sábado, 19 de marzo de 2011

Volver al Siglo XIX

Como la mayoría de la gente, ignoro todo sobre las centrales nucleares, así que no sé si nos hallamos o no ante el fin de esa fuente de energía.

Entiendo que, tras la catástrofe de Japón, a lo mejor su riesgo no compensa los innegables beneficios que aporta. Pero tampoco me consta que seamos conscientes de ello.

De momento, la parálisis de la central de Fukushima ha dejado temporalmente a oscuras a parte del país, con el subsiguiente colapso de transportes y abastecimientos.

¿Se imaginan la generalización del apagón energético nuclear en todo el mundo, como parecen pedir algunos políticos? A falta de otras alternativas, ésa sí que sería una auténtica crisis económica, con un retroceso de décadas en el bienestar colectivo alcanzado por la humanidad.

Por eso se entiende que los países emergentes, que apenas si empiezan a salir de un subdesarrollo endémico, como China e India —y, en menor medida, Brasil, Sudáfrica y otros—, sean los más renuentes a cuestionar este tipo de energía.

Claro que, si al final no nos queda otra, habremos de adaptarnos al lúgubre escenario de reflujo económico que hasta ahora ningún grupo ecologista o antinuclear se ha atrevido a explicar.

Sí que hay, de momento, beneficiarios de semejante catástrofe: productores de petróleo como Gadafi, bailando aún sobre los cadáveres de sus enemigos recién masacrados, y las ostentosas satrapías del Golfo Pérsico.

Claro que los súbditos de estos regímenes, anclados desde hace siglos en una ominosa Edad Media, no habrían de notar diferencia alguna en su situación personal bajo las tiranías que ya padecen.

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