miércoles, 20 de abril de 2011

La imagen de los políticos

Todos los políticos están preocupados por chupar cámara siempre que pueden, pero ni hemos visto ni veremos la imagen de Francisco Camps anestesiado y en camilla.

Y es que no todas las imágenes son iguales. Para triunfar, un político puede ser gordo o flaco, guapo o feo, hombre o mujer, que da lo mismo. Lo único que se requiere es que provoque la empatía del elector. Y, claro, un candidato exánime y postrado, como mostraría esa foto del presidente, puede suscitar piedad, solidaridad y hasta simpatía, pero inconscientemente se le asocia a la derrota. Y, eso, jamás de los jamases.

Existe, sin embargo, un animal político singular, Esperanza Aguirre, a la que gusta agarrar el toro por los cuernos. En cuanto oyó hablar del caso Gürtel cogió a su consejero López Viejo y demás implicados y los puso de patitas en la calle. Con igual entereza, dijo hace poco “tengo cáncer” y se fue a operar como si tal cosa. No es lo mismo, por supuesto, decir “tengo un traje”, que es el mayor mal que aqueja a nuestro presidente desde hace dos años, aunque lo haya pagado de su bolsillo, con lo que el silencio oficial sobre ese asunto resulta clamoroso.

Eso también es imagen, evidentemente. Y los políticos y sus asesores cuidan hasta el menor detalle. Por ejemplo, el difunto François Mitterrand perdió dos elecciones a la presidencia de Francia antes de que limaran sus vampíricos colmillos: “Jamás ganará alguien a quien sus compatriotas crean que les va a chupar la sangre”, dijo uno de sus asesores.

Parecer malo tampoco es lo mismo que ser feo. Hay feos que caen bien al personal, desde Jordi Pujol a Pérez Rubalcaba, pasando por el invicto Carlos Fabra. Tampoco las mujeres precisan poseer una belleza estándar. Ahí tenemos a Rita Barberá, que ha ganado todas sus contiendas, en contraste con Trinidad Jiménez, que ha perdido todas las elecciones.

Puestos a buscar defectos a los derrotados, siempre a toro pasado, claro, los sedicentes expertos pueden argumentar que a Amadeu Sanchis se le ve demasiado pálido, a Jorge Alarte demasiado cetrino o a Joan Calabuig demasiado moreno. Paparruchas. En Estados Unidos no ha habido candidato más oscuro que Barack Obama y ahí le tienen de presidente del país.

El verdadero handicap, en esta sociedad entregada al culto a la juventud, es la edad. A diferencia de otros lugares, aquí, en cuanto un político llega a los 50 mejor que se dedique a vestir santos: que se lo pregunten, si no, a Joan Lerma, presidente de la Generalitat a los 31 años y en la reserva desde los 46.

Para lo único en que la edad no parece tener importancia, mírese por dónde, es para dirigir las juventudes de un partido. El paradigma lo ofrecen las nuevas generaciones del PP, dirigidas a escala nacional por Nacho Uriarte, con 30 años, y en la Comunidad por la activa e inteligente Verónica Marcos, de 34.

Pero no nos engañemos: no todo lo que cuenta es la imagen. En nuestro país, aunque se crease en el laboratorio un candidato perfecto, sin unas siglas vencedoras detrás lo tendría crudo. Por eso, según un politicólogo, “el PP ganará las elecciones aunque ponga al frente de sus listas al caballo de Calígula”.

Y puede que tenga razón.


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