jueves, 27 de junio de 2013

Sudáfrica sin Mandela



La resistencia a morir de Nelson Mandela quizá se haya debido al propio empecinamiento de Madiba, convencido de que sin él, el futuro de Sudáfrica resulta más que problemático.
Entre los muchos méritos de Mandela, el mayor ha sido el evitar una confrontación civil al final del apartheid. El país multicolor que él siempre ha defendido lo plasmó en una Constitución de las más liberales y democráticas del mundo. Aun así, el revanchismo de un sector de la mayoría negra antes oprimida parece imposible de evitar por sus sucesores, como el errático presidente Jacob Zuma, y menos aun por jóvenes extremistas como Julius Malema.
No es de extrañar, por consiguiente, la huída del país de un millón de blancos, minoría que ha quedado reducida a menos del 10% de la población. El antes floreciente centro de Johannesburgo, ha sido abandonado por sus antiguos amos y señores y en él se produce una violencia que multiplica por ocho el número de homicidios de los Estados Unidos. También se ha vaciado de blancos la administración pública de Pretoria, la capital, así como las calles que parten de la céntrica y bella Plaza Kruger.
La situación resulta más ominosa, si cabe, en las granjas del interior, donde los antiguos colonos viven en una creciente amenaza, cuyas manifestaciones han sido recogidas hasta en la obra de escritores progresistas, como el premio nobel J.M. Coetze.
Mandela siempre se ha opuesto a cualquier devastador ajuste de cuentas con los antiguos opresores, convencido no sólo de la injusticia de una confrontación racial sino de sus efectos negativos en un país que ha conseguido tener el 25% del PIB del continente.
Sin él, sin su presencia moderadora —incluso en estos años de postración por la enfermedad— va a resultar muy difícil contener las pasiones en un país con una historia atormentada, pero con unas posibilidades inmensas. Si aquéllas se desbordan, si se pretende quemar etapas, si resurgen las rivalidades étnicas soterradas —más de una decena de etnias en el país—, el impagable legado de Mandela se habrá tirado por la borda.   

domingo, 23 de junio de 2013

En manos de las autonomías



Diga lo que diga Soraya Sáenz de Santamaría, ni se va a adelgazar nuestra Administración, ni se van a ahorrar 37.000 millones y ni siquiera las Comunidades Autónomas del PP le van a hacer caso al Gobierno.
Los políticos nacionalistas ya lo han manifestado alto y claro, como el catalán Andreu Mas-Colell: “La Generalitat no va a devolver jamás ninguna competencia al Estado”. Toma ya. Pero es que los no nacionalistas tampoco están por la labor. Por ejemplo, José Císcar, segundo hombre del PP en la Comunidad Valenciana y portavoz de ese Gobierno regional, ya ha advertido que ellos no suprimirán ni su propio tribunal de cuentas, ni su defensor del pueblo, ni muchos otros organismos autonómicos.
Su argumento es bien simple: las competencias del Estatuto de Autonomía Valenciano no puede modificarlas el Gobierno, ya que para reformar el texto legal hace falta una doble mayoría cualificada, tanto en las Cortes Valencianas como en las de Madrid.
Tenemos, por consiguiente, en España un Estado autonómico blindado, con atribuciones regionales a cuál más pintoresca y con una producción legislativa de 3.000 normas estatales al año —que no son moco de pavo— frente al aluvión de 10.000 más de las Comunidades Autónomas. O sea, que diga lo que diga el Estado cualquier cacique regional, aunque sea del mismo partido que el del Gobierno central, se lo puede saltar a la torera.
Así que tanto da el que Rajoy y Pérez Rubalcaba se echen los trastos a la cabeza o lleguen a firmar acuerdos sobre los temas más inimaginables. Mientras no logren embridar los particularismos regionales y las veleidades más o menos secesionistas, seguirá habiendo una proliferación abstrusa de normas, duplicidades a gogó, organismos autónomos perfectamente prescindibles y gastos crecientes a mayor gloria de los respectivos caudillos autonómicos, sean del partido que fueren.
Ya ven si son ingenuos —o hipócritas— Sáenz de Santamaría y sus congéneres cuando hacen tan melodramáticas e incumplibles profecías sobre reformas políticas. Allá ellos.

martes, 18 de junio de 2013

AVE, ¿para qué?



No comparto el entusiasmo bobalicón y unánime por la inauguración del AVE entre Madrid y Alicante. Ha servido para encarecer ese trayecto por tren, como todos los demás de la alta velocidad, sin ofrecer otras alternativas ferroviarias y sin garantizar, por supuesto, que resulte rentable.
Somos el país del mundo con la mayor red de AVE por número de habitantes, sin que tanto derroche inversor responda a necesidades objetivas sino a los caprichos sucesivos de Felipe González, primero, con la unión de Sevilla a Madrid, y de Aznar, después, haciendo lo propio con Valladolid.
¿Por qué esta orgía inversora cuando somos una sociedad reacia al ferrocarril, el cual año a año pierde pasajeros y resulta más deficitaria su explotación?
La culpa la tiene el fomento masivo del uso del transporte individual frente al colectivo, y del automóvil, en concreto, antes que cualquier otro medio de transporte. Así se ha beneficiado una industria automovilística de las mayores de Europa y que, ahora, con la crisis económica, las pasa canutas.
No tiene sentido, por consiguiente, el exceso de infraestructuras viarias en nuestro país. Nos hemos gastado la tira en hacer AVE para trayectos donde ya existen, no una, sino hasta tres alternativas paralelas por carretera: autopista de peaje, autovía gratuita y carretera nacional. ¿Quién podrá mantener todo esto en años sucesivos? ¿Y a qué precio?
Quienes hayan viajado en automóvil por cualquier país de Europa saben que no existe esa densidad viaria ni de coña, entre otras cosas porque las administraciones públicas de esos países no tienen dinero para su mantenimiento y para gastarlo además en educación, sanidad y demás prestaciones sociales. Así que eligen y priorizan dónde hacer el gasto.
Para más inri, nuestras posibilidades de transporte humano, que no de mercancías, por supuesto, se completan con 49 aeropuertos a lo largo y ancho del país, como si esto fuera Estados Unidos. La mayoría de ellos son aeropuertos casi sin pasajeros, claro, y alguno de ellos sin aviones. Pero, eso sí, que nos quiten lo gastado en todos ellos y lo que aún nos queda por gastar.
Tras este somero repaso de nuestra creciente hipoteca en infraestructuras costosas e innecesarias, permítanme que no me alegre ya ante ningún nuevo dispendio que acabaremos por pagarlo con sangre, sudor y lágrimas.

lunes, 17 de junio de 2013

Mucho han cambiado las cosas



Mucho han cambiado las cosas cuando la infanta Cristina no se atreve a ir a la boda de la hija de su jefe, Isidro Fainé, y bastantes invitados no habrían querido que los vieran con ella, cuando antes se pegaban por salir en la foto.
         También muchos ex directivos de cajas de ahorros, como el ex presidente de Bancaja, José Luis Olivas, no pueden comer en un restaurante sin que otros comensales los increpen. ¡Y qué no decir de los escraches y otras formas de acoso!
         Y es que la gente está hasta el gorro de los abusos, engaños, prepotencia y estafa de la antes llamada clase dirigente.
         No es por casualidad que estén simultáneamente en la cárcel uno de los principales banqueros del país, Miguel Blesa, y el ex jefe de la patronal, Díaz Ferrán. Todo ello porque los jueces comienzan a sentirse protagonistas de un proceso de regeneración social, como sus colegas italianos durante la tangentópolis de los años 90.
         No es de extrañar, por consiguiente, la creciente imputación criminal de políticos, hasta tal punto que la decena de afectados del PP en las Cortes Valencianas podrían constituir el tercer grupo parlamentario de esa Cámara.
         Nuestra clase dirigente, sin embargo, continúa comportándose como si nada pasase: banqueros y otros empresarios siguen con sus sicavs y otras mañas fiscales por las que Hacienda les devuelve dinero mientras que a la clase media la empobrece; los políticos se niegan a modificar el Senado, reducir municipios, quitar diputaciones, prescindir de empresas y asesores y disminuir el número de cargos públicos.
         Mariano Rajoy y quienes son como él, creen que esto sólo es un sarampión ciudadano y que se pasará a base de tiempo y cataplasmas.
         No saben la que les espera: en las próximas elecciones municipales surgirán agrupaciones electorales como hongos y, antes que ellas, en las europeas, la mayoría de los ciudadanos les dará la espalda. Ellos aún no lo saben, insisto, pero esta generación de políticos egoístas e insolidarios está llegando a su fin y en poco tiempo todos ellos también se quedarán en el paro.