domingo, 24 de abril de 2011

Juan Cotino, Calabuig y Gema Amor

Juan Cotino

Una de las pocas veces en que no ha tenido cargo público, Juan Cotino estuvo a punto de meterse en un vehículo oficial que creyó había acudido a recibirle. Se disculpó enseguida: “Es que me olvido de que ahora no estoy en ningún puesto institucional”.

Es verdad. Por fas o por nefas, en Madrid o en la Comunidad, Juan Cotino lleva más de veinte años sin bajarse del coche oficial. A él, en cambio, le gusta presumir de agricultor; con posibles, sí, pero agricultor al fin y al cabo.

A escala valenciana, muchos le comparan con Jaime Mayor Oreja, debido a su confesionalidad. Lo cierto es que él nunca ha ocultado su doble militancia, política y religiosa. Ello le sitúa, inevitablemente, en el sector más conservador del PP, corriente que lidera y que ejerce una notable influencia, se murmura, en muchas de las decisiones de Paco Camps. Las mismas lenguas añaden que, con Rita Barberá, es uno de los mayores confortadores del presidente en los amargos momentos de su andadura procesal.

Por eso, sin su presencia la actitud ideológica del Partido Popular sería diferente. En cualquier caso, Cotino está en la política como sacrificado acto de servicio, ya que él es rico de por casa, que decían los antiguos, y no precisa de ningún partido, como muchos otros, para salir de pobre.


Joan Calabuig

Es el típico apparatchick, el profesional del partido que decían los viejos bolcheviques de antaño, dicho sea con todos los respetos. Desde que entró en las juventudes socialistas a los 16 años siempre ha ido de un puesto orgánico a otro llevando en la boca el carnet del PSOE.

Aun así, tuvo que ganarle unas primarias al extrovertido Manuel Mata para lograr ser el candidato socialista a la alcaldía de Valencia. Con eso se comprueba que su partido, como todos, al final apuesta por gente convencional y previsible antes que por otra más divertida e impredecible y que, para mayor peligro interno, sea capaz de ganarse la vida por sí misma, al margen de la política.

Quienes le conocen, dicen de nuestro hombre que es tenaz y meticuloso, y que no se corta un pelo en criticar a un periodista si considera impreciso o tendencioso aquello que publica sobre sus compañeros.

Con tan escuetas credenciales y con un partido que lo acepta pero al que definitivamente no entusiasma, seguro que Calabuig sabrá hacer una oposición concienzuda y sistemática en la alcaldía. Pero lo de aspirar solo a convertirse en perdedor, por digno que sea, no supone más que una ambición funcionarial y modesta aunque aporte, eso sí, estabilidad laboral en tiempos de incertidumbre y recortes de empleo.


Gema Amor

Si Rodríguez Zapatero es el pato cojo del PSOE, ella ha sido durante mucho tiempo el patito feo del PP: no por ninguna imperfección física, que no la tiene, sino porque los más próximos a Francisco Camps no pueden verla ni en pintura.

Es lógico. En un partido de afinidades absolutas y de lealtad ciega al líder, ella se permitió incluso no aplaudirle durante algunas intervenciones en Les Corts. Eso es lo mismo que no reír los chistes del jefe en la oficina: terrible. Claro que para ella su verdadero jefe ha sido siempre Eduardo Zaplana y al otro lo ha considerado un simple advenedizo.

No puede quejarse, en consecuencia, de que el PP no la haya presentado como candidata a la alcaldía de Benidorm, como sí querían en cambio los militantes de la localidad. Si la intentó repescar a última hora como número dos de la lista electoral, no fue por compasión, sino por miedo a que ella se largara y montase un chiringuito por su cuenta, como al final ha sucedido en ese municipio con tantos tránsfugas políticos, casi, como turistas ingleses.

Así, entre el PP y ella se lo han puesto a huevo al socialista camuflado Agustín Navarro. Y es que lo de Benidorm es un caso de manual de ese axioma que dice que las elecciones no las gana nadie, sino que es el contrario el que las pierde.

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