martes, 18 de enero de 2011

Alarte en el Triángulo de las Bermudas

Un amigo socialista, alto cargo cuando Lerma era presidente de la Generalitat, me aborda en la calle y, en vez de increparme como de costumbre por mis críticas hacia su partido, me obsequia una sonrisa cómplice: “¿Has visto que el PSPV-PSOE pretende convertirse en un grupúsculo extraparlamentario?”

¡Cáspita!, me digo, si ahora hasta sus propios militantes se permiten cachondearse del partido es que éste va directo hacia el abismo.

De momento, su secretario general, Jorge Alarte, trata de pilotar la nave socialista en medio de su particular Triángulo de las Bermudas, que como todo el mundo sabe es esa zona en la que acaban por desaparecer para siempre barcos y aviones con toda su tripulación.

Los vértices del funesto triángulo se llaman, en este caso: PSPV, PSOE y socialismo.

El primer escollo es ese mal endémico del cainismo enquistado en un partido escindido en familias y en facciones. Si el anterior secretario general, Joan Ignasi Pla, pasó todo su mandato intentando poner orden en el gallinero interno, parecía que ahora, por fin, tocaba recoger los frutos. ¡Quiá! Dado que se prevé que haya menos puestos a repartir tras las próximas elecciones, cada uno va a la suya y solo el esperpéntico enfrentamiento masivo de todo aparato del partido con el solitario pero correoso Antoni Asunción ha conseguido ocultar temporalmente ese desaguisado para evidenciar otro aun mucho mayor.

Por otra parte, las siglas del PSOE, que hasta ahora habían sido el reclamo para conseguir un buen puñado de votos, se han transformado en el segundo vértice del funesto triángulo por culpa de la errática gestión de la crisis económica llevada a cabo por Rodríguez Zapatero y por su desdén hacia los problemas valencianos.

Tan nefasto se ha convertido el inquilino de La Moncloa para su partido, que ahora todos los candidatos socialistas abominan de él. Los sondeos de opinión, además, ofrecen pocas dudas al respecto y solo las comunidades de Extremadura, Aragón y Baleares —estas don últimas merced a coaliciones inestables— podrían seguir en manos del PSOE después del 22 de mayo. Mientras tanto, los rifirrafes internos arrecian por todas partes, con peleas tan grotescas como las de Jordi Hereu aferrándose a la candidatura para alcalde de Barcelona.

¿Y qué decir, por fin. de la ideología socialista?

Sorprendentemente, los socialistas sólo se dieron cuenta de la crisis económica cuando ésta ya les llegaba a la cintura. Y en vez de remangarse para salvar los muebles, se pusieron inicialmente a despotricar contra el mercado, como si éste lo compusieran unos siniestros individuos maquinando en un cuarto oscuro, en vez de deberse sus decisiones a la legítima actividad de inversores y de ahorradores, de fondos de pensiones en búsqueda de rentabilidad y de Gobiernos necesitados de financiación. Así, pues, el socialismo no sólo no ha emergido de la crisis como un San Jorge frente al dragón de la especulación, sino que se ha mostrado huérfano de argumentos ideológicos con los que combatirlo.

Claro que Alarte, pobre, no es responsable de todo esto. Pero la extendida impresión de que los socialistas no son capaces de solucionar la crisis aporta el tercer y definitivo clavo al ataúd de sus aspiraciones políticas.

Con todo lo que está cayendo, ¿será capaz Jorge Alarte de conseguir un resultado electoral más decoroso que sus homólogos de otras comunidades? No parece que ello vaya a ser así. En cualquier caso, ya se oye el afilar de cuchillos dentro del partido con los que pelear el día después de las elecciones por el magro botín de votos obtenido.

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