domingo, 5 de septiembre de 2010

El síntoma de Asunción

Posiblemente no llegue a prosperar la propuesta de Antoni Asunción como candidato socialista a la Generalitat por falta de avales. Menos aun la de Fernández Valenzuela a la alcaldía de Alicante. Pero el solo hecho de que ambas se hayan formulado evidencia cierto hartazgo de los militantes ante la perenne inanidad política de su partido.

Se lo explicaba el ex ministro de Felipe González a Amparo Tórtola en una entrevista publicada en este mismo periódico: “En mi partido hay más preocupación por mantenerse en los cargos que por ganar al adversario”.

Ése es el quid de la cuestión: que los políticos de oficio se han convertido en unos profesionales del empleo público más dedicados a preservar su puesto —de diputado, concejal, cargo orgánico, asesor, lo que sea— que a aportar propuestas, sugerencias, ideas… y asumir riesgos en beneficio del interés general de los ciudadanos.

En cambio, la mayoría de los militantes de base —del PSOE y de cualquier otro partido— conservan un espíritu idealista, naif, cabría decir, al que los cabildeos y componendas de sus dirigentes acaban por fatigar. De ahí que cuando se producen esporádicas elecciones internas —las dichosas primarias— suelan castigar a los representantes del aparato partidario. Sucedió en su día cuando Josep Borrell ganó efímeramente contra pronóstico a Joaquín Almunia. Puede darse ahora en Madrid con Tomás Gómez frente a Trinidad Jiménez y cabría explicar en la misma clave política la victoria de un desconocido Rodríguez Zapatero ante José Bono y, a escala más doméstica, la de Joan Ignasi Pla sobre el entonces favorito José Luis Ábalos.

Lo malo es que los ganadores reprodujeron luego los defectos de sus antecesores, presos todos ellos en la diabólica dinámica partidista de intrigas, transacciones y acuerdos. A esa maldición no ha podido sustraerse tampoco Jorge Alarte, última y frustrada esperanza de la regeneración del socialismo valenciano.

Claro que la intrínseca perversión de esta voraz y creciente partitocracia no es patrimonio exclusivo del PSOE. ¡Qué más quisieran algunos! También la padece el PP, enfermo del mismo mal, sólo que para no evidenciarlo sustituye cualquier debate electoral interno por el dedazo impuesto desde arriba.

El común denominador de la habitual ausencia de democracia interna es la profesionalización de los políticos, que han convertido la legítima vocación hacia la cosa pública en un oficio bien retribuido. ¿Qué podrían hacer muchos de ellos en la empresa privada sino engrosar las listas del paro, a falta de una nítida capacitación laboral?

¡Cuántos dirigentes tenemos que habiendo surgido de las juventudes socialistas o de las nuevas generaciones del PP y que, sin haberse mojado nunca en la vida laboral real, siguen viviendo del partido 10 ó 20 años después! Un ejemplo bien significativo podría ser la número tres socialista, Leire Pajín, sin oficio conocido y cuya última actividad recogida en una foto oficial es estar riéndole las gracias al dictador cubano Raúl Castro.

Por el enorme contraste que supone con ese asfixiante mundo habitual de políticos alicortos y acomodaticios, el que aparezca gente con la vida profesional resuelta, como Asunción y Fernández Valenzuela —o, en su día, Rodrigo Rato y Manuel Pizarro en el PP— supone abrir una ventana de aire fresco que los aparatchik de los partidos se aprestan a cerrar a toda prisa no vaya a alterarse su statu quo y acabe por ponerse en riesgo la sopa boba que toman todos los días a cargo de los contribuyentes.

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