lunes, 19 de marzo de 2012

¿Hacemos sacrificios?

Hay gente que lo está pasando rematadamente mal y aguanta la crisis como puede. Otros, en cambio, presumen de hacer sacrificios que sólo evidencian su propia necedad.

En un periódico de amplia difusión leo insólitos testimonios de presuntos afectados por los recortes, como el de quien ya no viaja al extranjero y se limita tan ricamente a conocer España. Otro cuenta que ya no se hará un chalet con jardín, y un tercero, que ha cambiado su contrato de ADSL por uno más barato, como si eso no fuese lo normal con crisis o sin ella.

La prueba de que no nos sacrificamos lo suficiente es que durante el último año el uso del transporte público en España sólo ha aumentado el 2%, y eso que partíamos de cotas inferiores a las del resto de Europa. Pero, ¿por qué hemos de considerar un sacrificio utilizar el metro, compartir el automóvil para ir al trabajo, cambiar de compañía eléctrica o vivir en un piso de alquiler cuando eso es lo habitual en países más ricos que el nuestro?

Nuestra capacidad de renuncia no parece, por consiguiente, demasiado elevada. Probablemente, se debe a que consideramos derechos irrenunciables algunas conductas no sólo prescindibles sino ajenas a los hábitos de los ciudadanos de otros países: uso individual del coche privado, derroche de la energía doméstica, puentes festivos cada dos por tres, excesivo absentismo laboral,…

Por eso mismo, los ciudadanos que de verdad sufren dramáticamente la crisis económica en sus carnes no arman el bochinche que debieran. En cambio, otros, por el simple hecho de comportarse ya como cualquier sueco o cualquier holandés, son los que paradójicamente ponen el grito en el cielo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario