jueves, 31 de marzo de 2011

El mejor mundo posible


Según Francisco Camps, la que ahora acaba “ha sido una gran legislatura”, en la que la Comunidad se ha situado “en el primer vagón de España”. Por si esto no bastase, la valenciana es “una comunidad paradigmática, única, de la que nos sentimos absolutamente orgullosos”.


Salvando el tiempo y las distancias, nuestro presidente me retrotrae al filósofo de finales del Siglo XVII, Gottfried Leibniz, cuando decía aquello: “El ser perfecto, en virtud de su perfección misma, debe crear el mejor de los mundos posibles”, o sea, ése que Camps imagina que existe. Medio siglo después de aquello, Voltaire dio la réplica a su colega por medio de la novela Cándido, en la que su ingenuo protagonista, yendo de desgracia en desgracia, acaba por descubrir las imperfecciones de este mundo cruel.


A Camps la réplica le ha venido mucho antes, sólo en horas veinticuatro, de Vicente Boluda, presidente de la Asociación Valenciana de Empresarios, para quien si no se modifican las cosas de inmediato “se retrasará la salda de la crisis e incluso podría llevarnos —oh, maléfica palabra— a la bancarrota”. El día antes, en este mismo periódico, el ex premier británico Gordon Brown, ya nos advertía en una esclarecedora entrevista que “a ustedes, los españoles, les toca pasar por un ajuste en los próximos diez años”. De una forma más irónica y mordaz lo había vaticinado el empresario Juan Roig con su demoledora frase de que “lo bueno de 2011 es que será mejor que 2012”.


No será, pues, por falta de advertencias de que las cosas van mal y que aun pueden ir peor de no ponerlas pronto remedio. Por eso, la afirmación de Camps de que la Comunidad es hoy día el “motor económico fundamental en España” suena más a quimérico deseo que a fundamentada realidad, ya que los números resultan demoledores: somos una de las regiones con más paro de toda la Unión Europea, la Comunidad española con más deuda per cápita, la de mayor fracaso escolar…


¿Cómo vamos a afrontar, pues, el futuro?


Nuestras instituciones han enterrado un dinero difícilmente recuperable en dudosas inversiones, desde Terra Mítica hasta el aeropuerto de Castellón, pasando por el fantasmagórico nuevo Mestalla. Otras obras costosísimas, como la Ciudad de la Luz o el Ágora, apenas si generan ingresos para pagar su amortización. ¿De dónde saldrán todos los recursos necesarios?


Boluda y sus colegas de la AVE ya ha hecho su diagnóstico, que se podría resumir en austeridad pública, modificación de prioridades y asunción real de compromisos. Si eso no quita el sueño a un Consell convencido de que vive en el mejor de los mundos posibles, menos aun parece que la receta la tenga un desnortado y amortizado Rodríguez Zapatero. El único consuelo es que el país pronto se liberará de él. Un miembro de la Ejecutiva del PSOE me lo acaba de afirmar con rotunda convicción: “Nuestro hombre anunciará el próximo 2 de abril que no volverá a presentarse”.


Dios le oiga. Claro que si en Madrid y Valencia seguimos en manos de iluminados que creen estar haciéndolo fantásticamente bien, la salida de la crisis será mucho más larga y más difícil de lo que los valencianos nos merecemos.

miércoles, 30 de marzo de 2011

¡Menos mal que no hubo fusión!

¿Se imaginan que se hubiesen fusionado Bancaixa y CAM, como preconizaba cierto valencianismo alicorto y miope?


Habría ocurrido que, en vez de preservar un inexistente “músculo financiero valenciano”, del que presumía, nos hallaríamos ahora ante un problema de órdago: descapitalización, morosidad, amenaza de intervención pública y demás fantasmas que atenazan al presidente de la caja alicantina, Modesto Crespo.


Lo de las uniones patrióticas de las cajas de una misma región no es más que el invento interesado de algunos presidentes autonómicos para seguir controlando el machito, eso sí, a costa de la lógica y de la rentabilidad económica, preservando una institución donde colocar paniaguados y con la que financiar dispendiosos caprichos políticos.


Así lo ha hecho Núñez Feijóo, uniendo las dos cajas gallegas pese a la frontal oposición de la viguesa Caixanova. El resultado: un monstruo al que la agencia Moody’s acaba de dar una calificación de Baa3, solo un escalón por encima de los bonos basura. Lo bueno del caso es que el presidente de la Xunta, en vez de hacerse el harakiri o, simplemente, reconocer su error, responsabiliza de ello a Rodríguez Zapatero, cuando, mírese por dónde, es una de las escasas cosas de las que no tiene culpa el inquilino de La Moncloa.


Peor, si cabe, es lo sucedido con otra fusión contra natura: la de Caja Duero y Caja España, en Castilla y León. La primera empresa auditora consultada desaconsejó la operación: superposición de mercados, duplicación de sucursales, acumulación de riesgos… En vez de hacerla caso, el empecinado presidente del PP, Juan Vicente Herrera, contrató a otra consultora más dócil que aconsejara hacer la fusión y conservar así “una caja de carácter regional” y, se le olvidó decirlo, de estricta obediencia política.


Dos días, solo dos, duró su alegría. La caja resultante demostró ser inviable, con un notorio agujero patrimonial, y ha acabado por caer en manos de la malagueña Unicaja, presidida por el socialista Braulio Medel, uno de los mejores financieros del país. O sea, que la flamante nueva caja ni es ya castellano y leonesa ni ha quedado en la órbita del PP, como se pretendía. Enhorabuena, pues, a los linces que parieron el engendro.


Volviendo a la Comunidad, es que el problema de la CAM —común a todas las entidades financieras, pero agravado en su caso— no radica solo en la exposición al sector inmobiliario y al aumento de la morosidad, sino en la ocultación contable que ha acabado por aflorar. De ahí las exigencias de su socio CajAstur y los recelos del gobernador del Banco de España, Fernández Ordóñez, quien está sopesando su intervención. Así que, por las malas o por las peores, no le quedará otra a la caja alicantina que someterse a todas las imposiciones externas. La alternativa que sugiere su vicepresidente Armando Sala de salir a Bolsa parece más bien un sarcasmo dada la actual desconfianza del mercado.


Si a las dificultades de la CAM se le hubiesen añadido las de Bancaixa en una hipotética fusión, decía al principio, estaríamos ahora no frente un problema, sino ante una catástrofe.


De momento, me dicen los que más saben de estas cosas, “José Luis Olivas ha conseguido capear el temporal, a la chita callando, apoyándose en un Rodrigo Rato demasiado expuesto por la creación del nuevo Bankia. Por eso, Olivas es el hombre del futuro tanto para el banco como para las finanzas valencianas”.


De ser así, habría que felicitar a Francisco Camps por haber mostrado, al menos en este tema, una prudencia y una sabiduría que se han echado de menos en otros asuntos.

domingo, 27 de marzo de 2011

¡Que lo arregle el Gobierno!


Ante cualquier problema social, personal o institucional, lo primero que hace un norteamericano es ver cómo puede solucionarlo por sí mismo. A un español, en cambio, lo primero que se le ocurre es que se lo resuelva el Gobierno. O la Comunidad. O el Ayuntamiento.

“¡Para eso pago mis impuestos!”, suele ser su argumento definitivo. Y eso que, a diferencia de otros países, aquí se produce una importante evasión fiscal, existe un 20% de economía sumergida y lo habitual en cualquier chapuza es que te pregunten. “¿Con IVA o sin IVA?”.

La última evidencia de la habitual transferencia de responsabilidad hacia el Gobierno nos la ofrece el reciente terremoto de Japón.

Los ciudadanos de ese país han asumido con estoica resignación las devastadoras consecuencias de la catástrofe sin exigir nada a nadie. En contraste, lo primero que hicieron nuestros compatriotas allí residentes fue quejarse de la Embajada española, como si sus escasos funcionarios sólo tuviesen que estar pendientes de ellos día y noche.

Es que, como recordaba un diplomático sobre otro suceso, “cuando un accidentado de automóvil se despertó en un remoto hospital, lo primero que hizo fue reprochar que el cónsul español no estuviera al lado de su cama”. Por si acaso, esta vez, nuestro Gobierno envió un costoso avión que, para más inri, regresó medio vacío.

Por esta peculiar idiosincrasia nacional, pasa lo que pasa: “¿Cómo es que con un paro del 20% no sale la gente a la calle en España para pedir trabajo?”, me preguntaba el otro día un amigo extranjero. “Pues porque aquí no queremos trabajo sino subvenciones, subsidios y otras gabelas”, fue mi avergonzada respuesta.

viernes, 25 de marzo de 2011

Candidatos y partidos

Aún no se le ha pasado el susto al PP de que Gema Amor pueda presentarse para alcaldesa de Benidorm al margen de su partido. Sin mencionarla expresamente, González Pons ha venido a decir que la suya sería una pataleta semejante a la protagonizada en Asturias por Álvarez Cascos.

Puede.

Pero los comicios municipales y autonómicos tienen un componente personal que va más allá de las siglas políticas, por mucho que el partido de Mariano Rajoy intente convertirlos en un plebiscito general contra Rodríguez Zapatero y contra el PSOE.

Así se explica que por razones varias —entre ellas, y no la menor, por ajustes de cuentas individuales— surjan candidaturas producidas por escisiones en los partidos tradicionales. Eso le ha pasado al PP, por ejemplo, en Calpe, Torrevieja o la Vila.

En sentido contrario, los grandes partidos también han tenido que apechar con candidatos tránsfugas, so pena de perder si no la alcaldía respectiva. En la citada Benidorm, es lo que le ha ocurrido a Jorge Alarte, quien después de haber despotricado muy mucho contra Agustín Navarro, situado fuera ya del PSPV-PSOE, lo ha ratificado finalmente como cabeza de lista electoral de su partido.

Que conste que no me parece mal esa pérdida de poder de las todopoderosas maquinarias partidistas. A mí, como a muchos ciudadanos, cada vez me cuesta más votar a cualquier sigla política en abstracto y menos a personas concretas y reconocibles con las que me siento identificado.

Siguiendo con este striptease político personal, y ustedes perdonen, reconozco mi admiración y mi afecto hacia mi alcaldesa, Rita Barberá, pero también hacia el candidato de Esquerra Unida, Amadeu Sanchis, merecedores cualquiera de ellos de mi próximo voto.

Qué quieren que les diga: así son las cosas del querer. Y no les cuento de la otra ciudad, además de Valencia, que ocupa en la actualidad parte de mi vida: Salamanca. Cuanto más pequeña es la población —en este caso hablamos de 160.000 habitantes—, más nos conocemos todos y, si estuviese empadronado en ella, más me costaría a mí tener que optar entre dos amigos y buenos gestores públicos: el político del PP Fernández Mañueco y el profesor Enrique Cabero, candidato independiente del PSOE.

Me permito contar estas intimidades como un síntoma más de la creciente desafección ciudadana hacia los partidos tradicionales, la cual puede ser comprobada por cualquiera en conversaciones de la calle, intervenciones públicas en programas de radio y televisión, escritos y comentarios en redes sociales, etcétera, etcétera.

Cada vez se producen más opiniones en favor de las listas abiertas de candidatos, de modificar el tamaño de los distritos electorales o de ir hacia un sistema mayoritario que acerque más los representantes públicos a sus representados.

De no hacerse algo en un sentido u otro, se corre el riesgo de que cada vez haya más abstención electoral, que aumente el voto en blanco o que, como comienzan a sugerir últimamente algunos blogs, se participe con el voto roto, sí, literalmente hecho pedazos, para mostrar de esa manera el desconcierto y el descontento de los ciudadanos.



miércoles, 23 de marzo de 2011

¡Quién fuera Calatrava!

Dos cosas no se le pueden discutir a Santiago Calatrava. Una, que se trata de un arquitecto singular, único y de una estética identificable hasta por el más ignorante. La segunda, que ha sido profeta en su tierra: no sólo ha obtenido todos los galardones públicos y privados posibles, sino que su obra preside desafiante e imperecedera el renovado cauce del Turia.

Chapeau.

A partir de ahí se pueden hacer otras consideraciones menos gratas.

Por ejemplo, que sus obras cuestan siempre un riñón a las arcas públicas, generalmente por encima de lo presupuestado. Una persona que tuvo un ácido conflicto con él, el alcalde de Bilbao, Iñaki Azkuna, lo trató con una dureza inusual: “Es un pesetero del carajo”, dijo, tras haber sido demandado por el arquitecto por haber prolongado su puente de Zubi Zuri con una pasarela, oh blasfemia, del japonés Arata Isozaki.

Otros que tampoco están muy contentos con el arquitecto de Benimaclet son los vecinos de Venecia a cuenta de la seguridad de su último puente y, sobre todo, el alcalde de Nueva York, Michael Bloomberg, tras el retraso de la estación intermodal en la zona cero, que ha quedado mutilada pese a haberse excedido en susl costes.

Con estos precedentes y otros de menor calado —necesidad de un semáforo a posteriori en el puente hacia El Saler, falta de funcionalidad del aeropuerto de Sondica, inundación del Palau del Arts...— se comprende perfectamente la frase de un compañero de profesión: “El que contrata a Calatrava ya sabe a lo que se expone...

Se expone, por ejemplo, a haberle pagado, como le ha ocurrido a la Generalitat, 2,7 millones por un estudio para el Centro de Convenciones de Castellón que, pese a las apaciguadoras explicaciones del vicepresidente Vicente Rambla, ni se atiene a lo proyectado ni se sabé para qué va a servir.

Por eso, hay que agradecerle a Marina Albiol, diputada de Esquerra Unida, el que haya desvelado los pormenores de ese contrato. Para eso existe precisamente la oposición política: para controlar al Gobierno y evitar que cualquier Parlamento se convierta en un rodillo, no de amasar pan, pero sí de amansar conciencias. Y es que todos los compromisos públicos, incluidos los de Calatrava, no son “asuntos confidenciales” para “exclusivo uso interno”, como se empeña en afirmar siempre Gerardo Camps.

Eso no quiere decir que semejantes convenios no sean legales. Faltaría más. Pero sí que, por su cuantía y sus cláusulas, resultan ilógicos, al igual que los que firmó con nuestro arquitecto el ahora imputado ex presidente balear Jaume Matas, quien reconoce haberlo contratado “a dedo”.

Aunque la Sindicatura de Cuentas haya dado finalmente un dudoso visto bueno a este tipo de acuerdos, todos conocemos de sobra la natural obsecuencia que muestran estas instituciones —tanto si son autonómicas como estatales, trátese ya de empresas auditoras o de agencias de calificación crediticia— hacia quienes nombran a sus miembros o pagan por sus servicios. Y de ahí, también, la necesidad de reforzar los controles legales sobre su funcionamiento.

Ello se hace aun más perentorio en esta ahora, en que nos hallamos metidos de hoz y coz en una crisis económica profunda y duradera, sin dinero público ni para el sueldo de los funcionarios.

Claro que eso no parece aplicable a personajes exquisitos como Santiago Calatrava, situados por encima de presupuestos y restricciones, a quienes por lo visto no afectan la crisis, los recortes ni las demás limitaciones que la Administración pública impone a los demás mortales.

lunes, 21 de marzo de 2011

Salamanca, capital... ¿de qué?

A veces parece que la capital charra, como algunos adolescentes granujientos, aún anda buscando su lugar en el mundo. Pero resulta que Salamanca ya es demasiado mayorcita para perderse en estas vacilaciones: ¿somos rurales o urbanos?, ¿apostamos por la tradición o la modernidad?, ¿nos refugiamos en la Universidad o buscamos ampliar nuestros horizontes?

Así, en esta duda existencial, pasamos los días sin acabar de definir el rumbo.

En cambio, otras ciudades europeas de tamaño similar o aun menor, como la alemana Darmstadt, lo tienen claro y podrían servirnos como ejemplo.

Próxima a la pujante Frankfurt, capital financiera del país, Darmstad, sin haber perdido el carácter modernista de su época jugendstil, alberga hoy día una equipadísima universidad técnica y es sede tanto de Meteosat como de la Agencia Espacial Europea, donde conviven profesionales de una decena de países, en un ambiente políglota y de alto nivel tecnológico.

¿No sería posible algo similar en Salamanca, ciudad próxima a Madrid, con un cómodo y bello entorno urbano, una universidad de prestigio, estudiantes extranjeros y un incipiente parque científico en Villamayor?

Desde luego, lo suyo, por razones obvias, no es instalar industrias metalúrgicas o atraer turistas de sol y playa. En cambio, la interacción de la investigación, de la enseñanza y de la difusión del idioma español no sólo es posible, sino que resulta del todo deseable.

El último movimiento en esta dirección de futuro ha sido la reciente visita de la ministra Garmendia al Centro Nacional de Láser, con renovados recursos para dedicarlos a esa I+D+i que tanto necesita este país si no quiere quedarse para vestir santos.

Pero la ciencia y la cultura, en nuestro caso, han de ir de la mano de una mayor presencia de estudiantes extranjeros para conseguir así ser la capital de la cultura y del idioma español.

Por una parte, hay que seguir atrayendo foráneos, en la línea de lo que ya sucede con el Centro Hispano-Japonés, y que debería ampliarse al Instituto Confucio de China, como ya vienen haciendo con diligencia otras ciudades españolas.

Por otra, hay que evitar la dispersión de esfuerzos y absurdas competencias como la de Valladolid, ciudad con muchas posibilidades y muchos méritos, pero no el de ser la capital de la lengua castellana.

En esta época de especialización y de escasez de recursos, hay que elegir. Y Salamanca debe ser la capital del saber. Todo lo demás supone perder el tiempo e hipotecar nuestro futuro.

sábado, 19 de marzo de 2011

Volver al Siglo XIX

Como la mayoría de la gente, ignoro todo sobre las centrales nucleares, así que no sé si nos hallamos o no ante el fin de esa fuente de energía.

Entiendo que, tras la catástrofe de Japón, a lo mejor su riesgo no compensa los innegables beneficios que aporta. Pero tampoco me consta que seamos conscientes de ello.

De momento, la parálisis de la central de Fukushima ha dejado temporalmente a oscuras a parte del país, con el subsiguiente colapso de transportes y abastecimientos.

¿Se imaginan la generalización del apagón energético nuclear en todo el mundo, como parecen pedir algunos políticos? A falta de otras alternativas, ésa sí que sería una auténtica crisis económica, con un retroceso de décadas en el bienestar colectivo alcanzado por la humanidad.

Por eso se entiende que los países emergentes, que apenas si empiezan a salir de un subdesarrollo endémico, como China e India —y, en menor medida, Brasil, Sudáfrica y otros—, sean los más renuentes a cuestionar este tipo de energía.

Claro que, si al final no nos queda otra, habremos de adaptarnos al lúgubre escenario de reflujo económico que hasta ahora ningún grupo ecologista o antinuclear se ha atrevido a explicar.

Sí que hay, de momento, beneficiarios de semejante catástrofe: productores de petróleo como Gadafi, bailando aún sobre los cadáveres de sus enemigos recién masacrados, y las ostentosas satrapías del Golfo Pérsico.

Claro que los súbditos de estos regímenes, anclados desde hace siglos en una ominosa Edad Media, no habrían de notar diferencia alguna en su situación personal bajo las tiranías que ya padecen.

viernes, 18 de marzo de 2011

La política del avestruz

“Ante la crisis económica actual no estamos respondiendo ni con una política restrictiva, ni con otra expansiva —me dice un colega economista por el que siento particular respeto—, sino que practicamos la del avestruz, o sea, esconder la cabeza”.

La frase viene a cuento por la última rebaja en la solvencia económica de la Generalitat decretada por la agencia Moody's.

“En vez de hacer un plan económico y financiero veraz a diez o quince años, el que sea, el conseller Gerardo Camps se dedica a trampear con las cuentas del día a día, como si ignorase que cada vez nos sale más caro endeudarnos, con lo que así se vuelve a agravar nuestra necesidad de deuda pública”.

Eso es exactamente lo que piensan Moody's y las demás agencias de calificación de riesgos: que nuestra Comunidad y el resto de las autonomías españolas no reducirán ni de coña este año el déficit público al 1,3% del PIB, como está planteado, puesto que el año pasado lo dejaron en el 3,47%, en vez del 2,4% previsto.

Todo esto se debe a que nuestros políticos no planifican más allá de su próximo compromiso electoral. Si lo hicieran, a nadie se le habría ocurrido un aeropuerto en Castellón cuando no resultan rentables 39 de los 48 que existen en España, incluyendo el de Manises, que el último año tuvo unas pérdidas de 1,21 millones.

Esa desmesura de toda clase de inversiones durante las vacas gordas incluye a las universidades, que han proliferado a la par que disminuía su calidad docente. Ayer mismo, un catedrático de la Universidad de Barcelona, Víctor Climent, urgía a “reflexionar sobre la necesidad de que existan tantos campus de carácter generalista y tan pocos especializados”, a fin de poder mejorar el nivel de la universidad.

Pero, ¿a quién se le va a ocurrir una reflexión semejante en nuestra Comunidad cuando somos la peor de España en todos los baremos de enseñanza primaria y secundaria? ¿Cómo vamos a regenerar, pues, la universidad si antes no somos capaces de arreglar el desastre de nuestros colegios?

Para mayor inri, ya no nos queda un duro ni la voluntad política de recortar gastos superfluos. Al revés: hasta la reforma del Estatut de Autonomía que con esmero ha elaborado el conseller Serafín Castellano no tiene otro objetivo inmediato que conseguir más financiación para la Comunidad.

Por otra parte, ¿de dónde demonios recortar? No puede ser en gastos sociales, ya que jurídicamente nos han sido transferidos por el Estado y condicionan casi el 80% de nuestro presupuesto. ¿Y del mantenimiento de obras públicas suntuarias, desde la Ciudad de la Luz hasta el Palau del Arts? Difícil contener esa sangría debido a su impacto político. Lo mismo ocurre con otras instituciones dispendiosas Como Canal 9, esqueleto del aparato de propaganda oficial y que nos cuesta a cada valenciano 128 euros anuales, tanto si vemos su programación como si no.

Si acaso, como efecto simbólico, se llegará a eliminar alguno de los 11.000 móviles y los casi 800 coches oficiales existentes.

Pero, de momento, insisto, la política preferida parece ser la de esconder la cabeza hasta que escampe, sin hacer gran cosa para paliar los nocivos efectos de la que está cayendo.

miércoles, 16 de marzo de 2011

La singularidad de Juan Roig

Vengo de Portugal, donde se ha instalado un desánimo general en la población. La crisis no sólo económica, sino también moral, es de tal calibre que el presidente reelecto, Cavaco Silva, ha hecho suyas muchas de las críticas de sus conciudadanos.

Considera como “una década perdida” los dos gobiernos del socialista José Sócrates y los tres años de gabinete conservador que los precedieron. En su toma de posesión, el pasado miércoles, enfatizó algo que quizá nos suene a los valencianos: “No podemos privilegiar —afirmó— grandes inversiones que no estamos en condiciones de financiar, que no contribuyen al crecimiento de la productividad y que tienen un efecto temporal y residual en la creación de empleo”.

¿No podría decirse aquí algo similar respecto a Terra Mítica o el Ágora, pasando por la Ciudad de la Luz y otros costosos eventos de carácter efímero?

Lo curioso es que la prensa económica lusa de este viernes, como el diario Oje, tan pendiente siempre de lo que sucede en España, recogía la noticia de que “el grupo de supermercados Mercadona ha entrado en la historia comercial al superar en facturación a El Corte Inglés”, el gran paradigma de la venta al gran público.

Este éxito de la labor empresarial de Juan Roig ha coincidido en el tiempo con el reconocimiento de que su fortuna es ya la quinta de España, hecho por la prestigiosa revista Forbes.

No es de extrañar, entonces, que el presidente Francisco Camps haya buscado la foto con el dueño de Mercadona. Con piadosa ironía se preguntaba anteayer en estas mismas páginas Amparo Tórtola que a quién de los dos convenía la instantánea gráfica. Obviamente, son siempre los políticos quienes necesitan asociar su imagen a colectivos de lo más dispar, desde jóvenes a inmigrantes y desde pensionistas a empresarios. Pero, ¿escuchan luego lo que éstos tienen que decirles?

Sería interesante saber qué le dijo al presidente un personaje tan poco acomodaticio como Juan Roig, uno de los cien representantes de la sociedad civil que enviaron a don Juan Carlos I un estudio sobre la transformación que necesita España. En él se decía que nuestro país sufre una grave “pérdida de competitividad en talento y tecnología” y que “no ha conseguido el desarrollo adecuado de la economía del conocimiento para competir en bienes y servicios sofisticados con los países líderes, pero tampoco puede hacerlo con los países emergentes en costes de bienes y servicios de menos valor”.

Por cierto, Rodríguez Zapatero no perdió el tiempo en llamar a los empresarios firmantes del documento para hacerse la foto con ellos. Siempre la foto.

Juan Roig es un personaje singular, no ya por lo anecdótico de no acudir a todas estas solicitaciones del poder o por hacerlo con corbata cuando la Generalitat reclama un atuendo informal. Lo realmente definitorio es su impronta empresarial: creación de 1.500 empleos el último año, el carácter fijo de esos puestos de trabajo, incremento de la productividad y ligar a ella el aumento de sueldos y reparto de beneficios,...

A esto se le llama innovación. También a algo absolutamente insólito: atreverse a explicar en público sus secretos empresariales sin miedo a ser imitado; quizás porque cuando otros intenten plagiarlos él andará ya en alguna otra invención, anticipándose así a sus competidores.

Aunque sólo fuese por estos valores y por su valentía en llevarlos a la práctica, si hubiese media docena de empresarios del corte de Juan Roig, seguro que el futuro de nuestra sociedad sería más esperanzador.


domingo, 13 de marzo de 2011

Portugal, peor que nosotros

No recuerdo, en ningún viaje anterior, a los portugueses tan deprimidos como ahora. Este fin de semana, en varias ciudades del país, comienzan las protestas juveniles de la autodenominada generación basura. Y seguirán.

El desánimo en la calle es tal que se magnifican los casos de corrupción política, no tan abundantes como en España, y se piensa que ambos países, junto a Grecia e Irlanda, estarían mejor fuera de la zona euro que dentro de ella.

Todo eso a pesar de que el paro sólo es del 11,2%, la mitad que el nuestro, y que entre los jóvenes asciende al 21,2%, también la mitad del de sus homólogos españoles.

Aun así, la percepción es que la última ha sido “una década perdida”, en palabras de Cavaco Silva al jurar este miércoles un nuevo mandato presidencial. La sensación generalizada es que las ayudas de la UE han servido para “grandes inversiones que no podemos financiar” y para un exacerbado consumo privado a costa de la productividad, de la regeneración industrial y del empleo.

Un desastre, vamos, con una ingente deuda exterior que el país no puede afrontar, un recorte drástico de ingresos y de prestaciones sociales e incipientes actos de protesta ,como la interrupción en Viseu del discurso del primer ministro, José Sócrates, por una decena de jóvenes airados.

Ese creciente cabreo generalizado es lo que pretende evitar entre nosotros, a golpe de improvisadas subvenciones, Rodríguez Zapatero. Claro que, como decía un sociólogo portugués esta misma semana, “con excepción de ciertos privilegiados, en la basura ya estamos todos”.

Mientras tanto, nuestros políticos siguen sin inmutarse.

viernes, 11 de marzo de 2011

Asesores y otros plumíferos

Lo que más llamó mi atención cuando hice mi aterrizaje periodístico en Valencia fue el frondoso aparato informativo y de propaganda de la Generalitat.

Semejante derroche de medios y su minuciosa y persistente atención a cualquier acontecimiento político era algo inusual en la Barcelona o en el Madrid de aquella época, incluidos los gabinetes de prensa de los distintos ministerios.

Para recordar algo parecido mi memoria tiene que remontarse a la visita que hice al Departamento de Estado norteamericano. Su titular, George Shultz —al igual que hoy día su sucesora en el cargo, Hillary Clinton—, recibía a primerísima hora de la mañana un dossier pormenorizado de todo lo que sucedía en el mundo.

Claro que el responsable de la política exterior de Washington se somete diariamente al escrutinio despiadado de los periodistas y debe estar preparado para afrontar cualquier cuestión que se le plantee. Justo lo contrario de lo que ocurre aquí, donde Francisco Camps no suele prodigar sus comparecencias y menos con barra libre de preguntas.

Por eso, lo primero que me pregunté al oírle que proyecta reducir a 10 el número de consellerías y a ahorrar así un 25% del gasto en asesores fue: ¿adelgazará también la nutrida nómina de escribientes oficiales?

Me temo que no. Según cálculos, son 110 las personas fijas o contratadas que trabajan bajo la dependencia de la eficacísima secretaria de Comunicación, Nuria Romeral, y la no menos eficiente directora general Cristina Albamonte.

A esa plantilla habría que añadir un número menor, pero nada desdeñable, de comunicadores ubicados en distintas consellerías, empresas públicas y otros entes oficiales.

Todos ellos, en una sutil e imprecisa frontera entre lo institucional y lo partidista —del PP, se entiende—, no sólo aportan a los medios valencianos noticias y desmentidos, convocatorias y opiniones, sino que ofrecen también argumentaciones completas, sencillas y detalladas, a fin de que los periodistas no necesiten estudiar cada acontecimiento, sino que puedan publicarlo tal cual lo reciben, con la orientación precisa dada por su autor.

Este esquema informativo, al que por supuesto se someten también los cargos públicos del partido y funcionarios de alto rango, no sea que interfieran con su propio criterio la doctrina oficial, es algo envidiado y envidiable dado su éxito disciplinario y su rédito político. Por ello, ha sido copiado con más o menos fortuna por las diputaciones provinciales y por los grandes ayuntamientos.

Un ejemplo, banal, si se quiere, es el de José Joaquín Ripoll en Alicante. Se encuentra un día con que la periodista Vea Reig se ha quedado sin trabajo. Para no perder la oportunidad de contar con tan excelente profesional, le crea un cargo ad hoc en su gabinete y la ficha al día siguiente.

Éstas han sido prácticas habituales de unos y de otros en la época de vacas gordas. ¿Van a cambiar tan acendrados hábitos en esta época de crisis? Ojalá. Pero la tentación de seguir moldeando la opinión pública es tan grande que me temo antes se ahorrará de otras partidas que de este gigantesco aparato de comunicación que no tiene parangón con ninguna empresa privada que yo conozca.

miércoles, 9 de marzo de 2011

O renovarse o morir

Al final, Jorge Alarte ha tenido muchos más redaños de lo que sospechaban sus adversarios dentro del PSPV-PSOE y ha renovado en un 77% las listas de candidatos a Les Corts.

No ha sido el único, por supuesto, que ha efectuado una limpieza, si no étnica, sí generacional, ideológica y de hábitos entre los aspirantes a diputados autonómicos. El secretario general del PSOE en Castilla y León, Óscar López, también de 37 años y niño mimado de Rodríguez Zapatero, ha hecho otro tanto. Incluso ha osado apear al histórico salmantino Emilio Melero, que llevaba más de 30 años en el machito.

Pero Alarte ha ido, quizá, más lejos. El hemiciclo de Les Corts no verá ya los rostros de Ximo Puig, Joan Ignasi Pla, Toni Such, Isabel Escudero,... que parecían tan connaturales al paisaje como los mismos escaños parlamentarios.

Se rompe así con la inercia establecida, tanto en el gobierno como en la oposición, hacia el profesionalismo y la continuidad de los mandatarios públicos, en vez de considerar su actividad como algo temporal y estrictamente representativo.

Ese aferramiento al cargo es uno de los motivos de desafección de los ciudadanos hacia sus representantes políticos. Lo venía a recordar en estas páginas Pere Mayor, quien no hace mucho fue secretario general del Bloc Nacionalista. Claro que él tiene cualidades de sobra para vivir al margen de la política, algo por desgracia no demasiado frecuente. Los casos de los socialistas Antonio Asunción, Manuel Mata y unos pocos más ratifican lo excepcional del fenómeno y explican los celos de quienes carecen de su capacidad profesional.

Se comprende, entonces, que por fas o por nefas aquí no deja el cargo nadie, aunque le cojan con las manos en la masa. ¿Se imaginan que en España, donde no dimiten ni los imputados por corrupción, se retirara alguien, como el ministro alemán K.T. Guttemberg, tras haber sido denunciado por la simple copia de una tesis doctoral? Es más, la semana pasada se descubrió el plagio realizado por un periodista de El País y el hombre justificó el calco literal de párrafos enteros como mera labor de documentación.

Es en este contexto social en el que hay que situar la quirúrgica renovación parlamentaria de Jorge Alarte: en él y en su creencia de que no va a ganar las próximas elecciones autonómicas y de qué mejor oportunidad, por consiguiente, para colocar a gente de su confianza con la que encarar el futuro en vez de otros que le tratarían de descabalgar a las primeras de cambio.

La convicción de la derrota la comparten otros dirigentes socialistas, por ejemplo los madrileños. Sean amigos de Zapatero, como Jaime Lissavetzky, o enemigos suyos, como Tomás Gómez, prescinden todos ellos en sus campañas de la imagen del otrora líder carismático y hasta de las siglas del propio partido.

Es que, puestos a perder, habrán pensado, mejor hacerlo por méritos propios que por deméritos del entorno. Y, de paso, ya que el ambiente presagia derrota, más vale desprenderse de la ganga del pasado y rodearse de gente aún sin malear, capaz de mostrar ilusión hasta en el fracaso. Se trata, pues, de aquel viejo aforismo: o renovarse o morir.

Éste parece el plan elaborado por Jorge Alarte: dado que la derrota electoral se da por supuesta, contar al menos con mimbres parlamentarios con los que presentar batalla en 2015. Tal era el escenario inicial que contemplaba cuando él llegó a la secretaría general del PSPV-PSOE en 2008.

Luego, claro, aparecieron el caso Gürtel, el declive de ZP y demás variables que no han hecho más que enturbiar el panorama.

martes, 8 de marzo de 2011

Una ciudad sin comercios


¿Se imaginan a Salamanca con calles entristecidas y vacías, que invitan más al desánimo que al placer de recorrerlas?

Eso no es una hipótesis inverosímil, sino que empieza a ser una plausible realidad. Este mismo periódico daba cuenta, hace poco, que la capital ha perdido 6 de cada 10 pequeños comercios en solo tres años.

Entre la crisis económica, el cambio de hábitos de consumo y la dejadez de muchos comerciantes “de toda la vida” se va reduciendo el tránsito de peatones y la vida mercantil a una “i griega” urbana, con el nudo en la Plaza, su tramo vertical de apoyo en la Rúa y las dos ramas oblicuas en las calles Toro y Zamora. Todo lo demás corre el riesgo de transformarse en soledad y silencio.

No exagero, pues eso sucede ya en grandes ciudades de Estados Unidos: el down-town de Los Ángeles, por ejemplo, es un lugar desolado y siniestro; en gran parte del Harlem neoyorquino mejor no adentrarse, y hasta el centro de Washington es evitado por sus propios habitantes.

El desplazamiento de las tiendas hacia grandes superficies del extrarradio está en el origen de esa degradación urbana y de aumento de la delincuencia.

Muchas capitales europeas, alertadas por ese fenómeno, han tomado medidas para impedirlo: desde la remodelación urbanística hasta el apoyo a la “tienda de proximidad”, pasando por asociaciones de comerciantes.

Aquí, visto el creciente y acelerado cierre de establecimientos, no parece que nos inquieten los riesgos ambientales, estéticos y policiales que conlleva la desaparición del pequeño comercio. Como pez que se muerde la cola, cuantas menos tiendas haya en una calle, menos gente irá a comprar a las que permanecen abiertas.

Pero si el asunto ya era grave de por sí, lo ha venido a complicar aún más la venta por Internet. Y no tendría porqué ser así. Al igual que la utilización de ordenadores ha aumentado el consumo de papel debido a la mayor cantidad de textos que se imprimen, el uso de Internet por las pequeñas tiendas especializadas podría aumentar las visitas físicas de sus clientes, para ver, comparar o cambiar productos.

Si queremos evitar, pues, el futuro de una ciudad fantasmal, hay dinamizar la vida comercial del centro y de los barrios.

Debe ser responsabilidad de sus vecinos, claro, pero también de unos empresarios acomodaticios y de una administración pública que, de seguir en la inopia, se quedará sin los ingresos fiscales de antaño y tendrá que aumentar los gastos en limpieza y seguridad de hogaño.

sábado, 5 de marzo de 2011

Los árabes ya creen a EEUU

Julian Assange no ha sido el inspirador de las revueltas en los países árabes, por supuesto, pero su portal Wikileaks sí ha tenido que ver, y mucho, con el tiempo y con las formas de ese movimiento revolucionario.

Hasta hace unas semanas, como quien dice, cualquier crítica hacia las satrapías que mal gobiernan aquellos países sólo era interpretada como una falsa y odiosa propaganda imperialista. Lo bueno de Wikileaks ha sido desvelar algo que la diplomacia norteamericana mantenía para exclusivo uso interno, lo que le ha dotado de absoluta credibilidad.

Gracias a la filtración de esas informaciones, los súbditos de los regímenes corruptos desde el Magreb hasta el Golfo Pérsico se han enterado del expolio sistemático realizado por la esposa de Ben Alí en Túnez, la fortuna en el extranjero del egipcio Mubarak o el delirante despilfarro de los hijos de Gadafi.
Y no sólo lo han creído sino que ya no lo quieren aguantar más.
Muchos jóvenes árabes —como los de otros países también sumidos en la pobreza y la represión—, pese a la generalizada propaganda anti USA calzan los mismos sneakers que sus colegas del Bronx, imitan sus comportamientos, ven idénticos clips musicales y al igual que ellos utilizan Facebook y otras redes sociales.

Esa socialización del mundo global, ese peligro de contagio de la libertad, es lo que perturba a todas las dictaduras, desde la cubana hasta la de Pekín, pasando por histriónicos personajes como Hugo Chávez.

Y es que una vez que la gente ha descubierto la democracia, con todas sus dificultades e imperfecciones, ya nunca más quiere vivir sin ella.

jueves, 3 de marzo de 2011

O Presidente o nada

En una película norteamericana de serie B, hace un montón de años, un senador aspiraba a la presidencia del país en contra de los deseos de su partido, que lo consideraba un inepto. El bulo de que tenía un dossier sobre sus colegas les había impedido pararle los pies hasta que alguien lo hizo por fin. Entonces, el frustrado candidato, todo compungido, inquirió: “Y si no soy presidente, ¿a qué me puedo dedicar?, porque yo no sé hacer nada”.

Esta cruel fabulación pretendía ironizar sobre los enredos y las falacias de la vida política en Estados Unidos.

Pero no sólo allí hay gente obsesionada con ser presidente de lo que sea: hasta de una comunidad de vecinos, como el divertido personaje que interpreta el actor José Luis Gil en la serie televisiva Aquí no hay quien viva.

En otro ámbito más brutal y patético, el escritor Vázquez Montalbán noveló la historia de César Borja con el barojiano título de César o nada, mostrando a través de la familia originaria de Xàtiva los retorcidos y complejos tentáculos del poder.

Éstas son cosas, por consiguiente, que a una u otra escala y con más o menos pasión han sucedido en todo tiempo y lugar.

Aun así, muchos compañeros de partido del presidente Camps no acaban de comprender su empecinamiento en repetir en su cargo con toda la que está cayendo; es decir, con el largo y agotador proceso judicial a que, con razón o sin ella, se le ha sometido y con todos los ataques recibidos y los que aún le quedan por recibir.

“No entiendo —me dice alguien que lo quiere bien— que una persona de su talento y de sus cualidades no haya dicho ya: ahí os quedáis todos con vuestras intrigas y vuestras maquinaciones y yo me dedico a otra cosa”.

Al margen de que la persona citada defiende con esa actitud su propio chiringuito político, no le falta razón. Con el caso Gürtel planeando sobre la cabeza de un candidato de tanto peso y con las subsiguientes alusiones a corrupción, financiación ilegal, cohecho y otras zarandajas se va a contaminar la campaña electoral, no sólo en la Comunidad, sino también fuera de ella. Y no digamos la que le podría venir, más tarde, en plenas elecciones generales, a Mariano Rajoy si Camps, ya reelegido, fuese al banquillo o se viese obligado a dimitir.

Con ser grave todo ello, lo peor es que así se hurtarían al debate político los temas reales que preocupan a los ciudadanos, más allá de los casos de corrupción política, reales o ficticios.

En la Comunidad Valenciana nos encontramos con un paro superior a la media española, altas tasas de endeudamiento público, necesidad de regenerar el tejido industrial, dificultades de acceso al crédito, fracaso escolar galopante...

¿Van a hablar de todo esto nuestros candidatos? ¿Nos van a ofrecer soluciones? ¿O se van a enfangar la mayor parte del tiempo en ese conocido, patético y estéril juego de “tú eres más corrupto que yo”?

De todos los males que nos asuelan, que no son pocos, el peor de todos puede ser el de desviar el debate político desde lo real hacia lo aparente y desde lo importante hacia lo circunstancial, al anteponerse cuestiones personales a intereses colectivos.