miércoles, 30 de abril de 2014

Un plátano y dos racismos



Algunos consideran excesivo el revuelo montado por el lanzamiento de un plátano al futbolista de color Dani Alves en Villarreal. Para ellos, las innegables connotaciones racistas de ese gesto sólo son una minucia.
En otros países, en cambio, escarmentados por la virulencia de los conflictos raciales, no hay disculpa que valga. Lo acaba de comprobar en sus carnes el dueño del equipo de baloncesto Clippers, de Los Ángeles, integrado casi en su totalidad por jugadores negros. “Puedes acostarte con ellos… —ironizó con su pareja, blanca, como él—, pero te pido que no los traigas a mis partidos”.
La frasecita de marras le ha costado a su autor la prohibición de asistir de por vida a cualquier campo de la NBA y la obligación de desprenderse de su equipo de baloncesto. Ya ven.
Es que en los Estados Unidos no se permite ni una broma en los asuntos de discriminación racial y debido a ello han sido sancionados con dureza deportistas, empresarios, políticos y periodistas.
Poco después de las revueltas callejeras tras el apaleamiento policial a Richard King, unos directivos de Texaco hicieron unos comentarios privados que denigraban a sus trabajadores afroamericanos. Al conocerse el hecho, comenzó un boicot ciudadano a la compañía y, para pararlo, ésta debió indemnizar a sus empleados de color con 132 millones de euros. A Coca-Cola le pasó algo parecido por la discriminación histórica de su personal de color y debió enmendarla soltando 228 millones.
Los países que han sufrido revueltas raciales —como Estados Unidos, Inglaterra y otros— son, pues, mucho más sensibles al tema que nosotros, que hasta tenemos un idioma plagado de expresiones xenófobas, las cuales usamos sin ningún miramiento. Se trata, por consiguiente, de dos reacciones distintas ante el mismo fenómeno. Entre otras razones, porque la exacerbación del racismo fuera de nuestras fronteras ha llevado a masacres étnicas tan terribles como el Holocausto.
Tras estas consideraciones, mantener que el lanzamiento del plátano dichoso sólo es una minucia resulta una temeridad irresponsable y hasta una cobarde ofensa a gran parte de la humanidad.       

jueves, 24 de abril de 2014

Gª Márquez y Bouteflika



Con García Márquez desaparece no sólo el último y mejor exponente del boom de la literatura latinoamericana de los 60, sino la época de la Tricontinental, de la OLAS y de la acción revolucionaria en aquel continente.
Cuando lo conocí en 1975, Gabo se quejaba de que los progres portugueses y españoles apostasen por la democracia occidental en vez de hacer de la Península Ibérica la “Cuba de Europa”, como preconizaba entonces Saraiva de Carvalho.
Ahora, en cambio, olvidadas ya las veleidades revolucionarias de entonces, Iberoamérica tiende cada vez más hacia una socialdemocracia basada en el desarrollo económico y el pluripartidismo político.
El mundo de García Márquez ha cambiado, pues, como lo ha hecho el de su coetáneo, el argelino Abdelaziz Bouteflika. Cuando coincidí con él en 1973, era el más joven de los ministros de aquel FLN de Ben Bella, primero, y de Boumedian, después. Aunque más vividor, atildado y cosmopolita que ellos, él también creía en la revolución anti occidental como receta para su país.
La paradoja es que aquella revolución, sin saberlo sus autores, iba a desembocar inconsciente e inexorablemente en un islamismo radical y excluyente. Por eso, hubo de ser el propio Bouteflika, ahora ya viejo y achacoso, quien se enfrentase a aquella deriva fundamentalista de Argelia.
La coincidencia en el tiempo de la muerte del escritor y la reelección de un presidente que ya ni sale de casa, evidencian ese final de ciclo y abren nuevas expectativas en un mundo en el que el conflicto no es ya entre comunismo y capitalismo, sino entre otros antagonistas: ¿nuevos nacionalismos frente al orden establecido?, ¿extremismo religioso contra la sociedad laica y democrática?
A diferencia de las equivocadas certezas que tenían unos y otros hace medio siglo, de lo único que ahora estamos seguros es de nuestra ignorancia ante los conflictos que se avecinan.   

jueves, 17 de abril de 2014

"¿Europa nos roba?"



Según la propaganda del PP, Arias Cañete es el mejor candidato para “defender a España en la Unión Europea”.
¡Cielos! ¿Es que acaso la UE nos ataca? O, simplemente, ¿es que Europa nos roba, como los independentistas más radicales afirman que España lo hace a Cataluña?
Semejantes manifestaciones, aparte de mentiras, son el paradigma perfecto de la insolidaridad. Ahora que España ha pasado de ser un país receptor de fondos a convertirse en contribuyente neto de la UE, resulta que hay que defenderse de ella. Y dado que Cataluña tiene el doble de renta que Extremadura, el que tenga una mayor aportación contributiva supone que Espanya ens roba.
En el fondo, se trata de una misma actitud etnocentrista, cicatera e insolidaria. Desde siempre, los sucesivos gobernantes españoles, llámense José María Aznar o Rodríguez Zapatero, han presumido de ser los mejores defensores de España ante la Unión Europea. Y los eurodiputados no digamos. Pero, ¿acaso no van éstos a Bruselas precisamente a defender la UE, a hacerla más sólida, justa y participativa? Pensar otra cosa es lo mismo que si un diputado de Cuenca o de Orense fuese a Las Cortes exclusivamente a defender a sus paisanos frente a las leyes españolas.
Con semejante actitud localista y aldeana, nuestros políticos pretenden luego que los ciudadanos acudamos a votar en las elecciones al Parlamento europeo, “porque Europa es lo importante”. Ya. Si la derecha más rancia ha acusado al comisario Joaquín Almunia de ser “poco patriota” al anteponer la legalidad europea a los intereses de clubes de fútbol españoles, ¿cómo justificar luego esa misma legalidad?
Así que todos estamos dispuestos a defendernos de la UE, pero ¿quién defiende a esa misma Unión Europea de nuestros egoísmos nacionales y contradictorios?       
 

jueves, 10 de abril de 2014

Cataluña o la hora de Europa



No conozco ningún independentista catalán al que le hayan convencido los argumentos parlamentarios de Mariano Rajoy, Pérez Rubalcaba o Rosa Díez. O sea, que estamos donde estábamos.
Los que se autoengañan con la abrumadora votación de Las Cortes recuerdan que lo mismo le pasó al Plan Ibarretxe, cuyo fracaso le llevó al ostracismo político a su patrocinador. Se equivocan de medio a medio, porque el Estado asociado que proponía el entonces lehendakari era una creación personal, que contaba con la oposición de gran parte del propio PNV. En cambio, el independentismo catalán actual viene avalado por una amplia, activa y beligerante mayoría social.
Hace 35 años, apenas si había un dos por ciento de separatistas en Cataluña; hoy rondan el 60%. ¿Qué ha pasado?: que se les ha dado barra libre para monopolizar la escuela, los medios de comunicación, el mundo editorial… y recrear así un pasado mítico independentista y la promesa de una Arcadia feliz, libre de la opresión española. ¿A quién no le agrada tan bucólico panorama?
Era en aquel tiempo pasado cuando podía haberse puesto coto fácilmente a tanta falsedad y a tanto engaño. Ahora ya resulta imposible. Cuando, en octubre de 1934, Lluís Companys proclamó el Estat Català, no había tantos secesionistas como ahora y la República sofocó por las armas en un plis-plas aquella proclama. ¿Quién se atrevería a hacer ahora algo semejante? Nadie, por supuesto.
Por esa razón, desde hace varios años vengo argumentando, ante la incomprensión de la mayoría de mis amigos, que la independencia de Cataluña es un hecho inevitable e irreversible, con gravísimas y definitivas consecuencias para el resto de España.
La única instancia que podría frenar tanto desafuero no son Las Cortes Españolas —que los independentistas se las pasan por el arco de triunfo— sino esa Unión Europea que bien que osa inmiscuirse en Ucrania, continuar alimentando una insólita guerra civil en Siria o haber propiciado la ingobernable Libia post-Gadafi actual.
Si la UE no es capaz de percibir que la fractura de la España actual sería el inicio de su propia desmembración y de la fragmentación suicida de Europa, puede acabar sufriendo también el final de su propia utopía integradora, solidaria y pacifista. Si no, al tiempo. 

 

jueves, 3 de abril de 2014

Robar a los pobres



El presidente de los médicos españoles, Rodríguez Sendín, se lo ha puesto a huevo al Gobierno para que siga estrujando a los ciudadanos al proponer que se multe por la utilización indebida de la asistencia médica: una vez más, que se rasquen el bolsillo los usuarios, como con el copago y otras fechorías.
¿Por qué nuestro hombre no ha propuesto, en cambio, que se persiga el soborno de los médicos por las compañías farmacéuticas o se castigue a los directivos sanitarios que infrautilizan costosísimos materiales hospitalarios o descuidan su mantenimiento en perjuicio del contribuyente?
Nos encontramos al revés que en la mitología romántica, en la que nobles salteadores de caminos, como Robin Hood o Dick Turpin, robaban a los ricos para dárselo a los pobres. Ahora son las instituciones quienes asaltan a los pobres para dárselo, por ejemplo, a unos consejeros de bancos y cajas de ahorros que los han estafado con participaciones preferentes o deuda subordinada. Asimismo, el creciente desfase de la sanidad pública se atribuye a los enfermos y no a unos gestores de la cosa pública ineficaces e imprevisores.
Reconozco, no obstante, que es más fácil robar a los pobres que a los ricos. Éstos, para proteger sus bienes, ya no necesitan, como antaño, tener a su lado pesadas cajas fuertes de complejas estructuras. Ahora poseen SICAVs y otros instrumentos financieros y quienes guardan sus tesoros lo hacen en paraísos fiscales, con cuentas cifradas, limpias de polvo y paja.
Así no hay manera. Lo peor de todo es que hasta los modosos funcionarios de antes, como Cristóbal Montoro, se han apuntado a la moda de esquilmar a los pobres, ideando nuevas figuras tributarias, mientras que amnistían periódicamente a los que se llevan su dinero a Suiza.
¡Si Robin Hood y Dick Turpin levantasen la cabeza!