lunes, 21 de noviembre de 2011

Derechos,... ¿qué derechos?

Hemos perdido el oremus.


Un joven de 27 años arguye “objeción de conciencia” para no actuar como vocal en una mesa electoral.


Argumento tan peregrino podría aplicarse, por extensión, a no querer circular por la derecha en automóvil, no pagar impuestos y otras ocurrencias a cuál más extravagante.


Al parecer, hemos olvidado las limitaciones de vivir en sociedad, es decir, el tácito contrato social que explicaba el viejo Rousseau.


Eso se debe, seguramente, a una hipertrofiada ampliación de derechos sin ninguna contrapartida de correspondientes deberes.


En la formulación clásica, los derechos inherentes al ser humano son los de la vida, la libertad, la igualdad,… O sea, justo los que permitimos que se conculquen diariamente, sin pestañear, en muchísimas partes del mundo.


Sin embargo, han bastado dos décadas de aparente bienestar económico para que nos creamos con derecho propio a polideportivos con piscinas olímpicas en cada pueblo, AVE a la puerta de casa, aeropuertos en cada esquina, universidades sin rigor académico pero, eso sí, con botellón, etcétera, etcétera.


Todo esto, a nivel colectivo. A nivel personal aun es peor: que nos paguen indefinidamente sin trabajar, que nos hagan un TAC si nos duele el dedo pulgar, que nos subvencionen el transporte, los espectáculos, los masters en business administration…


Ya sé que estoy haciendo una caricatura. No lo es tanto, en cambio, el que nadie hable de deberes. Como si no existieran. Por eso ponemos el grito en el cielo al hablar de “recortes sociales”, como si tantas cosas que tenemos no sean solo privilegios que disfrutamos sin habernos esforzado en merecerlos.

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