miércoles, 27 de octubre de 2010

De Rafael Blasco a Rubalcaba

Cuando vienen mal dadas, los políticos, como cualquier hijo de vecino, echan mano del chamán, del demiurgo, del salvador, en suma, que demonice a sus enemigos y, en cambio, los preserve a ellos de todo mal. Lo acaba de hacer ahora Rodríguez Zapatero con Pérez Rubalcaba, el político español más hábil de las dos últimas generaciones, quien se ha estrenado como portavoz siendo capaz de poner en la diana a una amodorrada oposición en vez de al maltrecho Gobierno del PSOE.

Antes que él, ese recurso ya lo utilizó Francisco Camps, cuando arreció el caso Gürtel, nombrando portavoz en Las Corts al incombustible Rafael Blasco, el equivalente en talento político y en habilidad a escala valenciana al polifacético Rubalcaba.

Desde que nuestro conseller de Solidaritat i Ciutadania se hizo cargo de la sindicatura parlamentaria del PP, cada ataque a Camps de Ángel Luna lo ha convertido en un boomerang, obligando al portavoz del PSPV a demostrar su honorabilidad en sus pasados negocios con el constructor alicantino Enrique Ortiz y a defenderse judicialmente por haber exhibido en público documentos sometidos a secreto de sumario.

No es de extrañar, entonces, que Pérez Rubalcaba sea la bicha para un PP que empieza a exhumar dudosas actuaciones policiales bajo su mando y hasta su pasado como portavoz de Felipe González cuando el asunto de los GAL. Lo mismo, cambiando de bando, le sucede a Rafa Blasco, contra quien los socialistas valencianos lanzan todo tipo de municiones con tal de desprestigiarle.

En esas vidas paralelas, como aquéllas que describió el griego Plutarco, ambos protagonistas asumen encantados su papel de pararrayos protector de sus respectivos líderes políticos, que es de lo que se trata.

Pero en su afán de desviar la atención pública sobre el desastre de su gestión económica, Zapatero ha ido más allá. No sólo no ha rejuvenecido el Gobierno —incluyendo en él a gloriosos sesentones como Ramón Jáuregui— sino que se ha pasado por el forro la norma no escrita sobre cuotas territoriales —que enseguida le han reprochado los nacionalistas catalanes— y, sobre todo, ha mandado deliberadamente a hacer gárgaras su prédica sobre la paridad política, quedando su Gabinete con dos ministras menos: una de ellas la propia Bibiana Aído, adalid de la igualdad de género. Pero, ¿qué mejor para él que se discuta sobre esto que no sobre el paro, la reforma laboral y las pensiones?

A nuestro nivel doméstico, algo de esto podría hacer Paco Camps: no sólo saltarse el equívoco equilibrio territorial de consellerias, que obliga a veces a prescindir de los mejores, sino acabar con la absurda manía de la paridad: y que nadie me acuse de ser como León de la Riva, porque allá donde he podido elegir mi sucesor laboral éste siempre ha sido una mujer.

Me refiero a la necesaria reforma del Consell —habrá que esperar ya a las próximas elecciones— en la que, salvando la innegable capacidad de la portavoz Paula Sánchez de León, hay quinielas por saber qué tres conselleras sobrarían entre Trinidad Miró, Maritina Hernández, Angelica Such y Belén Juste.

Seguro que se trata de una maldad y, además, interesada. Pero es que en la política actual, además de maldades e intereses, ya me dirán qué otras cosas quedan.



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