jueves, 5 de mayo de 2011

Paco Camps, Ángel Luna y Alfonso Rus


Francisco Camps


Él solo ha conseguido ser a la vez el Dr. Jekyll y Mr. Hyde, sin necesidad de un Robert L. Stevenson que le redacte el guión. Si acaso, quien más ha podido influir en esa ambivalente percepción pública ha sido Álvaro Pérez, El Bigotes, aunque no consta que el responsable de Orange Market sepa ni siquiera escribir.


Antes del infausto día en que ambos cruzaron sus destinos, Paco Camps ofrecía la imagen impoluta de un gestor moderno, ponderado y eficaz.


Bien es verdad que ya había enseñado los colmillos a los herederos de Eduardo Zaplana, que tampoco fueron unos angelitos en su beligerante defensa de aquel legado. Pero al final pudo con todos. Incluso el inexpugnable Ripoll, el Áxterix alicantino, acabó rendido a sus pies, eso sí, con ayuda de su implicación en el caso Brugal.


Lo cierto es que va a lograr su tercer mandato, pese a esa imagen contradictoria, debido a poseer un discurso persuasivo y convincente, aunque muchas veces los datos se empeñen luego en rebatir su oratoria, cada día más vehemente a medida que se acerca el día del juicio, si no final, sí igual de dramático.


Y es que parece convencido de que, incomprensiblemente, aún hay gente que no se ha enterado de lo mucho que él hace por todos nosotros cada día, desde que se levanta hasta que se acuesta.

Ángel Luna

Hasta un hombre tan serio como él ha acabado apareciendo en el programa televisivo La Noria, con lo que se comprueba una vez más que nadie es perfecto. Porque a serio a Ángel Luna no le gana nadie: incluso cuando tira la piedra no esconde la mano, como hacen otros, con lo que los jueces estuvieron a punto de cortársela a instancias del PP.


Hablando de manos, años después de haber perdido la alcaldía de Alicante ha vuelto al primer plano de la política de la mano de Jorge Alarte y, sobre todo, de la de Paco Camps, ya que si no fuese por el caso Gürtel Ángel Luna seguiría siendo un perfecto desconocido para el gran público.


Su frágil contextura física de peso mosca no debe llamar a engaño. Pese a su aparente falta de contundencia, ha propinado guantazos dialécticos un día sí y otro también al presidente del Consell. Claro que él también ha recibido más estopa que Sonny Liston en el famoso combate aquel con Casius Clay.


Esto demuestra que la política no es oficio para pusilánimes ni blandengues. Y lo mismo que la aparición en un programa de tele-basura es más importante que años de dedicación política, una sola pedrada, metafórica o no, acaba por tener más impacto mediático que el mejor de los discursos. Ya ven.

Alfonso Rus

Hay quien dice que el hombre no tendría precio entre los humoristas del Club de la Comedia. Muy probablemente. Pero eso solo demuestra la versatilidad de Alfonso Rus, empresario de éxito y político imprevisible. Además, resultar divertido en el mundo gris y predecible de tantos políticos cortados por el mismo patrón es de agradecer.


Esas características pueden deberse a su paisanaje con los Borgia, con quienes comparte una contradictoria capacidad para la intriga y para el exhibicionismo. Éste adquiere, en su caso, la forma de una estentórea incontinencia verbal que le lleva a tener disgustos con los discapacitados o a censurar una exposición de fotos en el MUVIM.


Él atribuye tanta locuacidad a su escasa estatura y a que debe compensar esa falta de visibilidad física mediante la palabra. Y a fe que lo ha conseguido, teniendo incluso un club de fans en Facebook, como aquellos rockeros a quienes pretendía imitar en su juventud.


No solo eso, sino que se ha convertido en imprescindible para su partido, siendo a la vez presidente provincial, alcalde, presidente de diputación y, tras el 22-M, diputado autonómico. A pesar de tanto pluriempleo, aún le sobrará tiempo para hacer chistes, desquiciar a sus enemigos y, si se tercia, hacerse Papa como su paisano Alejandro VI.

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