jueves, 26 de diciembre de 2013

Viejos cabreados



Sorprende que con un 56% de paro juvenil no sean los jóvenes españoles quienes masivamente manifiesten su enfado social en la calle.
En España suelen ser los mayores quienes muestran su indignación ante los abusos sociales y políticos contra los ciudadanos. Lo hacen tanto desde el punto de vista doctrinal —como el recientemente fallecido José Luis Sampedro—, como mediante movimientos colectivos del tipo de los iaioflautas, los afectados por las participaciones preferentes o las plataformas contra los desahucios.
En cambio, existe un cierto pasotismo o un resignado fatalismo entre los jóvenes difícil de entender. Me lo contaba una sobrina tras haberle conseguido trabajo a un amigo treintañero que se lo había pedido: “Puedes incorporarte mañana mismo”, le dijo. “¡Ah, no!”, fue la desabrida respuesta: “Este fin de semana voy a esquiar y no pienso perderlo por nada del mundo”.
Probablemente, comentan algunos sociólogos, el problema de muchos jóvenes es que no lamentan la pérdida de algo que nunca han tenido —un trabajo estable—, mientras que, en cambio, sobreviven de la solidaridad de subsidios públicos o de la generosidad de sus mayores.
Así que estos últimos resultan los más damnificados: muchos de ellos han visto rebajadas sus pensiones por la fiscalidad creciente o perdidos los ahorros de toda la vida por la voracidad criminal de unos bancos que les han estafado con preferentes o deuda subordinada.
Por eso, se equivocan Mariano Rajoy y sus congéneres al estar tan tranquilos en sus poltronas ante la falta de contestación juvenil. Lo preocupante para ellos debería ser la creciente y radical desafección de la gente mayor —mucha de ella votante del PP, hasta ahora— que a la larga va a resultar mucho más devastadora para ellos de lo que en su día fueron para Aznar la guerra de Irak o el Prestige.       

jueves, 19 de diciembre de 2013

¡Que no nos toquen el fútbol!



Hasta un aeropuerto inexistente, como el de Castellón, ha estado financiando al Villarreal CF por hacerle publicidad en sus camisetas. Es una manera, tan nefasta como otra cualquiera, de malgastar dinero público.
Es que el fútbol, principal alimento anímico de nuestros espíritus, está por encima de todas las cosas. De ahí que se haya puesto como una pantera el ministro García Margallo al saberse que la UE va a investigar las finanzas de siete clubes españoles.
¿Cómo se atreve Europa a semejante osadía?, parece decir ¿Tan envidiosa está de los éxitos deportivos de nuestro país? ¿O acaso intenta cargarse la marca España?, término reiterado un día sí y otro también por el señor ministro.
Aquí, hasta ahora, a nadie ha parecido preocuparle que los clubes de fútbol españoles deban tranquilamente a Hacienda más de 700 millones de euros. De poco parecen haberles servido, pues, los cuantiosos recursos obtenidos del Estado, en su día, de las quinielas, después, y hasta de los derechos televisivos, en los últimos años, cuando los han derrochado en fichajes cada vez más caros, estableciendo el récord mundial con Gareth Bale en 99 millones.
La complacencia pública con nuestro fútbol ha sido absoluta. Hasta hechos demostrados, como la compra de partidos del Hércules CF por su presidente, Enrique Ortiz, han permanecido impunes. Pero también el endeudamiento vertiginoso del Valencia CF (350 millones) y hasta el aval obtenido por parte de la Generalitat y que les costará a los ciudadanos 86 millones. Incluso, la alcaldesa Rita Barberá clama para que Bankia prorrogue ese crédito a todas luces insostenible. ¿O es que acaso ella ha hecho lo mismo con alguna familia objeto de desahucio por los bancos?
El fútbol, claro, debe ser más importante que esas otras minucias. Por eso se renuevan los estadios a golpe de especulación, como tras el Athletic de Bilbao pretende hacer ahora el Barça con el argumento de que el Camp Nou tiene ya 57 años. ¿No es mucho más vieja la catedral de Burgos y a nadie se le ocurre construir otra nueva al lado de la antigua?
Esta sobredimensión del fútbol, por supuesto, también acontece en otros países próximos, con el amaño de resultados incluido, pero es que aquí, en medio de una devastadora crisis, los clubes se han llevado millones y millones de dinero público que mejor habría sido utilizarlo en otras necesidades ciudadanas más perentorias.
Aunque solo fuera por eso, hace muy bien la UE en investigarlos.  


jueves, 12 de diciembre de 2013

Indultar a políticos



En las cárceles españolas se hacinan 70.000 reclusos y, que yo sepa, entre tantos internos no hay ningún cargo público relevante.
El último que yo recuerdo que pasó seis años en la trena fue el ex alcalde de Pego, Carlos Pascual, y no por ningún caso de corrupción con el que se hubiese forrado, sino por un simple delito ecológico. Lo que sucede es que Carlos Pascual, individuo populista, independiente y fachoso, era tan odiado por el PP como por el PSOE, por lo que no tuvo valedor político alguno que abogase por él.
No es el caso, como se ve, de Hernández Mateo, ex alcalde de Torrevieja, condenado a tres años de prisión por prevaricación y falsedad documental y que ha agotado ya todos los recursos judiciales. No sólo lo protegen gentes de su partido, sino que el Tribunal Superior de la Comunidad Valenciana y el propio fiscal han decidido que no vaya a la cárcel mientras el Gobierno tramita su indulto.
¡Toma ya! ¿Con cuántos yonkis, mecheras, quinquis y otros delincuentes de menor cuantía se muestran así de generosos nuestros tribunales? Con ninguno. Todos los días conocemos casos de modestos delincuentes que por robar en un supermercado o pasar unas papelinas ingresan en prisión y ven cómo en ella se hunde su vida.
Tras Hernández Mateo, también ha pedido que le indulten para no cumplir su condena el ex presidente balear Jaume Matas. Pues qué bien.
Si uno está contra la institución del indulto gubernativo —¿para qué, si no, están los tribunales de justicia?—, aun estoy más en desacuerdo con que sean los políticos quienes indulten a políticos, en una obscena ceremonia de endogamia criminal.
Puestas así las cosas, mejor sería que los políticos no fuesen juzgados, cualesquiera que fuesen sus delitos. Total, para que tras unos largos y costosos procesos judiciales sean al final indultados… Al menos, nos ahorraríamos así, además del consiguiente bochorno, el que los tribunales se colapsasen por casos y casos de corrupción pendientes y se conseguiría que los ciudadanos de a pie pudiesen recibir en tiempo y hora algo de la justicia que hasta ahora les tarda en llegar.  

jueves, 5 de diciembre de 2013

Los políticos cada vez más tontos



La corrupción y —consiguientemente— los políticos vuelven a estar entre las principales preocupaciones de los españoles.
Lo peor, para mí, no es eso, sino que nuestros políticos son cada vez más tontos y están menos preparados. Me explicaré.
La clase política ha estado compuesta, hasta hace poco, por unos individuos arrogantes y prepotentes, que han usado muchas veces los dineros públicos como si fuesen suyos. Pero ahora, con la mala fama que han adquirido y con la incipiente perdida de inmunidad de sus conductas  —hasta resultan acosados en la calle a la primera de cambio—, los más preparados de ellos se pasan a la actividad privada.
No es de extrañar porque, contrariamente a lo que se cree, los políticos cobran poco: de ahí su tentación de enriquecerse con contratas administrativas y otras triquiñuelas varias que propicia su acceso a los Presupuestos públicos. Ya me dirán, si no: ¿acaso son un buen sueldo los 70.000 euros anuales que percibe el Presidente del Gobierno? Al contrario: acaba de hacerse público que más de cien banqueros españoles cobran al menos un millón de euros por hacer las barrabasadas que hacen. Ante semejante contradicción, los políticos más listos, insisto, acaban pasando a la empresa privada. Y no doy nombres porque están en la mente de todos.
O sea, que al frente de la cosa pública quedan, lamentablemente, los más tontos, que se aferran además a su cargo como si les fuese —que les va— la vida en ello.
De ahí que no prospere la necesaria —y económica— fusión de municipios. Y que en los dos únicos pueblos en que se ha realizado el alcalde resultante se haya doblado el sueldo. Puestos a cobrar por su cargo, se ha sabido que lo hace hasta la alcaldesa de un pueblecito salmantino de cincuenta y tantos vecinos.
A eso mismo se debe la numantina resistencia a reducir el número de diputados autonómicos o a suprimir las diputaciones. El argumento de que a menos cargos hay menos democracia es un sarcasmo que habla por sí solo de la capacidad intelectual de quienes lo formulan. Su caso es como el de aquel candidato a presidente de los Estados Unidos que, apartado de la carrera presidencial, decía en una película: “¿Y ahora a qué me dedicaré, porque yo no sé hacer nada de nada?”.
Pues eso.

martes, 3 de diciembre de 2013

De dónde se siente uno



Acabo de conocer a un rumano, Zsonbor Ketesztes, que se cabrea si le dicen que es rumano porque, a pesar de su pasaporte, él se considera miembro de la minoría húngara de Transilvania.
          Y es que los individuos se sienten de una comunidad u otra, más allá de lo que digan sus documentos oficiales. Les pasa aquí a bastantes catalanes y a un menor número de vascos, a quienes les cuesta sentirse españoles.
        Eso se debe a la existencia de lo que se llama naciones sin Estado, asunto común a muchísima gente de varios continentes y que no tiene porqué constituir un problema. Pero, por si acaso, en la Europa de la posguerra intentaron solucionarlo con deportaciones masivas de grupos humanos de un país a otro, en una terrible tragedia colectiva que explica detalladamente Keith Lowe en su deprimente y esclarecedor libro Continente salvaje.
        Como eso, obviamente, nunca llegó a arreglarse del todo, medio siglo después los nativos de los Balcanes trataron de remediarlo por su cuenta, matándose con saña unos a otros y creando siete Estados donde antes sólo existía Yugoslavia.
          Pero, ¿de dónde es realmente uno?
         En el fondo, eso depende de cada cual. Para algunos, como el fallecido futbolista Ladislao Kubala, sólo era cuestión de oportunismo profesional, habiendo defendido él sucesivamente la camiseta de Hungría, Checoslovaquia y España sin haberse ruborizado por ello.
     Otros, en cambio, ni siquiera tienen la ocasión de elegir su propia nacionalidad, como esos miles de estonios que han quedado entre dos aguas tras la independencia de su país en 1991. Estonia los considera rusos, debido a sus orígenes cuando la nación formaba parte de la Unión Soviética, mientras que Rusia no quiere saber nada de unos renegados como ellos. O sea, que han quedado como apátridas en su propia tierra.
         Ya ven si la cuestión de la nacionalidad resulta peliaguda o no. Algunos lo han resuelto por elevación —o por reduccionismo, si se prefiere—, como el excelente escritor Claudio Magris, europeísta convencido, que se declara triestino, para no entrar así en la disputa histórica de la ciudad de Trieste entre Italia y Eslovenia.
      Otro que tal fue el filántropo y Premio Nobel de la Paz Albert Schweitzer. Cuando le preguntaban si se sentía francés o alemán, ya que su región había pertenecido manu militari a ambos países vecinos, respondía siempre “yo soy alsaciano”, y a otro perro con ese hueso.
         Habitualmente, ya ven, Europa ha sido la protagonista de sentimientos nacionales excluyentes y antagónicos. Por eso, a mí me gustan los Estados Unidos, donde uno puede considerarse noruego o italiano, por aquello de sus ancestros, y al mismo tiempo norteamericano.
Es decir, que en el fondo se siente de sí mismo, que es lo realmente importante.