sábado, 30 de julio de 2011

El doctor Fabra y mister Hyde

Las órdenes de Madrid han sido claras: “Nada de cambios, ni de ruido ni de disensiones en Valencia. A ver si deja de hablarse ya de la Comunidad Valenciana. Al menos, hasta que Mariano Rajoy llegue a La Moncloa”.

Así se explica que nadie de la cúpula nacional del Partido Popular —ni De Cospedal, ni González Pons, ni siquiera Ana Mato— asistiera por discreción a la toma de posesión de Alberto Fabra y también el énfasis de éste en calificar a su predecesor, Paco Camps, como “valiente, honesto y honrado”.

"Todo eso es muy lógico —me comenta un dirigente regional del PP—, pero el nuevo presidente debe hacer cambios visibles en seguida para que su mensaje de que 'debemos pasar página y recuperar la normalidad en las instituciones' sea creíble”. Para mi interlocutor, cuando Camps accedió a la presidencia sólo disponía del aval personal de Eduardo Zaplana y, aun así, de inmediato comenzó a desmontar la estructura heredada de su antecesor. “A Fabra, en cambio, le apoya la toda la dirección nacional del partido y si no hace la poda quedará preso de la compleja maraña urdida por Camps”.

En esta contradicción interna parece debatirse el presidente de la Generalitat, llegado al Cap i Casal ligero de equipaje. Tanto es así, que lo primero que ha hecho es ratificar al Consell anterior, al portavoz parlamentario y, a falta de evidencia en contrario, al equipo de fontaneros del Palau. Para remate, ha nombrado al secretario del PP, Antonio Clemente, jefe de campaña electoral.

Quien habría tomado estas decisiones no sería el doctor Fabra, por usar el símil literario de Robert Stevenson, sino ese otro mister Hyde que todos llevamos dentro. Aquél es un hombre de diálogo que en su primera rueda de prensa prometió mostrar todas las facturas del Consell y oír a los familiares de las víctimas del Metro. El otro, en cambio, en su comparecencia institucional rebajó las promesas a “ofrecer transparencia” informativa y a “mostrar el cariño” a los afectados por la tragedia.

¿Quién de los dos es el auténtico Alberto Fabra?

Probablemente, ambos, para tranquilidad, entre otros, de un Gerardo Camps lívido ante la posibilidad de que los papeles del Consell circulasen por ahí y que ha quedado relajado al ver que el presidente echaba agua al vino de la transparencia.

“Pues si no hace cambios va dado”, comenta otro de los dirigentes del PP, crítico con la opacidad informativa de Francisco Camps. Lo tendrá mal no solo porque la oposición le va a exigir ahora todos y cada uno de los contratos —ya lo ha advertido el secretario del Bloc, Enric Morera—, sino porque “la herencia de Camps está envenenada” y “la situación económica de la Comunidad es pésima”, según uno de quienes mejor conocen las cuentas de la Generalitat.

El último acto de este drama shakesperiano es la intervención del Estado en una CAM saqueada por sus propios directivos, con Modesto Crespo a la cabeza.

Sus números no van a poderse ocultar, como se ha hecho con los contratos de Orange Market, los sobrecostes de Calatrava o la visita del Papa, ya que las cuentas las tiene Banco de España, son objeto de una auditoría externa y acabarán en manos de la Justicia.

Por todo esto, Fabra debe dejar ya la ambigüedad e imbuido de su papel de Doctor Jekyll, ser el primero en exigir responsabilidades por los desguisados de la anterior administración.

Si no lo hace, acabarán por imputárselos a él en tanto que su abnegado silencio tampoco logrará contribuir al éxito electoral de Rajoy, que es de lo que se trata.


viernes, 29 de julio de 2011

Cuando gane las elecciones el PP...


Al margen de su credibilidad, la última encuesta del CIS evidencia dos cosas: 1) la alta probabilidad de que el PP gane las elecciones del 20 de noviembre y 2) la escasa confianza que inspira Mariano Rajoy a los electores.

Por eso, también tiene su oportunidad Pérez Rubalcaba: cosas más raras se han visto en la política. Además, resulta el hombre ideal para el cabildeo con los partidos nacionalistas si depende de ellos quién sea el próximo inquilino de La Moncloa.

De ganar el PP sin mayoría absoluta, esos mismos nacionalistas le pondrían más caro su apoyo a Rajoy para ser presidente, con lo que éste llegaría al poder con un Gobierno hipotecado, en un país en el que si sobra algo son precisamente las hipotecas.

Incluso si el PP gana con mayoría absoluta, no va a tener un Gobierno fuerte ni le van a dejar hacerlo. Toda la rabia social embalsada en este último período de crisis, recortes y frustración corre el riesgo de desbordarse: aquí estamos a favor de cualquier cosa menos apretarnos el cinturón, así que los indignados serán más violentos; los sindicatos, más reivindicativos, y la izquierda radical menos dialogante y democrática.

¿No llamaba esta última asesino a José María Aznar, achacándole desde los muertos del Yak-42 a los de la masacre islamista del 11-M? Si todo eso sucedía cuando éramos ricos —o, al menos gastábamos el dinero como si lo fuéramos—, ¿que no ocurrirá ahora que en vez trabajar estamos en el paro y en lugar de créditos nos quedan las deudas?

No le arriendo, pues, ganancia alguna al PP aunque triunfe en las elecciones: si hace reformas, mal, porque los alaridos se oirán hasta en Nepal; y si no las hace, peor, porque nos quedaremos hasta sin voz.

lunes, 25 de julio de 2011

Valencia después de Camps



Por fin, se van a poder abordar en la Comunidad Valenciana graves cuestiones veladas hasta ahora por el omnipresente caso Gürtel.


Lo cierto es que la inacción política de un Paco Camps lógicamente preocupado por su defensa judicial ha dejado en estos dos últimos años la comunidad autónoma al borde del colapso financiero.


Si un día se destapa lo que puede haber bajo las alfombras de la Generalitat, quizás se queden cortos a su lado los excesos denunciados por De Cospedal y por Monago al llegar a las presidencias respectivas de Castilla-La Mancha y de Extremadura. En Valencia, por ahora, al haberse sucedido el PP a sí mismo, con Alberto Fabra en lugar de Camps, el silencio parece garantizado.



Mucho va a tener que trabajar, no obstante, el nuevo presidente para arreglar tanto desaguisado de déficit público, sobrecostes injustificados, impago a proveedores —con retrasos de hasta año y medio—, estructuras mastodónticas como el ruinoso Canal Nou y una deuda autonómica del 17% del PIB, la más alta de España por habitante.


Todo esto, además, en un ambiente de opacidad informativa recogido en varias sentencias del Tribunal Constitucional.

Para mayor inri, Alberto Fabra va a tener que afrontar esta ingente tarea sin la colaboración de un partido socialista empequeñecido por sus fútiles y habituales rencillas internas.


Menos mal que la valenciana es una sociedad de probada vitalidad y que ha remozado unas instituciones empresariales tradicionalmente dóciles al poder con dirigentes como Boluda, Morata o José Vicente González, más dados a buscar soluciones que a practicar el halago sumiso de sus predecesores.

domingo, 24 de julio de 2011

Estado de parálisis

Un empresario de Valladolid me cuenta que “todo está parado en la administración autonómica, no hay más que miedo a emprender cualquier proyecto”.

Si eso pasa en una de la comunidades menos problemáticas, como Castilla y León, ¿qué no ocurrirá en aquellas otras que han descubierto montones de facturas impagadas bajo las alfombras, como Extremadura o Castilla-La Mancha?

Tan graves son las cifras de las administraciones públicas, que el murciano Ramón Luis Valcárcel y la manchega María Dolores de Cospedal rechazan recibir del Estado las competencias de Justicia mientras que Esperanza Aguirre quiere devolver las que fueron trasferidas a Madrid porque —dice— “hemos multiplicado por cinco el presupuesto de Justicia durante estos años sin que se haya producido más eficacia en la gestión”.

Ésa es la terrible constante en España durante estos años de crisis: la ineficacia de la gestión pública. ¿Quién puede, pues, tener confianza en una administración ineficiente? Y no solo eso: ¿cómo evitar la parálisis institucional si nada más citar Rodríguez Zapatero la palabra confianza los mercados ya se ponen a temblar?

La sensación generalizada es que vivimos en una situación provisional, en espera de unas inminentes elecciones generales.

El candidato socialista, Pérez Rubalcaba, parece tanto o más interesado que Mariano Rajoy en el adelanto electoral, según filtraciones de su partido. La razón es bien simple: el turismo ha crecido este año por la inestabilidad de los países del otro lado del Mediterráneo y, por consiguiente, las cifras del PIB y del empleo mejorarán en otoño; pero como no ha habido cambios estructurales significativos, volverán a deteriorarse a comienzos de 2012.

La obvia parálisis institucional y política corre el riesgo de producir efectos aun más devastadores en nuestra Comunidad, con una voluminosa deuda pública de 17.600 millones y donde, según un empresario, “no queda un duro ni para pagar las nóminas”. Dado este estado de cosas, el nuevo presidente, Alberto Fabra, no puede esperar ni un segundo a hacer cambios profundos en el equipo heredado de Francisco Camps.

Un político del propio PP pone un ejemplo: “¿Qué se puede esperar de consellers como José Manuel Vela, que fue número dos de Gerardo Camps y, como tal, corresponsable de su nefasta política económica?”

Por fortuna, en su primera comparecencia pública, Fabra ha mostrado una sensibilidad política de la que carecía su predecesor, al hablar de transparencia informativa, del valor de la crítica, de disposición al diálogo y reconocer, frente a la irreal e idílica visión de Camps, que “las empresas están sufriendo mucho y la Administración no debe ser un problema” para ellas.

Para lograr todo esto, el nuevo presidente debe dar, pues, un giro copernicano a la situación actual y sacar a la Comunidad del prolongado estado de estupor producido por el caso Gürtel.

Para empezar, en palabras del sector más crítico del PP, “debe acabar con los gremlins que tomaron el Palau, aislando de la realidad a su inquilino, y sustituir a unos consellers nombrados por Camps solo para que halagaran sus oídos”.

¿No resultaría eso aún más paralizante que la situación actual? “No, ya que en la estructura del partido existen pesos pesados de probado dinamismo, como Rafael Blasco y Alfonso Rus”, e incluso consellers como Enrique Verdeguer que reconocen que “todo es revisable teniendo en cuenta su eficacia”.

“Con esos mimbres y con los nuevos nombres que aporte el presidente, los problemas tienen solución. Pero cada día que pase sin tomar drásticas medidas estaremos más cerca del abismo”.

miércoles, 20 de julio de 2011

El mejor servicio de Camps

Paco Camps ha conseguido lo que, de puro obvio, parecía imposible: evitar que al presidente de la Generalitat lo condenen por cohecho impropio. Así, si en su momento recibe una sentencia desfavorable, será solo el ciudadano Camps a quien le afecte y no la institución que ha venido presidiendo hasta ahora mismo.

Esta inmolación incruenta es el mejor servicio que ha hecho a la Comunidad Valenciana en los últimos dos años de empecinado aislamiento de la realidad.

Su decisión viene a ser lo mejor no solo para él, ya que podrá defender su honorabilidad sin la presión política y mediática de sus rivales ideológicos. También es lo es para su partido, sometido al incesante desgaste de un clamoroso asunto de corrupción mientras presume de encabezar la regeneración democrática. Lo es, obviamente, para Mariano Rajoy, que se quita de encima el fardo del juicio por el caso Gürtel en plena campaña electoral. Finalmente, pasado el estupor inicial, producirá un alivio de órdago en toda la Comunidad Valenciana, donde la parálisis de la Administración, a cuenta del asunto de los trajes, empezaba a causar efectos devastadores.

Ya ven cuántas ventajas se derivan de un decisión tan sencilla que, de haberse tomado antes, habría ahorrado muchísimos disgustos a todos sus protagonistas.

martes, 19 de julio de 2011

El precio de la prepotencia

Hasta ayer, como quien dice, a Paco Camps todo le había salido bien.
Consiguió, de rebote, la presidencia de la Generalitat valenciana cuando Eduardo Zaplana decidió que fuese él, y no otro, quien le sucediera en esa encomienda. Luego ha ido criticando la gestión de su predecesor y liquidando uno a uno a todos los zaplanistas, concluyendo con la defenestración de Joaquín Ripoll en la Diputación de Alicante.
En la crisis de liderazgo del PP fue el primero en apostar por Mariano Rajoy y su clarividencia le ha dado réditos políticos hasta hoy mismo, con el mutismo del líder nacional de su partido ante el juicio por el caso Gürtel.
En Valencia, en vez de encontrarse con una oposición articulada y potente, se ha beneficiado del cainismo suicida del PSOE, con la forzada dimisión de Ignasi Pla, el hostigamiento a Toni Asunción y los continuos y sucesivos ajustes de cuentas internos. Su rival del momento, Jorge Alarte, exhibe tal ingenua bisoñez que permite que Camps le toree sin piedad en sus comparecencias parlamentarias.
Pero ya se le ha acabado la buena suerte.
Tan convencido estaba el presidente valenciano de su omnipotencia, que no dio más trascendencia al asunto de “dos trajes”, sin prever que su insana relación con el adulador Álvaro Pérez, el Bigotes, podría acabar con su carrera política, pese a sus abrumadores triunfos electorales.
Ahora ya es demasiado tarde para enmendar el yerro. En su momento, podría haber dicho: “Creo que he pagado todos mis trajes, pero por si acaso quedase algo pendiente aquí entrego un talón para liquidarlo y que me perdonen por mi despiste”. Y a otra cosa, mariposa.
Ahora ya no. Ahora, la disyuntiva es pagar la multa impuesta por el juez José Flors o sentarse en el banquillo de los acusados. Lo primero sería reconocer que delinquió y mintió, aunque se ahorrase el bochorno del juicio. Lo segundo, pasar por un calvario judicial de continuas vejaciones y final incierto.
Camps, el prepotente, preferiría la segunda alternativa, convencido como está de que todo esto es un disparate y de que resultará absuelto. Me temo, sin embargo, que su partido no pueda permitirse semejante escenario, dado el altísimo precio político que conlleva.
En cualquier caso, Francisco Camps, abandonado por la suerte que siempre le acompañó, parece estar llegando al final de su camino.

lunes, 18 de julio de 2011

La fórmula de Rubalcaba


El entusiasmo inicial de los dirigentes del PSOE ante la candidatura de Pérez Rubalcaba a la presidencia del Gobierno se difumina a medida que transcurren los días. Incluso, su valedor de antaño, Felipe González, acaba de declararse cada vez “menos simpatizante” de su propio partido.


Nada de esto es de extrañar dadas las tesis reformadoras del ex presidente sobre presupuestos, mercado laboral, seguridad social,... muchas de las cuales están implícitas en el informe sobre el futuro de la UE elaborado por el grupo internacional de expertos que él preside.


O sea, que Rodríguez Zapatero y su centurión Rubalcaba transitan por un camino de utopías trasnochadas, mientras González aboga por otro mucho menos sectario, pero capaz de salvar los muebles de una Europa a la deriva.


¿Por qué, entonces, la candidatura izquierdista —llamémosla así— del ex ministro y no otra más realista y más centrada?: probablemente porque no está hecha para ganar, sino para convertirse en un incordio permanente a Mariano Rajoy desde la oposición.


Según esta hipótesis, la evolución de la economía empeorará en los próximos años y se evidenciará entonces que el PP no posee mejores recetas que el fracasado Zapatero. Se trataría, pues, de evitar inicialmente la mayoría absoluta de Rajoy y, una vez logrado ese objetivo, fustigarle desde el Congreso. Y nadie mejor que Alfredo P. para ello.


En ese empeño quemaría sus naves el hoy candidato socialista, pero acabaría también con la credibilidad del PP a fin de que un próximo dirigente del PSOE, aún desconocido, pudiese hacerse dentro de cuatro con las riendas del poder.


Ésa es la verdadera fórmula de Rubalcaba y ésa sería, también, su última contribución a la causa de su partido.

sábado, 16 de julio de 2011

Lo que no ha hecho Camps

Ignoro si Francisco Camps aceptó trajes gratis “a sabiendas”, según el relato de José Flors, juez instructor del caso Gürtel.

Sí sé, en cambio, un montón de cosas que no ha hecho el presidente valenciano en los dos años largos que dura ya este asunto procesal.

No ha gobernado su Comunidad con dedicación plena, al consumir la defensa judicial parte de su energía.

No ha logrado aminorar la brutal tasa de paro de un 23%, superior a la media española.

No ha mejorado el nivel educativo de nuestros jóvenes, el peor de España, exceptuando Ceuta y Melilla, según el Ministerio de Educación y el informe internacional PISA.

No ha sido nada diáfano en su gestión, tal como afirma la ONG Transparencia Internacional y ratifican seis sentencias del Tribunal Constitucional.

No ha conseguido reducir la deuda pública de la Comunidad, la más alta de España por habitante.

Habría bastantes más debes en esta lista de incumplimientos, pero añado solamente uno: el retraso en el pago a los proveedores de la Generalitat. Si María Dolores de Cospedal pone el grito en el cielo, con razón, porque su predecesor en Castilla-La Mancha, José María Barreda, ha demorado hasta año y medio algunos pagos, ¿por qué no critica la misma práctica en su compañero de partido valenciano?

Y es que la ventaja del presidente Camps es que él se ha sucedido a sí mismo al frente del Consell tras las últimas elecciones y solo él sabe exactamente los excesos de déficit y otros enjuagues contables que se esconden bajo las alfombras del Palau.

Estas cosas, aunque no se hagan públicas, claro, incomodan a muchos dirigentes nacionales del PP que estaban encantados de la regeneración política realizada en Baleares por José Ramón Bauzá, tras el saqueo perpetrado por Jaume Matas. “Ahora, todo este asunto de Camps vuelve a ponernos en entredicho”, comenta apesadumbrado uno de ellos.

Lo peor, para esa misma fuente, es el argumento de que si se ha ganado en las urnas se queda exculpado de cualquier delito. “¿Valdría ese silogismo también para un asesinato?”, se pregunta. Al fin y al cabo, si las urnas son las que tienen la última palabra, nos sobrarían los tribunales de justicia.

Por eso mismo, son muchos en su partido quienes creen que Camps tendría que haber cortado de raíz el escándalo, evitando así que Mariano Rajoy llegue a las generales cargando con el fardo de Gürtel, lo mismo que Rubalcaba lo hará con el del Faisán.

Según ellos, Camps tendría que haber dicho al comienzo del caso: “Creo que he pagado todos mis trajes, pero por si acaso quedase algo pendiente aquí entrego un talón para liquidarlo y que me perdonen por mi despiste”. Así de sencillo.

Pero el presidente no lo hizo, como tampoco abordó los otros debes enumerados en este artículo.

Cabe pensar, pues, que si las cosas no van peor se debe, entre otras razones, a los logros de la época de vacas gordas, a la inercia del impulso dado en su día por Eduardo Zaplana y, sobre todo, a la enorme vitalidad de la sociedad valenciana.

Y es que, por fortuna, son más valiosos los ciudadanos que sus gobernantes. Ya ven, Bélgica lleva un año sin Gobierno y las cosas no le van peor que antes. También lo decía Indro Montanelli de Italia: “Cuando mejor funciona el país es entre un Gobierno y otro”.

En la Comunidad Valenciana no va ni mejor ni peor: simplemente, mientras dure el caso Gürtel el desgobierno está garantizado.

miércoles, 13 de julio de 2011

Trabajar mejor

Si yo fuese alemán, holandés o finlandés, también me cabrearía tener que ayudar a los países del sur de Europa, que se han gastado alegremente un dinero que no tenían, mientras que, en cambio, ellos trabajaban duramente para conseguirlo.


El líder de la emergente extrema derecha finlandesa, Timo Soini, dijo en una entrevista reciente: “Nosotros somos una gente seria que paga religiosamente sus impuestos. ¿Por qué tenemos que sacarle las castañas del fuego a unos tipos que se dedican a evadir dinero del Fisco?”


La frase, claro, es una simplificación propia de los extremistas. Pero luego se ha sabido que solo uno de cada cuatro griegos cumple sus obligaciones con Hacienda y así no hay manera de contradecir a nadie, por muy xenófobo que éste sea.


Lo que más le molesta a la gente fría del norte es que, según ella, en los países mediterráneos nos pasamos el día —y, sobre todo, la noche— de juerga. Y eso que no ven lo que sucede a las cuatro de la madrugada de los sábados en algunas calles de cualquier ciudad española. En muchas de ellas hay más tráfico que en las horas punta de una jornada laboral: eso sí, con algo más de alcohol en las venas.


Otro escenario de su escándalo serían los campos de golf, llenos de prejubilados de oro a costa de la Seguridad Social, con tiempo y dinero de sobra para obtener unos handicaps que ni Sergio García. Concretamente, tengo un compañero de estudios que lleva los últimos trece años recorriendo todos los green de España, haciendo buena la frase de un articulista: “En los campos de golf de este país se acumula más talento económico desaprovechado que en muchas empresas”.


Se argumentará, en mi contra, que según las estadísticas los españoles trabajamos más horas que los alemanes, por ejemplo. Pues claro que sí. ¿Pero lo hacemos mejor?


Por culpa de nuestros malditos horarios, cenamos cuando ya deberíamos estar durmiendo, los mejores programas de la tele acaban a medianoche y los bares permanecen abiertos hasta la madrugada. Así, claro, llegamos dormidos al trabajo, nuestra productividad es escasa, los accidentes laborales menudean, el absentismo es mayor que el de otros países… y, por supuesto, que no nos quiten el bocata de media mañana.


No se trata, pues, de estar más horas en el trabajo, sino de hacerlo mejor: ser más eficaces, ir más descansados por la vida, poder pasar más tiempo con la familia y, de paso, quitar argumentos a quienes, con razón, les cabrea ayudar a los sureños de Europa y ver luego cómo les refriegan su esfuerzo contra los morros.

domingo, 10 de julio de 2011

Conducir o morir

Los contertulios televisivos, me consta, suelen tener coches de alta gama y, claro, les gusta correr en la carretera. Por ello, le han zurrado la badana al Gobierno hasta que ha eliminado el límite de velocidad a 110 kilómetros por hora.


Pues ya ven: el primer fin de semana sin esa limitación nos ha traído un notable aumento del número de víctimas de circulación.


Mi observación personal, probablemente equivocada, es la siguiente: al reducirse el tope de velocidad a 110, una gran parte de conductores, temerosos de la pertinente sanción, no pasaron de 100 kilómetros por hora; al elevarse ahora a 120, automática e inconscientemente se han puesto a conducir a 130. Conclusión: más muertos.


Eso, digo, es solo una impresión personal. Lo que resulta objetivo, en cambio, es que tenemos un Gobierno sin criterio, que elabora normas y las cambia a golpe de oportunismo y de conveniencia electoral. Ya me dirán. Si las razones de ahorro y seguridad esgrimidas para limitar la velocidad eran correctas, ¿para qué volver a cambiarlas? Y si no lo eran, ¿por qué se nos hizo comulgar entonces con ruedas de molino?


Es pronto aún, no obstante, para sacar conclusiones de la nueva zarabanda legislativa. Lo único cierto es que gobernar a ojo y sin convicciones de ningún tipo suele conllevar contradicciones, errores y confusión normativa, trátese del consumo energético, de la legislación bancaria o de las normas de tráfico.


¡Ah!, por cierto: yo pienso seguir conduciendo por debajo de 110. Tal como está el patio, no saben el ahorro que me supone. Además, he descubierto que no tengo ninguna prisa: total, para llegar a donde estamos llegando...

Los políticos no van al paro

La prueba de la inutilidad de los prolijos consejos encargados de asesorar a la Generalitat es que no están compuestos por profesionales expertos en el tema, sino por políticos cesantes. ¿O acaso el recién nombrado Joan Ignasi Pla es un jurista de dilatada y brillante trayectoria? ¿O Glòria Marcos representa mejor que nadie al mundo de la cultura?

Está claro que no hay como ser un profesional de la política para reencontrar acomodo cuando se pierde un trabajo debido a que los electores no le han votado a uno o porque el líder del partido respectivo decide relevarlo para rodearse de gente más afín.

Ésa es la conclusión de los nombramientos de este jueves para formar parte de unos organismos a lo que se ve perfectamente prescindibles. Por cierto: ¿no se había hablado de recortes, de supresión de entes públicos, de reducción de la Administración, de disminuir el número de asesores…?

Una cosa es lo que se dice, pero otra muy diferente lo que se hace. Y, mírese por dónde, unos partidos políticos que no se ponen de acuerdo en las medidas contra la crisis, en la creación de empleo ni en otros asuntos fundamentales para los ciudadanos, sí son capaces de consensuar en un santiamén el futuro laboral de sus congéneres.

Por eso, los nuevos nombres del Consell Valencià de Cultura, el Jurídic Consultiu, el de Administración de RTVV y los que vengan resultan muy ilustrativos por su carácter intercambiable: ¿Por qué Martín de Quirós, Pepa Frau, José Díez, Ana Noguera o Vicente Farnós, gentes todas ellas excelentes, por otra parte, no están en un consejo y sí en otro? Por azares de la política, se podría decir.

En otro momento y en otra coyuntura, los mismos u otros nombres parecidos pueden acabar de diputados europeos, gerentes de empresas públicas, asesores de libre designación, miembros del Tribunal de Cuentas y demás instituciones varias con cargo al erario público.

Y, si no, “siempre nos quedará el Senado”, lo mismo que le quedaba a Humphrey Bogart el recuerdo de París junto a Ingrid Bergman.

Porque ese otro, el “examen de valencianía” de los senadores designados por Las Corts, ha sido el espectáculo político de la semana anterior. ¿Cómo es que Joan Lerma tiene que demostrar a estas alturas su defensa de la Comunidad Valenciana? ¿Se trata de una broma?

Tal lo parece, ya que el Senado no es ninguna cámara de representación territorial —sí lo es, en cambio, en Estados Unidos y a nadie se le ocurre interrogar a un aspirante a senador sobre cosas de tan poco fuste—. En realidad, y dado su carácter de cámara de segunda lectura parlamentaria, el Senado a lo más que aspira es a demorar la aprobación de leyes y no a impulsarla. Por eso se lo considera una institución que alberga a políticos amortizados o que les sirve para complementar jugosos sueldos, como en el caso de la pluriempleada presidenta castellano-manchega y secretaria general del PP, María Dolores de Cospedal.

Por eso mismo, a nadie escandaliza tampoco que al ex conseller Gerardo Camps se le recoloque temporalmente como senador, en espera de un puesto de diputado nacional en la próxima legislatura.

Y es que, con la que está cayendo, no parece muy caritativo dejar en el paro a compañeros de partido. Ni siquiera a enemigos internos de Francisco Camps, como José Joaquín Ripoll, a quien la dirección nacional del PP parece estar buscando ya un acomodo bien retribuido. Cosas de la política.

domingo, 3 de julio de 2011

El repliegue de EEUU

Los Estados Unidos de Barack Obama han comenzado el repliegue de sus tropas y de su política geoestratégica coincidiendo, no por casualidad, con una etapa de crisis económica.


Ahora es la oportunidad de Europa de demostrar su supuesta talla militar y diplomática en un mundo en el que China aspira a ocupar el vacío que deja Estados Unidos.


Durante un siglo, los norteamericanos se han dedicado a solucionar problemas ajenos en todo el mundo, pero sobre todo en el viejo continente, al que salvaron en dos guerras mundiales y al que le resolvieron el peliagudo conflicto de los Balcanes.


El precio del desproporcionado esfuerzo bélico de EEUU ha sido un menor bienestar social interior del que merecían unos ciudadanos con el mayor PIB del mundo, para reproche condescendiente de los europeos, que han vivido espléndidamente a costa del sacrificio ajeno.

Mientras tanto, la ufana Europa ha sido incapaz de mostrar una estrategia militar común, con sus mandos más preocupados en cuestiones de competencia nacional y de destinos mejores que sus vecinos antes que en acciones bélicas mancomunadas y eficaces.


Pero si falla la política común sobre la inmigración, la bacteria e.coli, el conflicto palestino o el rescate económico de Grecia, ¿por qué iba a funcionar mejor la coordinación militar cuando eran otros los que nos sacaban las castañas del fuego?


Ese escenario parece haber cambiado. Ahora que EEUU se repliega para solucionar mejor sus propios problemas económicos y sociales, veremos qué podrá hacer sola una Europa cuyo bienestar se acaba y a la que no le sobrará dinero ni para poder defenderse.

El (prometedor) futuro del Bloc

Hace unos meses nadie daba un duro por el futuro político del Bloc. Las encuestas, incluso, preveían que la marca de su coalición electoral, Compromís, se quedaría a las puertas de Les Corts. Todo un epitafio.

Pues no.

Tras las elecciones autonómicas del 22-M, Compromís se ha convertido en la tercera fuerza política de la Comunidad, con seis diputados, y le ha sacado ni más ni menos que 30.000 votos a todo un clásico como Esquerra Unida. Además, de la mano del reciclado Joan Ribó ha entrado en el consistorio del Cap i Casal. Y todo ello pese al inevitable lío ciudadano entre las denominaciones del Bloc y de Compromís. ¿Llegarán a fusionarse ambas para así aumentar su eficacia?

“¿Preguntas que si de compromís pasaremos a matrimonio?”, inquiere la combativa diputada Mónica Oltra, de Iniciativa del Poble Valencià, el grupo de origen comunista en la coalición. Y ella misma se contesta: “Seguramente sí”.

El líder del Bloc Nacionalista, Enric Morera, se muestra más cauto: “Se trata de un proceso complejo, para el que no tenemos prisa. Pero sí que existe un proyecto común asentado en los tres pilares de Compromís: el progresista/valencianista, el ecosocialista de Iniciativa y el ecologista de los verdes”.

¿Y qué piensa hacer con los residuos del valencianismo conservador que no se ha refugiado en el PP tras las espantadas consecutivas de José María Chiquillo y de José Manuel Miralles?

“Tú lo has dicho: no son más que residuos y muchas veces de ideología distinta a la nuestra; pero quien quiera sumarse a la causa del valencianismo de progreso será bienvenido”.

Y es que el Bloc sabe mantener una hábil ambigüedad ideológica, sea por convicción o sea por cálculo. Por eso mismo, su referente en Cataluña, por ejemplo, es Convergencia i Unió, con todo su bagaje de liberalismo económico, y no ningún otro partido nacionalista más a la izquierda.

De ahí que no les resulte nada incómodo a los empresarios el diálogo con el Bloc. Los dirigentes de este partido, además, no son ajenos al mundo empresarial, a diferencia de los líderes de otros grupos, de derecha o de izquierda, que a lo más que llegan es a un meritorio pasado de funcionarios públicos. Enric Morera, en cambio, siempre ha estado vinculado al mundo de la empresa, así como su predecesor en el cargo, Pere Mayor, empresario éste de fuste.

Lo que más necesita ahora el Bloc es una exposición mediática que se la van a proporcionar, seguro, las nuevas Corts, ante el escaso margen de maniobra de Jorge Alarte, pillado el hombre entre la lesiva política de Rodríguez Zapatero y el malestar de las cada vez más exiguas bases del PSPV/PSOE. Para ello cuenta con la probada capacidad dialéctica de las diputadas Mónica Oltra y Mireia Mollà, que se encuentran a sus anchas ante un Paco Camps acosado por sus conocidos problemas judiciales y con menos apoyo por parte de Madrid a medida que pasan los días.

Se trata, pues, de un inmejorable escenario para que el Bloc pesque votos a derecha y a izquierda y atraiga hacia su causa a grupos sociales que, huérfanos en la actualidad de interlocución política, crean que pueden hallarla en el valencianismo progresista.

Como dice un amigo mío amante de inversiones arriesgadas, “si el Bloc cotizase en Bolsa, yo ya estaría comprando acciones suyas para un futuro inmediato”.