lunes, 27 de septiembre de 2010

De la meca a la ceca

No me atrevo a usar el dicho musulmán “ir de la Ceca (casa de la moneda) a La Meca” (ciudad santa) para que no me pase como a los dueños de la discoteca murciana que han tenido que cambiar su nombre por el de La Isla. Tal como se las gasta el fundamentalismo islámico no me extraña su acojono.
¡A quién se le ocurre denominar La Meca a un centro de bailoteo! Haber hecho como los demás, que llaman a sus pubs Abadía, Basílica, Ermita, Convento, Catedral,… sin que nadie se rasgue las vestiduras o, lo que es peor, les amenace con poner una bomba.
Así que olvidémonos ya de La Meca. Es más: propongo eliminar la entrada de nuestro diccionario que, por extensión, tipifica como meca a un “lugar que atrae por ser centro donde una actividad determinada tiene su mayor o menor cultivo”. ¡Que banal impiedad entraña semejante definición! A partir de ahora, en vez de la meca del cine, de la industria chacinera o del surf, hablemos del vaticano del prêt-à-porter, de la industria automovilística o de las competiciones de bolos, aunque nos suene más cursi.
Se impone, pues, acabar con el diccionario de la RAE y hasta con ese refranero obsceno que nos alerta cuando “hay moros en la costa” o se burla de nuestro falso valor ironizando con que “a moro muerto, gran lanzada”. El nuestro, como todos los del mundo, es un diccionario hecho a lo largo de la historia y que acumula infamias lingüísticas sobre todo hijo de vecino: moros y judíos, chinos y gitanos… Pero entre esa maldad lingüística y el dedicarse a poner bombas hay todo un abismo que las simples palabras son incapaces de traspasar.

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