jueves, 3 de mayo de 2012

El debate Sarkozy-Hollande


A diferencia de España, los debates electorales en Francia sí que lo son, en vez de esos espacios televisivos encorsetados, con intervenciones tasadas y réplicas de cartón-piedra que gastamos entre nosotros.

Así que Hollande y Sarkozy no omitieron el otro día ningún tema, se interrumpieron a modo y manera, utilizaron el sarcasmo y la invectiva y no ahorraron explicaciones a sus compatriotas.

Bien distinto, pues, de lo que sucede aquí. Pero lo curioso del caso es que España estuvo recurrentemente presente en el debate: desde las cifras de paro hasta el voto de los inmigrantes en las elecciones municipales. También el nombre de Rodríguez Zapatero fue zarandeado como incómoda arma arrojadiza de uno a otro.

No es que este tipo de debates decidan el resultado electoral, por supuesto. Pero sí sirven para arañar unos cuantos votos, más que por lo que dicen los contendientes, que se supone conocido, por cómo lo dicen.

Ahí perdió claramente Sarkozy, ya que quiso mostrarse cercano a los televidentes, sonriendo en ocasiones y dirigiéndose a los moderadores como un alumno que buscase su aprobación.

Hollande, por el contrario, con la distante actitud de quien ya se imagina jefe del Estado, ni sonrió, ni descompuso el gesto, ni miró a nadie más que a su oponente. Conectó con sus compatriotas adoptando el elegante desdén que suele asociarse a la grandeur y que encarnaron desde De Gaulle a Chirac pasando por el arrogante socialista Mitterrand.

Y es que los ciudadanos, muchas veces, no queremos que nos representen personas como nosotros, sino tipos inalcanzables que, vaya a saberse por qué, suponemos que son mejores que nosotros mismos.






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