sábado, 30 de octubre de 2010

De la Riva, Sinde y otras hipocresías

León de la Riva, el displicente alcalde de Valladolid, sólo es uno de esos chuletas “tabernarios” —en palabras de Pérez Rubalcaba— que tanto abundan en este país. Ni más ni menos.

En cambio, Fidel y Raúl Castro, por poner un ejemplo bien sencillo, llevan sojuzgando a su país 60 años, lo que es mucho peor. Pero seguro que a ellos no les negaría el saludo la ministra González Sinde, como sí ha sucedido con el zafio alcalde pucelano.

De hecho, por nuestro país han pasado dictadores sanguinarios, como el guineano Teodoro Obiang, por poner otro ejemplo, que sí han sido recibidos con todos los honores por nuestro obsequioso Gobierno.

Y no les cuento cuando primeras damas occidentales, como Carla Bruni, o mismamente la princesa Letizia —sin necesidad de descender más peldaños en el recuerdo— han visitado países islámicos. En un momento u otro, todas han tenido que cubrir su cabeza con un velo para no desairar así a los misóginos intérpretes del Corán. Ante ese hecho, ni a ellas, ni a las miembras de nuestro Gobierno, que diría Bibiana Aído, se les ha ocurrido rasgarse las vestiduras, nunca mejor dicho.

Lo de González Sinde y compañía, convirtiendo en paradigma de indignidad la solemne metedura de pata de León de la Riva mientras que se humillan sin rechistar ante los déspotas de medio mundo, tiene un nombre: el de hipocresía; y un adjetivo: el de oportunista. Si no, con el mismo empeño habrían denunciado mucho antes los innumerables casos de machismo en otros partidos y en el suyo propio.

Pero los partidos políticos no están para eso, sino para meter el dedo en el ojo ajeno y regodearse con ello.

miércoles, 27 de octubre de 2010

De Rafael Blasco a Rubalcaba

Cuando vienen mal dadas, los políticos, como cualquier hijo de vecino, echan mano del chamán, del demiurgo, del salvador, en suma, que demonice a sus enemigos y, en cambio, los preserve a ellos de todo mal. Lo acaba de hacer ahora Rodríguez Zapatero con Pérez Rubalcaba, el político español más hábil de las dos últimas generaciones, quien se ha estrenado como portavoz siendo capaz de poner en la diana a una amodorrada oposición en vez de al maltrecho Gobierno del PSOE.

Antes que él, ese recurso ya lo utilizó Francisco Camps, cuando arreció el caso Gürtel, nombrando portavoz en Las Corts al incombustible Rafael Blasco, el equivalente en talento político y en habilidad a escala valenciana al polifacético Rubalcaba.

Desde que nuestro conseller de Solidaritat i Ciutadania se hizo cargo de la sindicatura parlamentaria del PP, cada ataque a Camps de Ángel Luna lo ha convertido en un boomerang, obligando al portavoz del PSPV a demostrar su honorabilidad en sus pasados negocios con el constructor alicantino Enrique Ortiz y a defenderse judicialmente por haber exhibido en público documentos sometidos a secreto de sumario.

No es de extrañar, entonces, que Pérez Rubalcaba sea la bicha para un PP que empieza a exhumar dudosas actuaciones policiales bajo su mando y hasta su pasado como portavoz de Felipe González cuando el asunto de los GAL. Lo mismo, cambiando de bando, le sucede a Rafa Blasco, contra quien los socialistas valencianos lanzan todo tipo de municiones con tal de desprestigiarle.

En esas vidas paralelas, como aquéllas que describió el griego Plutarco, ambos protagonistas asumen encantados su papel de pararrayos protector de sus respectivos líderes políticos, que es de lo que se trata.

Pero en su afán de desviar la atención pública sobre el desastre de su gestión económica, Zapatero ha ido más allá. No sólo no ha rejuvenecido el Gobierno —incluyendo en él a gloriosos sesentones como Ramón Jáuregui— sino que se ha pasado por el forro la norma no escrita sobre cuotas territoriales —que enseguida le han reprochado los nacionalistas catalanes— y, sobre todo, ha mandado deliberadamente a hacer gárgaras su prédica sobre la paridad política, quedando su Gabinete con dos ministras menos: una de ellas la propia Bibiana Aído, adalid de la igualdad de género. Pero, ¿qué mejor para él que se discuta sobre esto que no sobre el paro, la reforma laboral y las pensiones?

A nuestro nivel doméstico, algo de esto podría hacer Paco Camps: no sólo saltarse el equívoco equilibrio territorial de consellerias, que obliga a veces a prescindir de los mejores, sino acabar con la absurda manía de la paridad: y que nadie me acuse de ser como León de la Riva, porque allá donde he podido elegir mi sucesor laboral éste siempre ha sido una mujer.

Me refiero a la necesaria reforma del Consell —habrá que esperar ya a las próximas elecciones— en la que, salvando la innegable capacidad de la portavoz Paula Sánchez de León, hay quinielas por saber qué tres conselleras sobrarían entre Trinidad Miró, Maritina Hernández, Angelica Such y Belén Juste.

Seguro que se trata de una maldad y, además, interesada. Pero es que en la política actual, además de maldades e intereses, ya me dirán qué otras cosas quedan.



lunes, 25 de octubre de 2010

¿Para qué sirve Canal Nou?

Un amigo, con malévola mordacidad, me dice que “Francisco Camps debería estar en la plantilla de Canal Nou, pues aparece en pantalla más que cualquier presentador de la tele autonómica”.


Ignoro si eso es cierto, pues no dispongo de ningún minutaje que lo corrobore. Menos aún puedo establecer comparación alguna con TV-3, Euskal Telebista o TVG, pero supongo que tanto Montilla como Patxi López o Núñez Feijóo también disfrutan de un buen rato de exposición mediática. Y eso, claro, con el dinero de los contribuyentes, porque todas las televisiones públicas de este país son generosamente deficitarias.


La única autonomía importante que no tiene un canal público en sentido estricto es Castilla y León. Allí, su presidente acordó con los dos mayores empresarios regionales de la comunicación, Méndez Pozo y José Luis Ulíbarri —ninguno de ellos unos angelitos, a tenor de sus respectivas biografías— que uniesen sus emisoras privadas en un único canal autonómico, con un contrato programa con la Junta. La televisión resultante no deja, por eso, de resultar oficiosa, pero al menos les sale más barata a los ciudadanos y ofrece una mayor imparcialidad frente al poder político.


La verdad es que no se entiende la proliferación de canales públicos en este país, como no sea para la exaltación del partido gobernante de turno. La ley que los implantó en 1983 exigía de ellos “respeto al pluralismo político, religioso, social, cultural y lingüístico” de cada Comunidad, todo lo cual se viene conculcando de forma sistemática. Si, además, las televisiones autonómicas nacieron para proteger las lenguas vernáculas, ¿a qué viene que existan también en Canarias, Extremadura o Murcia? Y, en el caso de Canal Nou, ¿cómo se compadece la defensa del valenciano con debates políticos realizados por periodistas venidos ex profeso desde Madrid a gastos pagados?


Lo cierto es que no sólo nuestra TV autonómica, sino todas, cuestan al erario un pastón anual superior a la congelación de las pensiones, por ejemplo. ¿Pero a alguien se le ocurre su posible privatización? Ni de coña. Los recurrentes amagos en ese sentido de Esperanza Aguirre o Ruiz-Gallardón no son más que cortinas de humo. Lo mismo sucedió en su día cuando Eduardo Zaplana prometió adjudicar a terceros los servicios informativos: todo quedó en agua de borrajas.


He estado recientemente en Frankfurt con otros compañeros de la Fundación Coso, visitando la televisión pública ZDF. Y ya ven: en el país de Europa con el mayor sector público audiovisual, no existe ni por asomo algo tan deficitario como nuestros canales autonómicos; tres horas de desconexión diaria valen para que los ciudadanos de cada länder se sientan informados de sobra sobre lo que pasa en su región. Y eso que Alemania es un Estado federal que muchos de nuestros nacionalistas proponen como panacea.

Aquí, en Canal Nou, no es sólo que el caso Gürtel haya tenido menos tratamiento informativo que algunas jornadas gastronómicas, o que se hayan cortado emisiones en directo por la aparición de pancartas hostiles al Consell. Lo peor es que su deuda alcanza ya los 1.100 millones, que a cada valenciano las televisiones públicas nos cuestan 220 euros al año, que RTVV tarda en pagar a sus proveedores más de 15 meses y que las pérdidas del último ejercicio fueron de 278 millones.


¡Qué lástima, para acabar por hoy, que teniendo tan magníficos profesionales —de lo mejorcito que hay en la Comunidad—, por tantas cuestiones ajenas a ellos estén tan desaprovechados! De eso, y de otras cosas, habrá que seguir hablando más adelante.

domingo, 24 de octubre de 2010

¡Quién fuera Zapatero!

Reconozco mi estupefacta admiración por nuestro presidente de Gobierno.
Y no lo digo porque el tipo sea un ganador nato, ya que Rodríguez Zapatero no ha perdido hasta ahora ninguna elección interna ni externa, a diferencia de sus muy distintos predecesores, Felipe González y José María Aznar. Se impuso en el PSOE, contra pronóstico, a José Bono, y en unas generales, contra las encuestas, a Mariano Rajoy. Y dejará la política, pienso, sin haber sido derrotado, ya que ante esa eventualidad alguien con su ego tan a flor de piel preferiría retirarse antes que perder.

Mi admiración por Zapatero se debe a su impavidez ante la realidad. A otros, en su lugar, la adversidad nos pasaría factura. A él, por lo que se ve, le sucede justo lo contrario: si aquélla le es adversa, simplemente, la cambia. ¿Quién se habrá creído que es la realidad para llevarle la contraria?

Por eso, y no por otra cosa, estuvo negando la crisis económica hasta que nos llegó a todos a la cintura. Ahora, en cambio, arguye que nos encontramos ante “la crisis más grave en 60 años” para así hacer justo lo contrario de lo que prometió hasta misma la víspera. Ese aplomo, cuando no desenvuelta osadía, sólo está al alcance de los iluminados, los imperturbables o los cínicos.

¿Se imaginan lo bien que nos iría a todos en la vida con semejante desparpajo? Su mudanza de criterio, falta de principios y oportunismo a todo trance le permiten sortear escollos, rehacer alianzas, traicionar acuerdos y superar su propio descrédito personal. A él le da igual que el país se derrumbe porque, con eso y todo, él sigue ahí.

¡No me digan, pues, que el tipo no resulta envidiable!

viernes, 22 de octubre de 2010

La "guerra" de la corrupción

Parto de que todos los políticos son honorables mientras no se pruebe lo contrario.

Claro que ellos son los primeros en hacer cosas tan raras que nos llevan al desconcierto. Por ejemplo: ¿desde cuándo se le da un homenaje a un político al volver a su trabajo tras una intervención quirúrgica? Pues eso, que ha sucedido este sábado en Castellón con Carlos Fabra, no se habría producido de no estar el dirigente provincial del PP imputado en varias causas judiciales.

Semejante práctica es igual que la manía de acompañar al juzgado a nuestros líderes para arroparles ante la justicia. Eso, que no le ocurre a ningún ciudadano del común, es lo que antaño se les criticaba a Ibarretxe y a otros dirigentes nacionalistas vascos. Pues bien, hace año y medio al presidente Francisco Camps le sucedió lo propio cuando fue a declarar ante el magistrado José Flors, instructor del caso Gürtel, y resulta que los críticos de antes ese día aplaudieron.

Por si no bastase con este tipo de exhibiciones, Partido Popular y PSOE han entrado ahora en una guerra de imputaciones, dossiers y descalificaciones cuyo común denominador nada edificante es el de “tan corrupto eres tú como yo”.


Veamos. Ante el contumaz y sistemático ataque de Ángel Luna a la honorabilidad de Camps, un día sí y otro también, el PP ha exhumado favores recibidos hace once años por el hoy portavoz parlamentario socialista cuando trabajaba para Enrique Ortiz, constructor imputado por el caso Brugal.


Al margen de la veracidad de las acusaciones y de lo dudoso y hasta antiestético de la acción de Luna, lo cierto es que lo sucedido pertenece a la esfera privada de su actividad mercantil, que no política, y que nadie le ha imputado hasta el presente delito alguno.


No importa. En el subsiguiente movimiento de ficha, le toca recibir los palos socialistas al conseller Rafael Blasco por la presunta desviación de fondos públicos de su destino original. ¡Ah!, pero entonces es Alicia de Miguel la que se revuelve de nuevo contra Luna por haber mostrado en sede parlamentaria documentos del caso Gürtel sometidos a secreto de sumario.


Me temo, sin embargo, que ese secreto obliga a los partícipes en el proceso penal y no a terceros. En mi modesta experiencia profesional, siendo director de El Periódico de Cataluña publicamos en 1986 el sumario del caso Banca Catalana, para insigne cabreo del principal imputado, Jordi Pujol. Pero ni a mí ni a Mercé Conesa, brillante autora de la exclusiva, nadie nos acusó de nada.


Se equivocan, pues, de medio a medio los políticos si creen que echándose barro unos a otros va a salir ganando alguno de ellos cuando en realidad pierden todos. Con actitudes como éstas, son ellos mismos quienes extienden la sombra de corrupción, probablemente injusta, que daña a nuestra democracia y que nos ha llevado a considerar a la clase política como el tercer problema más grave de este país.


De ser cierto la mitad lo que se reprochan unos a otros, que no se sorprendan luego de que la ciudadanía acabe por darles la espalda y que, en consecuencia, el partido más votado sea el de la abstención.




martes, 19 de octubre de 2010

Los planes de Jorge Alarte

Dice el refrán que quien no se consuela es porque no quiere. Algo de eso le sucede al líder socialista, Jorge Alarte, ante las encuestas que pronostican una severa derrota del PSPV-PSOE en las próximas elecciones autonómicas. Su lenitivo es que sólo un uno por ciento más de valencianos (40%) prefiere como presidente de la Generalitat a Francisco Camps que a él (39%).


Magro consuelo para alguien quien, a sus 37 años —los cumple el próximo martes, día 19—, aún no ha perdido ninguna elección, ni a la alcaldía de Alaquàs ni a la secretaría general de su partido.


Por esa adversidad constante de los sondeos, por su falta de presencia en Les Corts —Joan Ignasi Pla no le incluyó deliberadamente en las listas de diputados autonómicos en 2007— y por resultar aún un perfecto desconocido —sólo sabe quién es el 22% de los electores—, tuvo muy claro desde su elección como secretario general del PSPV-PSOE hace dos años que su horizonte eran las elecciones autonómicas de 2015.


Y es que la política —que se lo pregunten a Mariano Rajoy— es un proceso lento y sostenido, cuyos frutos se obtienen a medio plazo.


En este caminar concienzudo, sosegado y perseverante —durante el que aprovechó para poner orden en su díscolo partido, que falta hacía— se cruzó de improviso en su camino el caso Gürtel, que salpicó al PP con su presidente al frente, y le hizo precipitarse en su estrategia. Craso error: todas las diatribas que desde entonces, semana tras semana, lanza el portavoz socialista, Ángel Luna, desde la tribuna de Les Corts rebotan en una opinión pública anestesiada ante los escándalos.


Si elegir este monotema de oposición es un fallo atribuible al líder del PSPV, peor ha sido la zancadilla ajena, la causada por el derrumbe de la credibilidad de Rodríguez Zapatero quien, al decir de alguno de sus próximos, “últimamente, cada vez que abre la boca mete la pata”.


Por eso, cuando el pasado mes de mayo Jorge Alarte se las prometía muy felices —el día 11 presentó un ambicioso plan para regenerar la economía valenciana y el día 12 el Tribunal Supremo mandó reabrir el caso de los trajes de Camps—, resulta que el día 13 Zapatero presentó una brutal panoplia de recortes a funcionarios, pensionistas e inversiones públicas. La debacle.


A partir de entonces, lo mejor que se les ocurre a muchos barones socialistas, con el manchego José María Barreda al frente, es distanciarse lo más posible del desprestigiado ZP.


En eso está, más por convicción que por conveniencia, Jorge Alarte, con un programa valencianista propio, reivindicativo ante el Gobierno central en temas de financiación, trasvase Tajo-Segura, Estatuto castellano-manchego,… que, al margen de su mayor o menor bondad, encuentra amplias dificultades de divulgación dada la sistemática hostilidad, cuando no el ominoso silenciamiento, de algunos medios de comunicación, con Canal Nou a la cabeza. Si eso se producía ya de manera sistemática en tiempos de Pedro García, con su sucesor, López Jaraba, esa política ha alcanzado niveles de virtuosismo.


Dados los deméritos propios y las trabas ajenas, incluido el aludido descrédito de Zapatero, parece descartada una victoria del PSPV el próximo mayo. Algo parecido le ocurrirá probablemente al PSOE en la mayoría de comunidades autónomas. Si los resultados del PSPV son peores que la media del socialismo en el resto de España, adiós al proyecto Alarte. Si, en cambio, quedasen por encima —contando, además, con los temas judiciales aún pendientes—, el asalto de Jorge Alarte al Palau de la Generalitat en 2015 no sería ninguna quimera.

domingo, 17 de octubre de 2010

Padres e hijos, a tortas

No me refiero a las tortas físicas, que también se suelen dar. Hablo de los culebrones económicos por el poder empresarial en muchas familias con pasta. El más reciente, el despido del peluquero Lluís Llongueras de la empresa que él fundó, efectuado por su hija Esther.

Pero hay muchísimos más. Los más sonoros entre los últimos son la lucha de David Álvarez, creador de la firma Eulen, para evitar el expolio empresarial por parte de sus rebeldes vástagos y la de María Teresa Rodríguez, viuda de José Manuel Gullón, por conservar la compañía que pretenden arrebatarle sus propios hijos.

Como se ve, no son historias ejemplares, al contrario que en el mundo de la política, donde no sólo los Kennedy se pasan el poder de unos a otros. Aquí, líos como la destitución del concejal Julio García-Luengo por parte del alcalde, o sea, de su retoño, son la excepción y no la regla. Lo habitual es que las sagas familiares traspasen todas las épocas y regímenes políticos, como la del presidente de la Diputación de Castellón, Carlos Fabra, cuyo cargo han ocupado con anterioridad todos sus ancestros y cuya hija Andrea está ya de diputada en Madrid. Hay familias, incluso, como los Sotelo, que en un alarde de prudencia política han tenido miembros en todos los partidos del espectro ideológico. Por si acaso.

Pero hablaba del mundo empresarial, donde se materializa el drama español del individualismo. Cuando realicé mi tesis sobre la industrial textil, comprobé que los descendientes de los emprendedores fabriles trocearon su herencia.

Así no hay manera de mantener la productividad ni la eficiencia ni se puede competir con las grandes multinacionales.

sábado, 16 de octubre de 2010

El impresentable Willy Toledo

Como ustedes saben, Willy (Guillermo) Toledo es actor, y no malo, precisamente. En los interludios, en vez de jugar a la petanca o al Monopoly, como otros, se dedica al activismo político. La última vez éste le ha llevado al Sahara, con 16 compatriotas más, para armársela al régimen marroquí ocupante de aquel territorio. Al parecer, y según su testimonio, la policía de Mohamed VI les ha zurrado la badana aunque, por suerte, sin dejarles tirados en ninguna lóbrega mazmorra. ¡Qué menos les podía pasar sabiendo cómo se las monta el sultán!
Lo bueno del caso, es que el actor de marras a quien echa la culpa es al Gobierno español, por no haber enviado un par de F-16 a buscarles. ¡La leche!

Resulta que mientras el Estado ahorra hasta en las pensiones de los pobres jubilados y reduce el sueldo a los funcionarios habría tenido que gastarse un pastón a cuenta del turismo revolucionario del señor Toledo y sus cuates. Y eso que ellos van de progres, presumiendo de igualitarismo y demás gárgaras. Claro que, acostumbrados a vivir de las subvenciones públicas, principal fuente de ingresos del mundo de la farándula de este país, volar en un carísimo caza supersónico debe parecerles una bagatela.

Hemos perdido los papeles. No sólo porque hay que rescatar con nuestros impuestos a temerarios escaladores del Anapurna o a turistas perdidos en el desierto, sino porque el Gobierno suele pagar cuantiosos rescates a piratas somalíes o a quienes secuestran a imprudentes cooperantes que acaban por confraternizar con sus captores. O sea, que el Estado nos lo solucione todo, hasta lo causado por nuestra osadía, insensatez o descuido.

Lo bueno del caso es que el señor Toledo protagonizó hace poco una cerrada defensa del régimen de Cuba, justificando que la dictadura castrista dejase morir en su huelga de hambre al disidente Orlando Zapata, “delincuente”, según nuestro actor.

Me gustaría que Willy Toledo fuese coherente consigo mismo y sus presuntas causas solidarias yendo a la isla caribeña para visitar a los presos políticos de aquel régimen y montase un show público exigiendo la libertad de todos los detenidos por delitos de opinión. Tras la reacción policial consiguiente, seguro que echaría de menos la actitud de las autoridades marroquíes. Además, no podría pedir la llegada de F-16 para llevarlo de vuelta a casa porque de las cárceles cubanas no se sale así como así.

Claro que eso jamás se le ocurriría hacerlo a nuestro actor porque, además de sectario, que lo es, y mucho, lo que no parece es que sea idiota.

jueves, 14 de octubre de 2010

Paga el paro, no la corrupción

Este Nou d’Octubre se ha visto un Francisco Camps más relajado que hace un año y hasta exultante en ocasiones. Acudió al acto institucional y al copetín posterior magníficamente arropado por sendos sondeos de opinión que le otorgan una mayoría absoluta más abrumadora que en las pasadas elecciones.

¿Qué más se puede pedir? ¿Qué importa, entonces, que por aquí no hayan aparecido para darle calor Esteban González Pons ni Federico Trillo, dirigentes nacionales de las listas valencianas? Para remate, la cuidada lista de invitados de la sociedad civil le proporcionaba un entorno cómodo y amable, donde pudo departir uno a uno con casi todos los asistentes.

En ese escenario, los políticos socialistas —Jorge Alarte, Ximo Puig, Joan Calabuig, Toni Such,…— se agrupaban casi a la defensiva en un fondo del patio de la Generalitat. “¿Qué es esto?, ¿el tendido de sombra?”, preguntó con ingenuidad el periodista al corrillo. “Quienes acabarán a la sombra son los del otro lado”, contestó rápidamente y con malévola ironía uno de los interpelados, aludiendo, obviamente, al caso Gürtel.

Ni por ésas. Los ciudadanos están ya tan anestesiados con la repetitiva cantinela sobre la presunta corrupción que pasan de ella mientras que, en cambio, les preocupa muy mucho su economía familiar y el futuro laboral, tanto personal como colectivo.

Por eso, y pese a que Camps habló de “renunciar a nuestras diferencias” en su discurso institucional del sábado, no son éstos tiempos proclives al pacto. No ayuda a ello el derrumbe estrepitoso del PSOE en las encuestas —ayer mismo, dos de ellas le daban al PP una ventaja demoscópica entre 13 y 14 puntos— y el creciente descrédito de Rodríguez Zapatero, quien ha pasado en sólo un año de ser el político español mejor valorado a hundirse en el fondo de la tabla clasificatoria.

Así, insisto, ¿para qué pactar? Se acabó la época en que Eduardo Zaplana y Joan Ignasi Pla acordaban a dúo la Acadèmia Valenciana de la Llengua y aquella otra en que los citados Camps y Pla presentaban al alimón un Estatuto de Autonomía perfectamente consensuado.

Ahora ya no hay actitudes transversales ni integradoras. Hoy día todo son descalificaciones y querellas. Y no sólo por aquellos casos que ya se ventilan en los tribunales —Carlos Fabra, José Joaquín Ripoll,…—, sino por las arremetidas contra personajes colaterales como Ángel Luna y Rafael Blasco, portavoces parlamentarios respectivos del PSPV-PSOE y del PP.

En este ambiente, mañana puede pasar cualquier cosa a la llegada a Valencia de José Blanco en el viaje de prueba del AVE. En la última semana, el ministro de Fomento lleva ya dos broncas con políticos del PP: el miércoles, en Valladolid, se las tuvo con el alcalde, León de la Riva, durante la inauguración de un túnel, y el viernes aprovechó la puesta en marcha de dos tramos de la A-8 para reprender públicamente a un consejero de la Xunta de Galicia.

¿Qué nos deparará mañana el estado de nervios de Blanco? ¡Quien lo sabe! Lo único evidente es que, pese a los esfuerzos del PSOE por obtener réditos electorales de las fechorías de Francisco Correa, lo que sí pasa factura política es el paro y no la corrupción.




martes, 12 de octubre de 2010

Un nuevo Estatuto, ¿para qué?

Para nada, podríamos decir, y con esto dar por acabado el artículo.


Todo arranca del pasado verano, en que el conseller Serafín Castellano habló de poner en funcionamiento la famosa cláusula Camps recogida en el viejo Estatut ¡de 2006! Sí, la misma que dice que “cualquier modificación que implique una ampliación de las competencias de las Comunidades Autónomas será de aplicación a la Comunidad Valenciana”.


La pretensión venía a cuento al decir Rodríguez Zapatero que él trataría de sortear la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto de Cataluña. El conseller de Gobernació manifestó entonces que "todo lo declarado en ese fallo será constitucional para todos los españoles y por tanto también para la Comunitat”.


Ahora es el vicepresidente Gerardo Camps quien vuelve a la carga y precisa el contenido de la reforma estatutaria: garantizar que la inversión del Estado sea equivalente al peso demográfico de la Comunidad dentro de España. O sea: lo mismo que ha venido impugnando el Partido Popular con el argumento de que ese tipo de barreras atentan a la equidad y solidaridad entre españoles.


No creo que Camps haya planteado en serio este asunto —arguye el portavoz parlamentario del PSPV, Ángel Luna— porque, si no, Francisco Camps lo habría sacado el día anterior, en que tuvo lugar el debate sobre política general, donde se presentan estas cosas”. También lo entiende así algún miembro de la dirección nacional del PP, para quien “ese tema, que desconozco en absoluto, no ha trascendido más allá del límite de Valencia, ¡como para haberle llegado a Mariano Rajoy”!


El proyecto de un nuevo Estatut, si hubiese llegado a la calle Génova, probablemente habría incomodado a la dirección del partido, plácidamente dedicada a hacer de Don Tancredo, viendo cómo el presidente del Gobierno se despeña él sólo, para pánico del castellano-manchego José María Barreda y de otros barones del PSOE.


El único político valenciano en Madrid que se ha pronunciado ha sido el vicepresidente del Congreso Ignacio Gil Lázaro, del PP, pero sólo para escudarse en que no sabe “cuántas reformas estatutarias hay por delante”, con lo que se induce que no queda suficiente tiempo en esta legislatura para una nueva reforma valenciana cuando aún quedan otras en espera.


Y es que el proceso de reforma estatutario tiene un protocolo tan rígido que, por las prisas en querer ser los primeros, obligó a Francisco Camps y a Joan Ignasi Pla a meter la cláusula de marras en una disposición adicional. Pero, para que ahora pueda salir adelante otra modificación, sería preciso una mayoría cualificada en Las Corts con apoyo del PSPV, refrendada luego por el Congreso de Madrid y aprobada finalmente en un referéndum.


Imposible, al menos en esta legislatura. Además, dada la perentoriedad de otros problemas para la gente frente a lo abstracto y tedioso de un nuevo texto legal, ¿se imaginan el escaso interés que suscitaría la reforma? Si en Cataluña sólo votó a favor del Estatut un tercio de los ciudadanos, pese a la polvareda levantada, aquí la abstención podría ser mayúscula.


Con estos datos, ¿por qué plantea ahora el PP valenciano el tema estatutario? No quiero pensar, como Ángel Luna, que sea sólo “una maniobra de distracción de otros asuntos”, pero se le asemeja.


Además, en un momento en que, según el gobernador del Banco de España, “el mayor riesgo —para la contención del déficit— surge de las autonomías”, pedir más competencias autonómicas no parece lo que el país necesita ni tampoco lo que el PP de Madrid quiere.

lunes, 11 de octubre de 2010

Sífilis y otras atrocidades

La nuestra es la historia universal de la infamia, como en los conocidos relatos de Borges. Ahora acabamos de saber que la sanidad oficial de EEUU experimentó entre 1946 y 1948 con un millar de guatemaltecos a quienes infectó sífilis y gonorrea de forma deliberada y secreta. Semejante monstruosidad ha permanecido impune y sólo ha sido descubierta como resultado indirecto de otra investigación de una historiadora. Resulta, pues, que los detractores del médico nazi Joseph Mengele enseguida se pusieron a practicar atrocidades similares a las suyas.

Y es que los denominados civilizadores no son mejores que los considerados incivilizados. Si los crímenes nazis fueron horribles, un reciente libro de Giles MacDonogh narra la ignorada represión de los aliados sobre cientos de miles de alemanes inocentes tras la caída del III Reich. Muchos fueron recluidos en los mismos campos de concentración de las SS, a más de 16 millones se les obligó a dejar sus hogares y fruto de sistemáticas violaciones nacieron 200.000 niños.

No hay, pues, nada de qué presumir. Lo mismo pasó con los cascos azules de la ONU, quienes miraban a otro lado cuando la matanza de un millón de tutsis y hutus en Ruanda pero, eso sí, se entregaban con fruición a la violación y al pillaje, al igual que han hecho en otros lugares.

Otro relato estremecedor, en este caso de los horrores del colonialismo, se recoge en la última novela sobre el ex Congo Belga del reciente Premio Nobel Mario Vargas Llosa: El sueño del Celta. Y es que si la geografía de la brutalidad y de la abyección no tiene límites, tampoco deberían tenerlos ni su denuncia ni su castigo.


domingo, 10 de octubre de 2010

Rodrigo Cortés

Le pido perdón a mi amigo Ignacio Francia, autor del voluminoso y definitivo libro Salamanca de cine por meterme en su terreno. Pero es que acabo de ver la última película de Rodrigo Cortés y ustedes comprenderán que la cosa no es para menos. Lo digo no ya por el éxito del filme, ni por las elogiosas críticas, ni por el ejercicio de virtuosismo cinematográfico que conlleva su realización, sino por la evidencia de que el talento no precisa de demasiados medios para manifestarse: en este caso, bastan un guión, un actor y un director. Ya ven que es imposible obtener mejores resultados con menos medios.

Salamanca, por supuesto, mantiene una enorme tradición cinematográfica, desproporcionada incluso con su demografía: desde Martín Patino y García Sánchez, a Chema de la Peña e Isabel de Ocampo, pasando por Antonio Hernández, un montón de directores charros jalonan la filmografía hispana.
Rodrigo Cortés es uno de los nuestros, aunque su biografía lo haya hecho nacer en la localidad orensana de Pazos Hermos. Nadie elige dónde nace, ya lo sabemos, pero sí decide el sitio dónde se hace hombre y traza su futuro. Ese lugar para Cortés fue Salamanca, y su destino, la cinematografía.

Pero, insisto, no me interesa tanto hablar de cine, tema en el que me siento más inseguro, como del esfuerzo y del talento que testimonia nuestro cineasta y que valen para cualquier actividad y para cualquier persona en este mundo problemático de hoy día. La actual crisis económica —y lo que aún te rondará, morena— ha propiciado una especie de desencanto social y resignación vital de toda una generación que no ve que haya un futuro más allá de sus narices. En lo que sí tiene razón es en que existen unas dificultades que no padecieron sus mayores, pero muchas veces arroja la toalla antes incluso de haber comenzado la pelea.

Ya ven, sin embargo, que con imaginación y destreza, un salmantino logra pasar del anonimato al éxito sin necesidad de producciones multimillonarias, subvenciones ni padrinazgos. Y es que la energía y la inteligencia no conocen fronteras.

viernes, 8 de octubre de 2010

La valoración de Francisco Camps

Para desesperación de un desconcertado Jorge Alarte, el caso Gürtel no ha afectado negativamente a la valoración que los valencianos hacen de la labor de Francisco Camps al frente del Consell. En una encuesta de un diario digital, el 70% de los ciudadanos aprueba su gestión. Es más: el 50% lo hace con nota de sobresaliente.

En contraste, sendos sondeos del último fin de semana evidencian el creciente descrédito de Rodríguez Zapatero y del partido socialista. En la encuesta de Metroscopia, el 75% de los consultados desaprueba la gestión del presidente del Gobierno. El Barómetro Preelectoral de El Periódico, por su parte, muestra el derrumbe del PSC de José Montilla, que obtendría sólo la mitad de escaños que los nacionalistas de Artur Mas. Gran parte de este descalabro habría que atribuírselo al propio Zapatero, a quien no aprueban ni siquiera los electores del menguante PSC.

Con este panorama, Francisco Camps puede respirar bien tranquilo, al menos desde el punto de vista electoral: el triunfo del PP en los próximos comicios autonómicos parece asegurado.

Lo paradójico del caso es que la excelente imagen de nuestro presidente dentro de la Comunidad Valenciana se compadece con una enorme erosión de su prestigio fuera de ella; tanto, que algunos dirigentes nacionales de su partido que antes presumían de su afecto ahora evitan hacerse fotos con él.

Nada de esto, sin embargo, inmuta a Mariano Rajoy, a quien el hundimiento de sus rivales parece catapultarle hacia La Moncloa sin necesidad de mojarse en muchos de los temas más espinosos de nuestra convivencia colectiva. En la citada encuesta de Metroscopia, el Partido Popular le saca 14,5 puntos de ventaja al PSOE y, por primera vez, la imagen de ZP resulta peor que la Rajoy.

Esta cómoda situación demoscópica le permite al líder del PP, quien nunca se ha visto en otra igual, seguir apoyando a Camps sin mayor quebranto y también le deja las manos libres, por ejemplo, para decidir lo que le parezca en peliagudos conflictos como el que protagoniza en Asturias el rocoso Álvarez Cascos.

Visto cómo está a fecha de hoy el panorama a ambos lados del espectro político, podrían extraerse algunas conclusiones:

1) Los posibles casos de corrupción están tan asumidos por el personal que apenas si tienen repercusión electoral.

2) El más castigado por los ciudadanos de izquierdas y de derechas es Rodríguez Zapatero: la victoria de Tomás Gómez sobre Trinidad Jiménez sería un síntoma más de este fenómeno.

3) Donde más se manifiesta el desánimo ciudadano, según todas las encuestas, es en el ascenso de la abstención electoral: más en el caso de los votantes de izquierda que en los de derecha.

4) Si hay un electorado que se manifiesta más fiel es el del PP: el 94% de sus votantes preferiría que ganase éste y sólo el 62 % de los del PSOE que lo hiciesen los socialistas.
5) Todo esto se agrava en nuestra Comunidad, donde frente a la buena valoración de Francisco Camps, el PSPV, parodiando a Groucho Marx, parece haber “llegado con gran esfuerzo desde la pobreza hasta la más absoluta miseria”. Tal cual.

jueves, 7 de octubre de 2010

Mario Vargas Llosa: de cómplice a antagonista

(Esta brevísima semblanza refleja cómo era hace 33 años el Vargas Llosa que aún no soñaba con alcanzar el Premio Nobel de Literatura)

Un nuevo libro suyo ya anda por ahí. En él, Varguitas, el escribidor, nos cuenta de cuando hacía manitas con su tía Julia. Resulta enternecedora la dulce pasión que Vargas Llosa sabe provocar en nuestras tías. En las suaves y discretas señoras limeñas. En las tías de por aquí.

Él es un señor pulcro y aseado, de traje entero y sonrisa dentada. Su machismo le ha valido —dicen— llegar a las manos con García Márquez. Antes de esos enfados, me explicaba un día la alegre complicidad existente entre los escritores latinoamericanos: “En una novela de Carlos Fuentes, varios personajes entran en un bar y el autor se olvida de uno, al que deja dentro. Pues bien, en Cien años de soledad, García Márquez hace ir a su protagonista a aquel bar, sólo para sacar al tipo que permanecía allí”.

Literatura. Y realidad. Si cuento que cuando conocí a Vargas llosa él llevaba la bragueta abierta, parecerá fabulación erótica. Pero sólo fue descuido. Ahora viene, acaba de decirlo, “a conocer quiénes son los que me leen”. Entonces, en cambio, vinieron los de la TV limeña y el escritor pospuso mi entrevista: “Lo siento, viejo, pero la tele es lo primero”.

(Esta semblanza fue publicada originalmente en El Correo Catalán de Barcelona el 17 de noviembre de 1977 y compilada luego en el libro: Personajes de toda la vida.- ENRIQUE ARIAS VEGA.- Centro Francisco Tomás y Valiente, UNED Alzira-Valencia.- 2007.- 108 págs.- 9 euros)

lunes, 4 de octubre de 2010

O Benidorm o la credibilidad

Entre mantener la alcaldía de Benidorm o preservar una frágil credibilidad política, Jorge Alarte lo tiene muy claro: más vale tener alcaldía en mano, que lo otro Dios proveerá.

Hace 13 meses, cuando su correligionario Agustín Navarro estaba a punto de birlarle el cargo al popular Manuel Pérez Fenoll, Alarte proclamó: “Si alguien en el PSOE vota una moción de censura con un tránsfuga, deja de ser miembro del PSOE”. Dicho y hecho: Navarro y 11 concejales más, incluida Maite Iraola, madre de Leire Pajín, hubieron de darse formalmente de baja del partido, aunque continuaron denominándose Grupo socialista. Más claro, agua.

Lo bueno del caso es que “sin Agustín como cabeza de lista, los socialistas no tienen nada que hacer en Benidorm”, me dicen fuentes bien informadas de La Marina Baixa.

Por eso, en una maniobra que se veía venir de lejos, la ejecutiva local del PSOE ha propuesto a Navarro como candidato a alcalde como independiente, con lo que, a falta de otros aspirantes socialistas, de poco vale que Manuel Chaves intente salvar la cara del partido en Madrid: “No estoy de acuerdo, como presidente del PSOE, con la decisión que han tomado en Benidorm”.

Alarte, en cambio, se traga sus palabras de antaño y muestra hoy día su “respeto y comprensión a la propuesta hecha por la ejecutiva local”.

Ya ven qué poco duran las convicciones.

Sobre todo, ahora, en que la vida municipal de Benidorm está más revuelta que nunca y que el PSOE para ser el partido más votado de la localidad podría no necesitar ya apoyarse en José Bañuls, el tránsfuga del PP que le dio la alcaldía. Bañuls podría crear entonces su propia formación, lo mismo que ha hecho el ex alcalde Manuel Catalán Chana y que tiene ahora más posibilidades que en las anteriores elecciones. Como dice un experto en la política benidormí, “tras años de bipartidismo, esto puede acabar en una sopa de letras como la de Denia y otras”.

En esa eventualidad y en el mayúsculo lío interno que a nivel local vive el Partido Popular se apoya ahora Alarte, quien cree que sus rivales están cociendo su propio escándalo que contribuirá así a paliar las contradicciones del PSOE.

Las claves son muy simples: el PP local quiere como candidata a Gema Amor y, en cambio, el entorno del presidente Camps, con Antonio Clemente a la cabeza, no puede ni verla por su zaplanismo militante: “El alcalde elegido democráticamente y luego desposeído por la moción de censura fue Pérez Fenoll y él debe encabezar nuestra lista”, reitera el secretario general del PP.

“Pues en Valencia se equivocan de medio a medio —opina en cambio un cualificado ciudadano de Benidorm—, ya que sin Gema el Partido Popular no tiene nada que hacer ante Agustín Navarro, quien ha hecho una gestión populista, muy próxima a la gente”. Consciente de ello y de su propia fortaleza, Gema Amor estaría dispuesta a integrar a la gente de Pérez Fenoll en una candidatura en la que el ex alcalde iría de número dos. “Ni de coña”, responden en el otro lado del partido.

Ya ven que el cisco es considerable: de una parte, el PSOE decidido a hipotecar su credibilidad política a cambio de una alcaldía. De otra, el campsismo dispuesto a perder las elecciones antes de que las gane el sector de José Joaquín Ripoll, con quien ya se midió —y perdió— Pérez Fenoll en su pugna por la Diputación de Alicante.

Con este guirigay, no es extraño el comentario de un vecino: “La culpa no es de los tránsfugas, como dicen, sino de tanta marrullería de la que ya estamos hasta el gorro”.

Los "jóvenes" de Barcelona

Para empezar no son tan jóvenes: algunos llevan más de una década practicando un vandalismo lúdico y sistemático. Me refiero a esa amalgama de gentes antisistema, okupas, antifascistas, independentistas radicales,…


Para ejercitar la violencia lo mismo les da la huelga del miércoles que un triunfo del Barça o el desalojo de una vivienda ocupada ilegalmente. Viven en una sociedad paralela, sin trabajo ni expectativas, en un presente continuado de marginación, frustración y rabia frente al orden establecido.


Son el resultado de ese 40 por ciento de paro juvenil en España —el doble que en Europa— que no lleva camino de remitir en muchos años. En Barcelona afloran más que en otros pagos dado el carácter cosmopolita y fronterizo de la urbe y por la desatención de unas autoridades más dedicadas a tareas identitarias que a dotar de esperanzas a toda una generación perdida.


Nadie ha malgastado ni un segundo de su tiempo con estos jóvenes: los sindicatos porque, claro, no son trabajadores; los políticos porque ya utilizan sus presupuestos en contratar asesores, financiar asociaciones a cuál más peregrina y untar a paniaguados varios. ¿Saben que sólo a la expo de Shanghai han viajado con cargo a nuestros impuestos centenares de cargos públicos, consejeros, periodistas y otros invitados por importe de millones de euros?


Ante todo esto, la llamada reforma laboral se ha quedado tímida. El ignorar tozudamente la realidad sólo va a conseguir que los problemas se perpetúen y que cada vez más jóvenes lleguen prematuramente a viejos, dilapidando su vida en un ocio forzoso y una violencia creciente.

sábado, 2 de octubre de 2010

¡Vaya con los gallegos!

Primero fue Rosa Díez la que dijo aquello sobre Mariano Rajoy: “Es gallego, en el peor sentido de la palabra”.
Se armó la de Dios es Cristo y si llega a aparecer entonces la política vasca por Santiago o La Coruña la corren a gorrazos. Todo el mundo se sintió ofendido, sin saberse con exactitud en qué consiste el significado peyorativo de la palabra de marras.
Ahora lo acaba de precisar el político cordobés-catalán José Montilla al criticar a los nacionalistas de Artur Mas: “En Las Cortes de Madrid ustedes hacen de gallegos: no se sabe si suben o si bajan; se mojan poco”.
Acabáramos. En este mundo de certidumbres absolutas, el gallego tiene el defecto —la virtud, más bien— de relativizarlo todo, de poner en cuestión lo aparentemente obvio, de dudar por sistema de si es mejor subir, bajar o quedarse uno donde está.
A mí, por mis genes galaicos —todos, sin dejar ni uno—, esa acepción no me parece en absoluto un insulto, sino el cabal reconocimiento a la duda metódica cartesiana, a la tolerancia y a la comprensión de todos los puntos de vista. ¿Existe alguna cualidad mejor que esa? Claro que para nuestros políticos, acostumbrados a denigrarse, injuriarse y ultrajarse unos a otros constantemente y con denuedo, la comprensión, la tolerancia y el relativismo pueden parecerles una mayúscula flaqueza.
Pero ya lo reconocía irónicamente hace un siglo el escritor Wenceslao Fernández Flórez en su delicioso artículo La teoría del gallego: ¿Cómo vamos a entendernos nosotros mismos, pobrecitos, en comparación con esos políticos de Madrid tan llenos de sabiduría antropológica?
Esa misma falsa sabiduría se ha transmitido a acepciones del gallego, ellas sí, infamantes, como en El Salvador, donde equivale a “tartamudo”, o en Costa Rica, donde significa persona “falta de entendimiento o razón”. Pero, ya ven, eso tampoco me perturba. Nuestro diccionario está plagado de infamias respecto a gitanos, judíos, árabes, vizcaínos,… que sólo constituyen resabios de nuestra atormentada historia.
Lo único malo es que aún quedan hoy día políticos idiotas que siguen alimentándolos.