viernes, 30 de abril de 2010

El pacto de la enseñanza

Uno de los males de nuestra enseñanza es haber troceado su competencia normativa en 17 comunidades autónomas. Así, cada una adopta medidas a cuál más pintoresca, como la valenciana, que imparte Educación para la Ciudadanía en inglés.
La transferencia de competencias educativas se justificaba en aquellas regiones de lengua vernácula propia que requería un aprendizaje diferente. Pero la generalización de la norma ha llevado desde entonces a todo tipo de arbitrariedades. Es lo mismo que sucede con las televisiones autonómicas, concedidas inicialmente sólo para emitir programas en lenguas distintas de la castellana y cuyo exceso desmedido posterior ha llevado a que tengamos una veintena de canales públicos, sin justificación alguna y absolutamente deficitarios.
La dispersión autonómica de la enseñanza, en vez de buscar la excelencia ha optado por la arbitrariedad y por la extravagancia, desde la preterición del castellano a las otras lenguas peninsulares, hasta la enseñanza de cualquier localismo en detrimento de la historia, la geografía y la cultura comunes al conjunto de España. Ya cuando Esperanza Aguirre era ministra de Educación quiso poner coto a semejante desatino, estableciendo un mínimo programa común de Humanidades. Lo mínimo que se dijo de dicho intento en algunos medios académicos era que se trataba de una medida fascista.
Y así estamos. En los sucesivos informes sobre el estado de la educación en los países desarrollados, el puesto de España es de los últimos. Y continuamos descendiendo. No sólo nos hallamos retrasados en ciencias y en matemáticas, sino que el conocimiento de la lengua castellana cada vez resulta más deficiente.
Por todo eso, claro que urge un pacto educativo. Y hasta una revolución, si me apuran. Me temo sin embargo que, como en tantas otras cosas, se trata tan sólo de poner paños calientes a una enfermedad endémica en nuestro sistema de valores y de prioridades en vez de realizar una cirugía que vaya más allá de los intereses egoístas de los políticos de turno. Pero sospecho que eso es algo que no llegarán a ver nuestros ojos pecadores.

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