro gasto en deporte es desproporcionado al PIB nacional. Y no me refiero, que conste, a la abrumadora prima a nuestros futbolistas por ganar el mundial.
Ésa, y no otra, es la explicación del éxito del deporte español. Si semejante inversión la hubiésemos dedicado al I+D+i, por ejemplo, hoy día la competitividad de nuestra maltrecha economía sería muy otra y nos hallaríamos en cabeza de la tecnología mundial. Pero, claro, entonces nuestra vida cotidiana resultaría más aburrida que ahora.

martes, 6 de julio de 2010

Museos muertos

Bastantes museos están más muertos que los inquilinos de muchos cementerios. Por ejemplo, el de Nueva Orleáns —el cementerio, digo— recibe infinitamente más turistas que nuestro triste Museo del Comercio. Y no digamos nada del bonaerense de La Recoleta; allí, frente al nicho de Evita Perón siempre se agolpan visitantes dispuestos a llevarse una foto como souvenir.
Esto me viene a la memoria ante el cierre del Museo de Arte Oriental. En él estuve viendo en su día la muestra sobre Arte chino, del Neolítico a la Dinastía Ming, extasiado ante unos tesoros que probablemente eran más falsos que las promesas electorales de Rodríguez Zapatero.

Su cierre, no obstante, no se debe la creciente duda sobre la autenticidad de los fondos, sino a lo caro de su mantenimiento —1,3 millones en sólo tres años y medio— y a la escasez de visitantes. ¿Qué se creían, entonces, nuestros munícipes, que a los museos acude más gente que a los conciertos de rock?

Hasta el famosísimo MOMA de Nueva York constituye un remanso de paz y de sosiego ante tanto bullicio de aquella metrópoli. Tengo una amiga que a la mitad de su recorrido se dio cuenta de que el tipo que iba mirando cuadros a su lado, con un niño de la mano, era Harrison Ford, quien se encontraba allí al abrigo de las fans y hasta de mi amiga, la cual no se atrevió a decirle nada en medio del imponente silencio de la pinacoteca.

Por esa limitada afluencia de personal, siempre hay menos museos que bares, por ejemplo. Pese a ello, nuestro consistorio ha pretendido hacer de Salamanca una ciudad con más museos que visitantes. Y eso que aún faltan los de Arquitectura y de la Memoria Histórica. Lo ha hecho, además, sin criterio alguno, digamos que más por acumulación que por selección y, claro, así naufragan intentos tan interesantes como el de Historia de la Ciudad o el de la Automoción, por poner dos casos deficitarios que el Ayuntamiento no ha sabido encarar.

¿Para cuándo, pues, la discriminación entre lo bueno y lo mejor, entre lo deseable y lo posible? Éste es ya el quinto artículo que escribo sobre este asunto de los museos y me temo que, de seguir así, por desgracia no será el último que haga.

domingo, 4 de julio de 2010

Por qué soy euroescéptico

Cada vez que voy a Bruselas vuelvo más euroescéptico. Lo malo, con todo, no es lo que me ocurre a mí, sino que desde el día 1 preside la Unión Europea Bélgica, un país fracturado que ni siquiera cree en sí mismo. Así que ya me dirán.

Los años de bonanza económica consiguieron camuflar la división de una UE que no logró aprobar una modesta Constitución y cuyos miembros discrepan sobre políticas fiscales y laborales, migratorias y energéticas, sobre el intercambio de información financiera y la protección a paraísos fiscales de su propio ámbito y hasta sobre las normas de tráfico.

Ahora, con la crisis, se evidencian todos los descosidos aunque los 34.000 funcionarios de Bruselas continúan viviendo al margen de los problemas y los parlamentarios europeos no ceden uno solo de sus 8.000 euros de sueldo mensual ni renuncian a sus cientos de asesores.
La UE seguirá legislando, pues, sobre el tamaño de los tetrabricks o el número de viñedos, pero no tiene una política común sobre Kosovo o Turquía, Cuba o Afganistán, lo que convierte en irrelevante su papel internacional. A cualquier militar holandés le molesta ser mandado por un italiano o a un polaco por un español. Berlusconi impidió al BBVA hacerse con la Banca Nazionale del Lavoro, Zapatero que E.ON entrase en Endesa y ahora Sócrates que Telefónica compre Vivo.

¡Si hasta los franceses andan cabreados porque pretenden jubilarles a los 62 años cuando aquí se hace a los 65! ¿Es esto unidad o un patético sarcasmo? Por eso, muchos que presumen de europeístas sólo encubren con ello, en el fondo, el mantenimiento de una hipócrita y flagrante desigualdad.

viernes, 2 de julio de 2010

Dos años electorales

A partir del próximo otoño, a los dos últimos años de incertidumbre les sucederán otros dos años de elecciones. No se debe a que nuestro horizonte económico se haya despejado, qué más quisiéramos, sino al obligado calendario electoral.
Si el Gobierno de Rodríguez Zapatero no fuese visceralmente laico, estaría rezando ya a todos los santos para que el rumbo económico se enderece y poder ganar de ese modo las elecciones generales del 2012. Pero me temo que no va a ser así, lo de la práctica de oraciones, por supuesto, pero tampoco la mejora de nuestra economía, dado lo errático de las disposiciones gubernamentales, el retraso de muchas de ellas y la falta de concreción de la mayoría de las medidas adoptadas.
Servidor, más que con la virgen de Lourdes, se alinea con aquellos economistas, tipo Santiago Niño Becerra, que califican a esta crisis económica de sistémica y que creen que no ha hecho más que comenzar y puede durar aún toda una década.
Esa hipótesis, terrible para los ciudadanos de a pie y precursora de otros posibles desastres, también puede resultar demoledora para un PSOE al que Felipe González elevó desde la postración hasta el éxtasis del poder. A partir de las elecciones catalanas de otoño, los socialistas se pueden ver privados de varios gobiernos autonómicos y municipales que ostentan en la actualidad y quedarse para vestir santos.
El beneficiario en este escenario catastrofista sería Mariano Rajoy, con un Partido Popular que no merecería el éxito electoral por haber escurrido el bulto hasta ahora, por la ambigüedad de sus posiciones y porque comparte con el PSOE un apego al poder por encima de cualquier otra consideración. Se trata de un PP al que los ciudadanos quizá se agarren como al último clavo ardiente de su esperanza, aunque tampoco les inspire demasiada confianza.
Hablamos de una formación en la que, por ejemplo, su secretaria general, María Dolores de Cospedal, antepone la estética progre a los análisis rigurosos, y en la que el líder autonómico valenciano, Francisco Camps, salpicado de lleno por el caso Gürtel, se empeña en repetir en su cargo, confundiendo así el partido con su persona.
Pero esto es lo que hay. En este país, dada la bisoñez del grupo político de Rosa Díez, no existe aún un partido bisagra, como en Gran Bretaña o Alemania, que permita otras opciones de poder. Aquí, la tercera opción la constituyen los partidos nacionalistas, ajenos por definición a los intereses generales de España, y también, todo hay que decirlo, el fenómeno del voto en blanco, evidencia de la creciente desafección política de los ciudadanos que ponen de manifiesto todas las encuestas.
Así que, mírese por dónde, los próximos resultados electorales no los decidirán los programas de los partidos sino cómo vaya la economía, independientemente de los deméritos de unos y de otros, ya que a sus magros méritos no se los ve por ninguna parte.