domingo, 30 de diciembre de 2012

Que no trabajen tanto


Los diputados españoles presumen, con razón, de ser de los más prolíficos del mundo. Efectivamente, según la CEOE, en España hay en vigor nada más ni menos que 100.000 leyes de todo tipo.

La mayoría de esas normas cambian constantemente, son contradictorias unas con otras, sus destinatarios ignoran muchas veces su misma existencia y gran parte de ellas nunca llegan a aplicarse.

Por eso me aterra que el portavoz socialista valenciano, Antonio Torres, pida más presencia en las Cortes autonómicas y más días de trabajo legislativo.

¡No!, ¡por favor! ¡No más leyes! Me conformaría con que se aplicasen las que hay y que incluso se redujera la mayoría de ellas, como las que imponen diferente etiquetado de los productos de una región a otra u obligan a hacer distintas pruebas de ITV en cada Comunidad Autónoma.

Es que a nuestros políticos les gusta tanto legislar que hasta modifican muchas leyes antes de que entren en vigor o las sustituyen en seguida por otras que dejan las cosas como estaban antes de su modificación. Lo importante es dictar leyes y presumir luego, como se envanecía el portavoz de un Gobierno autonómico, de que “hemos duplicado de un año a otro el número de leyes aprobadas”.

Para remediar tanta hemorragia legislativa propongo que los parlamentarios pasen menos tiempo en sus escaños y más en la calle, visitando asociaciones de vecinos, comités de empresa, grupos de discapacitados, pequeños empresarios, oficinas del INEM,…

Eso es lo que suelen hacer los diputados británicos y ya ven: por no tener muchas leyes, hasta carecen de Constitución escrita; pero, eso sí, sus conciudadanos se sienten mucho mejor representados por ellos que nosotros por tantos prolíficos e inútiles legisladores como mantenemos.

 

  

 

domingo, 23 de diciembre de 2012

Hablar como se quiera


Una cosa es estudiar en un idioma en la escuela, como sucede con la inmersión lingüística en catalán realizada en el Principado, y otra hablarlo en la calle, como esos niños que, según Duran i Lleida “lamentablemente” utilizan el castellano en los recreos.

Es que, en el fondo, los idiomas no sirven para entendernos unos con otros, sino para diferenciarnos los unos de los otros. Por eso mismo, tampoco puede imponerse su uso por decreto, como ansían todos los fundamentalistas. Así sucede en Flandes, donde, a pesar de que todo el mundo ha estudiado francés, la gente prefiere usar el inglés antes que la odiada lengua de sus vecinos valones.

La utilización de uno u otro idioma conlleva siempre algún resultado negativo. Que se lo pregunten, si no, a la amplia minoría de hablantes rusos de Estonia y de Letonia que viven por ello en un limbo jurídico, privados de la ciudadanía de sus respectivos países.

Éstas son historias reales de incomprensión humana con las que cualquiera puede toparse en sus viajes. Entiéndase, entonces, que a uno le ponga nervioso cualquier noticia sobre barreras lingüísticas, máxime si ocurre en parajes tan maravillosos como la Cataluña en la que siempre he podido entenderme en catalán, en castellano o, si el interlocutor se pone tozudo, en inglés.

Para mí, lo ideal es la carencia de un idioma oficial y que cada uno tenga el derecho a ser escolarizado en su lengua materna, como sucede es Estados Unidos. Luego, la realidad, la conveniencia o el afecto llevarán a cada habitante de ese país a hablar en inglés —lo más probable—, en chino o en el idioma que le dé la gana.

Eso es lo único lógico y todo lo demás son monsergas.

 

 

domingo, 16 de diciembre de 2012

300 coches


Unos 300 vehículos oficiales, más o menos, tiene a su disposición el Ayuntamiento de Madrid.

A mí, qué quieren que les diga, me parece una solemne barbaridad. Máxime, si trasponemos el dato a las demás corporaciones municipales de España. Y a las comunidades autónomas, diputaciones, mancomunidades, cabildos insulares,… Una auténtica barbaridad.

Si sólo se tratara del abuso del parque móvil por parte de nuestros políticos y asimilados, la cosa aun tendría un pase. Pero a eso habría que añadir la utilización de escoltas, chóferes, teléfonos móviles, viajes oficiales,…

Ya sé que eso es el chocolate del loro en el conjunto de los dispendios de nuestra frondosa administración pública. Pero su drástica reducción seguro que habría suavizado los recortes a funcionarios, pensionistas y demás colectivos cautivos ellos del Presupuesto del Estado.

La cuestión resulta todavía más sangrante cuando uno no ve ese derroche de prebendas en otros países más ricos que el nuestro. La proporción de políticos con escolta en España resulta ridículamente superior a la de Estados Unidos, por ejemplo, y la de ediles con chófer oficial parecería una burla en Gran Bretaña o Alemania.

Con esta afición a costearse la vida a cuenta del erario, se entiende perfectamente que nuestros políticos, sean del partido que sean,  se opongan como panteras a la reducción de concejales o diputados autonómicos, a la supresión de entes públicos o a la fusión de municipios.

Entre otros motivos, hay uno de peso para semejante actitud: dada la escasa valía profesional de la mayoría de ellos, ¿dónde encontrarían acomodo si tuviesen que ganarse las alubias por su cuenta?

Ésa es la terrible realidad que acabamos pagando entre todos los ciudadanos.

  

 

 

domingo, 9 de diciembre de 2012

El oprobio del indulto


Una eventual condena judicial de Urdangarín, Díaz Ferrán y otros golfos de alto standing, no quiere decir necesariamente que acaben con sus huesos en la cárcel. El uso y abuso por los sucesivos Gobiernos españoles de la figura jurídica del indulto podría hacer que se saliesen de rositas, sin más sanción, eso sí, que la de su propia infamia.

En los últimos años, los Gobiernos españoles de uno y otro signo han concedido más de un indulto al día a penados de todo tipo, desde traficantes de drogas hasta homicidas. Uno de los más significativos fue el del banquero Alfredo Sáenz Abad, condenado por haber realizado una denuncia falsa y que obtuvo el perdón del último Ejecutivo de Rodríguez Zapatero.

Ya ven si no hay razones de sobra para sentirse mosqueado. Máxime ante la creciente lista de presuntos delincuentes de cuello blanco —políticos, empresarios, ex consejeros de cajas de ahorro,…— imputados, acusados o simplemente sospechosos de habérselo llevado crudo a costa de los contribuyentes.

El último escándalo ha sido de otro tipo: el perdón a cuatro mossos d’esquadra condenados por torturar a detenidos. Pero da igual. El común denominador del derecho de gracia regulado por una valetudinaria ley de 1870 es el de su arbitrariedad. Posiblemente haya casos en que se den razones de “justicia, equidad o conveniencia pública”, como especifica la propia ley. Pero, ¿cuántos otros no estarán motivados por el amiguismo, la complicidad o la conveniencia privada?

La opinión pública está tan escamada con nuestra clase dirigente y con la sensación de impunidad de sus posibles fechorías que ya es hora de que la justicia actúe con contundencia y que los políticos dejen de poner trabas a su correcto ejercicio.

 

domingo, 2 de diciembre de 2012

Desunión Europea


Sólo la mitad de los países de la Unión Europea han votado a favor de Palestina como Estado observador de la ONU. Esta división es una más en la larga lista de disensiones en política internacional: reconocimiento de Kosovo, apoyo al ingreso de Turquía en la UE… y hasta sobre el mando conjunto en operaciones militares en el exterior.

Si se tratase solamente de política internacional, aun se podría entender. Pero los desacuerdos de esa Europa venida a menos también se manifiestan en temas de cohesión interna: política monetaria, magnitud de los recortes económicos, rescate a los países en dificultades… Por no haber acuerdo, ni siquiera ha podido aprobarse el próximo Presupuesto de la UE, como en su día tampoco pudo ratificarse la non nata Constitución europea.

Es que, en el fondo, cada país va a la suya, defendiendo su conveniencia en temas tan peregrinos como la interminable discusión que hubo hace unos años sobre comercializar o no una patata modificada genéticamente y que produce un mejor almidón para uso industrial.

Con esa actitud nacionalista, no es de extrañar que cada vez que regresan de las cumbres comunitarias nuestros jefes de Gobierno —llámense Aznar, Rodríguez Zapatero o Rajoy— de lo que presumen es de las posibles ventajas conseguidas para España, más que de los logros comunes alcanzados.

Lo peor es que, en vez de avanzar hacia una mayor cohesión, surgen ahora nuevos particularismos: Escocia, Cataluña… y quizás mañana Flandes, Pandania u Occitania.

No sé cómo verían este inquietante panorama Monnet y Schuman, forjadores de la idea europea, si levantasen la cabeza. Lo único seguro es que los pobres estarían terriblemente insatisfechos.