viernes, 24 de septiembre de 2010

Zarra y los manotazos de ahogado

El lío sobre el cementerio nuclear de Zarra constituye la última de las dubitaciones, incoherencias y contradicciones en las que incurre cada día Rodríguez Zapatero. Menos piadoso con él que este articulista se muestra su correligionario Joaquín Leguina, quien en un reciente artículo tilda de “caprichosa” la apuesta del presidente por Trinidad Jiménez frente a Tomás Gómez.

Ejemplos actuales de los aspavientos con los que el líder del PSOE cambia constantemente de criterio los tenemos a montones: sobre recortes presupuestarios, reforma laboral, endeudamiento municipal, pensiones… Hasta en la expulsión de rumanos por Nicolas Sarkozy Zapatero ha apoyado a su homólogo francés mientras que el grupo parlamentario socialista pedía su condena.

Si el desconcierto por esta errática política llega, pues, hasta al propio PSOE, ¿cómo no va a influir en las decisiones de los empresarios españoles, en las instituciones internacionales —ayer nuestro presidente intentaba convencer en Wall Street a los tiburones de las finanzas de que aquí todo va como la seda— y hasta en los mismos ministros, enfrentados unos con otros?

El desencuentro ministerial más obvio ha sido el de José Blanco y Elena Salgado, con la marcha atrás en el recorte de inversiones públicas, por un lado, y, por otro, el inconcluso vaivén sobre la capacidad de los ayuntamientos para pedir créditos, que tanto ha hecho enfadar a Rita Barberá, alcaldesa del segundo municipio más endeudado de España y que no sabe muy bien cómo podrá afrontar los pagos que se avecinan.

Con todo, la eventual localización en Zarra del almacén de residuos nucleares ha evidenciado el enfrentamiento más sonoro: el de Miguel Sebastián y María Teresa Fernández de la Vega. Para el ministro de Industria sólo han sido criterios técnicos los que han aconsejado su emplazamiento en la Vall d’Aiora, cuando todo el mundo sabe que se ha debido a que los demás gobiernos autonómicos, con el socialista de Castilla-La Mancha a la cabeza, se han opuesto como panteras. La tibieza de nuestro Consell, por más que Juan Cotino se rasgue ahora las vestiduras, propició que se decidiese traer a nuestra Comunidad aquello que ninguna otra quería.

Pero el dar así una nueva baza de víctima del Gobierno central a un Francisco Camps acosado por sus propios problemas —financiación insuficiente, demora en el abono de las obras públicas, atonía industrial, procesos judiciales,…— era algo que la vicepresidente primera no podía permitir. O sea, que donde dije digo, digo Diego y, mientras tanto, a seguir pagándole a Francia 40.000 euros diarios por endosarle nuestros desechos atómicos.

Estas incongruencias de Zapatero y de todo su equipo no deberían alegrar demasiado sin embargo al PP, tanto al valenciano como al nacional, ya que los convulsos y torpes movimientos de Rodríguez Zapatero —lo del silo de Zarra incluido— sólo son, efectivamente, manotazos de ahogado, es decir, angustiados espasmos de quien sabe que se está hundiendo y que por esa misma agónica ansiedad puede arrastrar con él a cualquiera que se le acerque.

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