domingo, 11 de marzo de 2012

El bienestar que podemos pagar

Una especie de mantra repite insistentemente que “hay que defender el estado de bienestar”, como si al formular la frase se conjurase el peligro.
Al parecer, el sedicente estado de bienestar debe ser un derecho humano inalienable, como el de la vida o la libertad y no una conquista social que hace sólo 70 años no existía. Por eso, los corifeos del eslogan se oponen como panteras a que haya “recortes sociales”. Muchos de ellos ignoran que el suyo es un acto tan voluntarista y tan inútil como oponerse a la ley de la gravedad.
Y es que, como dice Santiago Niño —el único economista español que previó la actual crisis económica—, “esta vida que hemos disfrutado, queriendo tener siempre más y más, se ha acabado”.
La argumentación es muy simple: si hemos tenido más de lo que podíamos pagar, ahora nos toca tener menos y, encima, ahorrar para costear los gastos atrasados.
Todo lo demás son pamplinas: pérdida de tiempo de los políticos hasta las próximas elecciones, justificaciones de unos sindicatos que no quieren perder el momio del que disfrutan y explicaciones de economistas neokeynesianos que jamás entendieron a Keynes.
El artificio de vivir cada vez mejor a costa de un Estado voraz y elefantiásico se ha venido abajo porque los beneficios asistenciales de que gozábamos se diseñaron cuando la esperanza de vida era de 60 años y la medicina costaba la décima parte que hoy en día.
Por eso, ahora no se trata de preservar algo inasumible sino ver qué podemos mantener y cómo podemos financiarlo. O sea, que tenemos que elegir entre conservar lo más posible a base de sacrificios o cerrar los ojos a la realidad y darnos el batacazo.

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