miércoles, 30 de marzo de 2011

¡Menos mal que no hubo fusión!

¿Se imaginan que se hubiesen fusionado Bancaixa y CAM, como preconizaba cierto valencianismo alicorto y miope?


Habría ocurrido que, en vez de preservar un inexistente “músculo financiero valenciano”, del que presumía, nos hallaríamos ahora ante un problema de órdago: descapitalización, morosidad, amenaza de intervención pública y demás fantasmas que atenazan al presidente de la caja alicantina, Modesto Crespo.


Lo de las uniones patrióticas de las cajas de una misma región no es más que el invento interesado de algunos presidentes autonómicos para seguir controlando el machito, eso sí, a costa de la lógica y de la rentabilidad económica, preservando una institución donde colocar paniaguados y con la que financiar dispendiosos caprichos políticos.


Así lo ha hecho Núñez Feijóo, uniendo las dos cajas gallegas pese a la frontal oposición de la viguesa Caixanova. El resultado: un monstruo al que la agencia Moody’s acaba de dar una calificación de Baa3, solo un escalón por encima de los bonos basura. Lo bueno del caso es que el presidente de la Xunta, en vez de hacerse el harakiri o, simplemente, reconocer su error, responsabiliza de ello a Rodríguez Zapatero, cuando, mírese por dónde, es una de las escasas cosas de las que no tiene culpa el inquilino de La Moncloa.


Peor, si cabe, es lo sucedido con otra fusión contra natura: la de Caja Duero y Caja España, en Castilla y León. La primera empresa auditora consultada desaconsejó la operación: superposición de mercados, duplicación de sucursales, acumulación de riesgos… En vez de hacerla caso, el empecinado presidente del PP, Juan Vicente Herrera, contrató a otra consultora más dócil que aconsejara hacer la fusión y conservar así “una caja de carácter regional” y, se le olvidó decirlo, de estricta obediencia política.


Dos días, solo dos, duró su alegría. La caja resultante demostró ser inviable, con un notorio agujero patrimonial, y ha acabado por caer en manos de la malagueña Unicaja, presidida por el socialista Braulio Medel, uno de los mejores financieros del país. O sea, que la flamante nueva caja ni es ya castellano y leonesa ni ha quedado en la órbita del PP, como se pretendía. Enhorabuena, pues, a los linces que parieron el engendro.


Volviendo a la Comunidad, es que el problema de la CAM —común a todas las entidades financieras, pero agravado en su caso— no radica solo en la exposición al sector inmobiliario y al aumento de la morosidad, sino en la ocultación contable que ha acabado por aflorar. De ahí las exigencias de su socio CajAstur y los recelos del gobernador del Banco de España, Fernández Ordóñez, quien está sopesando su intervención. Así que, por las malas o por las peores, no le quedará otra a la caja alicantina que someterse a todas las imposiciones externas. La alternativa que sugiere su vicepresidente Armando Sala de salir a Bolsa parece más bien un sarcasmo dada la actual desconfianza del mercado.


Si a las dificultades de la CAM se le hubiesen añadido las de Bancaixa en una hipotética fusión, decía al principio, estaríamos ahora no frente un problema, sino ante una catástrofe.


De momento, me dicen los que más saben de estas cosas, “José Luis Olivas ha conseguido capear el temporal, a la chita callando, apoyándose en un Rodrigo Rato demasiado expuesto por la creación del nuevo Bankia. Por eso, Olivas es el hombre del futuro tanto para el banco como para las finanzas valencianas”.


De ser así, habría que felicitar a Francisco Camps por haber mostrado, al menos en este tema, una prudencia y una sabiduría que se han echado de menos en otros asuntos.

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