Centenares
de menores asistieron a la trágica fiesta de Halloween en el Madrid Arena sin
que nadie les pidiese el DNI. En seguida, la hipocresía social ha puesto el
grito en el cielo por semejante dejadez administrativa. Pero, ¿quién es el
guapo que se atreve a exigir el carnet en la puerta de muchos de estos
establecimientos?
Para
empezar, se quedaría sin clientela. Lo más probable, además, es que se
organizase un gatuperio de la leche.
En
primer lugar, porque en este país las reglas nos las pasamos por la
entrepierna. Lo mismo las leyes fiscales que las normas de tráfico. Y es que
nos hemos acostumbrado tanto a tener sólo derechos que cualquier limitación la
consideramos un atropello. Nuestra permisividad ante las transgresiones es una
de las características que más asombran a los extranjeros y algunos de ellos —como
los borrachos ingleses en Lloret de Mar— sólo vienen a España a saltarse todas
las reglas.
Como
contraste, recuerdo haber invitado a comer a una alumna mía en Estados Unidos y
que el camarero, con su vaso de vino en la mano, no se lo sirvió hasta que ella
hubo acreditado que tenía más de 21 años. Si un camarero hiciese algo similar
aquí se le caería el pelo.
Además,
¿en qué consiste ser menor en España? Si a los 16 se puede trabajar, a los 15
conducir ciclomotores, a los 14 entrar en las redes sociales y a los 13 tener
relaciones sociales consentidas, ¿a quién le importa que a los 17 vayan a una
fiesta por cutre que ésta sea?
Lo
cierto es que, entre una cosa y otra, con tanta permisividad y tanta leche,
nuestros jóvenes son ya demasiado viejos y ya no hay nadie que pueda
devolverles a una mojigata juventud como las de antaño.