viernes, 25 de junio de 2010

Estamos repetidos

Lo siento por aquellas personas que se creen unos seres únicos e irrepetibles. Lo cierto es que no somos originales ni siquiera en nuestro propio nombre.
Pude verificarlo tras haber creado el protagonista de una modesta novela, El ejecutivo. Lo llamé Miguel Ángel Astiz, porque me pareció un nombre eufónico y plausible, altamente improbable que coincidiera con ningún otro de la vida real.
Pues me equivoqué. Meses después de estar el libro a la venta, recibí una llamada de la editorial:
—Oye: un tal Miguel Ángel Astiz pregunta por ti.
—¿Cómo dices? Estarás de coña…
—Ya sé que suena a cachondeo, pero es la pura verdad.
Lo era. Afortunadamente para mí, el hombre no llevaba ninguna aviesa intención sino que, enterado de la coincidencia onomástica, sólo sentía curiosidad por el hecho producido y quería saber cómo era el personaje homónimo de la novela.
A mí también me intrigó la circunstancia y después de una profunda introspección puedo jurar que mi elección no había respondido a que hubiese conocido el nombre con anterioridad, ni a ningún acto fallido que diría Freud, ni a otras oscuras o recónditas motivaciones, sino simplemente a la casualidad.
Intrigado, no obstante por el caso, me puse a bucear por Internet, que es esa especie de santo Grial laico al que todos acudimos hoy día en busca de iluminación. Para mi mayúscula sorpresa, encontré cinco personas con el mismo nombre: un importante ingeniero de puentes, un periodista navarro ya fallecido, un auditor del Tribunal de Cuentas vasco, un arquitecto y hasta un campeón de bochas, que ni siquiera sé lo que es.
Estupefacto, me atreví a introducir mi propio nombre en el buscador informático. Ni les cuento la cantidad de Enrique Arias que hallé: de manifestarnos todos a la vez coparíamos la Plaza.
A partir de ese momento he experimentado una obligada cura de humildad. No soy nadie especial, me he dicho, sino alguien intercambiable, tanto, que ya temo recibir alguna multa de tráfico, citación judicial o embargo que a lo mejor es para otro pero, dado que todos nos llamamos igual, a lo peor me cae a mí.

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