Ante la eventualidad
de una futura derrota electoral del PP, la izquierda valenciana comienza a
efectuar tímidos gestos unitarios. El último: la presentación de un proyecto
común para RTVV a cargo de Ximo Puig,
Marga Sanz y Enric Morera.
La conclusión cae por
su propio peso, de puro obvia: sin un acuerdo del resto de los partidos
parlamentarios no hay alternativa al PP. Éste, pese al desgaste que muestran
las encuestas y al descrédito producido por su larga lista de implicados en
escándalos —hasta once diputados, desde Sonia
Castedo hasta Vicente Rambla y
desde Milagrosa Martínez hasta Hernández Mateo— podría seguir siendo,
con todo, el partido más votado en la Comunidad.
Así que el tripartito
más que una hipótesis es la única realidad posible, como argumentan en su
lúcido libro El margen izquierdo los
profesores Ximo Azagra y Joan Romero. Claro que el análisis de
los pensadores socialistas profundiza más en los pasados errores de la izquierda
que en el modelo político y económico que debería seguir la posible coalición
de gobierno en caso de victoria electoral.
Ése es el principal
problema de la oposición al PP: la ausencia de un proyecto alternativo al ofrecido
hasta ahora por el Consell. Lo fácil es criticar a la Generalitat por su pasada
política del ladrillo, de inversiones
faraónicas y de impulsar grandes eventos, pero mucho más difícil es presentar un
programa que ilusione a una ciudadanía cada vez más escéptica.
Por otra parte: ¿cómo
articular un proyecto común de los tres partidos —PSPV-PSOE, EU y Compromís— si
en el mayor de ellos subsisten profundas divisiones? La última la han
protagonizado Toni Gaspar y José Manuel Orengo con su pelea por la
portavocía socialista en la Diputación de Valencia.
No se trata sólo de
disputas personales —a las que, por otra parte, tan aficionado es ese partido—,
sino ideológicas. Uno y otro, alineados respectivamente con Jorge Alarte y Ximo Puig, representan
dos concepciones de la socialdemocracia. Abierta al cambio la primera y más
anclada en un valencianismo próximo a Compromís la segunda.
Por esa diversidad y
hasta esa contradicción, tienen razón quienes aventuran un deambular errático a
un eventual Consell de izquierdas. Aun así, ¿cuál podría ser la orientación
general de ese gobierno tripartito?
No parece difícil
trazar sus principales líneas de actuación: desarrollo del Estatut, de la
lengua valenciana y demás señas de identidad regional, por una parte, y aumento
de la intervención pública en los servicios, la economía productiva y hasta los
sectores menos rentables de la actividad económica, por otra.
En román paladino, todo
eso significa una marcha atrás en la privatización de empresas públicas
—incluido el ERE de RTVV—, menos recortes y más déficit público, mantenimiento de
la política de subvenciones y otra serie de medidas contrarias a la austeridad propiciada
por la Unión Europea.
¿Es eso posible y
hasta deseable? Lo ignoro, pero sí sé que es preciso ir hablando de ello. El
mal precedente del tripartito catalán de José
Montilla no parece preocupar a la izquierda valenciana, ilusionada ahora
con François Hollande —el segundo
político más valorado por los españoles, detrás tan sólo de Barak Obama—. Claro que también parece
olvidar que algunas de las políticas del presidente francés son las mismas que llevó
a cabo Lionel Jospin en 1997 con el
resultado desastroso que se recuerda.
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