miércoles, 30 de junio de 2010

Benidorm y el futuro de Alarte

El primer test cronológico sobre el futuro político tanto de Francisco Camps como de Jorge Alarte no está vinculado al caso Gürtel ni a la relación del primero con Mariano Rajoy y del segundo con Leire Pajín, Rodríguez Zapatero y demás próceres socialistas. Aunque parezca mentira, esa primera batalla se dilucida en Benidorm, donde la autoridad de ambos líderes está puesta en cuestión.

¿Quiénes disputarán allí la alcaldía? ¿Con qué respaldos?

El candidato in pectore de la Generalitat o, lo que es lo mismo, del campsismo, por utilizar la jerga política al uso, es el ex alcalde Manuel Pérez Fenoll. Al hombre lo envió Ricardo Costa —aún no caído en desgracia por aquella época— a arrebatar la Diputación de Alicante a José Joaquín Ripoll, bastión provincial del denominado zaplanismo. Y nuestro hombre se estrelló. Quedó tan tocado, que el cambio posterior de chaqueta de uno de sus concejales, José Bañuls, dio la alcaldía al entonces socialista Agustín Navarro.

“Pérez Fenoll no se enteró de la que se le venía encima porque apenas si pisaba la alcaldía”, me dice malévolamente un empresario benidormí.

Ya ven que su candidatura no parece gozar de demasiado predicamento. Sus rivales del PSPV-PSOE poseen una encuesta interna que daría el triunfo por un único concejal a Agustín Navarro si su oponente fuera Pérez Fenoll, pero que perdería también por uno si se enfrentase a Gema Amor, forjada políticamente a la sombra de Eduardo Zaplana, es decir, lo peor de lo peor a ojos del campsismo oficial.

La primera guerra, pues, se plantea dentro del propio PP, donde Gema Amor, presidenta de la agrupación local del partido, piensa ir a por todas. “Por supuesto que quiero ser alcaldesa de mi pueblo natal”, me comenta con sincera espontaneidad. “Tanto ella como Agustín Navarro —opina otro empresario de la ciudad— serían unos excelentes alcaldes”. ¿Y Pérez Fenoll? “Es una buena persona, pero no está por la labor”.

¿Conseguirá Camps imponer su candidato? ¿O cederá a cambio de que no se cuestione su propio nombre para repetir como Presidente del Consell?

No están mejor las cosas en el frente socialista ya que, al haberse negado tajantemente Jorge Alarte a pactar con tránsfugas para así regenerar la maltrecha vida política, Agustín Navarro, Maite Iraola —madre de Leire Pajín— y demás concejales del PSPV hubieron de dejar el partido para hacerse con la alcaldía. Ahora, claro, en una maniobra ya calculada en su día, pretenden volver y presentarse bajo las siglas socialistas para repetir en el cargo.

¿Admitirá semejante componenda el secretario general del partido? Evidenciaría una enorme debilidad política si lo hiciera. Por otra parte, si el PSOE confeccionase una lista alternativa frente a una hipotética candidatura independiente de Navarro, al dividir sus fuerzas sería tanto como entregar la alcaldía al PP, encabece éste quien sea. Así que Agustín Navarro, dentro o fuera de las siglas del partido, será candidato. O sí o sí.

Eso supondría un clavo más en la cruz de Jorge Alarte, ninguneado por las encuestas, zancadilleado por la gente de Joan Lerma y abocado para ser candidato del partido a la Generalitat a unas eventuales primarias que podría perder perfectamente.

Ya ven, pues, la importancia estratégica de Benidorm en nuestra Comunidad, no sólo desde el punto de vista económico, que la tiene, sino convertida ahora también en laboratorio de las más alambicadas conspiraciones políticas.

martes, 29 de junio de 2010

Cómo se consigue un empleo

La reforma laboral abaratará el despido. Seguro. No es tan evidente, en cambio, que sirva para reducir el paro, entre otras razones, por la anquilosada estructura del Inem, convertido en mero dispensador de subsidios de desempleo.

En más de cuarenta años de vida laboral, me he visto abocado al paro en tres ocasiones. Pues bien: en todas ellas logré un nuevo empleo por mí mismo; el Inem ni me hizo ofertas, ni evaluó mi competencia profesional, ni me ofreció cursos, ni intentó reciclarme ni nada de nada. Supongo que mi caso no es la excepción, sino la norma.

Pero es que en este país las cosas siempre han funcionado así. Y así nos va.

Lo importante no es la capacitación laboral o el mérito profesional, sino el amiguismo: tener una buena recomendación sale más a cuenta que estudiar una carrera o presentarse a una oposición.
Me lo hizo ver una pareja de emigrantes asturianos que regentaba un modestísimo bar en República Dominicana cuando yo me iniciaba en esto del periodismo: “Sólo tenemos una hija —me dijo la mujer—, pero está estudiando en Suiza”. Ante mi perplejidad, añadió: “A nosotros no nos queda dinero ni para comer, pero queremos que nuestra niña se relacione en un colegio caro y que tenga así compañeros que le den un buen trabajo el día de mañana”.

A eso se le llama visión de futuro.

Lo peor es que ese sistema se ha generalizado y ya causa estragos hasta en nuestra clase política. Como decía un personaje público catalán esta misma semana: “Ahora la gente obtiene los cargos políticos por enchufe, no hay más que ver el nivel de estudios de los consellers y de los ministros”.

Pues eso.

domingo, 27 de junio de 2010

Los viajes de Camps... y la coartada de Calatrava

Los viajes de Camps...

Los viajes de Gulliver hicieron rico y famoso a su autor, el novelista irlandés Jonathan Swift.

En cambio, los de Francisco Camps al extranjero, al igual que los de sus predecesores, Joan Lerma y Eduardo Zaplana, no parece que hayan servido para enriquecer mucho a la Comunidad Valenciana. Es más, su creciente frecuencia y la copiosa cohorte de viajeros que arrastran acaban por costarnos un pico.

Esperemos que esta vez la visita a Rusia sí consiga algún rédito, ya que aún está por saberse de qué fue el reciente viaje presidencial a Abu Dhabi y todavía se recuerda el fiasco de la visita anterior al gobernador de Nuevo México, Bill Richardson.

Por este tipo de cosas, nunca he entendido la afición de los presidentes autonómicos españoles a exhibir su palmito en el ancho mundo. Sin embargo, en la circunstancia de Camps sí que existe un dato positivo: el de que así podrá olvidar por un rato las asechanzas del caso Gürtel, lo que no es moco de pavo.

...y la coartada de Calatrava

Santiago Calatrava no necesitaba los elogios de Francisco Camps en la última sesión de control parlamentario para acreditar su genialidad.

Ésta, sin embargo, no es incompatible con el dispendio, con “las animaladas” que dice el iconoclasta Xavier Mariscal. Más bruto incluso, el alcalde de Bilbao, Iñaki Azkuna, califica al arquitecto valenciano de “pesetero del carajo”. Claro que ha sido tras perder un pleito por prolongar su puente de Zubi Zuri con una pasarela del japonés Arata Irosaki.

A la obra de Calatrava la acompañan, pues, la admiración, las dudas sobre su funcionalidad y el sobrecoste. Que se lo pregunten, si no, a otro alcalde, el neoyorquino Michael Bloomberg: la estación intermodal de la Zona Cero estará a destiempo, inconclusa y mucho más cara de lo previsto.

O sea, que argumentar que los costes de CACSA y otros más son “confidenciales” o de “exclusivo uso interno”, como justifica a su vez Gerardo Camps, no es más que un sarcasmo y un engaño a los ciudadanos.

viernes, 25 de junio de 2010

Estamos repetidos

Lo siento por aquellas personas que se creen unos seres únicos e irrepetibles. Lo cierto es que no somos originales ni siquiera en nuestro propio nombre.
Pude verificarlo tras haber creado el protagonista de una modesta novela, El ejecutivo. Lo llamé Miguel Ángel Astiz, porque me pareció un nombre eufónico y plausible, altamente improbable que coincidiera con ningún otro de la vida real.
Pues me equivoqué. Meses después de estar el libro a la venta, recibí una llamada de la editorial:
—Oye: un tal Miguel Ángel Astiz pregunta por ti.
—¿Cómo dices? Estarás de coña…
—Ya sé que suena a cachondeo, pero es la pura verdad.
Lo era. Afortunadamente para mí, el hombre no llevaba ninguna aviesa intención sino que, enterado de la coincidencia onomástica, sólo sentía curiosidad por el hecho producido y quería saber cómo era el personaje homónimo de la novela.
A mí también me intrigó la circunstancia y después de una profunda introspección puedo jurar que mi elección no había respondido a que hubiese conocido el nombre con anterioridad, ni a ningún acto fallido que diría Freud, ni a otras oscuras o recónditas motivaciones, sino simplemente a la casualidad.
Intrigado, no obstante por el caso, me puse a bucear por Internet, que es esa especie de santo Grial laico al que todos acudimos hoy día en busca de iluminación. Para mi mayúscula sorpresa, encontré cinco personas con el mismo nombre: un importante ingeniero de puentes, un periodista navarro ya fallecido, un auditor del Tribunal de Cuentas vasco, un arquitecto y hasta un campeón de bochas, que ni siquiera sé lo que es.
Estupefacto, me atreví a introducir mi propio nombre en el buscador informático. Ni les cuento la cantidad de Enrique Arias que hallé: de manifestarnos todos a la vez coparíamos la Plaza.
A partir de ese momento he experimentado una obligada cura de humildad. No soy nadie especial, me he dicho, sino alguien intercambiable, tanto, que ya temo recibir alguna multa de tráfico, citación judicial o embargo que a lo mejor es para otro pero, dado que todos nos llamamos igual, a lo peor me cae a mí.

lunes, 21 de junio de 2010

Asesores y Diputaciones

La austeridad consiste, según nuestros políticos, en apretar el cinturón de los demás.

Por eso, los primeros recortes de Rodríguez Zapatero han provenido de congelar las pensiones, rebajar el salario de los funcionarios, reducir el gasto farmacéutico y recortar prestaciones de la Ley de Dependencia. Luego, para asear la faena —dicho sea en términos taurinos— los altos cargos de la Administración también se han bajado el sueldo.

Esa reducción de deuda pública está muy bien”, le han dicho sus colegas europeos a nuestra vicepresidente económica, Elena Salgado, “pero a los 11.000 millones de ahorro hay que añadir otros 8.000 más”. ¿De dónde sacarlos?: de las Comunidades Autónomas y los Ayuntamientos.

Los números no engañan. De ser cierto el recorte —que está por ver—, a la Comunidad Valenciana le corresponderían unos 550 millones. En un brillante juego de prestidigitación, Gerardo Camps anunció que rebañaría 305 millones de los presupuestos de 2010 por diversos conceptos. ¿Es creíble la promesa? Al menos, resulta de difícil cumplimiento en un Consell que durante el primer trimestre de este año ha incrementado su deuda un 16,2 por ciento, hasta llegar al 15,1% del PIB, y que considera secretos cuantiosos gastos públicos, incluido lo cobrado de CACSA por Santiago Calatrava.

Luego, al menos sobre el papel, las cuentas acaban siempre por cuadrar gracias a hábiles artificios contables que no cuestiona la Sindicatura de Cuentas. En este mundo cruel, ningún organismo fiscalizador pone en duda nada de nada. Así se pudieron camuflar los déficits de Grecia y Hungría, lo mismo que Arthur Andersen dijo que Enron iba como una moto días antes de su quiebra y que Price Waterhouse dio por bueno el balance de Banesto la misma víspera de su intervención por el Banco de España.

O sea, que no debemos fiarnos.

Pero, ¿existen o no existen sitios de dónde ahorrar?

De creer a algunos estudios rigurosos, sólo con eliminar la duplicidad administrativa que conlleva el Estado de las autonomías se ahorrarían 24.000 millones; es decir, el 2,4% del PIB nacional: más del doble de lo prometido por Zapatero a la UE.

A la modesta escala de nuestra Comunidad, tenemos 37 empresas públicas en los presupuestos —y probablemente otro centenar fuera de ellos—, onerosas y prescindibles en la mayoría de los casos. ¿Es admisible, por ejemplo, el coste de Canal Nou, tan disparado como el de cualquiera de las otras 25 televisiones públicas existentes en España? Sólo Castilla y León no tiene un canal de titularidad pública, con el ahorro que ello supone.

Pero hay más. ¿Resulta lógico que los ayuntamientos de las tres capitales provinciales y sus respectivas diputaciones empleen 294 asesores con un coste de 12,2 millones anuales? ¿Tan poco preparados están los políticos electos? ¿Tan incompetentes se muestran los miles de funcionarios que han tenido que superar una oposición? Sólo con prescindir de los contratados a dedo —políticos sin oficio ni beneficio, familiares y paniaguados— nos evitaríamos tener que sacar ese dinero de otro sitio.

Hablando de diputaciones, ¿son imprescindibles éstas en la organización administrativa de hoy día? Los grandes municipios no las necesitan, y los pequeños, si se agrupasen y compartieran servicios —como propone el conseller Rafael Blasco—, también podrían prescindir de ellos y del derroche que conllevan.

Ya ven, pues, que hay mucha tela que cortar y que, dado lo exiguo de este espacio, habrá que seguir haciéndolo otro día.

domingo, 20 de junio de 2010

Pluralismo informativo

Nunca como ahora, desde que uno tiene memoria, los medios de comunicación han sido tan partidistas. Visto desde el lado positivo, se puede presumir de pluralidad informativa. Desde un punto de vista opuesto, es que en vez de información hoy recibimos adoctrinamiento.

El creciente fenómeno se produce en todos los soportes mediáticos. Los últimos canales televisivos, por ejemplo, ocupan los extremos del arco ideológico: por un lado, La Sexta y Canal Cuatro; por otro, Intereconomía y Libertad Digital. Eso, en principio, no es ni bueno ni malo; simplemente es.

Y no digamos de la prensa escrita, con los dos diarios más jóvenes también los más escorados en el espectro doctrinal: Público y La Gaceta. El mayor inconveniente de esta realidad es que los lectores exclusivos de un medio —u oyentes de una única emisora o espectadores de una sola cadena de televisión— tienen la percepción de vivir en un país distinto del de su vecino, lo cual, si no se corrige a tiempo mediante una mayor diversificación de fuentes informativas, puede llevarles desde la paranoia hasta la confrontación vecinal.

Esa situación esquizofrénica la acrecienta la proliferación de medios digitales, unos de su padre y otros de su madre, como es legítimo. Y no hablemos de las televisiones públicas, más pendientes en general de la consignas del Gobierno autonómico de turno que de las noticias en sí mismas: si alguien quiere enterarse de lo que sucede en su Comunidad, la que fuere, más le vale conectar un canal geográficamente bien distante.

Lo más curioso es que estos hechos están ahí, ante nuestros ojos, pero los periodistas jamás nos atrevemos a reflexionar públicamente sobre ellos.

viernes, 18 de junio de 2010

Todo se retrasa

Lo último es que las obras al acceso norte por el Helmántico aún siguen sin estar licitadas. Y el asunto no tiene visos de tirar hacia delante tras la fallida de la empresa adjudicataria. Lo mismo le sucede al tramo fronterizo de la N-620. Y hasta al acceso sur, junto al cuartel de la Guardia Civil.

Todo lo que no se haya realizado en su día corre el riesgo, como se ve, de quedar pendiente hasta el día del Juicio Final.
Y es que ahora no hay un duro, claro. Pero cuando todavía lo había, las cosas tampoco se hicieron en los plazos previstos debido a la incuria de las autoridades, a los erráticos cambios de criterio de los responsables políticos y a la demagogia de las promesas electorales. ¿Se acuerdan de que el non nato Centro de Recepción de Turistas estaba previsto inicialmente para 2002? ¿Y qué ha pasado con el de la Memoria Histórica, con cuatro años de retraso y los que aún le caerán encima? ¿Y el Museo de Arquitectura? ¿Y el Parador de Béjar?
Todos ellos, claro, son casos diferentes, con responsables distintos y con disculpas variadas: desde cambios de ubicación de las obras hasta modificación de los proyectos, pasando por sobrecostes, suspensiones de pagos por parte de las empresas adjudicatarias,… Pero su común denominador es el mismo: retraso por irresponsable dejadez de los poderes públicos.
Bueno, pues atémonos los machos, porque lo que no se haya hecho hasta ahora puede tardar más de una década en realizarse, así de mal están las cosas.
Y a nivel municipal ni les cuento. El ex ministro del PP Manuel Pimentel lo advertía el otro día en una entrevista en el periódico O Xornal: “En los ayuntamientos habrá un desbarajuste financiero a corto plazo”. ¡Vaya por Dios! Otro que también lo ha dicho alto y claro es el conseller valenciano Rafael Blasco, al abogar por fusionar o suprimir ayuntamientos, como ha hecho Grecia, para así ahorrarnos dinero y mantener las prestaciones.
Claro que, por mal que estemos en Salamanca, si nos uniésemos a Madrid acabaríamos en la quiebra y de hacerlo con Barcelona nos convertiríamos en la capital de las putas, okupas y drogatas. O sea, que mejor nos quedamos como estamos.

jueves, 17 de junio de 2010

Historias sobre la libertad de expresión

(Este breve ensayo fue publicado en la revista de pensamiento "Papeles del Novelty", nº 19, de Salamanca, en junio de 2010)
¿Quién quiere que exista libertad de expresión? ¿Y de información?
En principio, todo el mundo, se supone. Cualquiera a quien se formule esa pregunta en nuestro país dirá que sí, que él quiere que haya libertad de información. Luego, la realidad es muy otra. Luego, todos queremos enterarnos de lo que les sucede a los demás, tener todos los datos posibles sobre temas que ni siquiera nos afectan o nos interesan muchos de ellos. En cambio, que los demás obtengan información sobre nosotros, en cuestiones que deberían ser de libre acceso, que no se refieren al ámbito privado de nuestra intimidad, no está tan claro.
Cualquier director de un medio de comunicación o cualquier redactor de a pie ha experimentado en sus carnes la presión para no publicar una u otra noticia. Las razones que esgrimen quienes presionan son muy variadas; algunas de ellas, incluso, plausibles. A veces, envueltas en argumentos éticos, o de conveniencia política, o de solidaridad, o de cualquier otra mandanga, bien adobada, eso sí.
No está tan claro, por consiguiente, que todos deseemos y defendamos como debiéramos la libertad de información. Supongo, y esbozo aquí una hipótesis que he expuesto en otros sitios, que esa situación arranca del propio origen histórico de la prensa en Europa. Ésta ha tenido desde siempre una vocación ideológica, orientativa, de creación de la opinión pública. Eso explica su vinculación tradicional a los partidos políticos y la profusión histórica de tantas cabeceras como grupos ideológicos estaban dispuestos a apoyarlas.
En Estados Unidos, en cambio, la prensa, primero, y los demás medios de comunicación, después, han tenido desde sus orígenes una vocación informativa, de comunicación de hechos y de sucesos muy variados que sirviesen al ciudadano para desenvolverse mejor en su vida cotidiana. Por eso, en Estados Unidos la información circula con menos cortapisas que en Europa y, por consiguiente, que en España
La hipótesis aquí esbozada es una simplificación, por supuesto; pero tampoco pretende ser esto un ensayo erudito, sino que trata de agavillar algunas reflexiones al hilo de recuerdos concretos y de acontecimientos puntuales. Es obvio que también ha habido grandes manipuladores de la prensa estadounidense, propietarios de medios de comunicación que los han manejado a su antojo, sin ningún pudor, al dictado de su conveniencia personal. Sin ir más lejos, ahí tenemos a Randolf William Hearst, el conocido magnate que llegó a provocar la guerra hispano-norteamericana tras el confuso hundimiento del acorazado Maine, simplemente para vender más periódicos, y al que tan brillantemente caricaturizaría después Orson Welles en su Ciudadano Kane. Pero ése, repito, no es el tema a tratar. Al menos en este momento.
Lo cierto es que los editores anglosajones, en general, y los norteamericanos, en particular, presumen de no interferir en absoluto ni en la línea editorial ni en la informativa de sus medios. La prueba del nueve de esta afirmación, como se decía antes, o la del algodón, que dicen los más modernos, la obtuve cuando la gestación de la televisión privada en España, en 1989. En aquel entonces, el Grupo Zeta, donde yo trabajaba como director general de publicaciones, preparó un proyecto llamado Univisión Canal 1, que no logró una de las tres adjudicaciones administrativas que otorgó el gobierno de Felipe González.
El socio internacional de gran ringorrango en aquel proyecto era Rupert Murdoch, el empresario estadounidense de origen australiano propietario, entre otras muchas empresas de comunicación, de Fox Televisión, de Sky News, de Twenty Century Fox y del diario británico The Times. Coincidiendo con su participación en Univisión, Murdoch había entrado también como socio de Antonio Asensio en el capital de Grupo Zeta, que presidía este último. Aquel hecho era un notición, sin duda, que dimos con gran despliegue en todos los medios informativos de nuestro grupo y del que, con menos alarde, como resultaba lógico, también se hicieron eco los demás medios del país.
A mí me pareció insuficiente. Pensé que aquélla era una noticia merecedora de aparecer en The Times y que ello redundaría, además, en beneficio de la imagen de Grupo Zeta dentro de España y fuera de ella. Así que, ni corto ni perezoso, abordé a Murdoch, un hombre con rictus constante de afección estomacal:
--Supongo que The Times dará la noticia de su participación en Grupo Zeta.
--No lo sé –respondió escuetamente el gran hombre.
--¿No lo sabe?
--No, porque el director de The Times es libre para publicar o no lo que él crea conveniente.
Como cabía prever, allí se acabó la historia. The Times jamás dio una línea sobre aquel asunto.
En contraste con la aparente asepsia anglosajona en temas informativos y con la pretendida ausencia de intervención en el sector de la comunicación tanto por parte de los poderes públicos como de los privados, Antonio Asensio fue llamado a La Moncloa poco después de haber sido desestimado su proyecto televisivo. Le recibió Rosa Conde, ministra portavoz del Gobierno:
--Lo siento, Antonio, pero no había concesiones suficientes para todo el mundo.
--Ya, pero al único al que le habéis dado con la puerta en las narices es a mí.
--No digas eso, hombre.
--¿No? ¿Pues cómo quieres que lo diga? –replicó un Asensio lógicamente enfadado.
--Nosotros contamos contigo, ya lo sabes, pero quizás no llevabas los socios adecuados –arguyó la ministra, en una velada alusión a Mario Conde, participante también en el accionariado de Univisión.
--Ya. Vosotros tenéis una bonita manera de contar con uno...
--Todo tiene arreglo.
--¡Pues ya me dirás cómo se puede arreglar una vez atribuidas las concesiones!
--Nosotros queremos que tú entres en alguno de los tres proyectos aprobados. Pero tú solo, sin esos socios que llevas.
--Y eso, ¿cómo se come?
--Bueno. Ya hemos hablado con Telecinco y se te haría un hueco en su capital. Un hueco minoritario, eso sí. No hemos podido avanzar más.
--¿Eso es todo lo que tienes que decirme?
--¡Te parecerá poco! ¿Qué me contestas?
--Lo pensaré.
Antonio Asensio ya lo había pensado. Y su respuesta era no.
Hombre leal a sus amigos y a sus socios, ni por un instante se le había ocurrido dejar a éstos en la estacada. Además, para él estaba claro que el mismo Gobierno que le había puesto la proa, que le había ninguneado y que le había impedido acceder a la televisión privada, quería ahora contentarle con unas migajas y tenerle así sometido a su control, en vez de permitirle campar libremente por sus respetos.
Éste es un ejemplo muy extremo de la intromisión gubernamental en los medios de información. Pero la intervención administrativa en temas de comunicación, efectuada de una u otra manera, sigue siendo habitual.
También a escala individual, hasta los más demócratas no se resisten a la tentación de que la información esté a su servicio y no al del conjunto de los ciudadanos. Algunos, por ejemplo, confunden el género de la entrevista informativa con el de un comunicado de prensa, en el que ellos pueden decir unidireccionalmente lo que quieren, en vez de someterse al riesgo dialéctico de la réplica, de la contra pregunta, de la información no verbal que sin darse cuenta ofrecen los entrevistados y de la valoración personal que sobre sus respuestas pueda hacer el periodista.
Un prematuro ejemplo fehaciente de todo ello lo obtuve en Argel, donde fui el primer periodista español que entrevistó a Mario Soares tras haber sido nombrado éste ministro de Asuntos Exteriores de Portugal después de la llamada Revolución de los claveles, en 1973. Soares estaba allí negociando la independencia de Angola con los guerrilleros del MPAIAC, cuya delegación presidía Marcelino Dos Santos. Receloso ante un periodista que ejercía su profesión bajo el régimen franquista, el dirigente socialista portugués me recibió con una arrogante cautela:
--¿Y por qué le interesa a usted todo esto?
--Bueno, no me atrae especialmente lo de las colonias africanas, sino todo lo que pasa en su país. Ya sabe: nosotros esperamos que España tome el mismo rumbo democrático de Portugal y, además, hay muchas cosas comunes entre los dos países. Por ejemplo: el vigente Pacto Ibérico de ayuda mutua que firmaron en su día los dictadores Franco y Salazar.
--Bien, bien –dijo el hombre, ya más relajado, pero sin bajarse de su peana de desdeñosa arrogancia-- ¿Y en qué idioma quiere que hagamos la entrevista?
--Yo...
--Puedo hacerla en el idioma que usted quiera: español, francés, inglés,...
--Elija usted –dije, picado en mi amor propio por aquel envanecimiento, aunque yo nunca he pasado de chapurrear indignamente cualquier lengua que no sea el castellano—, pero creo que nos puede salir muy bien si seguimos como hasta ahora: usted hablando en portugués y yo preguntándole en español.
Así lo hicimos. Pero, en su desconfianza, Soares se interrumpía a cada instante para dictarme como en un parvulario:
--A ver, ponga ahí un punto y aparte. A continuación escriba lo siguiente, y preste atención.
Aquel comportamiento modificó la imagen previa que yo tenía del político portugués recientemente llegado del exilio. Eso me enseñó que mejor haríamos todos si dejáramos previamente en el armario aquellos apriorismos y prejuicios con los que, inevitablemente, nos acercamos al sujeto que vamos a entrevistar. No mucho tiempo antes yo había hecho mi primera entrevista profesional, cuando trabajaba en Radio Nacional de España. El personaje era Salvador Dalí. Impresionado por la fama del pintor y por su presunto carácter neurótico y estrafalario, acudí tan nervioso a la cita que durante un largo rato no acerté a poner en marcha la grabadora. Cuanto más tiempo pasaba, con Dalí pacientemente mirando mi inútil manipulación del aparato, más nervioso me ponía yo.
--¿Ocurre algo? –me preguntó, finalmente.
--Es que yo... No sé... Este aparato... Es la primera vez que lo uso...
--Déjeme ver a mí –me pidió el hombre y cogió la grabadora de mis manos.
--A lo mejor está estropeada –balbucí.
--No, no creo. Mire, ya funciona –dijo al cabo de un instante.
--Mu... Muchas gracias –atiné a contestar.
--Ya puede comentar usted a todo el mundo –me dijo el pintor, contento como un chiquillo por su acierto mecánico –que Salvador Dalí sirve al menos para arreglar magnetófonos.
La entrevista resultó placentera, y el personaje, sencillo y amable como jamás hubiera imaginado, ha sido uno de los más agradables que me haya encontrado en mi vida.
Mi encuentro con Soares en Argelia no había sido mi primera visita a aquel país. En realidad, desde Barcelona hay menos distancia en línea recta a Argel que a la mitad de las capitales españolas de provincia. Así que no ve fue muy difícil convencer a Josep Pernau, director entonces de Diario de Barcelona, de la conveniencia de hacer aquel viaje para conseguir la entrevista con el dirigente político portugués, pese a la siempre precaria situación económica del periódico que acabaría cerrando años más tarde. En mi estancia anterior, unos meses antes, había logrado acreditarme en la Conferencia de Países No Alineados que se celebraba allí, como enviado especial de TeleXprés, otro de los muchos diarios lamentablemente desaparecidos con el paso del tiempo.
Lo de los no-alineados había sido un invento colectivo del indonesio Sukarno, del indio Nehru, del egipcio Nasser y del yugoslavo Tito en 1956. Se trataba de que los países emergentes practicasen una especie de ejercicio activo de neutralidad política entre los dos grandes bloques existentes: Este y Oeste, Capitalismo y Comunismo, Primer Mundo y Segundo Mundo. El proceso descolonizador en los años posteriores a aquella fecha fundacional aumentó considerablemente la nómina de los países del Tercer Mundo y aquel encuentro de Argel en 1973 era una especie de fantástica convención de líderes mundiales. Allí estaban Indira Gandhi, la hija del pandit Nehru, asesinada años después; Anuar El Gadafi, joven y arrogante militar libio con aire de nómada del desierto y cuyas intervenciones resultaban como amenas charlas a la sombra de la haifa; Habib Burguiba, el padre de la patria tunecina, ya envejecido, de verbo pastoso e insufrible autocomplacencia, y muchos otros más.
Nunca había visto tanto personaje histórico junto. Ni tan de cerca. Para alguien tan ingenuo y tan poco baqueteado como yo, a medida que me aproximaba a ellos, aquellos mitos vivientes iban perdiendo la aureola de misterio y superioridad y empezaban a tomar humildes formas mortales. En aquel ambiente, quien no tuviese una biografía mítica pasaba totalmente inadvertido. En uno de los constantes desplazamientos en autobús de una ponencia cualquiera a una asamblea general o viceversa, llevaba sentado a mi lado a un joven que se identificó como periodista rwandés:
--¿Vendrá usted mañana a la conferencia de prensa del coronel Micombero?
--¿De quién?
--Del presidente de mi país. Todavía no es muy conocido, porque su golpe de estado aún es reciente.
Le fui brutalmente sincero:
--Mañana, como cada día, hay una veintena de conferencias de prensa. Dudo mucho que a nadie le interese la de su presidente. A mí, no.
Tiempo después, me enteré en algún sitio, seguramente por haberlo leído en la prensa, de que al coronel Micombero lo había derribado otro golpe de estado.
Una de las figuras más populares de aquel encuentro internacional de primer nivel era el incombustible Fidel Castro. La víspera de concluir la cumbre nadie había conseguido entrevistar a aquel caudillo inaccesible. En el receso de una de las sesiones, Castro abandonó el recinto donde éstas se celebraban, atravesando un pasillo flanqueado por soldados y llevando tras él un séquito de colaboradores y escoltas. Hablaba yo en aquel momento con el reportero televisivo Miguel de la Quadra-Salcedo, quien ya no era el joven campeón de España de lanzamiento de disco y de jabalina que había sido, y a quien aún le faltaban muchos años para ser el hombre-marca de La Ruta Quetzal. Al aparecer Fidel Castro, De la Quadra-Salcedo me dejó de hacer caso inmediatamente y saltó hacia el dirigente cubano entre dos guardias, antes de que éstos pudieran reaccionar:
--Comandante, comandante –se puso a gritar, --aquí el corresponsal de Televisión Española –lo cual, dicho sea de paso, era cierto.
--Sí, compañero –le respondió el dictador cubano, vestido de verde olivo, al tiempo que le inmovilizaba con un enorme abrazo que no se sabía si era de afectuosidad o de autodefensa. Probablemente, de las dos clases. Con el brazo libre hizo un gesto a su escolta que quería decir que todo estaba en orden.
--Desearía que me concediese una entrevista –le dijo el periodista.
--¿Estás seguro, chico?
--Por supuesto, comandante. Iríamos a hacérsela el cámara y yo.
--Vale, queda con éstos –señaló tras él — y mañana haremos la entrevista.
Se hizo.
La mayoría de los periodistas españoles que allí estábamos regresaba a casa al día siguiente: José Luis Balbín, ya entonces uncido a su inevitable pipa; Antonio Caballero, un colombiano de fino idioma que trabajaba para Cambio 16; Alberto Míguez, que nos sacaba a los demás varias cabezas de experiencia profesional y que llevaba escritos varios libros, entre ellos una sucinta pero ajustada biografía de Jean Paul Sartre, y Cuco Cerecedo.
Cerecedo era un caso aparte. Involucrado en el destino de las naciones emergentes, había tenido rocambolescas experiencias en varios países africanos, recogida alguna de las cuales en la revista revolucionaria AfricAsia, de la que había llegado a ser corresponsal volante. A diferencia de los demás enviados especiales, que nos albergábamos en barracones militares acondicionados para aquella ocasión, él se hospedaba en el domicilio de la viuda de Franz Fanon, quien había escrito un famoso libro, Los condenados de la tierra, que en su momento fue una especie de Biblia para los intelectuales de todo el mundo que luchaban contra el neocolonialismo.
Cuco se movía por Argelia con la misma soltura con que otros lo hacen por el comedor de su casa. Vividor y simpático, escritor de fácil pluma y muchos amigos, amante de la aventura y asediado por las mujeres, Francisco (Cuco) Cerecedo murió prematuramente. En memoria suya, y con buen criterio, la Asociación de Periodistas Extranjeros que animó durante muchos años Miguel Ángel Aguilar ha creado un premio de periodismo que lleva su nombre.
A los cinco años de aquella historia, pretendí que Cerecedo colaborase con una revista de efímera vida que yo llevaba en Barcelona: Primera Plana. Llegado el día del cierre de un número determinado, no había conseguido que Cuco me enviase desde Madrid, donde estaba viviendo, el artículo pedido, así que tomé una decisión drástica:
--¡Coge un avión a Barcelona y ven a escribir el artículo en la redacción!
--¿Quién me paga el viaje?
--La revista, por supuesto.
--¿Y el hotel? Porque no tendré tiempo de acabarlo para poder regresar en el mismo día.
--Bueno... Bueno –me fastidié--. También te pagaremos el hotel.
--Ahora mismo voy.
Y colgó.
Era mediodía. Tres horas después estaba en la redacción. Se dirigió hacia una máquina de escribir que estaba desocupada y comenzó a redactar el tema encargado con aquella facilidad que él tenía. Yo estaba feliz. Radiante.
No habían pasado ni cinco minutos desde la llegada de Cuco cuando llamaron a la puerta de la redacción. Era una chica guapísima. Esbelta. De movimientos cadenciosos.
--¿Está Cuco? --preguntó.
Él se levantó para darle una calurosa bienvenida.
--¡Eso sí que no Cuco! ¡Por tu madre que acabas el artículo antes de besar a nadie y de irte con ella por ahí! ¡Por eso sí que no paso!
En un par de horas estuvo listo el reportaje y Cuco y la chica desaparecieron como por ensalmo. Lo que no tuve tiempo de hacer fue cancelar la reserva del hotel.
Ése era Cuco Cerecedo. Al menos, tal como yo lo recuerdo. El hombre que conocí en Argel y que los argelinos consideraban como uno de los suyos.
Al acabar la Cumbre de Países No Alineados, Miguel de la Quadra-Salcedo se quedó unos días más en el país, para tratar de hacer algún reportaje más.
--¿Y la entrevista a Fidel Castro? –le pregunté.
--Aquí está –me dijo, mostrándome unas bobinas enlatadas.
Me miró por unos instantes:
--¿Te importaría llevarlas, ya que tú pasas antes por Madrid, para que así las vayan procesando en televisión?
--No me importa en absoluto.
Me fui muy satisfecho, en la creencia de que estaba colaborando modestamente en la emisión de una exclusiva. Años después me enteré de que la entrevista jamás fue emitida. Ignoro por qué: por razones políticas, por conveniencia diplomática del momento, por juego de intereses... Yo no la había visto, por supuesto. Lo único que sabía era que un reportero se había jugado el tipo por hacerla y que si hubiesen sido más rápidos que él aquellos guardaespaldas que ya habían echado mano a su cintura De la Quadra-Salcedo no hubiese podido contarlo. Todo eso, para que alguien, muy lejos de allí, sentado en un tranquilo despacho, hubiese decidido sencillamente que aquello no valía la pena de ser difundido.
Algo de eso me vino in mente casi veinte años más tarde, viendo en TVE una entrevista que le hizo al dictador en La Habana Rosa María Mateos. Imagino que algo tan políticamente correcto como aquello difería como la noche del día de la non nata entrevista realizada por Miguel De la Quadra-Salcedo en Argel en 1973.
Lo de Argel había ocurrido en el mes de septiembre. Justo en los mismos días del golpe de estado en Chile de Augusto Pinochet contra Salvador Allende. Uno era un progre en aquella época y lo siguió siendo durante muchos años después. Supongo que por eso estaba lleno de prejuicios contra los Estados Unidos, a quienes los progresistas del mundo entero culpábamos de todos los males pasados, presentes y futuros de la humanidad. Tampoco, por eso mismo, había tenido ningún interés en viajar a Estados Unidos, imbuido de esa suficiencia con la que el ignorante desprecia cuanto ignora, que dice el conocido verso de Antonio Machado.
Sólo al cesar en 1988 de la dirección de El Periódico de Catalunya, a la que había accedido cuatro años antes, le manifesté a la empresa mi intención de viajar por los Estados Unidos antes de incorporarme en Madrid a la Dirección General de Publicaciones, que era lo que me había propuesto:
--Hay unas visitas que organiza el departamento de Estado norteamericano para enseñar el país –argumenté--. Podría conocer cómo funcionan allí las empresas periodísticas, qué revistas son las que tienen más futuro,... ¡Y la televisión! –añadí, en un rapto de inspiración –Nos conviene saber cómo funcionan las cadenas de televisión ante una eventual concesión de canales privados en España.
José Luis Erviti, vicepresidente del Grupo Zeta, magnífico amigo y compañero de innumerables fatigas periodísticas, se encargó de gestionar la gira a través de la embajada norteamericana. Ésta organizaba, y continúa organizando, visitas de aquellas personas a quienes considera líderes de opinión, es decir, políticos, periodistas, catedráticos, sindicalistas,... para enseñarles cuestiones relativas a su especialidad, al tiempo que les imbuye del American way of life.
No sé qué habrá pasado en otros casos. En el mío, el viaje, organizado por la Agencia de Información de los Estados Unidos, fue todo un éxito. Para mí y, por supuesto, para el objetivo de sus organizadores. Entonces comprendí a aquel país y a sus gentes y desde aquel momento me he sentido identificado con ellas. Desde entonces, también, he viajado a los Estados Unidos tantas veces como he podido. Es más, entre octubre de 1996 y agosto de 1997 me trasladé a vivir a Nueva York, siguiendo un hondo impulso, o un capricho, o una necesidad, no lo sé muy bien.
Durante el viaje de 1988 crucé el país de costa a costa, escoltado por una guía paciente y eficaz, Nancy Hartzenbusch, de igual apellido que nuestro poeta romántico, esposa de un reportero de la Associated Press a quien me presentaría años después y buena conocedora por ello de la mentalidad, de la curiosidad y hasta de las manías de los periodistas.
A los norteamericanos, el que la gente quiera saber les parece lo más natural del mundo. Así es que están preparados para cualquier pregunta posible y para dar la respuesta más adecuada a lo que se les pregunte o, en su caso, la más conveniente.
Me lo explicó en el Departamento de Estado Ron Browne, que era el director de investigación del departamento:
--A partir de las 6 de la mañana empezamos a preparar la rueda de prensa que luego da el Secretario de Estado a las 9 en punto.
--¿Y cómo lo hacéis?
--Repasamos la prensa más importante del país y del mundo, vemos cuáles son sus preocupaciones, los puntos calientes de los que tratan, las cuestiones que interesan a los periodistas...
--¿Pero cómo sabéis lo que van a preguntar?
--Hay que anticiparse a todas las preguntas probables. A veces procesamos más de un centenar de cuestiones posibles.
--¿Y no se os escapa ninguna? ¿No suele haber algún periodista que se salga por los cerros de Úbeda?
--Es muy improbable. Todo tiene una lógica que, bien analizada, puede procesarse previamente.
--¿Pero en ese caso improbable que te comentaba...?
--Ya sabes: para eso se ha inventado el "non comment", o "no es éste el momento para hablar de ello" o, sencillamente, "comentaremos ese asunto un poco más tarde". Pero nuestra obligación es que el Secretario de Estado conozca todo para no dejar ningún tema sin respuesta.
Si ésa es la preparación con la que los políticos llegan a las ruedas de prensa, alimentados informativamente por equipos de profesionales competentes y madrugadores que procuran que no se les escape nada, no menos preparados van los aguerridos periodistas, avezados en esos menesteres y con una experiencia varias veces superior a la de sus presuntos antagonistas, digámoslo así.
Lo comprobé tres días más tarde en la Casa Blanca, en una rueda de prensa con el portavoz de Ronald Reagan. Nada más aparecer aquél en el estrado, empezó a ser increpado por los periodistas más veteranos:
--Bob, no pretenderás embaucarnos hoy con las mandangas de siempre...
--Tengo preparado un comunicado presidencial... –comenzó a explicar el portavoz.
--¡Ya estamos con los comunicados! –gritó uno.
--¡No intentes salirte por la tangente! –añadió otro.
El sudoroso portavoz intentaba sin éxito hacerse oír por encima de la algarabía:
--Yo...
Apenas si oí, o conseguí entender, algo más de lo que allí se decía, al hablar simultáneamente una serie de periodistas, muchos de ellos en movimiento hacia sus asientos respectivos, pasando inequívocamente de los bienintencionados esfuerzos del portavoz.
Y es que los informadores estadounidenses tienen vocación de fiscales públicos, de interrogadores en representación de unos ciudadanos que no tienen la posibilidad de ellos para acceder cotidianamente a sus políticos. En Estados Unidos, además, los periodistas de a pie, los reporteros que acuden a las ruedas de prensa o cubren conflictos bélicos in situ, no suelen ser, como ocurre por estos pagos, becarios recién licenciados o a punto de serlo. Allí, la veteranía, la edad, la experiencia, suponen un grado más importante que el rango funcional en el escalafón del medio de comunicación de que se trate. Eso se aprecia hasta en detalles simbólicamente formales, como la ocupación de asientos de los habituales cronistas políticos, sea en el Congreso, en la Casa Blanca o donde fuera. ¡Ay de quien se atreva a ocupar el lugar reservado a otro, aunque éste se halle ausente ese día!
Si los periodistas creen en el sagrado derecho a la información reconocido en la Constitución, la sociedad norteamericana en su conjunto coincide con ellos. Relataré un par de casos, para mí singulares, que en su momento me ilustraron fehacientemente de la diferencia entre hacer información en Estados Unidos y hacerlo en España.
Uno fue mi visita al Pentágono. Estoy hablando de 1988, trece años antes del vesánico ataque a aquella sede militar de Al Qaeda con un avión suicida que dejó un montón de muertos.
Mi primera sorpresa fue la llegada en Metro hasta el centro neurálgico del ejército norteamericano. Bien mirado, resulta lógico que un lugar con tantos empleados facilite el acceso de éstos a su lugar de trabajo. La única medida de seguridad allí existente era la presencia de policías en todos los accesos al recinto. Pero nada más. Como si se tratase del Citibank o de la terminal de Alitalia en el aeropuerto John F. Kennedy.
Mi presencia allí se debía, simplemente, a la curiosidad. Era la época de La Guerra de las Galaxias, el controvertido plan bélico de Ronald Reagan, aquella especie de escudo antimisiles para proteger al territorio norteamericano de un eventual ataque nuclear soviético que acabaría por desaparecer tras la caída del muro de Berlín. Yo, como periodista extranjero, había pedido conocer de qué iba el asunto. En el Pentágono me esperaban el mayor Alan R. Freitag y un consejero civil del Gobierno, el doctor David Martin, que fue quien llevó toda la para mí ininteligible explicación de tan complejo tema. Ante mi rostro de concentrado esfuerzo, el doctor Martin se interrumpió durante un momento:
--¿Está entendiendo usted algo de lo que le digo?
--Sí, sí, comprendo su idioma –le dije, azorado--, lo que me cuesta más es comprender exactamente de qué me está hablando.
A lo largo de la conversación, me explicaron que el principal laboratorio dedicado al tema de aceleración de partículas, base del programa de Reagan, se encontraba en Libermore, al lado mismo de la Universidad californiana de Berkley.
--Yo voy a estar en California el mes que viene, en un curso de la Universidad de Stanford –les dije, aliviado--. ¿Podría acercarme por el laboratorio y ver allí mismo todo esto de lo que estamos hablando ahora?
Sospechaba que me iban a mandar a hacer gárgaras, que era lo lógico. En vez de eso, el mayor Freitag, amablemente, me respondió:
--¡Qué bien! Pégueme un telefonazo cuando usted esté por allí y yo avisaré al laboratorio para que le dejen pasar.
Dicho y hecho. Aunque parezca mentira, para conseguir penetrar en uno de los arcanos tecnológicos del ejército norteamericano bastó una simple llamada de teléfono de costa a costa un mes después de haber pasado un breve rato charlando con un militar en el Pentágono.
--¡Ah, mister Arias Vega! ¡Claro que me acuerdo de usted! ¿Qué día y a qué hora quiere ir a Libermore?
Allí, en un desangelado laboratorio, un abnegado funcionario me dio a mí solo todo tipo de complejas explicaciones, me enseñó planos y fotografías, me mostró un enorme e inquietante tubo semejante a las fantasías cinematográficas de George Lukas –el famoso acelerador de partículas, que sigo sin saber de qué va— y me inundó de papeles, creyendo, seguramente, que se hallaba ante un periodista especializado que expondría luego a sus interesados lectores una espléndida explicación propagandística del tema.
Aquel acontecimiento sirvió para ilustrarme sobre la confianza y hasta la ingenuidad del sector público estadounidense, capaz de mostrar sus interioridades al primer indocumentado que pasase por allí. Nueve años después tuve la oportunidad de comprobar algo semejante con relación al sector privado.
Entonces vivía ya en la esquina de la calle 36 con Park Avenue, en el centro mismo de Manhattan, y colaboraba con varias publicaciones para ganarme la vida o, más exactamente, para pagarme el capricho de estar viviendo en Nueva York. Por aquellos días se había producido la fusión de la Boeing con la McDonald Douglas, formándose el mayor gigante de la historia aeronáutica norteamericana. Yo acababa de escribir sobre el tema para el semanario Dinero, que dirigía con singular talento Marisa Navas. Se lo había ofrecido también a El Correo Español-El Pueblo Vasco, de Bilbao, desde donde me llamaron días más tarde:
--Oye –me dijeron--, tendríamos que tocar el tema de la macrofusión aeronáutica.
--Bien; pero la noticia se ha producido hace ya algunos días, así que habría que darle un enfoque más intemporal.
--Lo tenemos todo pensado. Se trata de que hagas un extenso análisis comparativo entre la nueva Boeing y el Airbus europeo para las páginas del domingo. Ya sabes: qué modelos está preparando la Boeing para el futuro, cuáles son las diferencias con los proyectos de Airbus... O sea, un tratamiento de futuro, y sobre todo comparativo entre una empresa y otra, más que sobre lo que ya ha sucedido.
--Vale, vale –respondí, nada convencido.
Comencé la tarea por el principio. Hallé el teléfono de la sede de la Boeing en Seattle, al otro lado del país, y conseguí que me pusieran con su gabinete de prensa:
--Soy un periodista español –expliqué— y necesito saber qué proyectos de futuro tiene vuestra empresa, una vez fusionada con la McDonald Douglas.
Si en vez de ser una compañía norteamericana se hubiese tratado de una empresa española, habrían sucedido cronológicamente las siguientes cosas. Primera: convencimiento de que el que había telefoneado era un loco o un jubilado con ganas de matar el tiempo y la llamada nunca hubiese ido más allá de la centralita telefónica. Segunda: sospecha más que fundada de que quien llamaba era alguno de la competencia con el burdo propósito de enterarse de los proyectos más recónditamente secretos de la empresa y el tema hubiese recaído en los servicios jurídicos, si no en algún otro departamento aún más expeditivo. Tercera: creencia de que el interlocutor era efectivamente un periodista despistado o, más bien, absolutamente imbécil y se le hubiese mandado a la porra o se le habría dado cualquier información falsa o errónea para que fuese aprendiendo de qué va la vida.
Pero la Boeing era una sociedad norteamericana, de esas que incluso organizan visitas guiadas para los turistas que van a Seattle para ver el grunge y conocer los sótanos anegados por las inundaciones de hace sesenta años y les cuentan hasta los grados de resistencia térmica del fuselaje, así que la conversación discurrió por derroteros muy diferentes a si hubiese sido una empresa española:
--¿Desde dónde dice que llama?
--Desde Nueva York.
--Ya. Así que a usted no le vendría bien pasar por aquí para ver lo que estamos haciendo.
--Más bien, no.
--En realidad, todos los planes de expansión que tenemos aprobados o en proyecto son los mismos que había antes de la fusión. ¿A usted le interesan todos?
--¡Hombre...! Todo lo que tengan previsto para los próximos cinco años, por ejemplo. Ya sabe: modelos, tamaños, tipo de aviones, características nuevas y diferenciales respecto a la competencia...
Cuando yo ya pensaba que me iba a mandar a ese sitio que todos imaginamos, en vez de ello me contestó:
--Todo eso resulta un poco voluminoso; habría que ver cómo condensárselo. ¿Para cuándo dice que lo necesita?
Contestar a un norteamericano que las cosas se necesitan para el momento mismo no es un insulto, a diferencia de lo que suele ocurrir en nuestro país, en que las cosas importantes tardan un mes; las urgentes, quince días, y las urgentísimas, una semana. Para un estadounidense, al revés: la urgencia es síntoma de eficacia y la eficacia constituye un valor supremo. Así que contesté:
--Pues lo necesito ya.
--Bien. Deme su número de fax y lo tendrá en seguida.
Minutos después mi fax empezó a vomitar hasta 74 páginas con datos, croquis, planos y proyectos para los próximos seis años.
Merced a ejemplos como éste, yo siempre he dicho que es más fácil informar en Estados Unidos que en España. Mientras que aquí los interesados piensan que la información es algo que hay que ocultar y que se debe mentir desde al Fisco hasta a los medios de comunicación, pasando por la mujer y los amigos, en Estados Unidos se parte de que la información es un hecho social, de que la mentira es el pecado individual más grave y de que al final todo acaba sabiéndose, para más inri, con lo que la gente no suele resultar tan huidiza como aquí a la hora de proporcionar información.
Para concluir con este apartado contaré una anécdota más, aunque vuelva recurrentemente más tarde a tocar de nuevo el tema norteamericano.
La administración alemana había considerado en aquellos días que la denominada Iglesia de la Cienciología –secta a la que pertenecen famosos de Hollywood como John Travolta, Tom Cruise, Kristie Alley o Anne Archer— se dedicaba a "prácticas sin escrúpulos" y a "destruir las estructuras sociales", entre otras lindezas, por lo que había actuado contra ella. En vez de pedirle El Correo un reportaje a su corresponsal en Bonn, por ejemplo, recibí una llamada de Bilbao:
--Haznos un reportaje sobre la secta ésa, hablando con todos ellos.
"Todos" estaban en Hollywood, para empezar, y conseguir una entrevista con cualquiera de ellos llevaría meses, en el mejor de los casos. Afortunadamente, nada es imposible en Nueva York, así que me fui hasta la esquina de la calle 46 con la Sexta Avenida, a diez minutos a pie desde mi casa, para hablar con el reverendo John Carmichael, responsable de las relaciones de la secta fundada por el mediocre autor de relatos de ciencia-ficción Ron Hubbard.
En vez del recelo que esperaba, todo fueron facilidades: información, contactos, material pedagógico de la organización...
--Si quiere venir a nuestras sesiones... El próximo domingo tenemos un acto masivo en circuito cerrado de televisión con Hollywood...
Acudí al acto, que me permitió conocer a otras personas tan poco involucradas en el asunto como yo, movidas todas ellas por la curiosidad sobre una secta con ocho millones de seguidores convencidos, enriquecida con sus aportaciones, perseguida por lo dudoso de sus métodos y famosa gracias a la captación de celebridades del mundo del espectáculo, como Nicole Kidman o Chick Corea.
Con John Carmichael yo había sido rotundamente claro:
--El reportaje se debe a lo sucedido en Alemania y ya sabe que nosotros, en Europa, no somos nada favorables a este tipo de organizaciones como la suya.
--Lo sé, pero no me importa. Tampoco ignoro que en España se ha abierto un proceso judicial contra nosotros. Así que ya ve: no tenemos nada que perder. Informe, pues, con absoluta libertad.
Lo hice. No sin pensar que en España jamás habría encontrado ese tipo de facilidades. Menos aun con una empresa bajo sospecha, sometida a acciones judiciales de tipo penal y con prejuicios hacia ella, seguramente merecidos, por otra parte.

martes, 15 de junio de 2010

Sexo por Internet

La llamada fusión fría entre Bancaixa y Caja Madrid es como tener sexo por Internet. No se trata, en efecto, de una relación plena, pero, a falta de algo mejor, eso es lo que hay. Además, no sería ésta la primera vez que una pareja que se conoce en la red informática acaba luego en auténtico matrimonio rato —nunca mejor dicho— y consumado. Así que a esperar.

De momento, los dos partenaires habían mantenido en secreto hasta ahora sus escarceos y los acaban de hacer públicos in extremis: sólo cinco días antes de expirar el plazo para que la pareja pueda acceder a los 4.500 millones del FROB a los que aspiran.

Ahí radica el quid de su acuerdo: la pasta. ¿Qué mejor ocasión de conseguir crédito y a un precio más accesible que una fusión, aunque sea fría? Por otra parte, con una morosidad creciente y unos balances inflados por la depreciación inmobiliaria —como los de todo el sector—, ¿qué garantías tenía Bancaixa de no ser intervenida por el Banco de España después del día 15? Su caso no es el de Caja Castilla La Mancha (CCM) ni el de Caja Sur, por supuesto, pero el afán regulador de la autoridad monetaria no se va a parar en barras.

La otra ventaja de este tipo de fusión —también denominado Sistema Institucional de Protección— es la de obviar el mangoneo de los respectivos líderes autonómicos, lo que no es moco de pavo. ¿Quién dice que son mejores para los ciudadanos las fusiones calientes, de las que resulta una única caja regional? Pues no señor. La integración de Caja Duero y Caja España, por ejemplo, pondrá en la calle a 846 trabajadores; en cambio, a fin de que haya paridad de consejeros generales durante los dos próximos años, Caja Duero pasará de tener 120 miembros a 160. ¿A qué viene ese dispendio de dietas y de pluses para otros 40 enchufados más?

Por eso, para poder instrumentalizar a las cajas a su gusto y para su particular interés político, Núñez Feijóo ha logrado a la fuerza la fusión de Caixanova y Caixa Galicia, incluso contra los deseos de su propio partido en Madrid.

Y que no se hable en ese caso de que allí se ha mantenido la galleguidad de las cajas y que en el nuestro hemos perdido la valencianidad por culpa de la non nata fusión de Bancaixa con la CAM. ¿Es que una caja regional sirve mejor a los ciudadanos que otra foránea? Si la CCM ya hubiese estado en su día en manos de Cajastur, en vez de subordinada a los gobiernos de Bono y de Barreda, no se habría puesto seguramente a financiar el ilógico aeropuerto de Ciudad Real y habría evitado así el crack económico.

La ventaja de la fusión —ya sea fría, caliente, templada o como quiera— de Bancaixa y Caja Madrid es que la entidad financiera valenciana no volverá a meterse en el futuro en aventuras impuestas por los políticos para financiar sin retorno posible a proyectos como el de Terra Mítica, aeropuertos como el de Castellón o entidades deportivas deficitarias como el Valencia CF.

Nadie, con criterios de rentabilidad, que son los que ahora se van a exigir, lo habría permitido. Y precisamente esos recursos liberados de hipotecas políticas como las antedichas son los que, por fin, servirán para financiar a las empresas y a los ciudadanos de esta tierra. De eso se trata con las fusiones, aunque de momento las consideremos frías: en que haya más dinero y más barato para sanear a las cajas y permitir que circule por la economía real, que es la única que crea riqueza.




lunes, 14 de junio de 2010

Asesores, liberados y otros derroches

No aprendemos.

En plena fusión para mejorar su eficacia financiera, Caja Duero pasa de los 120 consejeros generales en la actualidad a 160, para equipararse así a su partenaire, Caja España. O sea, que durante los dos próximos años 320 consejeros de la entidad resultante cobrarán dietas como si nada.
Es un ejemplo más del derroche que no cesa.
¿Y qué decir de los 8.115 municipios españoles que tienen 74.211 cargos públicos y 655.000 empleados? Eso, hasta sería legítimo. Pero es que luego los políticos electos designan a dedo a un número indeterminado de amigos, colegas y paniaguados con el pomposo nombre de asesores y sueldos sin control público.
En la Comunidad Valenciana, por ejemplo, las diputaciones provinciales y los ayuntamientos de las tres capitales provinciales dan ocupación, además de a 178 cargos electos, a otros 294 asesores que no han pasado prueba de selección alguna y que cuestan 12,2 millones anuales a las arcas públicas.
Otra de las singularidades de nuestro sistema institucional es el de los liberados sindicales, es decir, de aquellos empleados que dedican su tiempo no a trabajar, sino a velar por los derechos de sus compañeros, cobrando, eso sí, de la empresa en que están contratados. Las opacas cifras de esa actividad alcanzarían a 57.000 profesionales sindicales con un coste anual de 1.600 millones.
Ya ven que así no hay manera de aumentar la productividad dichosa. Es lo mismo que la vigente subvención a la minería del carbón: nos saldría más barato cerrar las minas y mantener a los mineros mano sobre mano a mesa y mantel.
Lo dicho: mucha crisis, pero seguimos sin aprender nada de nada.

viernes, 11 de junio de 2010

¡Salvad a la UDS!

La única vez que he ido al Helmántico, la Unión Deportiva empató a cero en un horripilante partido. ¡Como para volver! Ya ven, pues, que no soy ningún forofo.

Sin embargo, si algún día llega a desaparecer la UDS —o si baja a Segunda B, como puede ser el caso inmediato— se trataría de una auténtica catástrofe.

Con todo el respeto hacia los equipos de Guijuelo, Zamora o la Cultural Leonesa, ya me dirán: no es lo mismo jugar contra ellos que enfrentarse al Barça de Messi o al Madrid de Ronaldo. El seguidor del Guijuelo, por ejemplo, todo lo más que puede hacer es echar la tarde en Salamanca y que lo que no gaste en su pueblo lo deje en la capital. Total, lo comido por lo servido. Pero en Primera, y hasta en Segunda A, llegan con sus equipos hinchas de toda España quienes, amén de efectuar el gasto, se quedan con las ganas de volver con más calma a Salamanca, pues apenas si les ha dado tiempo a ver la Catedral.

Por esa razón, si en las dos jornadas que quedan la UDS no consigue la permanencia, aviados estamos. Un equipo de fútbol marca el tono de la ciudad en la que radica: la promociona turísticamente, mueve dinero, la sitúa en el mapa y hasta permite hacer negocios. Que se lo pregunten, si no, a Fernando Roig, exitoso presidente del Villarreal CF y de Pamesa Cerámica.
Por eso, insisto, Salamanca se juega más entre hoy y el día 20 que en los próximos meses con lo que le deparen, por ejemplo, los presupuestos de la Junta. Dichos presupuestos, ya se sabe, serán necesariamente restrictivos por culpa de la crisis de las narices. Sólo faltaría, además, que la UDS nos convirtiese en una ciudad de Segunda B.
Así que hay que mantener la categoría.
No se trata, para ello, de montar plataformas de ésas, tipo Salvad a Willy o a la selva amazónica, entre otras cosas porque ni hay tiempo ni dan resultado. De lo que se trata es de ganar los dos últimos partidos, frente al Betis y al Villarreal B. Por fortuna, la UDS sólo depende de sí misma y no de alguna rara carambola futbolística. O sea, que ya lo saben sus jugadores: a atarse los machos y a ganar; si no, Salamanca no podría perdonarles.

miércoles, 9 de junio de 2010

La soledad de Paco Camps... y la maldición del PSPV

La soledad de Paco Camps...
Ningún cargo, asesor, consejero o amigo de Paco Camps había previsto la que le venía encima al President. Y es que la obsecuencia y el halago de los mediocres son incapaces de un análisis preventivamente lógico y eficaz. Ahora, tras meses de asegurarle que “aquí no pasa nada”, empiezan poco a poco a hacer mutis por el foro.
Sólo la capacidad del incombustible portavoz parlamentario, Rafael Blasco, consigue que los diputados voten en bloque y con disciplina, aunque por los pasillos deambulen luego como esos zombis de las películas de terror, que ya están muertos aunque ellos lo ignoren.
Ésa es la terrible soledad de un líder rodeado de una masa de incompetentes. Hace aún pocas semanas, el President hubiese podido, en un golpe de audacia, autopostularse como candidato a la reelección y poner a Mariano Rajoy ante un hecho consumado e irreversible. Ahora, en cambio, como una marioneta mecánica espera que desde la dirección nacional del PP dejen de darle cuerda para entonces, y sólo entonces, dejar de funcionar.

...y la maldición del PSPV
En vez de dedicarse a los ciudadanos, el líder del PSPV-PSOE, Jorge Alarte, lleva 20 meses tratando de poner orden en el guirigay interno de su partido. Lo mismo le sucedió a su predecesor, Joan Ignasi Pla, y luego acabó estrellándose contra las urnas.
Es como una maldición bíblica: cualquier intento programático serio del partido sucumbe ante las banderías internas de lermistas, pajinistas y demás istas.
Nada de lo que hacen los socialistas valencianos trasciende a la opinión pública al haberse aferrado al monotema del caso Gürtel, olvidando otros intereses de los ciudadanos. Hasta el programa económico de Alarte se presentó casi en la clandestinidad, mientras toda la atención pública se proyectaba en Ángel Luna, azote parlamentario de Paco Camps.
Ya es desgracia, ya, la del PSPV. En tanto que su líder sigue siendo un gran desconocido, la imagen socialista en la Comunidad la monopoliza Rodríguez Zapatero. Y en los tiempos que corren ésa, precisamente, es la peor imagen posible.

lunes, 7 de junio de 2010

Partidos y voto en blanco

El avance del Partido Popular en la Comunidad Valenciana y el correlativo desgaste del PSPV-PSOE, según todas las encuestas, difuminan un fenómeno creciente en toda España: el paulatino aumento del voto en blanco, es decir, el de los electores activamente descontentos. De constituirse como tal, el del voto en blanco sería nuestro tercer partido, por encima de Esquerra Unida y Bloc.

El asunto no es para tomárselo a broma.

Claro que a los dos grandes partidos lo único que les interesa es el poder, por encima de cualquier otra consideración. Y los medios de comunicación, además, contribuimos ingenuamente a fomentar el bipartidismo excluyente: hasta en uno de los escasos espacios que invitan a militantes del partido de Rosa Díez, su director, gran profesional, olvidó el otro día el nombre del dirigente autonómico de UPyD: Romain Muzzati.

Si ya resulta difícil, de por sí, intentar crear una nueva fuerza política, ya me dirán cómo hacerlo en un sistema endogámico que sólo subvenciona generosamente a los partidos ya consolidados y a los obsecuentes sindicatos mayoritarios. Por esa razón, la propuesta formulada la pasada semana por Mariano Rajoy de reducir dichas subvenciones fue hecha a sabiendas de que jamás llegaría a prosperar.

Y es que el de político comienza a ser un oficio casi al margen de la realidad. Cada vez son más los dirigentes que, como bien ejemplifica Leire Pajín —y, con ella, gran parte de los jóvenes diputados y alcaldes de nuestra Comunidad—, no tienen ninguna formación académica ni profesional ni han ejercido jamás trabajo alguno aparte de la política.

Por eso mismo, los cargos políticos saben perfectamente que fuera de su partido respectivo sólo les queda la soledad y el vacío y, en consecuencia, se esfuerzan disciplinadamente en repetir como loros eslóganes y argumentos en los que muchas veces no creen. Así se garantizan tener un puesto en esas ominosas listas cerradas que los ciudadanos no podemos modificar y cuando les llega el relevo encuentran acomodo bien remunerado en una de las miles de empresas públicas, entes autónomos, fundaciones y demás entidades en las que enchufar a los paniaguados.

Además, ¿son precisos tantos políticos de oficio?

La actual y precipitada poda de cargos y de sueldos a causa de la crisis económica evidencia su exceso improductivo anterior en la nómina de las administraciones públicas. ¿Precisamos de verdad 99 diputados autonómicos cuando esta misma semana la sede de Las Corts ha estado más vacía que el bolsillo de la mayoría de los ciudadanos?

Y es que a los políticos les encanta estar en cualquier parte menos en su puesto de trabajo y hacerlo, por otra parte, a costa de los contribuyentes. Por ejemplo: ¿tan necesaria ha sido la presencia de la alcaldesa de Orihuela, Mónica Lorente, y de otros tres ediles en un viaje de nueve días por Nicaragua y Panamá en vez de hallarse en sus ayuntamientos respectivos?

Ninguno de ellos, por suerte, ha llegado a hacer lo del alcalde de Sevilla, Sánchez Monteseirín, de mandar su coche, chofer y escolta a Barcelona, para que el vehículo lo recogiese al bajar él del avión. Pero sí que hay otros derroches que la impunidad con la que han venido actuando muchos políticos no ha permitido desvelar hasta ahora.

¡Y aún hay quien se asombra luego del desencanto ciudadano, de la creciente abstención electoral y de la lógica política del voto en blanco!

domingo, 6 de junio de 2010

Los mejores emigran

En estos dos últimos años de crisis económica han emigrado 120.000 españoles. Hasta esa fecha, el fenómeno había sido el contrario: la recepción de una avalancha de inmigrantes, poco o nada capacitados, merced a una miope política de papeles para todos. Ahora, en cambio, el perfil de nuestros emigrantes es el de jóvenes entre 25 y 35 años, profesionales con estudios y altamente cualificados.

O sea, que la productividad resultante de nuestra fuerza de trabajo desciende necesariamente.
Además, ya no sucede como antaño, en que sólo abandonaban el país los jóvenes investigadores carentes de medios en España. Es más, para impedirlo, José María Aznar propició hace quince años una efímera operación retorno de cerebros fugados y que nos permitió recuperar, por ejemplo, y sólo en el ámbito de la oncología, a Mariano Barbacid, Eugenio Santos o Joan Massagué.
Pero ahora no es que huyan solamente los científicos, atraídos por las altas posibilidades de I+D+i en el Reino Unido, Alemania o Estados Unidos, sino que la diáspora se ha extendido a otros profesionales, como economistas, ingenieros o sociólogos. Muchos de ellos aprovechan becas para estudios de postgrado en el extranjero y, mediante la formación y los contactos adquiridos, acaban fichando por empresas multinacionales.
Se trata, pues, de un empobrecimiento nacional colectivo cuyas consecuencias se verán en el próximo futuro. A escala europea ya lo ha advertido el grupo de sabios que preside Felipe González: tenemos que competir por captar inmigrantes cualificados, como hacen Canadá, Australia y Estados Unidos, o simplemente nos quedaremos para vestir santos.

viernes, 4 de junio de 2010

El noroeste peninsular

Siempre he dicho que Salamanca está camino de ninguna parte. No se trata de una alusión despectiva, sino de una simple comprobación geográfica: la gente viene porque sí o no viene.

Por eso, si nos juntamos muchos que estamos al final de la ruta, acabaremos por ser destino obligado del camino. Ése es el sentido de la macrorregión que van a formar Castilla y León, Galicia y el norte de Portugal.

Curiosamente, lo menos homogéneo de ese conglomerado de 9,2 millones de habitantes —más que muchos países de Europa— somos los castellanos y leoneses. Por ejemplo: ¿qué tienen que ver con Salamanca los burgaleses, más próximos al País Vasco o a Cantabria que a nosotros? Si me apuran, compartimos más historia, más cultura y más intereses con Viseu o con Cáceres que con el norte de nuestra propia región.

Pero qué quieren que les diga: quienes tenemos cierta edad recordamos los remiendos geográficos que hubo de hacerse durante la Transición para inventar unas comunidades autónomas que justificasen así el hecho diferencial de Euskadi y de Cataluña, donde realmente radicaba la madre del cordero.
En el caso que ahora nos ocupa, nuestra unión con Galicia y el norte de Portugal nos proporciona una fortaleza de mercado y de estructuras que cada uno de sus miembros no tendría por separado. Permitirá, por lo que nos cuentan, presentar proyectos conjuntos a la UE con los que obtener fondos europeos de cohesión que no lograríamos de otra manera. Las modestas cinco áreas de promoción conjunta —cultura, universidad, medio ambiente, empleo y automoción— muestran bien a las claras las carencias y la debilidad económica de la nueva macrorregión.
La otra evidencia es la necesidad de más y de mejores comunicaciones con Portugal, desde las turísticas, como el viejo tren de La Fregeneda a partir de La Fuente de San Esteban, a las funcionales, como el pospuesto TAV entre Salamanca y Aveiro. Pero con la crisis, claro, los proyectos tornan al cajón del olvido. El único consuelo de la dichosa crisis, sin embargo, es que nos fuerza a ser más imaginativos y audaces: la nueva macrorregión en marcha es el mejor ejemplo posible de ello.

martes, 1 de junio de 2010

La teoría de la conspiración

Aún hay gente que cree que el astronauta Neil Armstrong jamás llegó a pisar la Luna o que Elvis Presley vive todavía, viejo y estragado, oculto en algún remoto lugar del mundo.

Sin llegar a tanto, por supuesto, el presidente Francisco Camps esbozó el jueves su particular teoría del montaje, según la cual el caso Gürtel no es más que “el envite de todo un aparato del Estado”.

No resulta una teoría del todo inverosímil, ciertamente, ya que vivimos en una sociedad rayana en la paranoia colectiva y que cree ver conspiraciones a diestro y a siniestro: la del juez Luciano Varela contra Baltasar Garzón, la del Tribunal Constitucional contra Cataluña, la de José María Aznar para derrocar a Evo Morales… Lo malo de la tesis conspirativa sobre el caso Gürtel es que, en las encuestas hechas a vuelapluma por diferentes medios en las últimas horas, la mayor parte de los ciudadanos la descarta de plano.

Aun así, el entorno más próximo al President sigue buscando culpables ajenos a su persona. Alguno, incluso, llega a insinuar en privado que el muñidor del turbio asunto sería el mismísimo Eduardo Zaplana, “en venganza por haberse zafado Camps de su tutela política”. Esa hipótesis sigue el esquema habitual de las historias de crímenes: buscar el asesino entre los más próximos. Lo mismo ocurrió cuando Joan Ignasi Pla dimitió de su cargo en el PSPV-PSOE por unas obras impagadas en su casa. El secretario general entonces defenestrado acusó a gente de su propio partido de “urdir un montaje”. Aunque él no dio nombres, en seguida hubo quien señaló con el dedo al ministro Jordi Sevilla.

Ya ven cómo anda de revuelto el panorama interno, en este caso del PP, aunque por fuera pretenda transmitirse una sensación de tranquila normalidad que el paso del tiempo se encarga día a día de disipar.

Toda esta teoría del montaje, de la conspiración, de la obra urdida por agentes externos se corresponde con la íntima convicción del President de ser inocente, eventualidad absolutamente verosímil al no haberse probado aún que cometiera ningún delito.

Pero, incluso así, el desgaste personal para él y el daño político para su partido con esta enrevesada historia alimentan toda clase de especulaciones. Una de ellas: que en caso de ser reprobado por Rajoy —de momento, Soraya Sáenz de Santamaría ha suspendido su conferencia de mañana en Valencia, al contrario de lo sucedido ayer en Zaragoza con Luisa Fernanda Rudi, quien fue arropada multitudinariamente como candidata a la presidencia de Aragón— Camps encabezaría un nuevo partido regionalista en las elecciones autonómicas. Esta hipótesis estaría implícita en su afirmación parlamentaria del jueves: “Yo me acojo a la Senyera y a mis conciudadanos para seguir trabajando por el futuro de esta tierra”.

Tal suposición es totalmente absurda. En primer lugar, porque Camps conoce el caso del asturiano Sergio Marqués, quien siendo presidente del Principado rompió con el Partido Popular y, en las siguientes elecciones de 1999, tanto el partido regionalista que él creó como el PP se estrellaron ante el PSOE de Álvarez Areces, quien desde entonces se mantiene en el gobierno asturiano.

La razón última, sin embargo, del empecinamiento a ultranza del President en el cargo que ostenta —además de la convicción de su propia honradez— radica en que cree gozar de la total confianza de Mariano Rajoy. Lo que no queda nada claro es que, de llegar a perderla, pase a considerar al presidente nacional de su partido parte de la trama conspirativa de enemigos que pretenden hundirle.