martes, 21 de septiembre de 2010

El lío de las primarias

Dice Felipe González que a él no le gustan las elecciones primarias porque sólo sirven para debilitar al partido que las lleva a cabo. Eso es lo que también cree el PP por lo que, sin alardear de ello, practica el método digital de designación desde arriba.


No sucede lo mismo en una democracia tan transparente como la norteamericana. En Estados Unidos, hace menos de dos años Barack Obama y Hillary (Rodham) Clinton se ponían a parir en público y ahora, ya ven, trabajan tan codo con codo que no se sabe muy quién de los dos dirige la política exterior del país. España, digo, no tiene nada que ver con esos hábitos y los enfrentamientos políticos suelen derivar en odios permanentes e irreversibles.


Lo más curioso de todo este proceso es que, mientras en la Comunidad Valenciana surgen dentro del PSOE distintos candidatos a presidir la Generalitat o a encabezar las listas municipales, en otros pagos ocurre justamente todo lo contrario: la crisis económica inhibe a posibles aspirantes a alcalde o a concejal, aterrados de tener que lidiar próximamente con previsibles deudas, ineludibles déficits presupuestarios y más que probables impagos a proveedores y funcionarios. Lo reconocía esta misma semana el presidente de los ayuntamientos catalanes, Salvador Esteve, del partido de Artur Mas: “Hay dificultades para encontrar gente que quiera ir en las listas municipales”.


Dentro del propio PSOE ocurre otro tanto. El pasado miércoles, por ejemplo, aún seguía sin tener candidato a la alcaldía de Salamanca y el secretario provincial del partido, Fernando Pablos, reiterado perdedor en elecciones anteriores, hubo de amenazar con volver a presentarse para que, por fin, alguien —en este caso el catedrático Enrique Cabero— se atreviera a dar un paso al frente.


En la Comunidad Valenciana, con un PSPV encaminado probablemente a una nueva derrota electoral, a tenor de las encuestas, la emergencia de aspirantes alternativos a los oficiales —Manuel Mata frente a Joan Calabuig, Fernández Valenzuela frente a Elena Martín y Toni Asunción frente al propio Jorge Alarte— sólo parece evidenciar el descontento de muchos militantes con su secretario general.


Lo que sucede aquí es que Alarte obtuvo hace dos años la dirección del partido con unas propuestas de regeneración ideológica que fueron rechazadas de inmediato en el programa político que aprobó ese mismo congreso. Igual le ocurrió a Felipe González en 1979 y, para asombro de todo el mundo dimitió, forzando de ese modo un nuevo congreso que acabaría por darle todo el poder dentro del PSOE. Claro que González era mucho Felipe y Alarte, en cambio, sólo venció por los pelos a Ximo Puig y a todo el aparato partidista que aún sigue controlando Joan Lerma, ante quienes se ha ido rindiendo poco a poco, desvaneciéndose así cualquier rastro de la necesaria modernización del partido que había propuesto en su día.


Por eso, el ejercicio democrático de las elecciones primarias, en principio tan estimulante y esclarecedor, en vez de una prístina manifestación de libertad dentro del partido acaba por convertirse casi siempre en un ajuste de cuentas público. Sucedió así en la confrontación de Borrell con Almunia y en otras ha propiciado clamorosas salidas del partido, como la de Rosa Díaz tras haber aspirado a la secretaría general del PSOE.


Aquí, al margen del más que improbable éxito de Asunción, Mata o Fernández Valenzuela, las próximas elecciones primarias servirán para ahondar aún más las diferencias dentro del socialismo valenciano. Si no, al tiempo.

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