domingo, 20 de febrero de 2011

¿Qué hacer con la Universidad?

“Si fuese una fábrica de turbinas o una pasamanería yo la cerraba”, me dice respecto a la Universidad de Salamanca uno de los pocos amigos que a uno le quedan. ¿Por qué? “Porque ofrece un producto obsoleto y falto de calidad”.

No seré yo quien le lleve la contraria, Dios me libre, pero lo mismo podría decirse de las otras 68 universidades españolas, apoltronadas todas ellas en el cantonalismo, la endogamia y una captación de alumnos basada en facilitar la titulación y no en la exigencia académica.

Ésa es la conclusión que se desprende de la relación de los 200 mejores centros de estudios superiores del mundo, de los que uno solo es español: la Universidad de Barcelona. Claro que, como recogía el artículo del diario chileno El Mercurio, donde leí la noticia, “no hay ninguna universidad en lengua española, ya que el idioma oficial de la de Barcelona es el catalán”.

Ya ven que la cosa no es para tirar cohetes.

El listado de marras, además, no está hecho a humo de pajas, ya que en él se ponderan la reputación académica, la generación de empleo, las publicaciones del profesorado, la tasa de estudiantes por cada docente y la composición internacional del claustro.

Pues bien. Mientras nosotros ni siquiera aparecemos en él, las cien primeras universidades del mundo pertenecen a 22 países diferentes. ¿Qué tipo de titulados está ofreciendo, en cambio, España? ¿Con que nivel vamos a competir en una sociedad cada vez más exigente?

La situación específica de Salamanca, cuya Universidad ni siquiera figura entre las mejores de este país, se complica además por el envejecimiento del profesorado y por su constante disminución del número de alumnos. Y puesto que no somos capaces de exportar, digámoslo así, algo de tanta solera como nuestra histórica universidad, ¿qué otro inexistente producto podríamos vender?

Ninguno. Así que habrá que aprovechar alguna de las escasas ventajas comparativas de nuestra vieja USAL. La mayor de ellas, su cosmopolitismo, el ser de los pocos centros de España que aún recibe estudiantes del resto del país —dos tercios de su alumnado— y que mantiene una aureola de prestigio que, sin corresponderse con la realidad, puede usarse como poderosa herramienta de marketing.

Otras universidades españolas, como mi otrora prestigiosa alma mater de Deusto, sólo acogen ya a alumnos de su entorno. Por eso, nuestra uni se salvará si consigue atraer a estudiantes que prefieran la excelencia a la comodidad y la diversidad al provincianismo.

Pero, para lograrlo, claro, deberá ponerse las pilas.

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