domingo, 20 de noviembre de 2011

Lo que se juega la Comunidad Valenciana

Me llega por correo electrónico una ingeniosa argumentación de por qué los valencianos no debemos votar al PP: 1) su ideología no se corresponde con la percepción que tienen de sí mismos los ciudadanos, 2) no mejora nuestra calidad de vida (con una renta por persona en descenso desde 2002), 3) su gestión ni es honesta ni refuerza la calidad democrática y 4) no se puede simpatizar con su discurso emocional.


Este texto es un ejemplo de la propaganda política actual, que no pretende que votemos en favor de unas propuestas concretas, sino en contra de las del adversario.


Con el mismo razonamiento, se podría apelar a no votar al PSOE porque 1) su política es errática, imprevisible y contradictoria, 2) ha enfrentado entre sí a ciudadanos, territorios e ideologías, 3) ha destruido el empleo y hasta la posibilidad de crearlo y 4) ha despreciado valores éticos como la responsabilidad y el deber.


Ya ven qué fácil resultar denigrar en vez de elogiar.


En cualquier caso, el futuro de los valencianos no depende del mayor o menor acierto del Consell, maniatado por un presupuesto con todos sus gastos ya comprometidos, ni siquiera del Gobierno español que salga hoy de las urnas. Con una crisis generalizada en Europa y la necesidad del dinero de la UE, nuestro futuro se juega sobre todo en Bruselas.


La Comunidad, además, llega exhausta a estas elecciones, con una deuda galopante que, como pescadilla que se muerde la cola, crece exponencialmente para pagar los vencimientos de la deuda anterior. Así no es de extrañar el impago generalizado a los proveedores de la Administración.

Para mayor inri, ingentes cantidades de recursos permanecen enterrados en estructuras de imposible rentabilidad, desde Terra Mítica y la Ciudad de la Luz, al aeropuerto de Castellón, pasando por el Ágora o los restos funerarios de la Copa América.


Todo eso, además, en una Comunidad que ha perdido su escaso músculo financiero con la evaporación de la CAM, Bancaixa y Banco de Valencia.


Se comprende, entonces, que el Consell espere el triunfo de Mariano Rajoy para paliar tanto desaguisado: confía en que modifique la ley de financiación autonómica y compute el millón de valencianos que ahora no figuran en ella, con lo que mejorarían ostensiblemente nuestras finanzas.


En la misma línea, Alfonso Rus ha manifestado su creencia en que una previsible moratoria en el pago de los impuestos atrasados dará un poco de árnica a la maltrecha economía de los ayuntamientos.


Muchas otras cosas se juegan, sin embargo, en la letra menuda de las elecciones de hoy.


Alberto Fabra, por ejemplo, intentará superar los 1,4 millones de votos que aportó Paco Camps al PP en los anteriores comicios y enterrar así el fantasma de su predecesor, mientras que Jorge Alarte se conformaría con sobrevivir frente a una Leire Pajín que aprovecharía su descalabro electoral para decapitarle.


Compromís, por su parte, pretende abrir brecha en Madrid con Joan Baldoví y reeditar así pasados logros de González Lizondo, mientras que EU se aferrará a seguir siendo la tercera fuerza política de la Comunidad y Toni Cantó tratará de que Rosa Díez pueda formar grupo parlamentario en Madrid, con un ojo puesto, eso sí, en las próximas elecciones autonómicas.


¿Y a los ciudadanos, qué nos espera?


Según un economista amigo, “lo que nos espera es una legislatura horrible, porque esto está tan mal que no lo arregla ni San Rajoy, ni la mismísima Virgen de Lourdes”.

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