domingo, 25 de diciembre de 2011

La (pésima) imagen de la Comunidad Valenciana

Cualquiera que viaje con frecuencia por España sabe que la imagen que en ella se tiene de la Comunidad es la peor de estas dos últimas décadas.


En contraste, Baleares ha logrado salir indemne del expolio sistemático al que la han sometido Jaume Matas y María Antònia Munar, con o sin ayuda de Iñaki Urdangarín.

Nuestra Comunidad, en cambio, permanecerá unida durante mucho tiempo al caso de los trajes por el que se le juzga a Francisco Camps, aunque se trate de un tema mucho menor.


Y es que su repercusión mediática no ha tenido parangón con ningún otro asunto de corrupción política. Claro que, sumado a los juicios pendientes de Carlos Fabra, al caso Brugal de Alicante, en el que están implicados José Joaquín Ripoll y Susana Castedo, y a otros más como el de la empresa pública Emarsa, el caso Gürtel produce la equívoca sensación de que aquí se han cometido todo tipo de tropelías con absoluta impunidad.


También los propios valencianos hemos ido divulgando esa especie que nada nos favorece. Ahí tenemos si no la intervención parlamentaria del diputado de Compromís, Joan Baldoví, al que hubo de replicar el propio Mariano Rajoy, quien no aceptó “de ninguna manera el panorama que ha pintado aquí de la Comunidad valenciana”.


Pero lo peor, con todo, es la situación económica que nos ha dejado la política de derroche sin control de Francisco Camps.


Las últimas consecuencias de ese despilfarro generalizado y de la subsiguiente falta de confianza de todos los agentes sociales han sido los impagos a las farmacias y la huelga de ese sector, la escasa colocación de los bonos de la Generalitat en el tramo minorista —menos del 60 por ciento de lo previsto— y la rebaja de calificación de nuestra deuda al nivel de los bonos basura, como las emisiones de CACSA, de las universidades públicas y de Feria Valencia.


Todo eso, sin contar con la evaporación del sistema financiero valenciano, tras el final de la CAM, la quiebra de Banco de Valencia y la entrega de Bancaixa a Caja Madrid por José Luis Olivas.


En este escenario tan desolador, ¿cómo se puede recuperar la confianza perdida del resto de España?


No parece que vayan a hacerlo los políticos. A diferencia de otras comunidades autónomas donde se han puesto a la labor de profundas modificaciones presupuestarias —como las realizadas por Mas, De Cospedal, Monago y otros—, aquí no hemos pasado de la fase de maquillaje de las cuentas, confiando en que una imposible prodigalidad de Mariano Rajoy nos solucione el problema.


Pero es que, además, nuestra clase política ofrece a su vez la imagen de una triste provisionalidad, con un presidente, Alberto Fabra, contestado por aquellos nostálgicos de Camps, como Juan Cotino o Rita Barberá, y un líder de la oposición, Jorge Alarte, sin anclajes en Madrid y al que le mueven todos los días la silla desde Francesc Romeu a Manuel Mata, pasando por Ximo Puig.


¡Menudo panorama!


La única esperanza de revertir las cosas, de regenerar nuestro tejido productivo, de inspirar confianza y de cambiar la imagen de la Comunidad la ofrecen los escasos emprendedores que han sabido capear el temporal sin penosas componendas con la Administración.


Es, pues, la hora en que los Juan Roig, Vicente Boluda, Francisco Pons y pocos más tomen las riendas y muestren el camino para que la Comunidad vuelva a ser aquella tierra de promisión que la torpe megalomanía de algunos impidió que diese los frutos que merecía.

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