jueves, 28 de abril de 2011

Carlos Fabra, Rita Barberá y Gerardo Camps


Carlos Fabra

Es tan incombustible que ocho largos años de procesos judiciales no han podido acabar con él. Su única y voluntaria concesión ha sido dejar la presidencia de la Diputación de Castellón la próxima legislatura. Ese cargo, de forzosa elección democrática, parece en su caso un derecho hereditario, pues también lo ostentaron su padre, su abuelo y otros ancestros.

Bueno: para que todo el mundo sepa quién sigue mandando en la provincia, Carlos Fabra dispuso que su sucesor en el puesto fuese su actual segundo, Javier Moliner. Y es que los Fabra son tan consustanciales a La Plana como la Romería de les Canyes o la reina Violante de Hungría, por usar referencias históricas.

Quizás por eso, el hombre consigue casi todo lo que se propone, como el insólito aeropuerto de Castellón, inaugurado sin aviones y sin visos de que aterricen a corto plazo. Pero si Ciudad Real tiene un aeropuerto, aunque sea fantasmagórico, ¿por qué no iba a tenerlo la localidad natal de Carlos Fabra?

Eso es poder y lo demás son gárgaras. Por ello, por su capacidad de trabajo y por la perseverancia en sus objetivos, tanto en Valencia como en Madrid los dirigentes del PP siempre han tenido que contar con él. Y, por lo que se presume, habrán de seguir haciéndolo con los continuadores de su saga familiar.



Rita Barberá

No tiene fecha de caducidad. Podría, como en la leyenda de El Cid, seguir ganando elecciones después de muerta. Es más, su capacidad de generar adhesiones le permite arropar hasta a Paco Camps, que sólo sería la mitad de lo que es sin el amoroso apoyo maternal de la alcaldesa.


Rita Barberá, digámoslo ya, es como esas gallinas cluecas siempre pendientes de sus poyuelos: porque ella, a diferencia de otros ediles pusilánimes que propenden a escudarse en sus concejales, ayudantes y asesores para atribuirles sus propios errores, siempre da la cara por los suyos cuando éstos tienen problemas, llámense Félix Crespo, Vicente Igual o Jorge Bellver.

Es que posee la energía de un tsunami, pero sin sus efectos devastadores. La suya es una energía positiva, proactiva, que prefiere pecar por exceso que por defecto, y que ha conseguido proyectar una imagen espléndida de Valencia y de sí misma en un matrimonio difícilmente separable.

Así como a otros alcaldes suelen caerles los chuzos de punta, Rita ha logrado ser sólo Rita y que su nombre y el de Valencia pasen indisolublemente unidos a la posteridad, como los de Joselito y Belmonte o Lagartijo y Frascuelo, incluso cuando la fiesta de los toros no sea sino un vagaroso recuerdo en una futura sociedad de nuevas prohibiciones.


Gerardo Camps

Es de los optimistas patológicos, perdón, "antropológicos" que, como Rodríguez Zapatero, ven la botella medio llena cuando todos los demás observamos perplejos que está casi vacía.


La culpa no es suya, sino de la puñetera época que le ha tocado vivir y de que su margen de maniobra está condicionado por los presupuestos generales del Estado, que ya se sabe que son restrictivos para que no nos pase lo que a Portugal, Grecia e Irlanda.


Por eso añora su época de Madrid, donde vivía tan ricamente, nunca mejor dicho, sin tantos sobresaltos. Volvió a Valencia tras la llamada de Francisco Camps, porque él es hombre disciplinado y amigo de sus amigos; también, todo hay que decirlo, porque no se imaginaba el sombrío panorama económico que se le venía encima.


Es un brillante parlamentario, un piquito de oro, que se decía antes, y, siendo el hombre de las cuentas del Consell, es de los pocos a quienes el caso Gürtel no les ha afectado ni de lejos, lo cual dice muy mucho de su carácter y demás prendas personales.


Por esas consideraciones, entre otras varias, hay quienes no comprenden que un hombre como él ande metido en política en vez de dedicarse a la empresa privada, que sería lo más lógico y, sobre todo, lo más cómodo.

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