domingo, 24 de febrero de 2013

Vamos a menos


Hace veintitantos años, la economía española iba como una moto. Recuerdo, en lo personal, siendo yo director de El Periódico de Cataluña, una visita al gran diario francés La Nouvelle République, en 1986. Antes de comenzar ni siquiera a hablar, su director me reconoció: “Sí, ya sé que los periódicos españoles nos dan sopas con honda a nosotros en tecnología”.

Dos años más tarde, en California, el director de The Orange County Register presumía ante mí de que su periódico componía cada día electrónicamente hasta cuatro páginas completas. “Nosotros también conocemos ese sistema”, le dije. “¡Ah!, ¿sí?”, se asombró: “¿Y cuántas páginas son capaces de realizar?”: “El diario completo”, contesté, para estupefacción suya.

Aquellos años fueron los del desarrollo vertiginoso de las grandes multinacionales españolas: Indra, Ferrovial, Abertis, Repsol, Acciona, Gamesa, Telefónica,… La cosa iba tan de perlas que nuestros políticos discutían si éramos la octava o la novena potencia industrial del mundo.

Parecíamos andar tan sobrados de fuerzas que creamos uno de los tres mejores sistemas de sanidad del mundo, la red más completa de autovías de Europa —duplicada, en ocasiones—, la de más kilómetros de alta velocidad por extensión territorial y con más aeropuertos por número de habitantes.

Todo esto se ha acabado. No solamente hemos dejado de crear empresas en estos últimos cinco años y de realizar infraestructuras, sino que ya no podemos mantenerlas y enviamos masivamente la gente al paro.

Como dice el economista Niño Becerra, vamos abocados a volver a vivir como en los años 70. Y lo peor no es eso, sino que habiendo estando acostumbrados a vivir como niños ricos, aún no nos hemos dado cuenta del futuro que nos espera, con lo que nuestra adaptación va a ser mucho más traumática.  

   

viernes, 15 de febrero de 2013

Un país de mantenidos


Propone Pérez Rubalcaba que las empresas no puedan hacer donaciones a los partidos políticos. Ni siquiera con publicidad, transparencia y rígidas normas de control, que sería lo correcto. Para él, dicha financiación debe recaer sólo sobre las espaldas de los sufridos ciudadanos.

Vale ya. Algunos empezamos a estar hartos de que siempre seamos los mismos quienes financiemos a todo quisque. Nuestros impuestos no sólo mantienen a sectores económicos deficitarios, a empresas inviables, a asociaciones estrafalarias,… sino también a  los partidos, a la Iglesia, a los sindicatos, a la patronal…

Todo, todo, sale de nuestros impuestos: hasta la pervivencia de muchos clubes de fútbol en bancarrota. Véase, si no, al Gobierno regional de Alberto Fabra, que prefiere pagar cinco millones de la deuda del Valencia C.F., antes que hacerlo a la sanidad y a otras disminuidas prestaciones sociales. 

Es que vivimos en el país de la subvención generalizada, donde todo el mundo pretende que sean otros —o sea, los resignados contribuyentes— quienes le mantengan. Eso sucede tanto a nivel interno como externo, como lo prueba el que la mayor satisfacción de Mariano Rajoy al volver de la última cumbre de la UE fuese que España todavía sea perceptora de subsidios comunitarios.

El último ejemplo de esa mentalidad de vivir de la subvención son los 400 euros mensuales de ayuda para el desempleo del Plan Prepara. Por supuesto que los parados tienen derecho a vivir de la manera más digna posible; pero lo malo es que la Administración sólo sabe subsidiar en lugar de crear empleo; es decir, poner parches en vez de hallar soluciones.

domingo, 10 de febrero de 2013

Todos somos corruptos


Me acaban de preguntar por enésima vez, al hacer unas obras en casa, “¿con IVA o sin IVA?”. Ayer, al pedir el ticket de la consumición en un bar, me dijeron que la máquina registradora estaba estropeada. Otro día sí me lo dieron, pero sin que figurase en él el NIF.

Esa es la pequeña corrupción cotidiana en nuestro país, de la que todos somos culpables, porque ¿quién no ha copiado en los exámenes, pedido el enchufe para un familiar o sisado un poco en la declaración de renta?

Lo malo es que, al producirse la bonanza económica de finales de los 80 —cuando, según el ministro Carlos Solchaga, España era “el país donde se hace dinero más rápidamente”—, ya no se trató de pequeñas sustracciones sino de un latrocinio a lo grande, donde participaron hasta el gobernador del Banco de España y el director general de la Guardia Civil.

Desde entonces, los partidos políticos —todos— han rivalizado en ver quién robaba más para pagar así unos gastos que excedían con creces a sus ingresos. Al socaire, claro, han medrado todo tipo de sinvergüenzas, de Bárcenas y de Urdangarines, sin que nos quejásemos de ello porque en época de vacas gordas esas cosas parecían no importar a nadie.

Ahora, ante el colosal tamaño del fraude y de la penuria colectiva, la gente está que trina y no le va a pasar ya una a los políticos trincones.

Bienvenida sea esta inevitable regeneración pública que se avecina y que va a mandar a la jubilación o al paro a gran parte de los políticos. Pero, si no aprovechamos esta magnífica ocasión para cambiar nuestros hábitos de corruptelas cotidianas, los políticos de ahora serán sustituidos por otros que lamentablemente acabarán por hacer lo mismo que éstos. 

domingo, 3 de febrero de 2013

O deporte o paro


Ahora somos campeones mundiales de balonmano, como lo hemos sido de fútbol, de baloncesto y hasta de tenis.

¡Ah, se me olvidaba! También somos campeones mundiales de paro; sobre todo, de paro juvenil.

No me resisto a la tentación de establecer una correlación entre ambos hechos. Si hubiésemos dedicado a la educación, a la formación profesional y a la creación de empleo las ingentes cantidades invertidas en el deporte, otro gallo cantaría. Pero, al parecer, preferimos títulos deportivos a puestos de trabajo.

Lo malo es que en época de crisis el dinero tampoco llega para mantener las elefantiásicas estructuras deportivas. El mejor ejemplo: que la mayoría de los clubes de fútbol del país está prácticamente en quiebra.

Aun así, oímos hablar de contratos millonarios y de astronómicas cláusulas de rescisión, no ya de Messi, Cristiano Ronaldo y otros cracks, sino de cualquier futbolista de medio pelo.

Lo peor es que, al final, todo ese dispendio no lo pagan sólo los hinchas del fútbol, sino que recae sobre todos los ciudadanos merced a las generosas subvenciones de ayuntamientos, diputaciones y comunidades autónomas. Así se explica que mientras la Generalitat Valenciana no tiene dinero para atender a la sanidad, asuma los préstamos de Bankia —otro que tal— al Valencia C.F.

Estamos ante un mayúsculo despropósito. Tanto es así, que nuestros jóvenes se parten el alma no ya por cualquier empleo imposible, sino por un sustancioso contrato deportivo.

Por eso, quizás, tenemos tantos y tan buenos deportistas. Por eso, probablemente, exportamos futbolistas hasta a la Premier inglesa. Puestos a emigrar, mejor hacerlo como Mata o Silva, que no como jornalero a la vendimia francesa.

El dilema está claro: o deporte o paro.