sábado, 22 de enero de 2011

Pesimismo salmantino

Hay gente tan estupenda que presume hasta de sus errores. Hace años, un grupo editorial se adelantó a la competencia sacando un periódico a golpe de talonario:

—Os vais a pegar una leche —les dije yo, con la brusquedad que siempre me caracteriza.

—Como la idea es nuestra, preferimos darnos el batacazo nosotros antes de que nos la copien otros.

Claro está que se dieron la bofetada; pero tan contentos, ya que sus competidores no pudieron arruinarse con un proyecto similar.

A nivel de grupos sociales pasa algo parecido. A los bilbaínos, por ejemplo, hasta les hacen gracia los chistes que les ponen de fanfarrones:

—Es que somos la leche. ¿Qué se creían, pues?

En cambio, los salmantinos gastamos un pesimismo fúnebre, como aquel personaje de los dibujos animados, Tristón, que siempre se dirigía a su compañero Leoncio con la lastimera frase: “¡Oh, cielos! ¿Qué vamos a comer hoy?”

Esta reflexión se me acude muchas veces cuando leo la columna de mi admirado Juan Carlos García-Regalado quien suele fustigar con aguda inteligencia la mediocridad de nuestra vida colectiva.

A lo que parece, no es el único que ve las cosas de esa manera. Lo comprobé el otro día en una tertulia televisiva en la que participaba con gente tan lúcida como María García, Emilio González-Coria e Isabel Nieto. Hablando sobre el futuro de Salamanca, al cabo de un rato todos rivalizábamos sobre quién lo pintaba más sombrío. Tal era la cosa, que César García, conductor del programa, me espetó:

—Enrique, tú que pasas más tiempo fuera, ¿no podrías darnos una pincelada de optimismo?

Va a ser que sí, porque Salamanca es mucho mejor de lo que creemos y con más posibilidades que otros lugares que van de guapos por la vida.

Sin ir más lejos, Valencia, donde ahora vivo, se ha pulido una pasta que no tiene en obras faraónicas y ruinosas, como la Ciudad de las Ciencias o Terra Mítica. Y Cataluña, por su parte, descubre que su déficit se ha multiplicado en beneficio de los saqueadores del Palau y demás corruptos, como los del caso Pretoria.

Salamanca, sin poner prácticamente un duro, podría convertirse en la capital del castellano, antes que otros con menos méritos. Tiene universidad, marca, prestigio, infraestructuras… y la posibilidad de cobijar cerca de Madrid a empresas que en vez de humo producen talento, eso que hoy día se llama I+D+i.

No se trata de ninguna utopía, pero, claro, el inconveniente sigue siendo el mismo: el secular pesimismo salmantino que no hay forma de erradicar.

1 comentario:

  1. Tu lo has dicho Enrique, tiene universidad, marca, prestigio, infraestructuras… y la posibilidad de cobijar cerca de Madrid a empresas que en vez de humo producen talento, eso que hoy día se llama I+D+i. Ya va siendo hora de acabar con ese pesimismo.
    Un saludo

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