jueves, 3 de marzo de 2011

O Presidente o nada

En una película norteamericana de serie B, hace un montón de años, un senador aspiraba a la presidencia del país en contra de los deseos de su partido, que lo consideraba un inepto. El bulo de que tenía un dossier sobre sus colegas les había impedido pararle los pies hasta que alguien lo hizo por fin. Entonces, el frustrado candidato, todo compungido, inquirió: “Y si no soy presidente, ¿a qué me puedo dedicar?, porque yo no sé hacer nada”.

Esta cruel fabulación pretendía ironizar sobre los enredos y las falacias de la vida política en Estados Unidos.

Pero no sólo allí hay gente obsesionada con ser presidente de lo que sea: hasta de una comunidad de vecinos, como el divertido personaje que interpreta el actor José Luis Gil en la serie televisiva Aquí no hay quien viva.

En otro ámbito más brutal y patético, el escritor Vázquez Montalbán noveló la historia de César Borja con el barojiano título de César o nada, mostrando a través de la familia originaria de Xàtiva los retorcidos y complejos tentáculos del poder.

Éstas son cosas, por consiguiente, que a una u otra escala y con más o menos pasión han sucedido en todo tiempo y lugar.

Aun así, muchos compañeros de partido del presidente Camps no acaban de comprender su empecinamiento en repetir en su cargo con toda la que está cayendo; es decir, con el largo y agotador proceso judicial a que, con razón o sin ella, se le ha sometido y con todos los ataques recibidos y los que aún le quedan por recibir.

“No entiendo —me dice alguien que lo quiere bien— que una persona de su talento y de sus cualidades no haya dicho ya: ahí os quedáis todos con vuestras intrigas y vuestras maquinaciones y yo me dedico a otra cosa”.

Al margen de que la persona citada defiende con esa actitud su propio chiringuito político, no le falta razón. Con el caso Gürtel planeando sobre la cabeza de un candidato de tanto peso y con las subsiguientes alusiones a corrupción, financiación ilegal, cohecho y otras zarandajas se va a contaminar la campaña electoral, no sólo en la Comunidad, sino también fuera de ella. Y no digamos la que le podría venir, más tarde, en plenas elecciones generales, a Mariano Rajoy si Camps, ya reelegido, fuese al banquillo o se viese obligado a dimitir.

Con ser grave todo ello, lo peor es que así se hurtarían al debate político los temas reales que preocupan a los ciudadanos, más allá de los casos de corrupción política, reales o ficticios.

En la Comunidad Valenciana nos encontramos con un paro superior a la media española, altas tasas de endeudamiento público, necesidad de regenerar el tejido industrial, dificultades de acceso al crédito, fracaso escolar galopante...

¿Van a hablar de todo esto nuestros candidatos? ¿Nos van a ofrecer soluciones? ¿O se van a enfangar la mayor parte del tiempo en ese conocido, patético y estéril juego de “tú eres más corrupto que yo”?

De todos los males que nos asuelan, que no son pocos, el peor de todos puede ser el de desviar el debate político desde lo real hacia lo aparente y desde lo importante hacia lo circunstancial, al anteponerse cuestiones personales a intereses colectivos.

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