martes, 1 de junio de 2010

La teoría de la conspiración

Aún hay gente que cree que el astronauta Neil Armstrong jamás llegó a pisar la Luna o que Elvis Presley vive todavía, viejo y estragado, oculto en algún remoto lugar del mundo.

Sin llegar a tanto, por supuesto, el presidente Francisco Camps esbozó el jueves su particular teoría del montaje, según la cual el caso Gürtel no es más que “el envite de todo un aparato del Estado”.

No resulta una teoría del todo inverosímil, ciertamente, ya que vivimos en una sociedad rayana en la paranoia colectiva y que cree ver conspiraciones a diestro y a siniestro: la del juez Luciano Varela contra Baltasar Garzón, la del Tribunal Constitucional contra Cataluña, la de José María Aznar para derrocar a Evo Morales… Lo malo de la tesis conspirativa sobre el caso Gürtel es que, en las encuestas hechas a vuelapluma por diferentes medios en las últimas horas, la mayor parte de los ciudadanos la descarta de plano.

Aun así, el entorno más próximo al President sigue buscando culpables ajenos a su persona. Alguno, incluso, llega a insinuar en privado que el muñidor del turbio asunto sería el mismísimo Eduardo Zaplana, “en venganza por haberse zafado Camps de su tutela política”. Esa hipótesis sigue el esquema habitual de las historias de crímenes: buscar el asesino entre los más próximos. Lo mismo ocurrió cuando Joan Ignasi Pla dimitió de su cargo en el PSPV-PSOE por unas obras impagadas en su casa. El secretario general entonces defenestrado acusó a gente de su propio partido de “urdir un montaje”. Aunque él no dio nombres, en seguida hubo quien señaló con el dedo al ministro Jordi Sevilla.

Ya ven cómo anda de revuelto el panorama interno, en este caso del PP, aunque por fuera pretenda transmitirse una sensación de tranquila normalidad que el paso del tiempo se encarga día a día de disipar.

Toda esta teoría del montaje, de la conspiración, de la obra urdida por agentes externos se corresponde con la íntima convicción del President de ser inocente, eventualidad absolutamente verosímil al no haberse probado aún que cometiera ningún delito.

Pero, incluso así, el desgaste personal para él y el daño político para su partido con esta enrevesada historia alimentan toda clase de especulaciones. Una de ellas: que en caso de ser reprobado por Rajoy —de momento, Soraya Sáenz de Santamaría ha suspendido su conferencia de mañana en Valencia, al contrario de lo sucedido ayer en Zaragoza con Luisa Fernanda Rudi, quien fue arropada multitudinariamente como candidata a la presidencia de Aragón— Camps encabezaría un nuevo partido regionalista en las elecciones autonómicas. Esta hipótesis estaría implícita en su afirmación parlamentaria del jueves: “Yo me acojo a la Senyera y a mis conciudadanos para seguir trabajando por el futuro de esta tierra”.

Tal suposición es totalmente absurda. En primer lugar, porque Camps conoce el caso del asturiano Sergio Marqués, quien siendo presidente del Principado rompió con el Partido Popular y, en las siguientes elecciones de 1999, tanto el partido regionalista que él creó como el PP se estrellaron ante el PSOE de Álvarez Areces, quien desde entonces se mantiene en el gobierno asturiano.

La razón última, sin embargo, del empecinamiento a ultranza del President en el cargo que ostenta —además de la convicción de su propia honradez— radica en que cree gozar de la total confianza de Mariano Rajoy. Lo que no queda nada claro es que, de llegar a perderla, pase a considerar al presidente nacional de su partido parte de la trama conspirativa de enemigos que pretenden hundirle.

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