martes, 10 de mayo de 2011

La lengua viperina de los políticos

Al inicio de la campaña electoral, Pérez Rubalcaba ha calificado de “indecencia política” la utilización partidista de informes policiales por parte del PP. Por su lado, Manuel Chaves, hecho una pantera, ha tachado de “difamador, calumniador y mentiroso” a un diputado de la oposición que le buscaba las cosquillas por el turbio asunto de Mercasevilla.

Comprenderán, entonces, porqué prohíbo a mis hijos que vean la información política de la televisión: trato, simplemente, de que sean personas decentes. Y los políticos, a tenor del reproche que más comúnmente utilizan contra sus colegas, no deben serlo: así, Carmen Chacón acaba de reiterar que “es indecente” la reacción del PP tras la sentencia sobre Bildu.

Aparte de insultarse con saña, la otra actividad que más les gusta a los profesionales de la cosa pública es llevarse unos a otros ante los tribunales, colapsándolos de esta manera con sus querellas partidistas y demorando, por consiguiente, la administración de justicia a los pobres ciudadanos de a pie. Eso, aunque sepan que sus demandas no llegarán a ninguna parte, como en la reciente absolución del portavoz socialista Ángel Luna.

Preparémonos, pues, para la habitual serie de improperios, injurias, dicterios, denuestos, invectivas,... propios de la campaña electoral. Los políticos siempre están en campaña, por supuesto, pero cuando ésta se hace oficial aumenta tanto el tamaño de los insultos como los decibelios con que son emitidos.

Lo cierto es que la campaña electoral les pilla a los candidatos bien entrenados. No hace mucho, una persona tan mesurada en apariencia como Juan Cotino arguyó que la diputada Mónica Oltraposiblemente no conozca a su padre”, para disculparse en seguida de tamaña barbaridad. Claro que la representante de Compromís tampoco ha sido un angelito, precisamente, portando una camiseta en la que reclamaba la busca y captura de Francisco Camps.

Lo más chocante de todo es que con un personal como éste aún nos escandalicemos de las incontinencias verbales de José Mourinho, ese individuo especializado en sacar de sus casillas al personal.

Y es que la buena educación va perdiendo adeptos a pasos agigantados. El otro día, el mujeriego millonario norteamericano Donald Trump insinuó que podría aspirar a la Casa Blanca. Y, como demostración de que está preparado para ello, se despachó llamando “estúpidos” a todos los políticos del país, incorporándose así a esa misma especie a la que acababa de vituperar.

La clase política española no tiene, sin embargo, aquella finura dialéctica de antaño, cuando ya Manuel Azaña decía que “la tontería es la planta que más se cultiva”. Para ayudar a los políticos de ahora a descalificar mejor a sus rivales, el académico Pancracio Celdrán publicó hace poco El gran libro de los insultos, ironizando al hacerlo conque de esa manera podrían escarnecer al prójimo con más propiedad.

La verdad es que queda muy lejos la época en que un fino estilista del ultraje como Alfonso Guerra era capaz de descalificar a Adolfo Suárez llamándole “tahúr del Mississippi” o definía malévolamente a su correligionario Tierno Galván como “una víbora con cataratas”.

Ya ven: no sólo en la ausencia de una visión global de Estado y en la falta de propuestas concretas a los problemas de hoy se evidencia la menor calidad de nuestra clase política actual, sino también en el empobrecimiento de los insultos. Menuda paradoja.




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