martes, 8 de marzo de 2011

Una ciudad sin comercios


¿Se imaginan a Salamanca con calles entristecidas y vacías, que invitan más al desánimo que al placer de recorrerlas?

Eso no es una hipótesis inverosímil, sino que empieza a ser una plausible realidad. Este mismo periódico daba cuenta, hace poco, que la capital ha perdido 6 de cada 10 pequeños comercios en solo tres años.

Entre la crisis económica, el cambio de hábitos de consumo y la dejadez de muchos comerciantes “de toda la vida” se va reduciendo el tránsito de peatones y la vida mercantil a una “i griega” urbana, con el nudo en la Plaza, su tramo vertical de apoyo en la Rúa y las dos ramas oblicuas en las calles Toro y Zamora. Todo lo demás corre el riesgo de transformarse en soledad y silencio.

No exagero, pues eso sucede ya en grandes ciudades de Estados Unidos: el down-town de Los Ángeles, por ejemplo, es un lugar desolado y siniestro; en gran parte del Harlem neoyorquino mejor no adentrarse, y hasta el centro de Washington es evitado por sus propios habitantes.

El desplazamiento de las tiendas hacia grandes superficies del extrarradio está en el origen de esa degradación urbana y de aumento de la delincuencia.

Muchas capitales europeas, alertadas por ese fenómeno, han tomado medidas para impedirlo: desde la remodelación urbanística hasta el apoyo a la “tienda de proximidad”, pasando por asociaciones de comerciantes.

Aquí, visto el creciente y acelerado cierre de establecimientos, no parece que nos inquieten los riesgos ambientales, estéticos y policiales que conlleva la desaparición del pequeño comercio. Como pez que se muerde la cola, cuantas menos tiendas haya en una calle, menos gente irá a comprar a las que permanecen abiertas.

Pero si el asunto ya era grave de por sí, lo ha venido a complicar aún más la venta por Internet. Y no tendría porqué ser así. Al igual que la utilización de ordenadores ha aumentado el consumo de papel debido a la mayor cantidad de textos que se imprimen, el uso de Internet por las pequeñas tiendas especializadas podría aumentar las visitas físicas de sus clientes, para ver, comparar o cambiar productos.

Si queremos evitar, pues, el futuro de una ciudad fantasmal, hay dinamizar la vida comercial del centro y de los barrios.

Debe ser responsabilidad de sus vecinos, claro, pero también de unos empresarios acomodaticios y de una administración pública que, de seguir en la inopia, se quedará sin los ingresos fiscales de antaño y tendrá que aumentar los gastos en limpieza y seguridad de hogaño.

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