Según Francisco Camps, la que ahora acaba “ha sido una gran legislatura”, en la que la Comunidad se ha situado “en el primer vagón de España”. Por si esto no bastase, la valenciana es “una comunidad paradigmática, única, de la que nos sentimos absolutamente orgullosos”.
Salvando el tiempo y las distancias, nuestro presidente me retrotrae al filósofo de finales del Siglo XVII, Gottfried Leibniz, cuando decía aquello: “El ser perfecto, en virtud de su perfección misma, debe crear el mejor de los mundos posibles”, o sea, ése que Camps imagina que existe. Medio siglo después de aquello, Voltaire dio la réplica a su colega por medio de la novela Cándido, en la que su ingenuo protagonista, yendo de desgracia en desgracia, acaba por descubrir las imperfecciones de este mundo cruel.
A Camps la réplica le ha venido mucho antes, sólo en horas veinticuatro, de Vicente Boluda, presidente de la Asociación Valenciana de Empresarios, para quien si no se modifican las cosas de inmediato “se retrasará la salda de la crisis e incluso podría llevarnos —oh, maléfica palabra— a la bancarrota”. El día antes, en este mismo periódico, el ex premier británico Gordon Brown, ya nos advertía en una esclarecedora entrevista que “a ustedes, los españoles, les toca pasar por un ajuste en los próximos diez años”. De una forma más irónica y mordaz lo había vaticinado el empresario Juan Roig con su demoledora frase de que “lo bueno de 2011 es que será mejor que 2012”.
No será, pues, por falta de advertencias de que las cosas van mal y que aun pueden ir peor de no ponerlas pronto remedio. Por eso, la afirmación de Camps de que la Comunidad es hoy día el “motor económico fundamental en España” suena más a quimérico deseo que a fundamentada realidad, ya que los números resultan demoledores: somos una de las regiones con más paro de toda la Unión Europea, la Comunidad española con más deuda per cápita, la de mayor fracaso escolar…
¿Cómo vamos a afrontar, pues, el futuro?
Nuestras instituciones han enterrado un dinero difícilmente recuperable en dudosas inversiones, desde Terra Mítica hasta el aeropuerto de Castellón, pasando por el fantasmagórico nuevo Mestalla. Otras obras costosísimas, como la Ciudad de la Luz o el Ágora, apenas si generan ingresos para pagar su amortización. ¿De dónde saldrán todos los recursos necesarios?
Boluda y sus colegas de la AVE ya ha hecho su diagnóstico, que se podría resumir en austeridad pública, modificación de prioridades y asunción real de compromisos. Si eso no quita el sueño a un Consell convencido de que vive en el mejor de los mundos posibles, menos aun parece que la receta la tenga un desnortado y amortizado Rodríguez Zapatero. El único consuelo es que el país pronto se liberará de él. Un miembro de la Ejecutiva del PSOE me lo acaba de afirmar con rotunda convicción: “Nuestro hombre anunciará el próximo 2 de abril que no volverá a presentarse”.
Dios le oiga. Claro que si en Madrid y Valencia seguimos en manos de iluminados que creen estar haciéndolo fantásticamente bien, la salida de la crisis será mucho más larga y más difícil de lo que los valencianos nos merecemos.