jueves, 30 de mayo de 2013

Transparencia periodística



No critico aquí —que también— la nefasta moda audiovisual por la que el mismo presentador anuncia un atentado en Londres y un vigorizador del cabello o una bebida espirituosa. La desaparición de la barrera entre información y publicidad —antes severamente prohibida— suele envilecer a la primera y crear confusión sobre la segunda.
         Me refiero a esa otra financiación de algunas empresas informativas y de algunos periodistas, tan irregular, al menos, como las cuentas de Luis Bárcenas.
         Los ingresos publicitarios son necesarios, por supuesto, para la supervivencia de los medios de comunicación. Pero bastantes de éstos han tenido también, y aún tienen, otras percepciones mucho más opacas, procedentes tanto de instituciones públicas como de empresas privadas deseosas de gozar de un complaciente tratamiento informativo. ¿Por qué, entonces, si los medios de comunicación exigen que haya más transparencia en la vida pública, no hacen lo mismo en lo referente a sus propias cuentas?
         Igual, o más, cabría decir de algunos periodistas como, por ejemplo, aquéllos a quienes agasajaba generosamente Jesús Gil cuando era alcalde de Marbella y que enseguida mordieron la mano que les daba de comer en cuanto su protector cayó en desgracia.
         Ésas son cosas de la vida que, en la mayoría de los casos, no entrañan infracción legal alguna: viajes, gastos pagados, comidas y recepciones, regalos navideños… han supuesto sustanciosos sobresueldos para los profesionales de la información.
         Lo peor, sin embargo, es cuando un periodista ha estado o está en la nómina encubierta de un político, un empresario u otro personaje relevante de la vida pública. Si eso llegáramos a saberlo los ciudadanos, ignorantes de todo ello, muchas opiniones de tertulianos y de articulistas quedarían descalificadas de inmediato.
         Todo esto resulta excepcional, por supuesto, pero si de verdad ha llegado la hora de la transparencia en la vida pública, mejor será que nos apliquemos el cuento todos nosotros y así tengamos una sociedad más honesta y mejor informada.

           

viernes, 24 de mayo de 2013

Las razones de Aznar

Aznar no piensa volver al primer plano de la política porque él sabe, mejor que nadie, que su época pasó, como lo reconoció al retirarse voluntariamente en 2004.
Lo que sí acaba de hacer es agitar las aguas estancadas de la política española y concitar con ello el rechazo unánime de enemigos y de presuntos amigos, ya que todos ellos temen perder sus respectivas sinecuras si las cosas cambian.
Se discrepe o no de él, lo que ha dicho Aznar coincide con la creencia de miles de votantes del PP. En una encuesta efectuada en el programa televisivo de Alfonso Merlos, tres de cada cuatro espectadores —supuestamente situados bien a la derecha— opinaban que Aznar debería volver a la política.
Ya ven que lo que la gente piensa no tiene por qué coincidir con el manual del partido político respectivo, ya sea sobre el aborto o sobre la bajada de impuestos. Cuando un militante se sale del guión —aunque haya sido el mismísimo jefe del partido, como le ocurre a Aznar—, lo menos que dicen de él sus conmilitones es que “ha sido desleal”. Desleal, ¿a quién? ¿A su conciencia? ¿A sus principios ideológicos? ¿O más bien a las directrices del último mandamás del partido?
Eso sucede debido a la imposición de las órdenes jerárquicas sobre el pensamiento crítico y de las consignas sobre la libertad individual.
Por eso, harían bien Mariano Rajoy y el PP en hacérselo mirar, en vez de sestear complacidos sobre unas encuestas que dicen que el PSOE está peor que ellos.
En ese sentido, Aznar, que para eso maneja la Fundación para el Análisis y los Estudios Sociales (FAES), ha lanzado dos duras advertencias a su sucesor, al margen de cualquier consideración ideológica: 1) se está destruyendo la clase media española, base de la recuperación económica, pero también del electorado del PP, y 2) la amenaza secesionista de Artur Mas no se trata de ninguna broma: Cataluña es el pal de paller, es decir, el eje sobre el que se articula España, y si se va al garete todos nos vamos tras ella.
Así que al tanto.    


miércoles, 15 de mayo de 2013

El busto de Angelina Jolie

Su busto fue lo más perfecto de su anatomía cuando el papel de Lara Croft en Tomb Raider lanzó al estrellato a Angelina Jolie. Sólo doce años después, la actriz acaba de extirpárselo para prevenir el riesgo de cáncer de mama.
         El hecho —así como su divulgación pública por parte de la interesada— no resulta nada banal. Va contra el estereotipo de que sin belleza las mujeres no pueden triunfar, a diferencia de los varones, donde predominarían otros valores más intelectuales.
         Si eso pudo ser en su día, ahora ya no. El éxito de Angelina Jolie y de muchísimas de sus congéneres depende actualmente de su talento y de su personalidad y no de un palmito más o menos acorde con determinados patrones estéticos.
         Y es que las mujeres de Occidente, aunque muchos todavía no quieran darse cuenta, han hecho su revolución y ya están por delante del otro sexo en miles de parámetros: la mayor parte de ellos positivos, como sus mejores resultados académicos, y hasta unos pocos negativos, como la mayor tasa de alcoholismo femenino entre adolescentes.
         Este creciente protagonismo social de la mujer sigue teniendo, no obstante, frenos brutales, desde la ominosa violencia de género que no cesa hasta el freno para alcanzar puestos directivos de las empresas.
         Esa situación injusta no se debe tan sólo a la inercia del machismo que lucha por sobrevivir, sino que viene alentado por la proximidad atávica del islamismo militante y su menosprecio de la mujer. Por desgracia, una gran parte del mundo no se rige por los valores democráticos e igualitarios de Occidente. Todo lo contrario.
         Y esa preterición criminal de la mujer avanza a medida que crece el fundamentalismo islámico en nuestras propias sociedades occidentales. Pero tanto para las mujeres sojuzgadas por él, como para aquellas otras que aún no han encontrado el camino de su realización personal, gestos como el de Angelina Jolie constituyen todo un aldabonazo a su conciencia.     

jueves, 9 de mayo de 2013

Todos vascos o catalanes



Entiendo perfectamente el que muchos habitantes del enclave burgalés del Condado de Treviño prefieran pertenecer a Euskadi en vez de a Castilla y León. Sólo con la aplicación del concierto económico vasco, su nivel de vida ascendería un montón de puntos.
         Por esa misma regla de tres, todos nos beneficiaríamos si nos incorporásemos al País Vasco. No sólo se acabarían así las veleidades independentistas formuladas en su día por el lehendakari Ibarretxe, sino que por fin todos los ciudadanos del Estado español seríamos jurídicamente iguales.
         Otro tanto cabe decir respecto a Cataluña. Los nacionalistas catalanes aspiran, con razón, a un pacto fiscal que les equipare a los vascos. Los más radicales de ellos apuestan, además, por la independencia pura y simple. Así se ahorrarían el coste de la solidaridad de tener que convivir con el resto de los ciudadanos españoles.
         Ante esa embarazosa eventualidad, propongo que seamos los demás quienes nos adhiramos a una hipotética independencia de Cataluña, lo cual  sería lo mismo que volver a repartir las cartas de juego pero con una absoluta equidad entre todos los contribuyentes.
         Reconozco que exponer esta humorada —este despropósito, si se prefiere— no me resulta nada difícil. Uno ha nacido en Bilbao, qué quieren que le haga, y, por otra parte, conoce lo suficiente la lengua de Espriu y de Verdaguer para haber disfrutado hace bien poco con la espléndida novela Jo confesso, del admirable escritor Jaume Cabré.
         Anécdotas personales al margen, está visto que tanto la diferenciación como la insolidaridad son elementos consustanciales a las demandas territoriales extremistas. Pero, ¿por qué se deben beneficiar de ellas sólo unos cuantos ciudadanos en perjuicio de todos los demás?

sábado, 4 de mayo de 2013

¡No hay co.....!

Lo peor de nuestra clase política es que no tiene cojones —con perdón— para afrontar las reformas que necesita el país.
         Un detalle mínimo de la cobardía institucional respecto a sus congéneres —en este caso, los Sindicatos— lo vimos en la manifa del 1 de mayo en Salamanca, donde el Ayuntamiento del PP cedió el balcón protocolario para la arenga de CCOO y UGT —“No tienen límites” — contra la política económica del propio Partido Popular. Todo ello, salpimentado, de paso, con banderas republicanas, o sea, anticonstitucionales, es decir, contra la institución que las acogía.
         Uno no tendría nada que objetar si el uso de ese mismo balcón se cediese también a otros grupos y organizaciones igual de benéficas, al menos, que los Sindicatos: UNICEF, Médicos sin fronteras, Intermon Oxfam, etc., cosa que por supuesto no sucede.
         Y es que a estos últimos no se les tiene miedo, a diferencia de a la casta político-institucional que lleva beneficiándose treinta y tantos años de este país.
         Por eso son pura retórica las leyes de transparencia, mientras perdura gracias a siniestros tipos como Bárcenas la financiación ilegal de nuestros partidos, así como queda en agua de borrajas la regeneración del PP valenciano prometida por Alberto Fabra, que no sólo sigue teniendo once imputados en las Cortes regionales, sino que suma y sigue con una nueva acusación contra el alcalde de Castellón, Alfonso Bataller.
         Por esa falta de testículos, no se acaba de un plumazo con diputaciones y cabildos, no desaparecen empresas públicas y se cierran televisiones autonómicas y embajadas regionales, no se crean listas abiertas de diputados o circunscripciones uninominales y, en vez de putear a los pobres funcionarios, no se liquida esa nefasta pléyade de asesores, paniaguados y enchufados, donde se acomodan los políticos sin puesto fijo.
         Si hubiese, pues, lo que hay que tener, nos ahorraríamos fácilmente ciento y pico mil millones de euros en vez de apretar para ello el cinturón a los ciudadanos, estrangular la inversión necesaria y reducir el empleo productivo, como ahora sucede.