miércoles, 16 de marzo de 2011

La singularidad de Juan Roig

Vengo de Portugal, donde se ha instalado un desánimo general en la población. La crisis no sólo económica, sino también moral, es de tal calibre que el presidente reelecto, Cavaco Silva, ha hecho suyas muchas de las críticas de sus conciudadanos.

Considera como “una década perdida” los dos gobiernos del socialista José Sócrates y los tres años de gabinete conservador que los precedieron. En su toma de posesión, el pasado miércoles, enfatizó algo que quizá nos suene a los valencianos: “No podemos privilegiar —afirmó— grandes inversiones que no estamos en condiciones de financiar, que no contribuyen al crecimiento de la productividad y que tienen un efecto temporal y residual en la creación de empleo”.

¿No podría decirse aquí algo similar respecto a Terra Mítica o el Ágora, pasando por la Ciudad de la Luz y otros costosos eventos de carácter efímero?

Lo curioso es que la prensa económica lusa de este viernes, como el diario Oje, tan pendiente siempre de lo que sucede en España, recogía la noticia de que “el grupo de supermercados Mercadona ha entrado en la historia comercial al superar en facturación a El Corte Inglés”, el gran paradigma de la venta al gran público.

Este éxito de la labor empresarial de Juan Roig ha coincidido en el tiempo con el reconocimiento de que su fortuna es ya la quinta de España, hecho por la prestigiosa revista Forbes.

No es de extrañar, entonces, que el presidente Francisco Camps haya buscado la foto con el dueño de Mercadona. Con piadosa ironía se preguntaba anteayer en estas mismas páginas Amparo Tórtola que a quién de los dos convenía la instantánea gráfica. Obviamente, son siempre los políticos quienes necesitan asociar su imagen a colectivos de lo más dispar, desde jóvenes a inmigrantes y desde pensionistas a empresarios. Pero, ¿escuchan luego lo que éstos tienen que decirles?

Sería interesante saber qué le dijo al presidente un personaje tan poco acomodaticio como Juan Roig, uno de los cien representantes de la sociedad civil que enviaron a don Juan Carlos I un estudio sobre la transformación que necesita España. En él se decía que nuestro país sufre una grave “pérdida de competitividad en talento y tecnología” y que “no ha conseguido el desarrollo adecuado de la economía del conocimiento para competir en bienes y servicios sofisticados con los países líderes, pero tampoco puede hacerlo con los países emergentes en costes de bienes y servicios de menos valor”.

Por cierto, Rodríguez Zapatero no perdió el tiempo en llamar a los empresarios firmantes del documento para hacerse la foto con ellos. Siempre la foto.

Juan Roig es un personaje singular, no ya por lo anecdótico de no acudir a todas estas solicitaciones del poder o por hacerlo con corbata cuando la Generalitat reclama un atuendo informal. Lo realmente definitorio es su impronta empresarial: creación de 1.500 empleos el último año, el carácter fijo de esos puestos de trabajo, incremento de la productividad y ligar a ella el aumento de sueldos y reparto de beneficios,...

A esto se le llama innovación. También a algo absolutamente insólito: atreverse a explicar en público sus secretos empresariales sin miedo a ser imitado; quizás porque cuando otros intenten plagiarlos él andará ya en alguna otra invención, anticipándose así a sus competidores.

Aunque sólo fuese por estos valores y por su valentía en llevarlos a la práctica, si hubiese media docena de empresarios del corte de Juan Roig, seguro que el futuro de nuestra sociedad sería más esperanzador.


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