lunes, 27 de junio de 2011

El debate de los monólogos


No sé por qué le llaman debate a la obligada discusión anual sobre el estado de la nación. Más que una enriquecedora controversia, se produce una serie de monólogos sucesivos, sin nada que ver con lo que han dicho los demás. Tampoco se puede calificar al espectáculo de Club de la Comedia, ya que su resultado suele ser más penoso que divertido.


No quiero pasarme de criticismo, como si estuviese escribiendo esto desde una acampada de indignados, pero es que a veces da la impresión de que sus señorías llegan a la tribuna de oradores directamente desde el bar del Congreso, sin haber escuchado antes a sus adversarios. Y, claro, al acabar se produce esa habitual sensación de vacío, de tiempo derrochado en machacar al contrario en vez de intentar construir el futuro de todos, que es de lo que se trata.


En esta ocasión, además, estamos en tiempo de descuento. A los ciudadanos nos parece irrelevante lo que pueda decir Rodríguez Zapatero pues se halla al borde de la jubilación anticipada y los pensionistas, ya se sabe, están más pendientes de los viajes del Imserso que de las cuentas de la empresa en la que dejan de trabajar.


Dado, pues, el singular contexto en el que se producen, uno puede prescindir perfectamente de los monólogos de esta semana en la carrera de San Jerónimo. El personal está mucho más pendiente de lo que pueda suceder en el partido de vuelta entre Mariano Rajoy y Pérez Rubalcaba, no porque tras las próximas elecciones generales vayamos a vivir mejor, sino para saber de cuál de los dos males vamos a morir.


Lo cierto es que la situación es tan grave y depende de tantas variables que se nos escapan que nada bueno va a salir de los previsibles monólogos del Congreso. Lo único que hay que pedir es que no mosqueen demasiado a la UE, al FMI, a Angela Merkel, a las agencias de rating… O sea, a todos los que de verdad tienen en sus manos nuestro futuro

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