viernes, 2 de julio de 2010

Dos años electorales

A partir del próximo otoño, a los dos últimos años de incertidumbre les sucederán otros dos años de elecciones. No se debe a que nuestro horizonte económico se haya despejado, qué más quisiéramos, sino al obligado calendario electoral.
Si el Gobierno de Rodríguez Zapatero no fuese visceralmente laico, estaría rezando ya a todos los santos para que el rumbo económico se enderece y poder ganar de ese modo las elecciones generales del 2012. Pero me temo que no va a ser así, lo de la práctica de oraciones, por supuesto, pero tampoco la mejora de nuestra economía, dado lo errático de las disposiciones gubernamentales, el retraso de muchas de ellas y la falta de concreción de la mayoría de las medidas adoptadas.
Servidor, más que con la virgen de Lourdes, se alinea con aquellos economistas, tipo Santiago Niño Becerra, que califican a esta crisis económica de sistémica y que creen que no ha hecho más que comenzar y puede durar aún toda una década.
Esa hipótesis, terrible para los ciudadanos de a pie y precursora de otros posibles desastres, también puede resultar demoledora para un PSOE al que Felipe González elevó desde la postración hasta el éxtasis del poder. A partir de las elecciones catalanas de otoño, los socialistas se pueden ver privados de varios gobiernos autonómicos y municipales que ostentan en la actualidad y quedarse para vestir santos.
El beneficiario en este escenario catastrofista sería Mariano Rajoy, con un Partido Popular que no merecería el éxito electoral por haber escurrido el bulto hasta ahora, por la ambigüedad de sus posiciones y porque comparte con el PSOE un apego al poder por encima de cualquier otra consideración. Se trata de un PP al que los ciudadanos quizá se agarren como al último clavo ardiente de su esperanza, aunque tampoco les inspire demasiada confianza.
Hablamos de una formación en la que, por ejemplo, su secretaria general, María Dolores de Cospedal, antepone la estética progre a los análisis rigurosos, y en la que el líder autonómico valenciano, Francisco Camps, salpicado de lleno por el caso Gürtel, se empeña en repetir en su cargo, confundiendo así el partido con su persona.
Pero esto es lo que hay. En este país, dada la bisoñez del grupo político de Rosa Díez, no existe aún un partido bisagra, como en Gran Bretaña o Alemania, que permita otras opciones de poder. Aquí, la tercera opción la constituyen los partidos nacionalistas, ajenos por definición a los intereses generales de España, y también, todo hay que decirlo, el fenómeno del voto en blanco, evidencia de la creciente desafección política de los ciudadanos que ponen de manifiesto todas las encuestas.
Así que, mírese por dónde, los próximos resultados electorales no los decidirán los programas de los partidos sino cómo vaya la economía, independientemente de los deméritos de unos y de otros, ya que a sus magros méritos no se los ve por ninguna parte.

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