viernes, 20 de mayo de 2011

Ricardo Costa, Enric Morera y Manuel Cervera

Ricardo Costa


Pese a su brillantísima actividad parlamentaria, nuestro hombre pasará a la posteridad solo como “el fulano aquel del caso Gürtel”, en referencia al escándalo político aún no juzgado por los tribunales.

Así de injustas suelen ser las cosas de la vida. Los clásicos ya lo sabían bien aunque, como Cicerón, lo expresaban en latín, que era lo suyo: “O tempora, o mores!”

Además, un tipo con su envidiable anatomía juncal, aspecto de dandi y ademanes pintureros, parece presa casi obligada para quienes pretenden corromper al personal con trajes a medida y otras exquisiteces varias.

A Ricardo Costa tampoco le ha favorecido el ser hermano de Juan, el ex ministro de Aznar. Resulta que Juan Costa fue el único dirigente del PP en cuestionar públicamente en su día el liderazgo de Mariano Rajoy y por eso ha acabado dejando el partido y volviendo a la empresa privada, que es lo suyo, lo mismo que el latín para Cicerón.


Con ese precedente familiar, no es extraño que le haya cogido manía María Dolores de Cospedal, en la impotencia de la mujer por cortarle la yugular a Paco Camps, que es lo que ella habría preferido. Pero Ricardo le es tan fiel a su presidente que aceptó poner su cuello para recibir la cuchillada, a cambio, eso sí, de un puesto de salida en las listas electorales.


Enric Morera


Sabe moverse con más soltura entre los enojosos recovecos de la política de conciliábulos que en el ágora pública donde, dicen, aburre hasta las ovejas por culpa de su ademán siempre pausado y de un semblante como el de Tristón, el fúnebre personaje de las historietas infantiles.

Pero para aquellos menesteres de la arenga, la agitación parlamentaria y el escándalo cuenta con otros colaboradores, sobre todo con la vehemente diputada Mónica Oltra, portavoz de sus asociados de Iniciativa del Poble Valencià, la cual, con sus diatribas y sus camisetas, logra sacar de sus casillas hasta al bueno del vicepresidente Juan Cotino.

Morera, con un regate en corto que ni el barcelonista Messi, es quizás el político que mejor consigue rentabilizar su respaldo electoral —magro, por otra parte—, escorándose a babor o estribor según los casos. Con esa rara habilidad, entró en Las Corts a lomos de Esquerra Unida y ha logrado 23 alcaldías a lo largo de la Comunidad gracias a pactos puntuales con unos u otros.

No faltan quienes creen que una ambigüedad tan mayúscula acabará por pasarle factura ante unos electores que no saben ya si nuestro hombre es nacionalista, valencianista, de izquierdas, de derechas o ni una cosa ni la contraria. Claro que eso no parece inquietarle en absoluto.


Manuel Cervera


Nunca he entendido por qué tantos médicos se meten a políticos, desde Juan Negrín a Gaspar Llamazares, pasando por Jordi Pujol. Quizás de tanto conocer las miserias humanas pretenden remediarlas más allá de la enfermedad puntual de un individuo u otro. Tampoco se me alcanza por qué, una vez metidos en política, nunca ocupan cargos relativos a temas de salud.

Manuel Cervera es de las raras excepciones al respecto: médico, político y conseller de Sanidad. Además, a diferencia de otros, ha estado ejerciendo hasta ayer mismo, como quien dice, con lo que no sólo sabe de lo que habla, sino que puede ganarse la vida en su oficio sin depender de la sopa boba.

En otra clasificación de políticos, que va desde los engreídos que parecen perdonarnos la vida al ocuparse de nuestro bienestar hasta quienes creen que sus jefes son los ciudadanos y no al revés, el conseller pertenece afortunadamente a esta última categoría, aun a riesgo de chupar menos cámara que otros.


Lo que tampoco se le puede negar, como buen oftalmólogo, es un ojo clínico que le ha hecho estar al frente de la consellería cuando la inauguración de la nueva Fe. Claro que los percances de su precipitada inauguración no son cosa de él, sino de quienes urgieron la improvisada apertura para poder salir en la foto.


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