Las
mayores críticas a Mariano Rajoy y
al Gobierno actual se las vengo oyendo no a personas de izquierdas, sino a los
propios votantes del PP.
Las
encuestas corroboran ese estado de ánimo y manifiestan el descrédito creciente
del partido y de sus dirigentes. A éstos, al parecer, no les perturban estos
resultados demoscópicos, ni la aparición de otros grupos políticos, como el de Ortega Lara, que le van a disputar su
espacio electoral. También se muestran displicentes, de puertas hacia afuera,
ante el guirigay interno en temas como el aborto o la financiación autonómica,
la espantada de personajes como Vidal-Quadras
o los evidentes signos de desafección del mismísimo José María Aznar.
Según
ellos, se trata de episodios coyunturales que no mermarán la solidez de un
partido al que recientemente han votado diez millones de españoles.
Precisamente
son esos votantes quienes reflejan su desconcierto y su descontento ante un
partido que incumple de manera clamorosa sus propuestas electorales, que
perjudica con sus medidas económicas sobre todo a la antes sólida clase media,
que ha permitido que la secesión de Cataluña sea casi inevitable y que no acaba
de sacudirse de encima una corrupción política que ha llevado a la imputación
de centenares de concejales, alcaldes, diputados económicos y otros altos
cargos de la Administración.
¿No
se dan cuenta de que poderosos partidos de otros tiempos llegaron a desaparecer
por no hacer caso de tan evidentes señales de su deterioro?
Y
no me refiero necesariamente al conocido caso de la UCD de Adolfo Suárez. Tenemos el ejemplo italiano, donde la corrupción
política, la tangentópolis, liquidó a
la omnipotente Democracia Cristiana y de paso a todos los partidos
tradicionales, de izquierdas y de derechas.
Es
verdad que esas ideologías vuelven a surgir electoralmente con otros programas
y otras siglas, pero también con otros dirigentes. Resulta posible, pues, que
los días del partido Popular, tal como le conocemos, estén contados. Quien dice
días, puede decir unos pocos años, pero de aquel PP que presumía ser el
regenerador de la vida política española no queda nada de nada.