martes, 31 de mayo de 2011

Los niños saharauis


Nunca he entendido la estancia fugaz de niños saharauis durante unos veranos placenteros en España para regresar luego a la miseria de los campamentos de refugiados en Tinduf. ¿Qué ventajas les reporta?


Por eso, comprendo a la señora Rosa María Sánchez, quien ha prolongado indefinidamente la estadía con ella de Saltana el Bardi, su hija de acogida, aun al coste de ser condenada por el Tribunal de derechos Humanos de Estrasburgo.


Por supuesto que es punible privar de su retoño a una madre biológica. ¿Pero no lo es también impedir el bienestar, la formación y el desarrollo de miles de niños abocados al hambre, al sufrimiento y a una vejez prematura en Darfur, Haití, Sierra Leona y tantos sitios más?


No se trata del ominoso y retorcido argumento con el que se han robado muchos niños a sus padres legítimos, afirmando que tendrían un futuro más digno con sus secuestradores. En absoluto. Pienso, tan solo, si no sería mejor para muchos niños saharauis estudiar en España y pasar los veranos con sus padres en Tinduf, y no al revés. Lo de ahora es como mostrarles un caramelo para arrebatárselo casi de inmediato.


Sé que con ello tranquilizamos nuestras conciencias, lo que resulta a todas luces honesto. No sé, en cambio, si es tan loable la actitud de los dirigentes del Sahara al mantener a sus niños en campamentos insalubres como rehenes de su causa independentista. Y lo mismo podría decirse de los sátrapas árabes que derrochan petrodólares en fastos suntuosos en vez de dar educación a los niños de los refugios de Gaza y Cisjordania.


Y es que muchas veces los culpables de la indigencia no son aquellos que lo parecen a simple vista.

domingo, 29 de mayo de 2011

Rajoy y el Pato Donald


Francisco Camps, que ha llevado la Comunidad Valenciana al borde de la quiebra, confía en que la próxima llegada de Mariano Rajoy a La Moncloa solucione sus problemas económicos. Para él, a diferencia de Rodríguez Zapatero, el líder del PP debe ser como el craso Tío Gilito de las historietas infantiles, que textualmente nadaba en oro. Pero ignora que el avaro Tío Gilito jamás le dio un duro al ingenuo y pobretón Pato Donald.



Rajoy, envalentonado por el éxito electoral del pasado domingo, empieza por fin a enseñar la patita de su futuro programa económico: “Sangre, sudor y lágrimas”, como prometió Winston Churchill a los británicos para ganar la guerra. Y a fe que lo consiguió.



Hasta ahora, Rodríguez Zapatero ha ido prometiendo felicidad sin cuento y ha traído, en cambio, un paro desolador, un frustrante desempleo juvenil, recortes salariales a los colectivos más cautivos y desarmados —funcionarios y pensionistas—, desaparición de ayudas sociales, etcétera, etcétera.



El sistema de quitar con una mano lo que daba con otra resulta doblemente perverso, además de la ironía de presumir, como hace el leonés, de “haber presidido el Gobierno con más prestaciones sociales de la historia”. Por supuesto que podría añadir que el suyo también ha sido “el de más recortes sociales de la ídem”.



Pero hablaba de lo perverso del sistema de subvenciones, que propicia la resignación y el conformismo y fomenta el abandono y la molicie frente al esfuerzo y el tesón para mejorar el bienestar personal y colectivo. Eso les sucedía también al Pato Donald y a sus ociosos sobrinitos del cuento, esperanzados siempre en que los dólares del Tío Gilito les sacasen de pobres.



En esta otra historia real de la crisis económica, nadie, salvo nosotros mismos, nos va a sacar las castañas del fuego. Ante la inoperancia del presidente Zapatero, de los derroches económicos de Camps y demás dirigentes autonómicos, del persistente déficit público y de la deuda que no cesa, ya está acechándonos el famoso mercado para pedirnos cuentas.



Y no nos creamos que el tal mercado lo conforman unos siniestros personajes emboscados en Wall Street, sino que lo constituyen millones de pequeños inversores de todo el mundo que buscan la mejor manera de rentabilizar sus modestos ahorros.



Por eso, van dados quienes, como Camps, aún creen que el derroche económico puede seguir. Mariano Rajoy y cualquier persona con sentido común saben que esto se va a acabar porque, si no, a nuestro lado lo de Grecia no será más que una mínima anécdota.

sábado, 28 de mayo de 2011

Lo que le espera a la Comunidad Valenciana

Círculos próximos al presidente Francisco Camps creen que éste no ha acabado de entender los resultados electorales del pasado domingo: “Está totalmente convencido de que el suyo ha sido un éxito clamoroso, histórico, sin darse cuenta de que él, junto a Esperanza Aguirre, ha sido el único presidente autonómico del PP en perder votos en pleno auge nacional de su partido”.

O sea, que según ese análisis ha habido cierto castigo electoral al presidente de la Generalitat.

Un analista sin adscripción política se congratula de ello: “Ahora, aunque el PSPV-PSOE de Alarte haya entrado en la UVI, la mayor presencia de Esquerra Unida y Compromís en Las Corts va a dotar al Parlamento autonómico de una vida de la que carecía”.

Según él, Las Corts se habían convertido en una máquina de aprobar leyes más o menos trascendentes pero de la que había desaparecido casi por completo el debate político: “Es más, ha habido leyes cambiantes y hasta contradictorias, como las de urbanismo, sin que los ciudadanos ni los propios interesados hayan sabido el porqué de esos vaivenes”.

A pesar, por consiguiente, de los discutibles resultados del 22-M, el presidente Camps está eufórico. Cuenta con que el triunfo de Mariano Rajoy en las próximas elecciones generales aliviará todos los problemas del Consell, mitigando la presión sobre la deuda pública de la Generalitat, abriendo nuevos canales de financiación y reconociendo una mayor población que justifique más transferencia de fondos.

Por ello, no cree oportuno dar un golpe de timón a su política de gasto público y solo efectuará unos recortes y retoques mínimos, pese a las peticiones de signo contrario de Vicente Boluda, Juan Roig y otros empresarios significativos de la Comunidad.

Incluso, haciendo una acto de presunta autoridad tampoco parece dispuesto a realizar grandes cambios en su equipo más inmediato, pese a la reiterada aparición de algunos nombres en los sumarios del caso Gürtel, como el vicepresidente Vicente Rambla.

Muy otra, sin embargo, parece ser la actitud del presidente nacional del PP ante los acontecimientos políticos que se avecinan. Según sus asesores, un acorralado Rodríguez Zapatero no podrá aguantar hasta el año que viene debido a la presión conjunta de los mercados internacionales, las agencias de calificación de créditos, el FMI, el Eurogrupo, la UE y hasta la mismísima Angela Merkel. O sea, que sí que habrá elecciones generales en otoño.

De cara a ese suceso trascendental, Rajoy quiere convencer a sus eventuales votantes de que con él la recuperación económica está asegurada. Para eso, desea mostrar una límpida ejecutoria en las comunidades autónomas donde gobierna su partido.

De la Murcia de Ramón Luis Valcárcel exhibirá la reducción de su déficit; de la Castilla y León de Juan Vicente Herrera, su excelencia académica; del Madrid de Esperanza Aguirre, la eficacia de su gestión; de la Galicia de Núñez Feijóo, su política equilibrada de cohabitación lingüística; y hasta del nuevo presidente de Baleares, José Ramón Bauzá, la regeneración del PP que había sumido en la corrupción Jaume Matas.

Pero, ¿de qué realización podrá presumir en la Comunidad Valenciana?

Aquí, me sabe mal recordarlo, entre otras cosas tenemos la segunda deuda pública más elevada de España, la mayor cantidad de impagos de las Administraciones públicas y el peor nivel de la enseñanza secundaria. No será, pues, Mariano Rajoy, a las puertas de La Moncloa, quien arriesgue sus posibilidades avalando la más que discutible gestión autonómica de Francisco Camps.

Para más inri, con el mordaz Pérez Rubalcaba como rival electoral, Rajoy no puede permitirle que un día sí y otro también utilice el caso Gürtel contra la credibilidad regeneradora del PP. Por eso, aunque él todavía no lo sepa, Paco Camps es un presidente cuya fecha de caducidad está bastante próxima.

viernes, 27 de mayo de 2011

Ripoll, Ana Botella e Ignasi Pla


José Joaquín Ripoll

A José Joaquín Ripoll le llaman Pitu tanto los amigos como los enemigos y los mediopensionistas. La pregunta del millón es: ¿cuál de las tres categorías tiene más miembros?

Con la defección de Gema Amor en Benidorm, el número de sus partidarios ha decrecido. El de quienes no le quieren, en cambio, permanece invariable, con el presidente Camps a la cabeza, por mucho que sus respectivos procesos judiciales hayan amortiguado las diferencias entre ambos.

Todo proviene de la inquebrantable fidelidad de Ripoll a dos conceptos básicos: Alicante y Eduardo Zaplana, aunque no necesariamente en este orden. Y ya se sabe que en este mundo de lealtades efímeras, oportunismos varios y cambios de chaqueta interesados, la fidelidad es una virtud en franca decadencia.

Antes de cruzarse el caso Brugal en su camino, Pitu mantenía una importante cuota de poder territorial. Ahora, en cambio, hasta la alcaldesa alicantina, Sonia Castedo, se atreve a desairarle, con la amenaza implícita de que podría perder la presidencia de la Diputación, no a manos de los electores, sino de sus propios compañeros de partido.

Y es que, si se compara el parapenting con la política, obviamente resulta mucho menos arriesgado el primero que la segunda.

Ana Botella

Le incomoda, claro, que se aluda a su homonimia con la esposa de José María Aznar, no tanto por la indeseable confusión sino porque ella es socialista y el ex presidente, en cambio, encarna el mal absoluto. También le molestan, dicen, los comentarios elogiosos sobre su palmito: eso es machismo ramplón y casposo y ella, cuidado, tiene mando en plaza sobre los cuerpos de seguridad del Estado. Así que mucho ojo.

Pese a eso, sus maneras son suaves y educadas, prefiriendo una prudente discreción a la estridencia y el protagonismo de su predecesor, Ricardo Peralta, un delegado del Gobierno que pretendía hacer sombra hasta al mismísimo presidente Camps y a quien en realidad anulaba era a su jefe de filas, Jorge Alarte: de ahí la malquerencia que le profesaba este último.

Ana Botella, por el contrario, sólo pretende servir de correa de transmisión al Gobierno de Zapatero, lo que en Valencia resulta tan impopular como tratar de vender Biblias en La Meca. Pero ahí la tienen: siempre con un gesto amable y sin perder la compostura.

Claro que, de creer a las encuestas, sólo le queda un telediario en el cargo, ante la presumible debacle socialista en las elecciones de 2012. Pero seguro que, pese a todo, ella mantendrá hasta el último segundo su inmarcesible y tímida sonrisa.

Joan Ignasi Pla

A toro pasado, muchos se lamentan —él incluido— de que hubiera dimitido de su cargo hace cuatro años, al descubrirse que no había pagado unos modestos arreglos en su piso.

En un mundo en el que sólo dimite el rijoso Strauss-Kahn tras la acusación de un delito mayúsculo, Pla fue más escrupuloso que una monja de clausura y dejó las riendas del PSPV-PSOE al que quisiera tomarlas. Ahora, vistos los resultados electorales de Jorge Alarte este 22-M, “con Joan Ignasi vivíamos mejor”, se dicen con pesar muchos militantes socialistas.

El anterior secretario general del partido cayó en una celada tendida por sus propios compañeros, como siempre sucede en estos asuntos de las conspiraciones. A partir de entonces, acudió silencioso a todas las sesiones de Las Corts como esos parias de la India se enfrentan a los trabajos más penosos de la sociedad. Sin una queja, sin un mal gesto y sin un atisbo de venganza.

Ahora, excluido del parlamento autonómico por esos mismos ajustes de cuentas internos, está en espera de destino, como se decía antaño de aquellos funcionarios de los que no se sabía qué hacer con ellos. Y es que la política da muchas satisfacciones a sus protagonistas, pero cuando vienen mal dadas dedicarse a ello es peor que trabajar en la central nuclear de Fukushima.

martes, 24 de mayo de 2011

¿Ha habido elecciones autonómicas?


Éste ha sido un plebiscito contra la política errática y suicida de Rodríguez Zapatero más que unas elecciones autonómicas al uso. Sólo así se explica que el mapa autonómico de España haya borrado prácticamente al PSOE del gobierno de todas las autonomías.


De eso se ha beneficiado Francisco Camps, que sigue con mayoría absoluta en Las Corts aunque haya perdido por el camino más de 100.000 votos respecto a 2007. Si su éxito hubiese sido tan clamoroso como se suponía, habría doblado a su rival directo, Jorge Alarte, como ha hecho en Madrid Esperanza Aguirre con Tomás Gómez.


Y es que el batacazo del PSOE ha sido general. No han importado los problemas específicos de una Comunidad Autónoma u otra, sino que los ciudadanos han votado contra el PSOE. Y allí donde el PP no podía ser el beneficiario de esos votos de castigo, éstos han ido a CiU, en Cataluña, o al PNV y hasta a Bildu en el País Vasco.


Rodríguez Zapatero se aferrará a su cargo, seguro, al margen de lo que acaban de manifestar los electores. Pero si no hace caso al clamor ciudadano de adelantar las elecciones generales, a lo mejor no le queda otra tras las previsibles presiones de los mercados, de las agencias internacionales de ratings y de la propia Unión Europea. Todos ellos quieren que se aclare el panorama, saber qué va a pasar con la deuda pública española y si las Comunidades Autónomas van a reducir su déficit o le van a decir tururú al presidente de España.


Por todo eso, estas elecciones no han sido autonómicas, sino la primera vuelta de unas generales. Y en esta confrontación entre los dos grandes partidos no hay formaciones políticas que sirvan de bisagra, salvo en Madrid, donde ha conseguido escaños la UPyD de Rosa Díez.


Los partidos aparentemente intermedios en España son los nacionalistas, es decir, aquellos que precisamente no creen en la unidad española: menuda paradoja. Menos aun lo puede ser la Izquierda Unida de Cayo Lara, situada no en medio, sino a la izquierda del PSOE. Si aun existieran partidos liberales o verdes, como en otros países europeos…


En la Comunidad Valenciana se pueden sacar tres conclusiones a corto plazo: 1) el próximo castigo en Las Corts va a ser para Jorge Alarte —no sólo por los suyos— sino por la pinza entre el PP y las crecidas formaciones de EU y Compromís, que querrán arrebatarle su espacio político; 2) el único peligro en el horizonte para Francisco Camps va a ser la deriva judicial de un peliagudo caso Gürtel y no la oposición de un deshilado PSPV-PSOE, y 3) el auténtico calvario comenzará cuando Mariano Rajoy llegue a La Moncloa y diga que basta ya de dispendios y a atarse los machos, porque no queda dinero ni para pipas.


Y es que hay victorias, como la de Paco Camps ayer, que pueden ser esplendorosas, aunque al final acabarán pasando factura.




domingo, 22 de mayo de 2011

De Mayo del 68 a Mayo del 11

Las revueltas en los países árabes por un mínimo de democracia no tienen nada que ver con los espontáneos movimientos juveniles en España. Allá sólo pretenden respirar un poco de aire mientras los sátrapas locales nadan en la riqueza más ostentosa. Aquí se conforman con no ir a menos en su desahogado tren de vida tradicional.

En eso, al menos, existen cuarenta años de diferencia entre unos y otros.

Los jóvenes del mundo desarrollado ya exigieron “todo y ahora”, como decía algún eslogan, en Mayo de 1968. Las revueltas de la Sorbona parisina, el campus norteamericano de Berkeley o el Berlín de Rudi Dutschke pretendían que los beneficios del capitalismo llegasen a los jóvenes en forma de más participación política, permisividad de costumbres y mayor consumismo. Y a fe que lo consiguieron.

Cuarenta años después, aquellos jóvenes han gastado más de lo que podían y a sus hijos y nietos sólo les quedan las migajas: paro, precariedad laboral, mileurismo y falta de expectativas. De ahí su legítimo cabreo.

Por fortuna, aquí el malestar no se ha encauzado hacia partidos radicales, populistas o xenófobos, del signo que fuere, como en gran parte de Europa. Aquí, el apoyo familiar, el pasotismo, el botellón o las fiestas rave han servido de válvulas de escape. Hasta ahora.

Si a nuestra clase política este movimiento le ha cogido a contrapié es porque no se entera de nada, confortablemente situada en su Olimpo con todos los gastos pagados. Pero ya se le ha acabado el momio, porque estas revueltas nunca se sabe cómo empiezan pero menos aun cómo acaban.

Y esto no ha hecho más que comenzar.

sábado, 21 de mayo de 2011

El voto como exorcismo

La verdad es que nos encanta votar. Así se explica el alto porcentaje de participación electoral, en torno al 70 por ciento.

En otros países con más tradición democrática, como Estados Unidos, apenas si acuden a las urnas la mitad de los ciudadanos. Mucho más cerca, en Bélgica, vota el 90 por ciento de los electores, pero eso es porque la ley les obliga. Aun así, el país lleva más de un año sin conseguir formar Gobierno y si todavía tira hacia adelante es porque, de hecho, Flandes y Valonia funcionan como dos Estados independientes.

Quizás sea por la abstinencia forzada durante los 39 años de dictadura del general Francisco Franco, pero lo cierto es que hasta los ciudadanos indignados con la clase política, como esos jóvenes de “democracia real ya”, acampados en 70 ciudades españolas, no animan a la abstención electoral, sino justamente todo lo contrario.

Y no se debe a que los políticos encandilen al personal, ya que los susodichos constituyen el tercer problema del país, según las encuestas, y cada vez hay más ciudadanos hasta el gorro de su endogamia como casta, de sus privilegios y de su elitista aislamiento social.

Tampoco es que la campaña electoral haya resultado nada esclarecedora. De creer a unos, en estos comicios sólo se ventila la continuidad o no en La Moncloa de Rodríguez Zapatero. Para otros, como las huestes de Jorge Alarte, se trata en cambio de una cuestión casi moral, de dignidad pública, y no de resolver el día a día de los sufridos contribuyentes.

Durante esta tediosa campaña en la que han predominado las descalificaciones sobre las propuestas y los insultos sobre las ideas, ¿alguien ha recordado que lo que se ventila es el poder real en la Comunidad Autónoma, que se decide quién dictará las leyes que mitiguen el paro, potencien las empresas, reanimen la actividad económica y mejoren nuestro futuro?

Si todo eso se remite a las próximas elecciones generales, ¿para qué sirven entonces los presidentes autonómicos, como se preguntaba el de Extremadura, Fernández Vara?

Y es que, en realidad, sólo emitimos nuestro sufragio como si practicásemos un rito exorcista que alivie nuestras frustraciones políticas. Y, así, hasta la próxima votación, sin que en el paréntesis entre una elección y otra podamos controlar el buen o mal uso que se hace de nuestro voto.

¿Para eso tanto gasto electoral, tantos días de campaña, tantas energías desplegadas?

En un delicioso cuento, el escritor de ciencia ficción Isaac Asimov ofrecía una irónica alternativa. En el gran día electoral, el protagonista del relato se levantaba nervioso ante la responsabilidad de su voto; solo hacia el final de la narración nos percatamos de que se trata del único votante de todo el país, ya que una sofisticada y compleja computadora ha decidido que él es el ciudadano medio, aquel uomo qualunque que decía el poeta modernista Gabriele d’Annunzio, y que su voto refleja el sentir de todo el colectivo.

En la democracia real, pese al despliegue masivo de electores y de elegidos, el resultado no difiere demasiado. Lo único relevante es que los ciudadanos se desfogan hasta la próxima tediosa, repetitiva y frustrante campaña electoral.

Esto, con toda su ingenuidad, contradicciones, ambigüedades e imprevisibles derivas populistas es lo que intuye el movimiento de jóvenes indignados: que de no hacer algo y pronto, su futuro y el de sus hijos va a ser mucho peor que el de sus padres y sus abuelos. Y no se oponen a votar, en absoluto, pero sí quieren que su voto sirva para algo y hacer, en consecuencia, todas las modificaciones electorales necesarias para que ello sea posible.

viernes, 20 de mayo de 2011

Ricardo Costa, Enric Morera y Manuel Cervera

Ricardo Costa


Pese a su brillantísima actividad parlamentaria, nuestro hombre pasará a la posteridad solo como “el fulano aquel del caso Gürtel”, en referencia al escándalo político aún no juzgado por los tribunales.

Así de injustas suelen ser las cosas de la vida. Los clásicos ya lo sabían bien aunque, como Cicerón, lo expresaban en latín, que era lo suyo: “O tempora, o mores!”

Además, un tipo con su envidiable anatomía juncal, aspecto de dandi y ademanes pintureros, parece presa casi obligada para quienes pretenden corromper al personal con trajes a medida y otras exquisiteces varias.

A Ricardo Costa tampoco le ha favorecido el ser hermano de Juan, el ex ministro de Aznar. Resulta que Juan Costa fue el único dirigente del PP en cuestionar públicamente en su día el liderazgo de Mariano Rajoy y por eso ha acabado dejando el partido y volviendo a la empresa privada, que es lo suyo, lo mismo que el latín para Cicerón.


Con ese precedente familiar, no es extraño que le haya cogido manía María Dolores de Cospedal, en la impotencia de la mujer por cortarle la yugular a Paco Camps, que es lo que ella habría preferido. Pero Ricardo le es tan fiel a su presidente que aceptó poner su cuello para recibir la cuchillada, a cambio, eso sí, de un puesto de salida en las listas electorales.


Enric Morera


Sabe moverse con más soltura entre los enojosos recovecos de la política de conciliábulos que en el ágora pública donde, dicen, aburre hasta las ovejas por culpa de su ademán siempre pausado y de un semblante como el de Tristón, el fúnebre personaje de las historietas infantiles.

Pero para aquellos menesteres de la arenga, la agitación parlamentaria y el escándalo cuenta con otros colaboradores, sobre todo con la vehemente diputada Mónica Oltra, portavoz de sus asociados de Iniciativa del Poble Valencià, la cual, con sus diatribas y sus camisetas, logra sacar de sus casillas hasta al bueno del vicepresidente Juan Cotino.

Morera, con un regate en corto que ni el barcelonista Messi, es quizás el político que mejor consigue rentabilizar su respaldo electoral —magro, por otra parte—, escorándose a babor o estribor según los casos. Con esa rara habilidad, entró en Las Corts a lomos de Esquerra Unida y ha logrado 23 alcaldías a lo largo de la Comunidad gracias a pactos puntuales con unos u otros.

No faltan quienes creen que una ambigüedad tan mayúscula acabará por pasarle factura ante unos electores que no saben ya si nuestro hombre es nacionalista, valencianista, de izquierdas, de derechas o ni una cosa ni la contraria. Claro que eso no parece inquietarle en absoluto.


Manuel Cervera


Nunca he entendido por qué tantos médicos se meten a políticos, desde Juan Negrín a Gaspar Llamazares, pasando por Jordi Pujol. Quizás de tanto conocer las miserias humanas pretenden remediarlas más allá de la enfermedad puntual de un individuo u otro. Tampoco se me alcanza por qué, una vez metidos en política, nunca ocupan cargos relativos a temas de salud.

Manuel Cervera es de las raras excepciones al respecto: médico, político y conseller de Sanidad. Además, a diferencia de otros, ha estado ejerciendo hasta ayer mismo, como quien dice, con lo que no sólo sabe de lo que habla, sino que puede ganarse la vida en su oficio sin depender de la sopa boba.

En otra clasificación de políticos, que va desde los engreídos que parecen perdonarnos la vida al ocuparse de nuestro bienestar hasta quienes creen que sus jefes son los ciudadanos y no al revés, el conseller pertenece afortunadamente a esta última categoría, aun a riesgo de chupar menos cámara que otros.


Lo que tampoco se le puede negar, como buen oftalmólogo, es un ojo clínico que le ha hecho estar al frente de la consellería cuando la inauguración de la nueva Fe. Claro que los percances de su precipitada inauguración no son cosa de él, sino de quienes urgieron la improvisada apertura para poder salir en la foto.


jueves, 19 de mayo de 2011

Tertulias

Estoy dejando de acudir a bastantes tertulias televisivas porque no me gustan. Para ser más exacto, bastantes tertulias están dejando de llamarme porque tampoco les gusto. Son dos caras de la misma moneda allí donde imperan el sectarismo, la exclusión y el amiguismo político.

Ésa es una de las características de nuestros debates en los medios de comunicación, por mucho que pretendan disfrazarse de objetividad.

Otras de las peculiaridades del panorama mediático actual son el desafuero, el griterío y el insulto como sustitutos del razonamiento y el análisis. El programa La Noria se ha erigido como paradigma y hasta políticos presuntamente sensatos pierden el culo, con perdón, por aparecer en el programa de Jordi González.

Eso no sería malo en sí mismo, claro, porque los personajes públicos tratan de promocionarse allá en donde puedan. Lo peor es que los modelos de conducta que privan en la actualidad son los de Belén Esteban y demás protagonistas arrabaleros de la pequeña pantalla.

Tanto se ha impuesto ese hábito de diálogos a coces, que hasta los dicterios habituales que se propinan los políticos entre sí pierden impacto, ya que se han convertido en un género menor de confrontación dialéctica: cualquier insidia verbal de José Mourinho, pongo por caso, consigue hoy día más repercusión que la mejor de las frases de Mariano Rajoy.

Esa técnica nada sutil de la barahúnda televisiva y radiofónica causa estragos. Lo importante no es que se oigan los argumentos de uno u otro, sino el ruido que producen y el volumen de sus decibelios. Así se superponen las voces de los tertulianos en una confusión que hace las delicias del conductor del programa de turno.

Incluso, hay consignas al respecto en aquellos canales públicos de televisión que son meros instrumentos de propaganda política. Para dar una hipócrita apariencia de objetividad, aunque todos los participantes sean de la misma cuerda, se les pide que se interrumpan, se increpen y se quiten la palabra unos a otros. Como lo importante no son las argumentaciones, sino el ruido que producen, así se consigue simular una inexistente pluralidad ideológica.

Ya ven por qué a uno le fatiga, física e intelectualmente, acudir a la mayoría de las tertulias. Y, como en éstas también se sabe lo que uno opina públicamente sobre ellas, ya son ganas de meter al enemigo dentro de casa, así que prefieren que yo me quede en la mía.

Cada uno, pues, en su casa y, como dice el refrán, Dios en la de todos. Amén.

martes, 17 de mayo de 2011

La decadencia de los mítines

Los mítines políticos solo sirven para contabilizar el número de asistentes y, si les salen las cuentas a los organizadores, apabullar con esa cifra a sus adversarios.

Por eso estaban ayer eufóricos los asistentes al mitin central del PSPV-PSOE, con participación como primeros espadas de Calabuig, Alarte y Zapatero, y que al salir repetían como un mantra la cifra de 15.000 concurrentes al acto aportada por los organizadores del mismo.

Lo que se dice en los mítines, en cambio, resulta irrelevante del todo: en primer lugar, por su carácter tediosamente repetitivo; en segundo lugar, porque nadie piensa cumplirlo y, finalmente, porque lo único que se pretende es colar en los cortes televisivos aquella frase ingeniosa o aquel eslogan con los que se quiere que se quede el personal y que han sido introducidos, aunque sea con fórceps, en la maraña de los farragosos discursos electorales.

Ayer, en el caso de Jorge Alarte, esa constante letanía fue la de la dignidad: quienes votan al partido socialista son dignos, y los que lo hacen al PP de Camps y de la corrupción, no, vino a decir.

Pero, con todo, el protagonista absoluto del acto de la Plaza de Toros fue Canal Nou, que concitó tanto las iras del público como las alusiones descalificadoras de los tres oradores. Con ello se lo pusieron a huevo a la televisión que dirige López Jaraba, la cual dio luego el incidente con todo lujo de detalles, como diciendo “vez si soy plural que informo hasta cuando me insultan”, a la vez que esa noticia acaparaba toda la información en detrimento de otros mensajes de mayor calado político.

Antes de que se hubiese inventado la televisión, sin embargo, los mítines eran imprescindibles para conocer a los líderes políticos y sus programas. Sin ellos, durante la República no hubieran alcanzado la jefatura del Gobierno personajes carismáticos como Gil Robles o Alejandro Lerroux. También durante la transición política fueron necesarios para que, por ejemplo, un ignoto Felipe González pudiera seducir a sus conciudadanos.

Ahora, por el contrario, a la mayoría de partidos el organizar mítines les gusta menos que ir al dentista, entre otras razones, porque no hay manera de movilizar a un personal que prefiere ver a Belén Esteban en Sálvame Deluxe a aburrirse con la previsible perorata del político de turno.

De ahí la preocupación de los fontaneros de La Moncloa en vísperas del mitin de ayer. “¿No sería mejor trasladarlo a la Fonteta, como otros años?”, preguntaron los enviados a Valencia, deseosos de evitarle a su jefe otro pinchazo de asistencia como el que tuvo en León el pasado día 6. “No os preocupéis, que será un éxito”, les replicaron, convencidos, los hombres de Alarte.

Solo les faltó añadir que al último acto en el pabellón de la Fuente de San Luis había asistido el primer ministro portugués, José Sócrates, y que la sola posibilidad de asociar hoy día su figura a la de Zapatero es ya una auténtica catástrofe.

Por todas estas contraindicaciones, los mítines han acabado por reducirse, finalmente, a una exhibición de músculo político por parte de los militantes, de mutuo reconocimiento entre ellos y de reforzamiento de su plena adhesión al partido. Vamos, como una liturgia o la comunión mística de los miembros de una secta. Pasado mañana le tocará el turno, en el mismo lugar, a los acólitos de Camps y Rajoy.

¿Y los demás partidos?

Los demás, a falta de la potente maquinaria política de los mayores, bastante hacen con ir trampeando y dan gracias a Dios, o al diablo, de que existan las redes sociales. “Con una buena campaña en Facebook y Twitter podemos llegar tan lejos como Barak Obama”, parecen pensar. Pues que Dios, o el diablo, les oigan.

lunes, 16 de mayo de 2011

Eliseu Climent, Font de Mora y Alberto Fabra

Eliseu Climent


Tiene el mérito de aquellos equipos de fútbol capaces de jugar siempre fuera de casa sin amilanarse. Lo suyo de ser catalanista en Valencia, nadie lo negará, es más difícil que jugar en la NBA siendo cojitranco. Pero el hombre, ya ven, treinta y tantos años después ahí sigue, erre que erre.

Otra característica envidiable del personaje es su capacidad de sacarles dinero a los sucesivos presidentes del Principado, desde Jordi Pujol a Artur Mas, pasando por Maragall y Montilla. Si ahora no consigue tanta pasta como antes, no se debe a que Climent haya perdido dotes de persuasión, en absoluto, sino a que por culpa de la crisis a Cataluña no le queda un euro ni para los suyos. Así que Eliseu debe ponerse el último de la cola.

Alguien con tales prendas personales tiene que provocar necesariamente pasiones encontradas, con más detractores en su caso que admiradores. Quizás por ello, y para curarse en salud, el hombre ha acabado por mezclar sus negocios personales con la causa catalanista de sus patrocinadores.


En esto, mírese por dónde, no resulta nada original, ya que lo de desviar fondos hacia bolsillos distintos de los primitivos viene siendo práctica repetida en Barcelona, desde el caso Pallerols al del Palau de la Música. Y es que donde fueres haz lo que vieres.


Alejandro Font de Mora


Acostumbrado a lidiar con muertos en su lejana etapa de médico forense, los vivos tampoco se le resisten a este político imaginativo y audaz. Imaginativa fue sin duda su idea de impartir Educación para la Ciudadanía en inglés. Y audaz, por pretender imponerla a un colectivo tan beligerante como el de la docencia.

Hombre de ironía fina, brillante pluma y vasta cultura, parecía predestinado a ser conseller de Educación, donde da al menos tantos palos como los que recibe. La paradoja es que, con él o sin él, nuestra Comunidad sigue ofreciendo los peores ratios de España en los distintos niveles de la enseñanza, sin que nadie haya podido ni sabido ponerle el cascabel a un gato tan salvaje como ése.

Claro que lo suyo es la labor parlamentaria y que si está donde está solo es por disciplina y lealtad a su presidente. Pasó por Las Corts con nota, gracias a su verbo erudito, su capacidad de reflejos y una habilidad poco común para el adjetivo mortificante. Ahora espera, confiado, en volver a esa casa para presidirla.


Semejante perspectiva seduce a más de un periodista parlamentario, aburridos éstos de la rutinaria y espesa presidencia de Milagrosa Martínez. Algunos ya se relamen por anticipado, pensando en unas sesiones que presumen jugosas, chispeantes y efervescentes.


Alberto Fabra


Es el otro Fabra, para distinguirlo de Carlos, el de las loterías, como le conocen hasta en los Juzgados por esa propensión a que le toque el Gordo que desafía todas las leyes de la estadística.

A diferencia de su homónimo, Alberto es un hombre discreto, sin estridencias, que prefiere el sosiego a la pugna dialéctica. Llegó a la alcaldía de Castellón por sus méritos como concejal cuando el PP decidió que debía suceder al primer edil. Y es que Alberto Fabra es un hombre de partido que está siempre ahí para cuando se le necesita.

Por esa tranquila actitud de disciplina, se dice que Mariano Rajoy lo tiene en su agenda para relevar a Francisco Camps en cuanto sea posible o, al menos, deseable. Él, que se sepa, no ha hecho movimiento alguno en ese sentido; por fortuna, porque en política quien se mueve a destiempo o no sale en la foto o lo hace escarmentado y con moratones.

A nuestro hombre no le faltan hechuras presidenciales, ya que tiene la figura espigada y esbelta de los anteriores presidentes de la Generalitat, como si el PP hubiese establecido un patrón fijo al que deben ajustarse los aspirantes al cargo. Claro que, como la política es veleidosa y tornadiza, a lo mejor mañana mismo el partido donde decía digo dice Diego y las cosas son justamente lo contrario.

domingo, 15 de mayo de 2011

Europa pierde, América gana


Siendo la de Estados Unidos la primera economía del mundo, sus ciudadanos viven peor que los europeos. Entre otras razones, por el inmenso esfuerzo militar de ayuda a Europa en dos guerras mundiales y en protegerla de la amenaza soviética, incluyendo su reconstrucción con el Plan Marshall.


La Europa así beneficiada lleva 50 años viviendo por encima de sus posibilidades, sobre todo los países de su periferia —Grecia, Irlanda, Portugal—, que se acaban de dar de bruces con la realidad.


En su egoísmo, Europa subsidia sus producciones menos rentables —agricultura y minería— en perjuicio de las naciones del Tercer Mundo y es incapaz de integrar a millones de inmigrantes. En los Estados Unidos, en cambio, los recién llegados se sienten tan norteamericanos como el que más.


Un país tan pragmático como aquél ha sabido hacer sus deberes frente a la crisis económica, permitiendo quiebras financieras necesarias, metiendo en la cárcel a sus responsables y pinchando la burbuja inmobiliaria para que el dinero fluyese en la sociedad. En España, por el contrario, no hemos querido afrontar el problema de la vivienda, el cual nos lastrará durante toda esta década.


Ahora, cuando se mitigan ya las amenazas globales sobre el mundo, los Estados Unidos parecen dispuestos a replegar sus tropas y a que sus ciudadanos vivan mejor. Europa tendrá, por consiguiente, que asumir su papel en la seguridad mundial mientras sus miembros están en desacuerdo sobre casi todas las cuestiones: desde la respuesta a la crisis, hasta la inmigración, pasando por la política exterior.


Apañados vamos, pues, ante el problemático futuro que nos viene encima.

jueves, 12 de mayo de 2011

González Pons, Alarte y Sánchez de León


Esteban González Pons

Francisco Camps y él han sido íntimos amigos, pero de los de verdad. Ahora lo son solo de boquilla, entre otras razones, por el famoso caso Gürtel. Para el primero, se trata de un burdo montaje, y para nuestro hombre, por encima de cualquier otra consideración, de un enorme dolor de cabeza para su partido.

Existen más motivos de distanciamiento, y no solo físico, tras el paso de González Pons por el Consell. Camps lo debe considerar demasiado frívolo y superficial —“ésas son cosas de Esteban”, se le ha oído decir con desapego en alguna ocasión—, mientras que el otro tampoco oculta su decepción con todo el affaire de los trajes.

Por todo eso, seguro que en el fondo de su corazón no descarta llegar algún día a presidir la Generalitat.

A diferencia de su viejo amigo, Esteban conserva una buena imagen y mejores contactos en Madrid desde hace 12 años, cuando era portavoz del PP en el Senado. Además, es de los que cultivan el trato con los periodistas y menudea en el off the record que a éstos tanto les gusta.

Interesado desde hace tiempo en el mundo cibernético, ello le ha permitido ampliar exponencialmente sus relaciones a miles de usuarios mediante Twenty, Facebook y demás redes sociales que él maneja a su antojo como el más quinceañero de todos los internautas.

Jorge Alarte

Gana en las distancias cortas, donde despliega esa charme que debe poseer todo político con aspiraciones. En los mítines, en cambio, se le pone un semblante trascendente y enfático que lo aleja del personal.

Por eso, precisa la proximidad del ciudadano. En su pueblo natal, Alaquàs, lo tenía claro, porque se encontraba a la gente por la calle y ésta acababa votándole por mayoría absoluta. Lo malo es que no puede hacer lo mismo para llegar a presidente de la Generalitat. En un cálculo generoso, para conseguir que los electores de la Comunidad le conociesen uno a uno, necesitaría al menos cien años; y ya se sabe: dentro de cien años, como decía Keynes, todos calvos.

Lo tiene, pues, más que difícil. Por eso echa la culpa de su desconocimiento popular a Canal Nou, ocupado éste, como es lógico, en ensalzar los logros de Paco Camps. Claro que dentro del PSPV-PSOE hay quienes le echan la culpa a Jorge Alarte porque su único logro ha sido desaprovechar la veta del caso Gürtel.

Y es que en su partido, si el jefe es blando, sus correligionarios se lo comen por los pies y si, por el contrario, enseña las garras, lo acusan de pucherazos internos como hace Antonio Asunción.

En estas circunstancias, ganarle a Camps no es que sea difícil, sino que constituiría todo un milagro.

Paula Sánchez de León

No necesita, a diferencia de Bibiana Aído y otras miembras de la clase política, ninguna ley de paridad que la ampare, pues para eso se basta y se sobra ella sola, con una formación y una valía, dicen, superiores a la mayoría de sus compañeros masculinos.

Y eso que le ha tocado lidiar con un toro complicado en esta hora del caso Gürtel y demás líos procesales: ser portavoz del Consell. Ese puesto, en la hora de vacas gordas, fastos rentables y otros éxitos mediáticos era una perita en dulce. Ahora, cuando la crisis ha provocado todo tipo de impagos y de broncas políticas, exige mostrar más temple que un torero ante una corrida de miuras.

Paula, al parecer, lo tiene, ya que atiende en las ruedas de prensa a los medios sin descomponer el gesto, justo al contrario que José Mourinho. Además, como por moda y por conveniencia sus colegas eluden cada vez más las preguntas de los periodistas, ella debe responder de lo suyo y de lo de los demás.

Bien valorada, pues, tanto por compañeros como por adversarios, le queda un largo recorrido político por delante. Incluso hay quien cree que, de venirle mal dadas con la Justicia al presidente Camps, su partido tiene en ella un espléndido relevo. Pero, por fidelidad, ella debe rezar cada noche para que eso nunca llegue a suceder.

martes, 10 de mayo de 2011

La lengua viperina de los políticos

Al inicio de la campaña electoral, Pérez Rubalcaba ha calificado de “indecencia política” la utilización partidista de informes policiales por parte del PP. Por su lado, Manuel Chaves, hecho una pantera, ha tachado de “difamador, calumniador y mentiroso” a un diputado de la oposición que le buscaba las cosquillas por el turbio asunto de Mercasevilla.

Comprenderán, entonces, porqué prohíbo a mis hijos que vean la información política de la televisión: trato, simplemente, de que sean personas decentes. Y los políticos, a tenor del reproche que más comúnmente utilizan contra sus colegas, no deben serlo: así, Carmen Chacón acaba de reiterar que “es indecente” la reacción del PP tras la sentencia sobre Bildu.

Aparte de insultarse con saña, la otra actividad que más les gusta a los profesionales de la cosa pública es llevarse unos a otros ante los tribunales, colapsándolos de esta manera con sus querellas partidistas y demorando, por consiguiente, la administración de justicia a los pobres ciudadanos de a pie. Eso, aunque sepan que sus demandas no llegarán a ninguna parte, como en la reciente absolución del portavoz socialista Ángel Luna.

Preparémonos, pues, para la habitual serie de improperios, injurias, dicterios, denuestos, invectivas,... propios de la campaña electoral. Los políticos siempre están en campaña, por supuesto, pero cuando ésta se hace oficial aumenta tanto el tamaño de los insultos como los decibelios con que son emitidos.

Lo cierto es que la campaña electoral les pilla a los candidatos bien entrenados. No hace mucho, una persona tan mesurada en apariencia como Juan Cotino arguyó que la diputada Mónica Oltraposiblemente no conozca a su padre”, para disculparse en seguida de tamaña barbaridad. Claro que la representante de Compromís tampoco ha sido un angelito, precisamente, portando una camiseta en la que reclamaba la busca y captura de Francisco Camps.

Lo más chocante de todo es que con un personal como éste aún nos escandalicemos de las incontinencias verbales de José Mourinho, ese individuo especializado en sacar de sus casillas al personal.

Y es que la buena educación va perdiendo adeptos a pasos agigantados. El otro día, el mujeriego millonario norteamericano Donald Trump insinuó que podría aspirar a la Casa Blanca. Y, como demostración de que está preparado para ello, se despachó llamando “estúpidos” a todos los políticos del país, incorporándose así a esa misma especie a la que acababa de vituperar.

La clase política española no tiene, sin embargo, aquella finura dialéctica de antaño, cuando ya Manuel Azaña decía que “la tontería es la planta que más se cultiva”. Para ayudar a los políticos de ahora a descalificar mejor a sus rivales, el académico Pancracio Celdrán publicó hace poco El gran libro de los insultos, ironizando al hacerlo conque de esa manera podrían escarnecer al prójimo con más propiedad.

La verdad es que queda muy lejos la época en que un fino estilista del ultraje como Alfonso Guerra era capaz de descalificar a Adolfo Suárez llamándole “tahúr del Mississippi” o definía malévolamente a su correligionario Tierno Galván como “una víbora con cataratas”.

Ya ven: no sólo en la ausencia de una visión global de Estado y en la falta de propuestas concretas a los problemas de hoy se evidencia la menor calidad de nuestra clase política actual, sino también en el empobrecimiento de los insultos. Menuda paradoja.




domingo, 8 de mayo de 2011

Miente, que algo queda


El personal ni se inmuta ya por lo que dicen los políticos, por lo que éstos mienten con total impunidad, sabedores de la falta de consecuencias de sus actos.

Por ejemplo, Rodríguez Zapatero negó repetida y públicamente la existencia de una crisis económica y ahora le atribuye al PP, sin ningún rubor, la autoría de semejante negación.

Lo mismo sucede con la ministra Trinidad Jiménez, al mantener que no se pagó rescate alguno a los secuestradores del Alakrana y hacerlo el mismo día en que la Audiencia Nacional así lo asegura mediante sentencia firme.

El valenciano Paco Camps, por su parte, presumía hace cuatro años de ir hacia “el pleno empleo”, para achacar luego el galopante paro en su Comunidad al Gobierno de España. Ahora, en que las cifras del desempleo le dan un modesto respiro mensual, presume de ello y de “liderar la salida de la crisis” aunque el paro en la Comunidad Valenciana supere a la media nacional. Veremos lo que le toca decir mañana.

Y es que a nuestros políticos les da lo mismo afirmar una cosa que su contraria. Tampoco les importa hacerlo aunque los hechos les desmientan al instante. Eso le ha pasado al comunista Cayo Lara, quien el mismo día en que presentaba un Código Ético contra la corrupción se enteró de la imputación por corrupto de su candidato a la alcaldía de Sevilla, Antonio Rodrigo. Aun así, ni se dió por aludido ni le aplicó el dichoso código de marras.

Lo peor de los políticos no es que nos mientan —eso parece algo inherente a su actividad—, sino su desvergüenza al hacerlo. Y algunos aún se sorprenden de haberse convertido en el tercer problema del país a ojos de los ciudadanos.

jueves, 5 de mayo de 2011

Blasco, Amadeu Sanchis y Sonia Castedo


Rafael Blasco

Es el Pérez Rubalcaba valenciano, lo cual supone un halago para el vicepresidente del Gobierno español.

Ha hecho de todo en política y si hay alguna salsa en la que no haya estado metido es que aún no se ha inventado. A eso se le llama capacidad de trabajo, pero para muchos de sus subordinados y de los diputados del PP a los que pastorea es como una plaga bíblica, porque no les permite relajarse en ningún momento.

Gracias a eso y a una habilidad política fraguada en sucesivas y diferentes militancias, sabe crear estrategias irrebatibles y fijar la atención del personal, si se lo propone, hasta en lo más irrelevante; por ejemplo, en la tortuga mediterránea, cuando era conseller de Territorio.

Llamado por el presidente Camps para paliar los daños del caso Gürtel cuando el escándalo estaba ya en todo su apogeo, ha conseguido realizar maniobras de distracción dignas del mismísimo mago Houdini. Claro que de haberle sido encomendada mucho antes la labor, Rafa Blasco habría sabido encontrar alguna nueva tortuga con la que poder encubrirlo.

Por esa pericia, y porque seguramente conoce al PSPV-PSOE mejor que sus propios militantes, es el político más aborrecido por el partido socialista. Y es que, como dice el refrán, no hay peor cuña que la que procede de la misma madera.

Amadeu Sanchis

En aquellas grotescas fichas policiales de la época de Franco que uno conoce, habrían podido escribir sobre él: “A pesar de ser comunista, se trata de una persona educada y aparentemente nada peligrosa”.

El candidato a la alcaldía de Valencia se habría ganado, pues, hasta a la ominosa policía secreta de la dictadura gracias a su carácter afable. También hoy día, en un mundo político en el que se van imponiendo el griterío y la descalificación del adversario, él prefiere la argumentación pausada y el lenguaje con pocos decibelios: eso que podrán agradecerle los otorrinos.

Pese a los avatares de su organización política, Amadeu Sanchis se mantiene fiel a sus ideas y a sus siglas, mientras que otros más impacientes se transmutan en ecologistas, socialistas, izquierdistas o lo que sea con tal de conseguir más poder o debido a simples y tristes rencillas de política doméstica.

Si el hombre tuviese la proyección mediática que acapara el partido dominante, podría atraer a un electorado más a la derecha de su propio ideario, simplemente por el hecho de su moderación. Como decían las madres casaderas a sus hijas cuando aún no existía la igualdad de género: “Ese chico te conviene, Pili, que se le ve muy formal”.

Sólo le falta ahora que los electores valencianos se enteren.

Sonia Castedo

La imagen pública de Sonia Castedo estará ya siempre bajo el peso de su predecesor, Luis Díaz Alperi, y el peso físico de éste es mucho peso, tanto para la actual alcaldesa de Alicante como para cualquiera.

Todo se deriva del último plan urbanístico de la ciudad y de la subsiguiente acusación por parte del fiscal anticorrupción. Claro que la sospecha de corruptelas y similares se va extendiendo tanto entre la clase política que comienza ya a ser algo irrelevante o, lo que es peor, que a un político sin procesos judiciales pendientes se le acabará considerando un auténtico mindundi.

Lo cierto es que Sonia Castedo, apasionada y luchadora, es más joven, más atractiva y tiene más futuro que Díaz Alperi, quien desde hace bastante tiempo prefiere navegar en yate a dedicarse a los asuntos públicos.

Por todas esas virtudes, Paco Camps ha puesto a la alcaldesa de Alicante también a la cabeza de la lista autonómica provincial, con objeto de que pueda atraer el voto de algún elector que todavía estuviese indeciso. Lo malo es que, una vez captado, a los alcaldes pluriempleados como diputados apenas si les queda tiempo para ir corriendo desde su alcaldía hasta Les Corts a apretar el botón del voto. Y ésa es una manera de desperdigar su talento y desaprovechar sus cualidades.

Paco Camps, Ángel Luna y Alfonso Rus


Francisco Camps


Él solo ha conseguido ser a la vez el Dr. Jekyll y Mr. Hyde, sin necesidad de un Robert L. Stevenson que le redacte el guión. Si acaso, quien más ha podido influir en esa ambivalente percepción pública ha sido Álvaro Pérez, El Bigotes, aunque no consta que el responsable de Orange Market sepa ni siquiera escribir.


Antes del infausto día en que ambos cruzaron sus destinos, Paco Camps ofrecía la imagen impoluta de un gestor moderno, ponderado y eficaz.


Bien es verdad que ya había enseñado los colmillos a los herederos de Eduardo Zaplana, que tampoco fueron unos angelitos en su beligerante defensa de aquel legado. Pero al final pudo con todos. Incluso el inexpugnable Ripoll, el Áxterix alicantino, acabó rendido a sus pies, eso sí, con ayuda de su implicación en el caso Brugal.


Lo cierto es que va a lograr su tercer mandato, pese a esa imagen contradictoria, debido a poseer un discurso persuasivo y convincente, aunque muchas veces los datos se empeñen luego en rebatir su oratoria, cada día más vehemente a medida que se acerca el día del juicio, si no final, sí igual de dramático.


Y es que parece convencido de que, incomprensiblemente, aún hay gente que no se ha enterado de lo mucho que él hace por todos nosotros cada día, desde que se levanta hasta que se acuesta.

Ángel Luna

Hasta un hombre tan serio como él ha acabado apareciendo en el programa televisivo La Noria, con lo que se comprueba una vez más que nadie es perfecto. Porque a serio a Ángel Luna no le gana nadie: incluso cuando tira la piedra no esconde la mano, como hacen otros, con lo que los jueces estuvieron a punto de cortársela a instancias del PP.


Hablando de manos, años después de haber perdido la alcaldía de Alicante ha vuelto al primer plano de la política de la mano de Jorge Alarte y, sobre todo, de la de Paco Camps, ya que si no fuese por el caso Gürtel Ángel Luna seguiría siendo un perfecto desconocido para el gran público.


Su frágil contextura física de peso mosca no debe llamar a engaño. Pese a su aparente falta de contundencia, ha propinado guantazos dialécticos un día sí y otro también al presidente del Consell. Claro que él también ha recibido más estopa que Sonny Liston en el famoso combate aquel con Casius Clay.


Esto demuestra que la política no es oficio para pusilánimes ni blandengues. Y lo mismo que la aparición en un programa de tele-basura es más importante que años de dedicación política, una sola pedrada, metafórica o no, acaba por tener más impacto mediático que el mejor de los discursos. Ya ven.

Alfonso Rus

Hay quien dice que el hombre no tendría precio entre los humoristas del Club de la Comedia. Muy probablemente. Pero eso solo demuestra la versatilidad de Alfonso Rus, empresario de éxito y político imprevisible. Además, resultar divertido en el mundo gris y predecible de tantos políticos cortados por el mismo patrón es de agradecer.


Esas características pueden deberse a su paisanaje con los Borgia, con quienes comparte una contradictoria capacidad para la intriga y para el exhibicionismo. Éste adquiere, en su caso, la forma de una estentórea incontinencia verbal que le lleva a tener disgustos con los discapacitados o a censurar una exposición de fotos en el MUVIM.


Él atribuye tanta locuacidad a su escasa estatura y a que debe compensar esa falta de visibilidad física mediante la palabra. Y a fe que lo ha conseguido, teniendo incluso un club de fans en Facebook, como aquellos rockeros a quienes pretendía imitar en su juventud.


No solo eso, sino que se ha convertido en imprescindible para su partido, siendo a la vez presidente provincial, alcalde, presidente de diputación y, tras el 22-M, diputado autonómico. A pesar de tanto pluriempleo, aún le sobrará tiempo para hacer chistes, desquiciar a sus enemigos y, si se tercia, hacerse Papa como su paisano Alejandro VI.

miércoles, 4 de mayo de 2011

A quién votar


Mi quiosquero —hola, Pepe— me pregunta por la mecánica del voto en blanco. Como muchos otros ciudadanos conscientes, él no se siente representado por ningún partido concreto y está considerando la posibilidad de manifestarlo así en las urnas. Le explico el procedimiento, aunque apostillo que al final sirve para bien poco: “Mientras un solo candidato se vote a sí mismo, seguirá quedándose con el escaño y con nuestra representación”.

Le expongo el caso de las elecciones presidenciales de Perú, donde los aspirantes más votados en la primera vuelta personifican los extremos del espectro ideológico: Ollanta Humala y Keiko Fujimori. Esta última no ha llegado ni a tres millones y medio de papeletas frente a más de dos millones de votos en blanco o nulos —el 12,3% del total—. Una barbaridad. Pues bien: ni un solo medio de comunicación español ha citado el dato, como si los peruanos estuviesen tan contentos con su sistema político.

La Comunidad Valenciana no es Perú, claro, y en las últimas elecciones autonómicas aquí solo hubo un 2% de votos nulos o en blanco y dudo mucho que el 22-M aumente de forma significativa esa cifra.

Lo que sí puede suceder es que crezca la abstención, que en 2007 fue del 29%. Ahí podría encerrarse el magro castigo de algunos votantes del PP a Francisco Camps por cómo ha afrontado el caso Gürtel. Aunque revalide su mayoría absoluta, si baja de 1,2 millones de votos eso supondría un aviso en toda regla, como en las corridas de toros cuando no gusta la faena del matador.

Y es que hay gente, como una amiga, veterana simpatizante del Partido Popular, que me dice: “A quien yo votaría es a Esperanza Aguirre, por haber limpiado de imputados su candidatura; lástima no poder hacerlo”.

Más sintomático que el de la presidenta madrileña es el caso del PP de las Islas Baleares, de donde acabo de regresar. Allí, un casi desconocido José Ramón Bauzá ha rehecho el partido que dejó como unos zorros Jaume Matas y, según las encuestas, va a obtener mayoría absoluta frente a Francesc Antich.

Es que la fuerza electoral radica en unas siglas, las del Partido Popular, más que en el nombre de fulanito o menganito. Por eso mismo, el entorno de Mariano Rajoy cree que cualquier otro candidato obtendría hoy día mejores resultados que Paco Camps: desde Rita Barberá hasta Esteban González Pons, pasando por Alberto Fabra o Paula Sánchez de León.

En cualquier caso, por falta de partidos donde elegir no va a ser. Entre las tres provincias de la Comunidad se presentan 29 listas electorales distintas. Lo que sucede al final, aparte de lo pintoresco de muchas de ellas —desde el Partido Antitaurino hasta De Verdad Contra la Crisis—, es que nuestro país propende hacia el bipartidismo, propiciado éste por la ley electoral y la de financiación de partidos, así como por los medios de comunicación.

Incluso la tercera formación política en danza, la EU de Marga Sanz, se encuentra siempre en el límite de poder entrar en Las Corts; y a la siguiente, el Compromís de Enric Morera, los sondeos la dejan a las puertas del Parlamento autonómico. ¿Y quién conoce a Rafael Soriano, el candidato de UPyD, el partido de Rosa Díez?

Por eso, pese a las escisiones de los partidos en muchos municipios, a agrupaciones electorales hechas a la medida de quienes las impulsan, al peso político de los inmigrantes y a la eclosión de candidaturas autonómicas, las elecciones del 22-M son cosa de dos —que suman entre ambos un 85% de votos—, aunque con la inacción actual del PSPV-PSOE de Jorge Alarte pueden acabar pareciendo cosa de uno solo.

De ahí la estólida satisfacción de Francisco Camps y, a la vez, el desánimo de bastantes electores.

lunes, 2 de mayo de 2011

Un país de golfos


Nuestro propio Gobierno reconoce que en España hay una economía sumergida de, al menos, el 16% del PIB.


Con semejante porcentaje de actividad productiva sin control ni fiscalidad alguna, todos los datos oficiales resultan meras conjeturas o piadosas aproximaciones a la realidad. Por ejemplo, las cifras de paro: solo conque la mitad de esas tareas sumergidas las realicen aparentes desempleados, el paro de este país no debe superar el 12%. Así se explicaría el que no se haya producido un estruendoso estallido social.


A partir de ahí, la picaresca y la golfería colectiva están servidas.


¿Cuántos de esos falsos parados perciben a la vez un salario y el subsidio de desempleo? ¿Cuántos impuestos nos ahorraríamos si no abundase la pregunta “con IVA o sin IVA” al contratar las famosas “chapuzas”?


Todavía es frecuente el que un taxista se ofrezca a dar recibos por importe superior al de la carrera realizada. O que un médico de la Seguridad Social extienda recetas que sabe van a ser revendidas.


Con esa permisividad del fraude, no podemos escandalizarnos luego de las falsas peonadas del PER, de ayudas de la PAC desviadas hacia consumos privados, de ERES que benefician a amiguetes sin relación alguna con la empresa afectada, de informes falsificados por inútiles asesores de instituciones públicas, etc., etc.


Nadie parece librarse de esta epidemia. Hace años, los progres elogiaban al juez Estevill por atreverse a encarcelar a empresarios corruptos. Luego se quedaron mudos al saber que más corrupto era él, que los encerraba para hacerles chantaje.


¿Y por qué no existen leyes que fomenten la transparencia económica y castiguen cualquier corruptela?


Me temo que una pregunta tan sencilla tiene muy fácil respuesta: porque los legisladores, o sea, los políticos, participan como el que más en tales prácticas. Desde el asunto Filesa, hace 20 años, hasta los recientes casos Gürtel, Pretoria o Palau de la Música, los partidos políticos han sido los primeros en financiarse con tales prácticas: sobrecostes en obras públicas, comisiones, condonaciones de deudas, etc., etc.


Lo que sucede es que, en época de vacas gordas, el abundante dinero generado de forma heterodoxa y embolsado de manera irregular contentaba a todos los trapisondistas que participaban en la cadena. Ahora, en cambio, cuando la pasta no llega para todos, muchos de ellos se sienten agraviados.


Pero, tanto entonces como ahora, lo que sí queda claro es que éste sigue siendo un país de golfos y de pícaros.