viernes, 31 de diciembre de 2010

La invisibilidad de Jorge Alarte

Por si aún no lo conocen, Jorge Alarte es aquel señor arrebujado con una bufanda que figuraba en un segundo plano en las fotos de la llegada oficial del AVE a Valencia.

Él mismo se queja de ser invisible por culpa del sistemático boicot que padece en Canal Nou. No le falta razón, ya que la televisión autonómica en época de Pedro García, y más aun con López Jaraba, se ha convertido en un instrumento de propaganda del partido de Francisco Camps. Claro que la misma obsecuencia con el respectivo poder regional lo practican todas las televisiones autonómicas aunque, eso sí, con menos desenfado que la valenciana.

Para contrarrestar esa invisibilidad manifiesta —en una reciente encuesta solo uno de cada cinco ciudadanos de la Comunidad afirma saber quién es—, Alarte ha utilizado todos los medios posibles: aparición en otros medios públicos, como en Los desayunos de TVE que presenta Ana Pastor, anuncios en los autobuses urbanos con su imagen ligada al AVE, creación de la página web www.alarte.org, más folletos presumiendo del tren de alta velocidad como cosa suya, etcétera etcétera.

En la misma línea de búsqueda de notoriedad puede interpretarse la destitución de Ricardo Peralta como delegado del Gobierno en Valencia, una vez desaparecida su valedora, María Teresa Fernández de la Vega. Peralta, a diferencia de su inane predecesor, Antoni Bernabé, se había convertido en la imagen oficial de un PSOE fustigador incansable del Consell. Ahora, Alarte ya no tendrá quien le haga sombra, al haberse nombrado para el cargo a una discreta persona de su confianza, Ana Botella, cuyo mayor renombre proviene de su homonimia con la mujer de José María Aznar.

La razón principal del desconocimiento ciudadano de Jorge Alarte radica, sin embargo, en que tanto él como su antecesor en el cargo, Joan Ignasi Pla, han tenido que dedicarse a lidiar dentro del partido con las distintas familias y apaciguar en lo posible a las gentes de Joan Lerma y Ximo Puig, quienes no ostentan cargo pero sí mandan dentro del PSPV-PSOE. Por ello, y por no tener la condición de diputado, el secretario general socialista carece de la presencia en los medios de que dispone su portavoz parlamentario, Ángel Luna, aunque en este caso ya le viene bien que sea otro quien reciba los palos que le atiza el PP.

Por fas o por nefas, el espacio público del que dispone Alarte resulta muy limitado. En cuatro días, hasta el candidato socialista a la alcaldía de Valencia, Joan Calabuig, ha logrado más titulares que él al dar un revolcón a la política del partido sobre los derribos en El Cabanyal, las obras de Mestalla, el parque Ferrari…

¿Tendrá tiempo el líder del PSPV-PSOE para conseguir la notoriedad necesaria y, como él decía anteayer mismo, que los ciudadanos voten “no más Camps” el próximo 22 de mayo?

Resulta más que improbable, pese al resistente suelo electoral del PSOE, como reconoce el experto demoscópico Jorge Feo, ya que, entre otros males que aquejan al partido socialista, el descrédito de Rodríguez Zapatero es tan mayúsculo, que bastante mérito tendría Jorge Alarte si, Virgencita, Virgencita, se quedase como está.

jueves, 30 de diciembre de 2010

Bienvenida sea la sociedad civil

Hasta ahora, las entidades sociales y económicas de la Comunidad habían dejado la conducción de la cosa pública en manos de los políticos mientras ellas se dedicaban a sus quehaceres: en el caso de los empresarios, a ganar dinero, que para eso han sido unos años de bonanza en los que dichas entidades hacían el rendibú sucesivamente a Eduardo Zaplana y a Francisco Camps sin un solo atisbo de crítica.

Ahora que las cosas vienen mal dadas, se han despertado de su apacible letargo y elevan su voz para opinar, criticar y orientar sobre lo que tiene que hacer la Administración Pública. Bienvenida sea, pues, esa sociedad civil sin cuya participación no existe una democracia avanzada.

Y lo que dicen ahora esas entidades es dramático. Lo hizo el pasado lunes el presidente del AVE, Francisco Pons, en un repaso inmisericorde a las carencias de la Generalitat, exigiendo recortar costes, parar su creciente endeudamiento, privatizar entes públicos deficitarios y hasta profesionalizar los cargos del Consell.

Al día siguiente le tocó el turno a Leopoldo Pons, presidente de los economistas valencianos, quien presentó los resultados de una encuesta en la que sus colegiados suspenden a la economía valenciana con un 3,32 sobre 10 y efectúan unas previsiones “no muy alentadoras”, para decirlo finamente.

En eso apenas difieren del barómetro de la Fundación Ortega-Marañón, en el que los empresarios españoles puntúan con un 2,8 la situación económica del país mientras que el 79 por ciento de ellos afirma que su empresa ha sufrido “mucho o bastante” la crisis económica.

La imagen que se ofrece no puede ser más desalentadora. Pero volvamos a la Comunidad, donde el presidente de la Cámara de Comercio de Castellón, Salvador Martí, acaba de afirmar que "no siempre se ha hecho una gestión responsable de las arcas públicas porque no se pensó que llegarían las vacas". Más claro, agua.

¿Cómo ha respondido a todas estas consideraciones el poder político? Francisco Camps, inveterado optimista, ha reconocido por primera vez la existencia de algunas deficiencias en su gestión, pero no ha cogido realmente el toro por los cuernos, por usar la metáfora que el presidente del Consejo Europeo, Herman Van Rompuy, aplicó a las reformas de Rodríguez Zapatero.

Camps admitió que hay que “cambiar aquellas dinámicas de otros tiempos y apostar ahora por un modelo más acorde” con la situación actual. Lamentablemente, se escudó en seguida en que “la Administración valenciana es la más barata” de todas, a pesar de ser “la peor financiada” por el Estado.

Si todas las comparaciones resultan odiosas, según el dicho popular, tampoco resuelven por sí mismas los problemas de retraso en el pago a proveedores, disminución de prestaciones sociales, encarecimiento de la deuda pública y mayor devengo de intereses, etcétera, etcétera. Pensemos, por ejemplo, que el Consell gasta más en hacer frente a su deuda que en bienestar social, según le ha recriminado el diputado socialista Antonio Torres.

Los problemas pendientes siguen pues ahí: frondoso parque de coches públicos mientras que en Gran Bretaña hay ministros que viajan en metro, familiares y amigos recolocados como asesores inútiles y prescindibles, ruinosas empresas públicas usadas para desviar el déficit presupuestario…

Todo esto no es patrimonio exclusivo de nuestra Comunidad, por supuesto. Pero hay que corregirlo. Para ayudar a poner las cosas en su sitio habrá que contar con la aparentemente renacida sociedad civil. Bienvenida sea, pues, y a dar el callo.

domingo, 26 de diciembre de 2010

¿A quién representa la CEOE?

Nuestros representantes políticos, sindicales, empresariales... cada vez están más alejados de sus bases sociales. En ese contexto, ¿la CEOE representa de verdad a los empresarios españoles?

La organización patronal, subsidiada por los presupuestos del Estado al igual que partidos y sindicatos, suele comer en la mano de quien le paga. Unas veces pone a su frente a algún funcionario sin empresa, como José María Cuevas; otras, a un empresario con problemas económicos y judiciales, como Díaz Ferrán. Y, siempre, en pugna con unas Cámaras de Comercio politizadas, con las que ha venido compitiendo en actividades y duplicando funciones. ¡Menudo panorama!

Por si ello no bastara, las grandes empresas del país suelen estar condicionadas por los contratos y por las actuaciones del Gobierno de turno —véanse, si no, las filtraciones de Wikileaks, para salir de dudas—, mientras que a las pequeñas todo son dificultades para ponerse a andar y facilidades para que echen el cierre.

Así no hay sociedad civil que valga, a diferencia de la Europa más desarrollada, donde la opinión de los emprendedores tiene más peso que la de la mayoría de los ministros.

Sería un milagro deseable que las cosas cambiasen ahora con Juan Rosell —autor, en su juventud, de un impertinente librito sobre el capitalismo anarquista o algo así—, pero su actividad oficialista al frente del Foment catalán no induce al optimismo.

Habrá que aguardar, pues, a una auténtica revolución moral, social y cívica frente a las instituciones aparentemente representativas para tener así una auténtica esperanza de mejora.

viernes, 24 de diciembre de 2010

Los planes (probables) de Zapatero

Rodríguez Zapatero negaba la crisis no hace mucho. Entonces las encuestas le eran favorables, nuestro hombre estaba en plena faena de transformar el país de arriba abajo, en un demoledor ejercicio de adanismo político, y probablemente pensaba eternizarse en el poder a falta de ninguna limitación constitucional al respecto.

Ése era el idílico escenario hasta que un día del mes de mayo vio abrirse el abismo económico bajo sus pies.

Ahora, cuando le vienen mal dadas, acaba de suscitar la cuestión sucesoria la víspera misma, como quien dice, de reconocer que “necesitaremos cinco años para corregir los desequilibrios estructurales de esta economía”. Y él, claro, no está para esa ingrata labor.

Para ella, y dado que los sondeos electorales le son adversos, ya estará Mariano Rajoy, quien arrostraría ese quinquenio —cuatrienio, más bien— de impopularidad conseguida merced a las brutales reformas que se avecinan. Tampoco, por supuesto, sería él quien se quemase presentándose para perder ante el PP unas elecciones que truncarían su carrera política. Eso que lo hagan Chacón, Blanco, Pérez Rubalcaba o quien sea. Él se retiraría a tiempo, con el haber de la Memoria Histórica, la Alianza de Civilizaciones y otras zarandajas por el estilo, y a ver demomento los toros desde la barrera.

Luego, cuando la realidad empitone a diestra y a siniestra, tanto a los políticos del PP como a los del PSOE, emergerá él de nuevo, como renovado Mesías salvador que administraría los subsiguientes años de bonanza, una vez haya pasado el tsunami económico.

Esto, claro está, sólo es una hipótesis. Pero, conociendo el sutil maquiavelismo de nuestro presidente, resulta una hipótesis inquietante, sí, pero también más que verosímil.

jueves, 16 de diciembre de 2010

La Comunidad Valenciana y la corrupción

Hace solamente dos o tres años, cuando uno viajaba fuera de la Comunidad todo era oír elogios de nuestro cap i casal, de la espectacularidad de la Ciudad de las Artes y las Ciencias de Santiago Calatrava y de lo bien que lo estaba haciendo la alcaldesa, Rita Barberá.

Ya no es así. Y no sólo por la sorpresa de muchos visitantes ante el abandono de la dársena que albergó la Copa América, que también. En los últimos meses he debido hacer frecuentes viajes a Cataluña, Galicia, el País Vasco y la Meseta y el común denominador de todas las interlocuciones es la corrupción política.

Llama la atención la cantidad y calidad de implicados en la Comunidad, desde Carlos Fabra en Castellón hasta Joaquín Ripoll, en Alicante, pasando por el presidente Francisco Camps.

No es extraña esta preocupación, dado que la corrupción se ha convertido en un gravísimo problema para los ciudadanos del ancho mundo, como acaba de poner en evidencia la ONG Transparencia Internacional, que representa en España Garrigues Walker. También para los españoles la clase política es el tercer problema del país, según el barómetro del CIS del mes de noviembre.

Con todo, me sorprende que a los catalanes –un 85% de ellos cree que la corrupción política esta “muy” o “bastante extendida”, según otra encuesta– les inquieten más los escándalos de nuestra Comunidad que el caso Pretoria, el saqueo del Palau por Félix Millet, o que el partido de Artur Mas haya sido el beneficiario de la mordida del 3% que denunció Maragall y de la que nadie ha vuelto a hablar.

A otra escala, algo similar me ha ocurrido en Castilla y León, donde el caso Gürtel se ha llevado por delante a políticos como Jesús Merino –que fue vicepresidente de la Junta– y a empresarios como José Luis Ulibarri y que salpica ahora al presidente de Las Cortes regionales, Fernández Santiago. Pues bien: las conversaciones no se centran en ellos, sino en los políticos valencianos, como se pudo apreciar entre bastidores, el pasado jueves, durante el cónclave del PP en Segovia con Mariano Rajoy.

No sé muy bien a qué se debe el que sean siempre los mismos los que se llevan la fama cuando en todas partes cuecen habas, por fundir aquí dos refranes que hacen al caso. Lo cierto es que, a falta de otros asuntos, otros argumentos y otros motivos de notoriedad, la corrupción política viene siendo el tema de conversación en lo que a la Comunidad Valenciana se refiere. Ahí creo yo que está la madre del cordero: en la ausencia de otras referencias políticas, económicas, culturales... que sitúen a nuestra Comunidad donde merece estar.

Por ejemplo: en el ámbito político han desaparecido de la primera línea personajes de un valencianismo más que discutible, como Fernández de la Vega, Pedro Solbes o Bernat Soria, pero que estaban allí. Ahora sólo nos quedan González Pons y Leire Pajín, contestada esta última hasta en sus propias filas. Poco balance, pues, del que presumir. ¿Y qué decir del mundo empresarial, cuando apenas si Juan Roig se presenta como único modelo a imitar?

Es necesario, por consiguiente, que la sociedad civil despierte y que los empresarios tomen el relevo de los políticos para ofrecer la mejor imagen de nuestra Comunidad. Es la hora en que los Rafael Ferrando, José Vicente González, Francisco Pons, Vicente Boluda, José Vicente Morata y bastantes más den un paso adelante y exhiban las bondades de nuestra región en un momento en que la administración pública no está, precisamente, para tirar cohetes.

Más fieles, pero menos competentes

La reflexión no es mía, sino del socialista Joaquín Leguina: la mayor cualidad que exigen los líderes políticos a sus parlamentarios es la obediencia, mucho antes que la competencia. Con otras palabras ha venido a ratificarlo el presidente del Congreso, José Bono: para figurar en las listas –ha dicho– resulta “más eficaz ser amigo de Soraya Sáenz de Santamaría o de José Blanco” que de los ciudadanos a los que tienen que representar.

En esa tesitura de confeccionar las listas electorales autonómicas andan metidos ahora los partidos políticos de nuestra Comunidad.

Las de algunos, como el Bloc, pueden resultar irrelevantes si, como anticipan las encuestas, queda fuera de Las Corts. “El radicalismo de Mónica Oltra y Mireia Mollá, las figuras más visibles del Compromís en esta legislatura –me explica un analista–, ha perjudicado enormemente al nacionalismo más moderado de Enric Morera”.

Lo importante es lo que pueda pasar en el PP y el PSPV-PSOE, los dos grandes partidos de la Comunidad. En el primero, lo holgado de su representación, permitirá que Francisco Camps premie la fidelidad de un grupo al que Rafael Blasco ha controlado con mano de hierro y que, según su portavoz, ha demostrado tener “una gran agenda de actuaciones” y ha elaborado “muchas iniciativas” parlamentarias.

Aun así, habrá margen para nuevas incorporaciones, no sólo por el mayor número de escaños que le vaticinan los sondeos electorales, sino por la desaparición de algunos desafectos, como Gema Amor –“alguien que ni siquiera aplaude a su presidente”, como le reprocha una compañera de bancada– o el imprudente Vicente Parra, y del amortizado Luis Díez Alperi, quien sería sustituido por la actual alcaldesa de Alicante, Sonia Castedo. También dejarían un hueco en Las Corts Salvador Cortés y Rafael Ferraro, por el único delito de tener 66 años el primero y 68 el segundo.

Estas bajas harían sitio, probablemente, para algunos consellers que cesarían y que según las quinielas serían Trini Miró, Belén Juste y Mario Flores. Como se puede apreciar con todo esto, no se trata de elegir a los mejores, sino de rehacer las listas según fidelidades y afinidades con el líder del partido.

Tal estrategia aún resulta más evidente en el caso del PSPV-PSOE, donde las malas previsiones electorales reducirían su margen de maniobra.

El secretario general del partido, Jorge Alarte, se encuentra ante el dilema de colocar en Las Corts a personas afines, como Carmen Martínez, y a él mismo, y “no dejar a nadie en la estacada”, como ha anunciado en público y en privado. Semejante cuadratura del círculo resulta complicada, pues, a pesar del hermetismo con que maneja el asunto –“este es uno de los secretos mejor guardados del partido”, me dicen en el entorno de Alarte–, se sabe que piensa mantener a gente de su cuerda, como Ángel Luna, Francisco Signes, Carmen Ninet, Clara Tirado y Marisa Lloret. Por otra parte, es rehén de los pactos con Joan Lerma y Ximo Puig, por lo que al final sólo quedarían fuera del hemiciclo “quienes no hagan los deberes”, así como el anterior secretario general, Joan Ignasi Pla, para quien se busca un puesto en el Consell Consultiú, imposible a fecha de hoy por la oposición del PP a todo tipo de acuerdo.

Como se aprecia en este somero repaso, al que seguirán otros análisis más precisos sobre la idoneidad o no de los candidatos, en el momento de confeccionarse las listas de diputados prima con claridad la conveniencia partidista sobre los intereses generales de los ciudadanos.

martes, 14 de diciembre de 2010

Federar España con Argentina

Miles de jóvenes españoles, magníficamente cualificados, están marchando a Argentina porque aquí no encuentran trabajos acordes con su preparación.

Así, como quien no quiere la cosa, llevamos siglo y medio de tráfago de uno a otro lado del Atlántico. En el siglo XIX fue la emigración a ultramar, como se decía entonces, de gallegos y otros paisanos en busca de algo que llevarse a la boca. Lo recogían aquellos versos de la gran Rosalía de Castro: “Con malenconía/ miran para o mar/ os que noutras terras/ tén que buscar pan”.

Tras la guerra civil, la emigración fue más selectiva, aunque igual de forzosa, de intelectuales afectos a la República: Pérez de Ayala, Sánchez Albornoz, Miguel de Molina, Eduardo Zamacois y varias docenas más.

Luego el camino se hizo en sentido inverso: argentinos que huían de su país tras el cruento golpe militar de 1976 y la posterior represión brutal de Jorge R. Videla y sus conmilitones. Más tarde, una nueva escapada masiva: esta vez de la subsiguiente miseria al corralito financiero que hundió a la clase media argentina. Ahora, a lo que se ve, son nuestros jóvenes los que buscan de nuevo “hacer las Américas”, en tardía imitación de sus bisabuelos.

No es que la historia se repita, sino que se caricaturiza, como decía Carlos Marx, y perdón por la cita. Lo cierto es que si uno pasea por el cuidado barrio bonaerense de Belgrano, por los jardines de La Recoleta o por la bulliciosa calle Florida uno cree encontrarse en Madrid, tal es la semejanza del paisaje y del paisanaje. Además, con tantas idas y venidas, ¿quién no tiene un primo, aunque sea lejano, en la patria de Borges y Cortázar?

Por eso propongo que, mientras España se va despedazando lenta pero ineluctablemente —véase, si no, el resultado electoral en Cataluña, con la elección de Joan Laporta incluida—, lo que quede de nuestro país se federe con Argentina, donde seguro encontraremos más receptividad a la idea que en el nacionalista vasco Joseba Egibar, quien despotrica hasta contra la selección española de fútbol. En cambio, Portugal —“la autonomía que menos problemas nos causa”, como ironiza siempre mi brillante amigo Javier Paniagua, rector de la UNED en Valencia— presentó una fallida candidatura conjunta con España para el Mundial de Fútbol de 2018.

Así que, con compañeros de viaje que nos quieran como portugueses y argentinos, a lo mejor tendríamos mejor futuro colectivo que con algunos enemigos interiores dispuestos a dinamitar nuestra convivencia en cuanto se les dé la más mínima oportunidad de hacerlo.

domingo, 5 de diciembre de 2010

Un funámbulo en La Moncloa

No sé si Rodríguez Zapatero representa una “izquierda trasnochada y romántica”, como opinan los Estados Unidos, según los documentos filtrados por Wikileaks. Me consta, en cambio, que sí es un transformista ejecutando equilibrios sobre el alambre del oportunismo político.

Cuando conviene, nuestro hombre se transmuta, pasando de ser el amigo europeo de Hugo Chávez, Evo Morales y otros autócratas, al paladín de las reformas económicas liberales. Todo, con tal de mantenerse en el poder. Es decir, lo mismo que hace el funámbulo asido a su pértiga para no caer al vacío.

Semejante transformismo político, semejante falta de criterio y de proyecto, se está convirtiendo en paradigma del socialismo español. Le ocurrió a José Montilla, trasmutándose de ministro del Gobierno de España en adalid del nacionalismo catalán más exacerbado y dogmático. Luego, a la hora de las elecciones, intenta escudarse sin éxito tras el españolismo de Felipe González.

¿Y qué decir del socialismo valenciano? A pesar del caso Gürtel, sus propias encuestas le sitúan 26 puntos por debajo del PP. Ante tal desastre, y espoleados por José Blanco, ahora dicen digo donde antes decían diego en asuntos como el campo de Mestalla, el barrio del Cabañal, el parque de Ferrari y otros temas que jaleaban como intocables e irreversibles.

Vivimos, pues, en un escenario político donde las convicciones han sido sustituidas por las conveniencias. El maestro de este género político es el equilibrista que habita La Moncloa. Algunos, incluso, creen que además de funámbulo es sonámbulo.

Entonces, sí, entonces su batacazo político estaría más que garantizado.